ANTIQVA TEMPORA?























El pasado día 27 de Septiembre, Viernes, tuve el enorme privilegio de dictar la lección magistral de apertura de curso en Bachillerato en el Colegio Montearagón, en Zaragoza, el mismo por cuyas aulas pasé durante once años de mi vida, al que volví durante dos cursos académicos para impartir clases de Griego -los estudiantes que entonces tuve como alumnos son hoy destacados profesores universitarios, abogados, economistas, empresarios, pensadores e incluso, sí, también políticos- y al que siempre he llevado en mi corazón. A medio camino entre la erudición clásica, la apología del mundo antiguo y el discurso motivador, preparé unas palabras que tuvieran al mundo grecorromano como verdadero telón de fondo y que reivindicaran su poder educativo. Pensé que vendrían bien para este blog y que podrían ilusionar a un público global, mayor que el que -todas las líneas de Bachillerato del citado centro, alrededor de un centenar de estudiantes y sus profesores- pudo escucharla en un, para mí, muy emotivo acto. A continuación, os ofrezco el texto íntegro de la citada lección, que titulé "Antiqua tempora?: enseñanzas para el presente en la producción historiográfica griega y romanas" y que fue seguida con mucho interés por los estudiantes y por el claustro de profesores del citado centro educativo. Un día para el recuerdo, sin duda, que quería compartir con los seguidores de Oppida Imperii Romani. Aquí os dejo el texto de la llamada -y lo digo no sin pudor- "lección magistral":

<< Distinguido Sr. director, distinguidos profesores, apreciados estudiantes,

Hace algunas semanas, al final del ya pasado y casi lejano verano, el profesor D. Jonatán Abadía me consultó sobre si estaría dispuesto a inaugurar el curso académico de Bachillerato en el Colegio Montearagón; en "mi" Colegio, pues aquí estudié y descubrí mi vocación de historiador (mucho tuvieron que ver en ello algunos de los aquí presentes y, en especial, D. José Mª Aiguabella) y siempre -y más a medida que ha ido transcurriendo el tiempo- he considerado aquellos años entre estas paredes como un periodo decisivo en mi formación humana y académica, ¡un auténtico lujo!. Fue un honor que D. Jonatán -con quien coincidí algunos años (pocos, él es bastante más joven que yo) en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza- pensara en mí y, por supuesto, no resultó nada difícil aceptar. Medité mucho el tema que presentaría ante vosotros un público, sin duda, cualificado y en el que es imposible no verme reflejado hace algo más de veinte años cuando, como vosotros, era un adolescente que encaraba la fase final de su formación colegial, aquélla que iba a llevarle a la Universidad, reto del que no estáis lejos y que, desde luego, vale la pena afrontar y más en estos tiempos aparentemente tan complejos. Y os lo dice alguien que, desde que entró a la Universidad en 1991 no ha abandonado dicha institución y la siente como algo propio; una "vocación universitaria" ésta que, también, aprendí y saboreé en los pasillos por los que ahora hemos pasado para dirigirnos a este estrado... ¡qué recuerdos!

