RERVM GESTARVM MEMORIA



Nota preliminar: una versión abreviada y aligerada de este post, puede verse aquí, en el microsite BeBrave de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra.

"El espléndido edificio (de las creaciones de Roma) sucumbió con el tiempo, como todas las creaciones humanas, por la ley de la decadencia, pero es único en la Historia, y su recuerdo y sus ejemplos no morirán ni pueden morir"
(Cyril Bailey, El legado de Roma, Madrid, 1956, pág. 2) 

Según informó hace unas pocas semanas TVE, el libro más vendido en España en los dos largos meses de confinamiento por la pandemia del Covid-19 ha sido El infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo, de Irene Vallejo (Siruela, 2019) que ha merecido, de hecho, el Premio Ojo Crítico de Narrativa (2019). Actualmente, el segundo libro en las listas de ventas editoriales en España es Y Julia retó a los dioses, de Santiago Posteguillo (Planeta, 2020) la segunda entrega de la serie que, sobre Julia Domna, nos ha regalado el reciente Premio Planeta (2018). Todavía sigue vendiéndose muy bien -y se ha hecho un hueco en millones de hogares de todo el mundo, siendo uno de los diez títulos más vendidos en categoría de no ficción de los últimos cinco años- el delicioso ensayo de la mediática Mary Beard SPQR: una Historia de la Antigua Roma (Crítica, 2016) al tiempo que siguen funcionando muy bien en el mercado títulos como Un año en la antigua Roma: la vida cotidiana de los Romanos a través de su calendario, de Néstor Marqués (Espasa, 2018), Latin lovers, de Emilio del Río (Espasa, 2019) o Un día en Pompeya, de Fernando Lillo (Espasa, 2020) -que reseñamos en este blog no hace mucho- todos con el mundo romano -y su perenne actualidad- como tema central. Si pensamos en novela histórica de cualquier época las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar (Círculo de Lectores, 1985) o el Yo, Claudio de Robert Graves (Plaza y Janés, 1979) son ya auténticos clásicos reconocidos como fuente de inspiración para los grandes del género -y aun para algunos narradores y guionistas cinematográficos- de igual modo que muchos jóvenes se han acercado por primera vez a la historia romana a partir de la Historia de Roma de Indro Montanelli (Plaza y Janés, 1993). El género cinematográfico del peplum -como se ha bautizado a las películas "de Romanos"- sigue siendo garantía de éxito y seguimos emocionándonos con las ensoñaciones de William Wyler al dar vida a un oligarca judío -el príncipe Ben-Hur- y a un envidioso tribuno -el terrible Mesala- en Ben-Hur (1959) -sobre cuyo valor pedagógico ya nos entretuvimos aquí no hace mucho- o con las aventuras del hispano Máximo Meridio que, en la mente de Ridley Scott, desafió, en Gladiator (2000), al emperador Cómodo, acaso, el último emperador de la "edad dorada" de Roma, como la bautizó Casio Dión (Cass. Dio, 72, 36, 4), películas Ben-Hur y Gladiator que, por cierto, son dos de las superproducciones más premiadas de la historia del cine. 

¿Qué tiene el mundo antiguo, y en particular, el romano, para ejercer esa particular y perenne fascinación? ¿Es verdad que Roma nunca ha muerto ni podrá morir? Al margen de la fuerza de algunos de sus personajes históricos -en los que, en muchas ocasiones, podemos vernos reflejados y encontrar modelos, y antimodelos, de comportamiento y respuestas a muchos problemas que hoy nos parecerían nuevos- Roma es atractiva por su actualidad, por su vigencia, que es, por tanto, clave en su singular eternidad. Hace sólo unos meses -puedes verlo en este breve vídeo- lo recordaba Santiago Posteguillo en la antesala de la masterclass que dictó en la Universidad de Navarra a los alumnos del Grado en Literatura y Escritura Creativa y del Diploma en Arqueología que ofrecen la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra."Somos Roma", decía y, por ello, "Roma es relevante para ver de dónde venimos". Y lo hacía tras una presentación en que, quien escribe estas líneas reivindicó algunos de los méritos de Roma a partir de distintos pasajes del volumen El legado de Roma del filólogo oxoniense, después profesor en Berkeley, Cyril Bayley. Nos queda mucho de Roma, sin duda -y ya recopilamos parte de este legado hace algunos años en un visitado post de Oppida Imperii Romani- y a Santiago Posteguillo, desde luego, no le faltaba razón alineándose con la vieja afirmación de Montanelli que recordaba en el prólogo a su edición italiana de 1957 de la Historia de Roma que "lo que hace grande a la Historia de Roma no es que haya sido hecha por hombres diferentes a nosotros sino que haya sido hecha por hombres como nosotros". Miramos a Roma y nos vemos a nosotros mismos, leemos a los historiadores romanos y sentimos que los juicios que ellos hacían sobre cómo Roma gobernaba el mundo y sobre cómo ese gobierno era percibido por los demás pueblos del Mediterráneo -tan diversos- valdrían, también, para juzgar las luces y sombras de nuestro propio tiempo sacudido ahora por problemas que, lo sabemos por Marco Aurelio, no tienen nada ni de nuevo ni de sorprendente

