IN FIDEM ET CLIENTELAM



No se descubre nada al lector si quien escribe estas líneas reivindica el poder pedagógico que, siempre, ha tenido el cine en la docencia de la Historia y que, si cabe, se hace ahora mayor en la era de los millennials. Respecto de la Antigüedad baste, por ejemplo, remitir a los sensacionales trabajos que Fernando Lillo ha dedicado al asunto y a los que, quienes nos dedicamos a la apasionante tarea docente, hemos vuelto una y otra vez en búsqueda de ideas y de recursos (LILLO, F.: El cine de romanos y su aplicación didáctica, Madrid, 1994).

En nuestras clases de "Arqueología" -como ya se anotó a propósito de ellas en un post anterior-, de "Hispania Antigua" y de "Mundo Clásico" en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra resulta siempre muy grato acudir a recursos cinematográficos para explicar y fundamentar ideas y conceptos. Así, en esas materias, por ejemplo, es clásico emplear el cine para que los alumnos entiendan los problemas y alcances de la conflictividad entre optimates y populares a finales de la República Romana, para que visualicen la trascendencia del histórico momento del cruce del río Rubicón por César; o para que descodifiquen en toda su profundidad la simbología propagandística que debió rodear el aduentus de Augusto en Roma -y, tras él, el de todos los emperadores del Principado-, echando mano, en estos casos y a modo de ejemplo, de tres escenas poco conocidas, quizás, pero extraordinariamente útiles, de la angloamericana serie Roma (BBC-HBO, 2005). 

Sin embargo, en esta ocasión queremos detenernos en la que, a nuestro juicio, es una de las escenas "cumbre" del cine "de Romanos", el diálogo entre el tribuno Mesala (Stephen Boyd) y el príncipe Judá Ben-Hur (Charlton Heston) en la célebre, y seguramente insuperable, película Ben-Hur (William Wyler, 1959), escena de la que está tomada la captura que encabeza este post, y que, además, prácticamente, abre la cinta. Siempre nos ha parecido que esos primeros quince minutos de esta obra maestra de la historia del cine resumen muy bien algunos de los pilares de la administración provincial romana. Pero, asimismo, explican de modo muy claro el concepto y la función -a veces difícil de transmitir a los estudiantes de hoy alejados de una práctica que sigue siendo habitual en la política contemporánea- de las clientelas y, en particular, la función de éstas en la administración provincial romana, un concepto, ese mismo que ocupó los desvelos, hace ya bastantes años, de Ernst Badian en su citadísimo Foreign clientelae, 260-70 BC (Oxford, 1958) y que, no hace mucho, en sus planteamientos principales, ha sido revisado -pero a su vez, en parte, reivindicado- por el volumen JEHNE, M. y PINA, F. (ed.): Foreign clientelae in the Roman Empire: a reconsideration (Stuttgart, 2015) (la esencia de la revisión de las viejas tesis de E. Badian puede obtenerse, también, en sus líneas básicas, en las contribuciones de F. Pina Polo a las actas del I Tarraco Biennal -Tarragona, 2013- o a las VII Revisiones de Historia Antigua de Vitoria -Vitoria, 2012-).

Para los menos versados, cualquiera de los diccionarios de instituciones al uso en la Historia Antigua (para un elenco de aquéllos, vuelve a este viejo post de Oppida Imperii Romani con las fontes ad studium Antiquitatis), define las clientelas como el íntimo y recíproco intercambio de obligaciones y de intereses basado en la relación privada romana entre un romano de menor rango social -plebeyo o liberto- o un extranjero y el patrón elegido por él (ver aquí, la definición, y las fuentes, citadas por el utilísimo diccionario online de Ch. T. Lewis y Ch. Short) sistema éste que, de hecho, fue usualmente empleado por Roma para atraerse a las oligarquías locales de los distintos espacios que iba conquistando en Occidente tanto durante la conquista como en la fase de administración de los territorios conquistados (una deliciosa presentación, infantil y doméstica, de este concepto puede verse en este recordado vídeo de la serie francesa Érase una vez el hombre, a partir del minuto 18.00). Muy probablemente el concepto se entenderá mejor si entrelazamos lo que explicó en su día E. Badian (pp. 1-4 de su citado libro) y los que nos parece fueron algunos de los pilares del procedimiento clientelar -grosso modo, obviamente y entendiéndolo en el marco de la política provincial- y los argumentos que el patrón -el tribuno militar Mesala- esgrime ante su ansiado cliente -el príncipe Ben-Hur- para ganárselo a la amistad y fidelidad a Roma.

[I] La atracción de la oligarquía local. "Esta provincia va a ser difícil de gobernar, necesitaré tu ayuda, y tu consejo" le dice el tribuno al príncipe en un claro acto de reconocimiento, de empoderamiento, de su estatus social en el marco, además, de una provincia que ha dado, como se recuerda en la secuencia, muchos problemas a Roma en el pasado y que exige, de hecho, en el momento en que se ambienta la escena, una más intensa militarización. En este sentido, Badian distinguía, de hecho, varios tipos de clientelae, las derivadas de la herencia familiar ("inheritance", p. 4), las que procedían de la rendición, de la deditio (pp. 4-7), y las, más jurídicas, de la applicatio (pp. 7-8) y definía la segunda como "a voluntary arrangement: the weaker party may refuse to offer and the stronger to accept it (...) it is a 'treaty' between the victorious Roman general and the vanquised community" (p. 5). En este caso, efectivamente, Mesala se da cuenta de que no va a darse una rendición y que, por tanto, sólo la ayuda subrepticia, a partir del manejo de la opinión pública contando con un adecuado líder de opinión, puede surtir el efecto deseado. No en vano, le recuerda a Ben-Hur, cuando éste se resiste: "si tienes fe en el futuro de tu pueblo) ayuda a crearlo". El mundo, como se ilustra también en otro pasaje de la secuencia, justo anterior a la conversación que nos ocupa, es ya romano y la única manera de pertenecer a él es aceptando el influjo, y en este caso el dominio militar, de Roma y colaborando, de modo formal o teórico, con él.