¿De qué hablo yo a los estudiantes de Bachillerato de "mi" Colegio?, me pregunté tan pronto acepté la propuesta de D. Jonatán. En mi, aun todavía corta, carrera como investigador y profesor universitario -que es lo que, en realidad, me considero- me he ocupado de cuestiones relativas a la historia de la Hispania Romana y, en particular, a la de su urbanización, a la de la integración jurídica de sus comunidades indígenas en la órbita de Roma y a la del modo cómo las elites locales -implicándose de manera generosa y voluntaria en la gestión de aquellas comunidades, ya romanizadas- hicieron posible uno de los grandes milagros de Roma: el de sustentar su gobierno -entonces podría decirse que "mundial"- en una tupida red de ciudades, casi una constelación de "Romas en miniatura", como, en una acertada expresión, escribiría el enciclopedista Aulo Gelio avanzado el siglo II d. C. [1]. Últimamente, además, he tenido la suerte -el enorme privilegio- de "tocar" -en sentido literal- todos los componentes de esa Historia al ser el responsable científico de la excavación arqueológica de una de esas antiguas ciudades de Roma -de nombre latino aun esquivo para los historiadores-, Los Bañales de Uncastillo, en la aragonesa Comarca de las Cinco Villas cuyas ruinas, de hecho, honró con su visita este muy selecto claustro de profesores hace apenas tres meses. Sin embargo, en seguida comprendí que hablar sobre esas cuestiones podría resultar demasiado pretencioso para los objetivos de esta intervención y me persuadí, además, de que no iba a ser capaz de, en veinte minutos, resumir casi siete siglos de historia de una ciudad romana, la de Los Bañales, que cada vez me apasiona más (además de que Los Bañales resulta, para mí, algo casi "inefable": no se puede hablar de ello, es un enclave que hay que visitar y contemplar in situ). Por eso -y como ya hice en otra ocasión anterior en una apertura de curso semejante a esta, pero universitaria, en la UNED de Tudela [2]- me decidí por compartir con vosotros una reivindicación -espero que actual y, desde luego, fundamentada y sentida, aunque también necesariamente breve- de todo aquello que el mundo clásico -y en particular los textos de los historiadores griegos y romanos- puede enseñar a esta sociedad en vertiginoso cambio en la que vivimos. Me conformaré con que, al término de la misma, deis razón al aserto -que tantas veces repetimos quizás sin saber quien realmente lo hizo popular: el emperador Marco Aurelio- de que "no hay nada nuevo bajo el sol" [3] y volváis a sentir que los problemas de hoy son, en realidad, los problemas de ayer y que, efectivamente, la Historia es lux ueritatis [4].

Nuestro "viaje" -pues eso pretendo que sea, pues eso es la aventura de la investigación histórica- nos llevará por varios autores griegos y romanos -con el común denominador de que todos ejercieron, en alguna ocasión, el "oficio" de historiadores- que cubrirán un arco cronológico amplísimo que irá desde el siglo IVa. C., en el marco de una Grecia que ya no confiaba -y sometía a revisión- sus modelos políticos tradicionales, hasta el siglo IV d. C., en el contexto de una importante ciudad asiática, Antioquía, sometida a numerosas revueltas populares de diverso género, coyunturas ambas que bien nos recuerdan a las preocupaciones de la sociedad en que vivimos. Jenofonte de Atenas (431-354 a. C.), Polibio de Megalópolis (200-118 a. C.), Cicerón de Arpino (106-43 a. C.), Marco Aurelio (121-180 d. C.) y Libanio de Antioquía (314-394 d. C.), entre otros, nos acompañarán -realmente habría que decir que nos "hablarán" pues sus enseñanzas hablan en los textos y así es como los historiadores escribimos la Historia- en este recorrido que, además, tratará temas tan actuales como la calidad en la educación (I), el liderazgo en el gobierno de personas (II), la honestidad en la vida pública y en la política (III), el sentido trascendente de la vida (IV) y la -hoy la llamaríamos así- "memoria histórica" (V)...

