Para quienes nos dedicamos al estudio de las sociedades antiguas, y en particular de la romana, y lo hacemos a partir de las inscripciones, la ciudad de Pompeya, esa afflicta ciuitas de la que habla Suetonio (Suet. Tit. 8, 9), se presenta como un escenario apasionante no sólo por sus indiscutibles atractivos arqueológicos e históricos -que ya tratamos y recopilamos en un antiguo post de este blog, con abundantes recursos y bibliografía- sino, también, por constituir una plataforma ideal desde la que poder documentar a sectores sociales que, acaso, han llegado a nosotros mucho menos representados en la vasta producción epigráfica de cualquier otro rincón del Imperio pero que, sin embargo, se muestran especialmente visibles en la singular epigrafía pompeyana. Ésta, de hecho -con atención especial a sus inscriptiones paretariae, que hace no mucho inspiraron otro post de Oppida Imperii Romani- permite que nos asomemos a sectores sociales bien diversos de esos Pompeiani que, transcurridos mil novecientos cuarenta y un años de la erupción del Vesubio que acabó con la ciudad -y sobre cuya fecha exacta, acaso mejor en octubre que en agosto, también ha habido novedades recientes-, siguen mostrando una extraordinaria viveza, muy próxima a la que la colonia Pompeiana -como se la cita en AE, 1912, 243- seguramente, vivió en las primeras décadas del siglo I d. C. antes de que el volcán la preservara para los arqueólogos e historiadores de los últimos siglos.
Entre esos personajes hay algunos que ejemplifican prototipos concretos de la sociedad romana y que, desde luego, podrían inspirar cualquier relato novelesco al tiempo que nos sirven para conocer aspectos muy variados de la vida cotidiana romana a escala local, municipal (recuérdese, por ejemplo, el célebre libro de ÉTIENNE, R., La vida cotidiana en Pompeya, Aguilar, Barcelona, 1970 o ANDREWS, I., Pompeya, Akal, Madrid, 1990). Todos esos aspectos, y los materiales que los ilustran, a la vez suponen una fuente fundamental para el conocimiento de las sociedades antiguas (véase, por ejemplo, COOLEY, A.: Pompeii and Herculaenum, a sourcebook, Routledge, Londres, 2014 o CHIAVIA, C.: Programmata. Manifesti elettorali nella colonia romana di Pompei, Zamorani, Turín, 2002). Ese amplio espectro social "pompeyano" lo integran desde destacados candidatos electorales, benefactores cívicos -como Gaius Cuspius Pansa (CIL, IV, 7242, 7777, 7900, 7919, entre otras, siempre como candidato a la edilidad), C. Iulius Polibyus (también notablemente atestiguado en los candidatorum programmata de la ciudad, por ejemplo en CIL, IV, 7621 o 7841, siempre pretendiendo el duunvirado local) o C. Heluium Sabinum (CIL, IV, 7862, por ejemplo, al que soportó como rogator de modo constante una tal Aegle en AE, 1912, 236)- a trabajadores de distintos sectores económicos, fundamentalmente primarios pues, no lo olvidemos, agraria fue la base económica del mundo romano. Estos incluyen desde panaderos, como el propio G. Cuspius Pansa, del que se dice en una de las proclamas electorales panem bonum fert: "hace buen pan" (CIL, IV, 429), o como, acaso Terentius Neo (CIL, IV, 871) que pide el voto para aquél; a banqueros como L. Caecilius Iucundus (CIL, IV, 3340) o profesores como G. Iulius Helenus, que dirige una turma en la ciudad (CIL, IV, 2437); pasando por tintoreros -en latín fullones- como los citados en CIL, IV, 7164 o el célebre Stephanus (CIL, IV, 7172)-; gladiadores -como Celadus (CIL, IV, 4297a y 4341) que es presentado, además de como retiarius y como thrax, como puellarum decus (ILS, 5142b) y puellarum suspirium (ILS, 5142a), "suspiro de las muchachas", dado su éxito entre las chicas de la ciudad; vendedores de estiércol y acaso, por tanto, campesinos, como Euphemus (CIL, IV, 1754)-; y, también, prostitutas como Asellina -y sus chicas, pues además de a ella sola (CIL, IV, 7873) se cita a unas Asellinas (CIL, IV, 7863)- Fortunata (ILS, 6417c o CIL, IV, 2259) o Zmyrna (CIL, IV, 7864); o muy aclamados actores -como Actius, dominus scaenicarum (CIL, IV, 5399), "el amo de la escena"-, y ladrones profesionales, como Labicula (CIL, IV, 4776) a la que se insulta como fur, "ladrona", en varios graffiti de la ciudad o ludópatas, como el que se jactó de, sin trampas (fide bona) ganar alrededor de 900 sestercios en la vecina Nuceria jugando a los dados (CIL, IV, 2119). No faltan, lógicamente, los devotos de diversas religiones como Popidius Natalis (ILS, 6419), destacado miembro de los Isiaci, los cultores de Isis, cuyo templo, había sido restaurado en los comienzos del reinado de Vespasiano, poco antes de la erupción que supuso el final de la vida en la ciudad, en el 79 d. C. (CIL, X, 846). Esos graffiti -normalmente parietarios pero también pavimentales-, además, como ya se recopiló en un post de este blog citado más arriba, esconden parte de la sabiduría callejera -y de los ecos literarios- de la antigua Roma, desde los que ridiculizan los primeros versos de la Eneida de Virgilio (CIL, IV, 2361, entre otros) a los que ilustran procedimientos punitivos en el aprendizaje escolar (CIL, IV, 4208), recuerdan el gaudium que acompaña a cualquier lucro (CIL, X, 875) o se ríen de quien intenta dar agua por vino en las tabernas (CLE, 930), no libres, éstas, de los robos de vajilla por parte de los clientes, como sucede hoy (CIL, IV, 64).