[2] La deixis del enemigo y alteridad. "Tú eres como un romano, qué tienes de común con esa chusma perturbadora", espeta Mesala a Ben-Hur en uno de los momentos más tensos del diálogo. El establecimiento de dos bandos, el civilizado -que se deja seducir por Roma y el rebelde, superbus, que se resiste- es un principio clave en la acción conquistadora, y cultural, de Roma, en provincias (algo sobre ello escribimos hace algunos años en Espacio, Tiempo y Forma. Serie 2. Historia Antigua, 22, 2009). Mesala considera a Ben-Hur como un romano porque juzga que sus costumbres son civilizadas, pertenece a su mismo estatus social y, además, el tribuno busca atraerlo para la causa romana y, por tanto, ha de asimilarlo a ella o, al menos, presentar ese asimilación como culturalmente posible y nada costosa aunque, en el fondo, considera a Roma como la única potencia civilizada -y civilizadora- del Mediterráneo y recela del pueblo judío. El propio Badian recordaba que "the client must be described as an inferior entrusted, by custom or by himself, to the protection of a stranger more powerful than he, and rendering certain services and observances in return for this protection" (p. 1). Aunque aquí Mesala concibe a Ben-Hur como un igual -la esencia, en definitiva, del foedus romano- en el fondo le habla como el que siente la superioridad moral de la civilización romana y trata de ganarse su confianza.

[3] La perpetuación de la posición social. "Tú eres un aristócrata, el nombre de tu familia es respetado (...) tu reputación es intachable, te escucharían, convence a tu pueblo de que su resistencia contra Roma es estúpida, peor que estúpida, es estéril", añade Mesala. Si antes presentaba a su interlocutor como un igual, el tribuno debe ahora marcar la diferencia con el resto de los provinciales y, sobre todo, recordar al futuro cliente que su situación social sólo se beneficiará caso se de una colaboración activa con Roma. Se incide así en otro principio, el de superioridad, propio del procedimiento clientelar. El historiador de origen austriaco E. Badian, de hecho, afirmaba, que "the various classes of clientela are united by the fact that they comprise relationships admittedly between superior and inferior" (p. 11). En este caso, Mesala pretende garantizar a Ben-Hur -y así se lo recuerda en la parte final de la conversación- un trato de favor, excepcional para el que va a recibir el pueblo judío, si acepta las condiciones sugeridas en este singular pacto clientelar.

Al margen de todo esto, esa escena inicial, con el relevo del tribuno Mesala, que llega a Judea anticipando la llegada del nuevo prefecto Valerio Grato, arroja también muchas otras enseñanzas aprovechables sobre la administración provincial romana en Occidente. Así, vemos que el padre de Mesala ya fue gobernador lo que ilustra el carácter gentilicio -y también clientelar, en definitiva- de muchos de estos cargos y del propio sistema de gobierno y administración provincial romano. Además, en ese contexto, el propio Mesala recuerda a su predecesor que "si uno quiere medrar, que escoja lo difícil", el clara alusión a las posibilidades de fama, gloria y enriquecimiento que los destinos provinciales más complicados -normalmente los más militarizados- ofrecían (a este respecto, pueden verse nuestras reflexiones, también, en un trabajo en las VII Revisiones de Historia Antigua de Vitoria o el estudio, monográfico, de BASTIEN, J.-L.: Le triomphe romaine et son utilisation politique à Rome aux trois derniers siècles de la République, Roma, 2007). Se aborda, también, la importancia del culto imperial -"sólo en un hombre está la divinidad", recuerda Mesala a su predecesor en el mano militar, Sexto-; y, con un aire muy probablemente intencionalmente virgiliano, el joven tribuno subraya, casi citando también a Polibio, las grandezas de la Romanización al afirmar que "el mundo es romano, si uno quiere vivir tiene que formar parte de él", que "no es por casualidad que un pueblecito del Tíber fuera elegido para gobernar el orbe", o que "fuimos elegidos por el destino para civilizar el mundo, y lo logramos (y así) las leyes, artes y letras de Roma son gloria del género humano".

Con estos antecedentes y las luces que ha aportado este post ya sólo queda disfrutar de la secuencia, esa secuencia en la que, en palabras de Cicerón que dan título a este post, se muestra muy bien el proceso de atraerse a alguien in fidem et clientelam Romae (Cic. Rosc. Am. 105), "a la confianza y el servicio de Roma", secuencia que incluimos aquí cerrando este nuevo post de Oppida Imperii Romani esperando, además, que te resulte tan cautivadora como lo resulta para muchos de nuestros estudiantes.



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