I. Disciplina, constancia, esfuerzo, perseverancia, concentración, profesionalidad y un gran amor a las cosas pequeñas -no por un estéril perfeccionismo sino como vía para, poniendo mucho amor en lo que hacemos, descubrir ese "algo divino que en los detalles se encierra" [5]- son valores que se transmiten en los pasillos de este Colegio y que veis, además, encarnados en los que ahora son vuestros maestros. Quizás hoy resultan valores erróneamente considerados como arcaicos, anticuados, trasnochados, de otra época. En realidad, nunca han estado de moda pero los grandes maestros los han subrayado, siempre, desde la Antigüedad Clásica, como las claves para una buena educación, para eso que hoy llamaríamos -y con todas las letras-, una educación de calidad. Libanio de Antioquía, un reputado maestro de retórica clásica de finales de la Antigüedad, insistía en que "conocer al vecino [al compañero de estudios] no menos que a uno mismo" -la verdadera amistad, por tanto-, profesar devoción y gratitud a los maestros, y tener verdaderos deseos de aprender evitando, además, la desidia [6] eran los ingredientes necesarios para consolidar una buena formación académica en la juventud precisamente en la decisiva edad en que estáis ahora vosotros, queridos estudiantes. Claro que, como la historia se repite, también el rétor Libanio describía comportamientos opuestos a éstos y que, a veces, también vemos en nuestras aulas..., aunque estoy convencido que no en las de este colegio... Bueno, seguro que, a veces, también (por lo menos si preguntamos a vuestros profesores)... Escribe Libanio: "Cuando empiezo a hablar y hacer mi explicación, se producen entre los estudiantes frecuentes intercambios de señales sobre aurigas, actores, caballos y bailarines y otros muchos también sobre el combate que ha tenido o va a tener lugar. Algunos hasta llegan más lejos y permanecen de pie como estatuas de mármol, como una muñeca apoyada sobre la otra. Otros no paran de molestarse las narices con una y otra mano (...) No faltan quienes tienen bastante con mirar las plantas o con charlar de lo que se les antoje, pues ello les resulta más agradable que prestar atención al maestro" y se lamentaba: "vosotros, al momento [del discurso, de la clase, del aprendizaje] os dedicáis a vuestras canciones, que os sabéis perfectamente de memoria, y entregáis al olvido a Demóstenes, igual da que esté escrito al final que al principio" [7]. Compañerismo, deseos de aprender, verdadera pasión, respeto e ilusión -verdadera vocación- eran pues reclamados como valores básicos en la educación romana [8] valores que, de hecho, eran exigidos como esenciales, también, en quien -con el permanente estandarte de la honestidad [9]- quería dedicarse al servicio público, a la política, al gobierno. De ello vamos a hablar a continuación.

II. Para ello, para hablar de política, de buen gobierno, del "noble arte de servir", vamos ahora a retrotraernos casi ocho siglos, a una Grecia todavía sobrecogida por el conflicto civil que, entre los años 431 y 404 a. C., se dio entre los dos grandes estados del momento, Atenas y Esparta. Uno de los grandes historiadores de esa generación posterior a las llamadas Guerras del Peloponeso, Jenofonte, miraba entonces a Persia -la tradicional y ancestral rival de los griegos- para encontrar en ella un modelo de buen gobernante, un paradigma del buen gobiernoCiro II el Grande (600-530 a. C.), el fundador del imperio Persa. En un tratado específico -la denominada Ciropedia- el historiador griego subrayaba que el "conocimiento", el "deseo de aprender", la "proactividad", el "autoconocimiento" y la "honestidad", la "capacidad de trabajo" -"el gobernante se tiene que distinguir de sus gobernados no por su vida muelle sino por su previsión y celo en el trabajo", escribe [10]-, y la "capacidad de imprimir esperanza en las personas" [11] constituyen las cualidades básicas de quien, de verdad, quiera ejercer su liderazgo en el gobierno de personas y pienso que, también, de quien quiera enriquecerse, de verdad, con el contacto con otros, de quien quiera crecer con los demás. Más aun, Jenofonte sentenciaba que esforzarse por los compañeros y "mostrar que se comparte su alegría en los éxitos y su pena en las desgracias" [12] constituye un horizonte de comportamiento infalible en la gestión de personas. Podrían, desde luego, citarse más consejos y, también, muchos otros personajes históricos -ya imitados durante la misma Antigüedad- que aportasen luces y modelos a la difícil tarea de trabajar con personas -también velando por su formación y aprendizaje, como  hacéis vosotros, queridos y meritorios profesores- [13] pero, desde luego, en una sociedad como la nuestra -en la que la tan manida crisis se presenta como algo "global" como si fuese ajeno a nosotros y como si nada pudiésemos hacer por transformarla- todos podemos encontrar, en estas palabras, un estímulo -casi una check list de comportamientos- para mejorar, en nuestro entorno, y para, a partir de nuestro propio quehacer cotidiano, transformar esa sociedad que parece tambalearse quizás porque ha dado la espalda -hace tiempo- a valores que forman parte básica de las raíces de la cultura occidental valores que, sin embargo, siguen siendo esenciales en la formación que se imparte en el Colegio Montearagón. También en eso tenéis que sentir que sois unos auténticos privilegiados.