Ya para los grandes historiadores grecorromanos que, en tiempos de la República, como Polibio, o en tiempos del Principado, como Tito Livio, acometieron la hercúlea empresa de enfrentarse a la Historia de Roma percibieron la fuerza que esta civilización tenía como objeto histórico. Polibio, por ejemplo, decía que la Historia de Roma, ya en el siglo II a. C., estaba dotada de "un principio conocido, una duración delimitada y un resultado notorio" (Polyb. 3, 1, 5) y, eso, la hacía atractiva, tangible y sugerente para el investigador. Y es cierto. Manejando conceptos historiográficos muy modernos, este historiador griego de Megalópolis pero reconvertido a ensalzar la grandeza de Roma, el gran defensor de las bondades del imperialismo romano, sentenciaba que la civilización romana fue la primera en hacer de la Historia algo "orgánico" (Polyb, 1, 3, 4) pues, bajo su mandato "los hechos de Italia y África se entrelazan con los de Asia y con los de Grecia y todos comienzan a referirse a un único fin", el de la difusión global -con un alcance sin precedentes hasta entonces- de un modo de vida "en la vida privada y en la administración pública", como el propio Polibio decía (Polyb. 3, 4, 6), y del que, en gran medida, somos herederos, un modo de vida que fue "envidiable para los contemporáneos e insuperable para los hombres del futuro" (Polyb. 1, 2, 7), razón ésta, también, de su innegable atractivo que, a todos, nos habrá seducido poderosamente en alguna ocasión con más o menos fuerza.

Pero, además de su delimitada acotación temporal -susceptible de una aproximación evolutiva pero, también, para algunos periodos, totalmente sincrónica- los acontecimientos de la Historia de Roma están, siempre, abiertos a discusión lo que, a nuestro juicio, convierte al mundo clásico, y en particular al periodo romano, en una aventura totalmente estimulante para el conocimiento. Efectivamente, la realidad de la Historia de Roma, el "conocimiento de los hechos pretéritos" (Polyb. 1, 1, 1) ya estuvo en discusión en la propia época romana cuando, como afirmaba Tito Livio "aparecen continuamente nuevos historiadores con la pretensión, unos, de que van a aportar en el terreno de los hechos una documentación más consistente, otros de que van a superar con su estilo el desaliño de los autores antiguos" (Liv. Praef. 2). Enfrentarse a una Historia que, como suelo explicar a mis estudiantes al comienzo de cada curso en la asignatura de "Mundo Clásico", está constantemente en construcción, a una Historia de la que, efectivamente, sabemos mucho pero de la que es mucho más -y seguramente más apasionante- aquello que ignoramos constituye no sólo una escuela "que nos capacita para soportar con entereza los cambios de fortuna" -como afirmaba Polibio en su elogio de la Historia (Polyb. 1, 1, 1)- sino, también, que abre ante nosotros un itinerario apasionante. En él comprobamos cómo cada nueva lectura de un autor clásico, cada nueva luz aportada por un historiador moderno o cada revisión de algún estudioso de hace varios siglos -unidos a los nuevos materiales con que, constantemente, nos obsequian las excavaciones arqueológicas y los estudios epigráficos y papirológicos- se revelan decisivos para conocer con más detalle "cuál fue la vida, cuáles las costumbres, por medio de qué hombres, con qué política en lo civil y en lo militar fue creado y engrandecido el Imperio de Roma", en palabras de Tito Livio (Liv. Praef. 8) que resumen algunas de las cuestiones que, todavía hoy, siguen atrayendo a legión de estudiantes y, también, de lectores a juzgar por el verdadero renacimiento de las Humanidades Clásicas en que nos encontramos y por los datos de ventas con que arrancábamos esta reflexión.

Es precisamente la intensa actividad investigadora que se desarrolla en tantas Universidades y centros de investigación del mundo entero en torno a la época romana, y la adecuada transferencia que, usando los canales propios de la generación de los millennials, se hace de esa investigación la que explica esa constante, y nunca decadente, fascinación por el mundo antiguo que, efectivamente, puede trasladarnos, a partir de fuentes fragmentarias pero siempre elocuentes, a ese "infinito" que Irene Vallejo reivindica en el libro con el que abríamos este post. No sólo nos queda mucho de Roma y, por ello, podemos decir que Roma está viva y seguimos siendo Roma, sino que, además, la investigación sobre la Historia de Roma contribuye a incrementar, si cabe, esa vivacidad que convierte a los siglos centrales del mundo romano en un periodo cambiante, irresistible, fabuloso, impactante, fascinante, eterno. Así lo ha recordado, de hecho, también recientemente, la ya citada Mary Beard cuando, en las primeras líneas de su SPQR sentencia que "la Historia de Roma se reescribe constantemente y siempre ha sido así" -el propio Tito Livio lo recordaba en el praefatio de su monumental Historia de Roma- por lo que "en cierto modo, sabemos hoy más sobre la antigua Roma que los propios romanos. La Historia de Roma aún está en desarrollo". Precisamente eso, la seguridad de que cada nueva reflexión, cada nueva aproximación al pasado y cada nuevo hallazgo o evidencia que hace aquélla posible trasforma y reactiva nuestra percepción del pasado, hace que, de verdad, el estudio de la Historia Romana siga siendo una obra para siempre, y siga, de forma arrebatadora, apasionando a tantos y tantos investigadores y, cada vez, a más estudiantes que, desde luego, encontrarán en Roma, en sus personajes y en sus avatares, en su grandeza y en su miseria, una auténtica, constante y, sí, como sentenciaba Bailey, eterna fuente de inspiración. 

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