III. En los últimos meses, gracias, sin duda, a una algo oportunista noticia de prensa [14], han circulado profusamente por las redes sociales -quién lo diría tras veinte siglos-, algunas frases que, respecto de la honestidad en la vida pública y en el gobierno, acuñó uno de los grandes prohombres de la República Romana -estamos, pues, en la década de los 50 y 40 del siglo I a. C.-, uno de los grandes del pensamiento político e historiográfico universal, Cicerón [15]. La literatura política romana -y en general la clásica [16]- defendían que "el gobierno (...) era cosa con la que uno debe cargar en función de servicio y no por el afán de tener premios o fama" [17] y subrayaba que la virtud era la que, realmente, debía presidir la acción de gobierno [18], la que debía caracterizar el temperamento del rector rerum publicarum -"el moderador de los asuntos públicos" [19]- prisma desde el que se entienden consejos como la necesidad de adecuar las leyes del Estado a la ley natural [20], la recomendación de que el ejercicio del liderazgo político debe descansar sobre un adecuado respeto a la tradición y a las instituciones políticas públicas [21] y sobre un profundo respeto a los derechos individuales [22], la advertencia de que iniusta bella sunt quae sunt sine caussa, es decir, que debe huirse de la guerra injusta, de la guerra sin motivo [23], o la admonición de que el Estado debe vigilar y castigar duramente la corrupción [24]. Huelga incidir aquí en la utilidad y actualidad de todos y cada uno de ellos y en el provecho que podemos -todos, en nuestro ámbito de acción cotidiana- sacar de ellos.

IV. El propio Cicerón afirmaba que el pueblo romano fue uno de los más piadosos y religiosos del mundo antiguo [25]. A veces, incluso separado de su dimensión espiritual, el sentido trascendente de la vida, la reflexión sobre la huella -el poso- que tenemos que dejar en este mundo y sobre el fruto postrero de nuestras acciones fue una de las preocupaciones esenciales de la filosofía romana y quizás fue Marco Aurelio -y resulta curioso que esos pensamientos provengan de alguien que persiguió a los cristianos-, el gran emperador filósofo filoheleno -parte de ese espíritu se ha glosado muy bien en la corta aparición en escena de este emperador en la exitosa película Gladiator [26]- quien más claro presentó el tema estimulándonos a, mientras estamos en este mundo, obviar "las cosas muy apreciadas durante la vida" porque "son vacías, podridas, pequeñas, cachorrillos que se mordisquean y críos con ganas de riña que se ríen y al momento lloran" y a apostar por el ejercicio de "la confianza (...), la justicia, la verdad (...) por ser piadosos y honrar a los dioses, por hacer el bien a los hombres y por soportarlos" [27], todo un programa de vida que, desde luego, es una llamada a, de verdad, relativizar gran parte de nuestras preocupaciones de este mundo y, como el propio emperador afirmaba, tratar de depositar nuestra vida en manos de los "dioses" [28] algo que, desde luego, también aprendéis en este Colegio y que, seguramente, será de lo más valioso de cuanto se os enseñe entre estas paredes. Efectivamente, también, de lo más trascendente. Un sentido éste -el de la trascendencia- del que también está muy necesitada nuestra sociedad y que, desde luego, vosotros, podéis contribuir ya a aportar a todos los que os rodean. Y fijaos que no es éste un principio exclusivamente religioso sino que el verdadero sentido trascendente va más allá y nos empuja a, de verdad, plantearnos cada día como una vida en miniatura y como una oportunidad de construir nuestro futuro hacia una "vida lograda" [29]. Cierto que en esto, también la fe ayuda haciendo que "lo más intrascendente de las acciones diarias rebose de la trascendencia de Dios" [30], como tantas veces habéis oído aquí, en Montearagón.

V. Volviendo al terreno político, y a Cicerón, éste -en su turbulenta y convulsa época- se lamentaba de que las viejas costumbres de los buenos tiempos no sólo no se practicaban entre sus contemporáneos sino que, además, ni siquiera se conocían [31], un problema que, desde luego, nos suena también a cotidiano. La reivindicación del valor de la Historia y de la adecuada gestión de la memoria -como elemento formativo, pedagógico- se ha hecho pocas veces tan evidente como en la pragmática sociedad romana. Y un historiador como yo ha de terminar -cómo no- hablando de Historia, defendiendo la Historia. Recordar los hechos del pasado, estudiar sus porqués y profundizar en su adecuada interpretación tratando, además, de conseguir -con frase de Heródoto de Halicarnaso (484-425 a. C.)- evitar que "con el tiempo se olviden los hechos de los hombres y que las gestas importantes y admirables acometidas (...) carezcan de celebridad" [32] resulta una aventura altamente apasionante que tiene, desde luego, sabor de trascendencia. Queráis o no dedicaros a ella -desde luego, hacen falta en nuestro mundo, y, en especial, en nuestras Universidades, que deben de verdad ser, en palabras del Papa Emérito Benedicto XVI "esa casa donde se busca la verdad propia de la persona humana" [33], jóvenes comprometidos con el hermoso reto de ilusionar y formar en el bien a otros jóvenes- sabed que, como escribió Polibio en su célebre "Elogio de la Historia", "no existe enseñanza más clara que el conocimiento de los hechos pretéritos" [34]. En ellos encontraréis comportamientos que emular y otros que evitar, personajes con los que ilusionaros, pensamientos con los que madurar y enigmas -a veces literalmente enterrados, como en Los Bañales- que harán latir más deprisa vuestro corazón y que, además, os posicionarán ante muchos de los valores que se han esgrimido en esta lección ayudando, además, a que descubráis cómo apenas hemos cambiado en tantos y tantos siglos de aparente progreso y evolución y que, en definitiva, el espíritu humano sigue -hoy, como siempre- haciendo frente a los mismos problemas. Por encima, pues, de orientaciones curriculares y de las exigencias de vuestro perfil académico, prestad en vuestra formación especial atención a la Historia -y con ella también a la Filosofía, a las Lenguas Clásicas, a la Historia del Arte, a la Historia de la Literatura y a todas las disciplinas que, en definitiva, os habiliten a conocer aquello que el hombre es y ha hecho a través del tiempo- pues la Historia, como resumía Cicerón en una frase ya célebre, es un excelente colofón a vuestra madurez: "Desconocer qué es lo que ha ocurrido antes de nuestro nacimiento es ser siempre un niño. ¿Qué es, en efecto, la vida de un hombre, si no se une a la vida de sus antepasados mediante el recuerdo de los hechos antiguos?" [35].

Es momento de terminar nuestro recorrido por estas enseñanzas de la historiografía grecolatina [36] y, con él, terminar también esta lección inaugural del curso en Bachillerato. Ya veis que, efectivamente, esos "tiempos antiguos", esos antiqua tempora no son, en realidad, tiempos superados, tiempos arcaicos que haya que olvidar. Al contrario, son una permanente fuente de recursos, un legado cultural e intelectual en el que, además, obtener ejemplos de perseverancia para acometer "con pasión" cualquier empresa -ya los clásicos reconocían que ésa era la clave del éxito [37]-, un tiempo realmente vivo al que -a través del legado de los personajes que los vivieron y que nos han transmitido su experiencia- podréis volver siempre que queráis con la seguridad de que hallaréis respuesta a muchas de vuestras inquietudes. Probad, si no, siempre que así lo deseéis.

Muchísimas gracias >>


[1] Aulo Gelio, Noches Áticas, 16, 13, 8 (ver texto latino aquí).
[2] Véase Andreu, J.: La Historia, magistra uitae: una reivindicación de su utilidad desde la óptica de la Antigüedad Clásica, UNED de Tudela, Tudela de Navarra, 2006.
[3] Marco Aurelio, Meditaciones, 7, 1.
[4] Cicerón, Sobre el Orador, 2, 36 (ver texto latino aquí).
[5] San Josemaría Escrivá, "Amar al mundo apasionadamente (Homilía pronunciada el 8 de mayo de 1967 en el Campus de la Universidad de Navarra)", en Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, Rialp, Madrid, 1968, 121 (ver texto completo aquí).
[6] Libanio, Discursos, 2, 3, 3, 8, 9 y 11.
[7] Libanio, Discursos, 2, 3, 12-14 y 2, 3, 18.
[8] Al respecto, puede verse la miscelánea de Too, Y. L. (ed.): Education in Greek and Roman Antiquity, Brill, Leiden-Boston-Colonia, 2001, con bibliografía.
[9] En los tiempos que corren tal vez resulte irresistible reproducir algunas palabras de otro discurso de Libanio (Discursos, 7) titulado "Que enriquecerse de modo injusto es una desgracia mayor que ser pobre" en el que el rétor de Antioquía concluye: "porque no hay duda de que mucho peor que dormir en un cúmulo de inmundicias en compañía de los perros, es hacerlo en argénteos lechos no adquiridos de forma legítima" (Discursos, 7, 8).
[10] Jenofonte, Ciropedia, 1, 6, 8.
[11] Jenofonte, Ciropedia, 1, 1, 3; 1, 2, 3; 1, 2, 4; 1, 6, 5; y 1, 6, 19 respectivamente.
[12] Jenofonte, Ciropedia, 8, 2.
[13] Sobre este tema del mundo clásico como poseedor de paradigmas para el buen gobierno puede verse el ya clásico -y varias veces reeditado- trabajo de Fernández Aguado, J.: Management, la enseñanza de los Clásicos: paradigmas y anécdotas empresariales, Ariel, Madrid, 2003 (un artículo sobre el tema, de este mismo autor, publicado en la Revista Empresa y Humanismo, 5-1/2, 2004, pp. 57-76 puede descargarse desde aquí) y, muy recientemente, el excelente Roma, escuela de directivos, LID Editorial, Madrid, 2011. Nosotros mismos nos ocupamos del tema, con bibliografía, en Andreu, J.: "Competencias directivas: el oráculo de los clásicos", en Actas del XI Congreso Español de Estudios Clásicos. Vol I. (Santiago de Compostela, 2004), SEEC, Alcalá de Henares, 2005, pp. 683-690 y en "Introducción. Una herramienta de raíces clásicas en el centro de nuestras organizaciones empresariales", en Forjadores de Líderes, LID Editorial, Madrid, 2007, pp. 17-27.
[14] Torrús, A.: "Diez consejos de Cicerón a Mariano Rajoy", Público, 7 de Septiembre de 2013 que, dicho sea de paso, se queda con lo que le interesa de los consejos de Cicerón. Curiosamente, para quienes, en los últimos meses, han hecho de la "revuelta" y del "descrédito" -así como del "absentismo político"- su bandera reivindicativa, Cicerón advertía que "la unión de la masa es tan tiránica como la tiranía de una sola persona y aún más terrible pues no hay bestia más abominable que esa que tiene aparentemente el nombre de popular" (Cicerón, Sobre la República, 3, 45, ver texto latino aquí).
[15] Un análisis de parte de ese pensamiento ha tenido notable eco en prensa gracias a la publicación en castellano del volumen de Freeman, Ph.: Cómo gobernar un país. Una guía antigua para políticos modernos, Barcelona, Crítica, 2013, que ha vuelto a poner de moda el pensamiento del Arpinate a través de una bien trabajada antología que, sin embargo, cómo decíamos más arriba (véas nota 14) se ha hecho célebre por el uso algo tendencioso que de ella han hecho determinados blogueros y periodistas.
[16] Véase, sobre esta cuestión, con bibliografía, el reciente trabajo de López Barja, P.: Imperio legítimo: el pensamiento político romano en tiempos de Cicerón, Antonio Machado Libros, Madrid, 2007.
[17] Cicerón, Sobre la República, 1, 27 (ver texto latino aquí).
[18] Cicerón, Sobre la República, 1, 52 (ver texto latino aquí).
[19] Cicerón, Sobre la República, 5, 6 (ver texto latino aquí).
[20] Cicerón, Las Leyes, 3, 2-3 (ver texto latino aquí).
[21] Cicerón, En defensa de Sextio, 98-100.
[22] Cicerón, Sobre los deberes, 2, 72 (ver texto latino aquí).
[23] Cicerón, Sobre la República, 3, 34.
[24] Cicerón, Verrinas, 2, 5, 183 (ver texto latino aquí).
[25] Cicerón, Sobre el responso de los harúspices, 9, 19 (ver texto latino aquí).
[26] Sobre los usos pedagógicos de esta película puede verse Bock, L. de y Lillo, F.: Guía didáctica de Gladiator (R. Scott, 2000), Librería Aúrea, Madrid, 2004. Resulta fundamental, en materia de usos didácticos del cine "de romanos" e historicidad de éste, seguir el Blog de Fernando Lillo Redonet.
[27] Marco Aurelio, Meditaciones, 5, 33.
[28] Marco Aurelio, Meditaciones, 4, 31.
[29] Véase el clásico trabajo de Llano, A.: La vida lograda, Ariel, Madrid, 2002.
[3] San Josemaría Escrivá, "Amar al mundo apasionadamente (Homilía pronunciada el 8 de mayo de 1967 en el Campus de la Universidad de Navarra)", en Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, Rialp, Madrid, 1968, 116.
[31] Cicerón, Sobre la República, 5, 2 (ver texto latino aquí).
[32] Heródoto, Historia, 1, 1.
[33] Benedicto XVI, Discurso a los jóvenes profesores universitarios (El Escorial, 19 de Agosto de 2011).
[34] Polibio, Historias, 1, 1.
[35] Cicerón, El Orador, 120 (ver texto latino aquí).
[36] La lectura de los textos de los clásicos aquí empleados como base para esta lección de apertura de curso es, desde luego, un ejercicio altamente recomendable para cualquiera que acceda a estas líneas. Existen, lógicamente, traducciones al castellano totalmente solventes de cada uno de ellos de igual modo que, como se ha visto, gran parte de los textos originales -especialmente los latinos- están disponibles online. Así, por orden de aparición recomendamos la traducción de Á. González Gálvez (Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 2001) para el texto de Libanio de Antioquía, la de A. Vegas Sansalvador (Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1987) para la Ciropedia de Jenofonte, la de Á. D'Ors (Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1984) para el Sobre la República de Cicerón, la selección y traducción de Ph. Freeman (Crítica, Madrid, 2013) para los pasajes ciceronianos sobre el gobierno del Estado, la de F. Cortés y M. J. Rodríguez Gervás (Cátedra Letras Universales, Madrid, 2001) para Marco Aurelio y la de A. Díaz Tejera y M. Balasch (Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1981) para Polibio que, además, son las que, respectivamente, se han seguido para las fragmentos aquí presentados.
[37] Valerio Máximo, Hechos y dichos memorables, 3, 8.



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