Quien, lector de Oppida Imperii Romani, millennial o no, sea asiduo de la Antigüedad Clásica en internet y muestre cierto interés por la pedagogía de la misma a través de recursos digitales y audiovisuales, seguramente habrá oído hablar de Fernando Lillo Redonet, habrá visitado su utilísimo blog Latín, Griego y Cultura Clásica para el siglo XXI, o, incluso, se habrá asomado a algunos de sus libros -bien a los que se adentran en las posibilidades pedagógicas del "cine de romanos" (El cine de Romanos y su aplicación didáctica, Ediciones Clásicas, Madrid, 1994 o Héroes de Grecia y Roma en la pantalla, Ediciones Evohé, Madrid, 2010) bien a alguna de sus novelas (Los jinetes del mar. El secreto de Cartago, Ediciones Evohé, Madrid, 2018, por ejemplo)- o se habrá inspirado, y habrá aprendido, con sus numerosos artículos tanto de divulgación histórica como sobre recursos pedagógicos para la docencia de Lenguas Clásicas, en la que lleva trabajando ya varias décadas y de los que, también, da buena cuenta en la utilísima etiqueta "Talleres" de su blog.
Hace apenas unos meses, Fernando Lillo ha publicado, con Espasa/Planeta de los Libros, un nuevo libro, Un día en Pompeya (Barcelona, 2020). El libro, asequible en precio, manejable, extraordinariamente bien editado y con un repertorio de ilustraciones muy bien escogidas y cuidadas, relata un día cualquiera en la vida de Pompeya a partir de tres grandes secciones de corte cronológico: la mañana -"Pompeya se levanta y trabaja" (pp. 17-90)-, la tarde -"Pompeya se da un respiro" (pp. 91-112) y "Pompeya se divierte" (pp. 113-136)- y la noche -"Anochece en Pompeya" (pp. 127-174)-, cuatro capítulos por los que, con extraordinaria habilidad, Fernando Lillo va describiendo aspectos de la vida cotidiana de la sociedad pompeyana -y, por tanto, por el carácter paradigmático de ésta, también de la romana- que, con una pluma cautivadora y un rigor fuera de toda duda, harán las delicias de cualquier amante del mundo romano sea cuál sea el grado de conocimiento que tenga de éste. Así, el volumen, un magistral y envidiable híbrido entre el ensayo y la novela, convierte en protagonistas a muchos de los personajes arriba citados -y que desfilan por las inscripciones pompeyanas, especialmente por las parietarias- que cobran vida en el libro de Lillo y, que a partir de ellos, le permiten al autor introducir escenas de la vida cotidiana romana. Así, por ejemplo, la llegada de Euphemus a la ciudad sirve para un recorrido muy visual por los suburbia urbanos y por los principales edificios de la colonia (pp. 19-31) y la entrada en escena de G. Cuspius Pansa le sirve a Lillo para explicar cómo funcionaba la petitio, la campaña, electoral (pp. 32-44) de igual modo que la proclama de la condición de "buen panadero" de G. Iulius Polybius, que antes vimos, le ayuda a presentar con pormenores el mundo del trabajo y de la producción en Pompeya en uno de los capítulos más deliciosos (pp. 45-52) que entronca con otros dedicados, a propósito de Stephanus, a los fullones (pp. 76-81) o a las prostitutas, taberneras y empleadas de cauponae, negocios que se describen de la mano de las Asellinas, de Zmyrna o de Fortunata (pp. 93-101 y 139-147). Cuestiones poco conocidas del mundo romano, como el funcionamiento de la banca o las escuelas son introducidas a partir de las figuras de Caecilius Iucundus (pp. 53-62) y G. Iulius Helenus (pp. 63-75) al tiempo que otras más conocidas -como el funcionamiento de las termas (pp. 102-112), los ludi scaenici (pp. 130-136) y las uenationes y munera gladiatoria (pp. 115-129), los cultos orientales (pp. 82-89) o la vida en las uillae suburbanas (pp. 156-174), acaso el último capítulo de menor base epigráfica pero que rinde homenaje a uno de los atractivos arqueológicos del entorno vesubiano, la Villa dei Misteri aneja al Parco Archeologico di Pompeii- son introducidos a propósito de los ya citados Labicula, Celadus, Actius y Popidius Natalis. Por si fuera poco, además, el volumen cierra con un delicioso, magistral y documentadísimo capítulo, "Realidad y ficción" (pp. 197-226) donde, antes de la lista de personajes (pp. 227-232), el autor expone sus fuentes, recomienda útil y actualizada bibliografía -que recoge en un equilibrado pero actualísimo listado al final del volumen (pp. 235-243)- y siembra inquietudes en quien desee saber más dejando abiertas muchas cuestiones que, seguro, satisfarán a los más curiosos.
En definitiva, un libro no sólo entretenido sino, además, sensacionalmente útil, muy bien documentado, capaz de generar inquietud por la investigación -y en particular por la investigación epigráfica y por los estudios sociales de la Roma antigua- en quien lo lea y en el que se perciben todas las cualidades que han hecho de su autor, Fernando Lillo, un indiscutible -¡pero siempre honesto!- referente en la divulgación y en la didáctica del mundo clásico. Resta sólo desear, recuperando el espíritu del post "fundacional" de Oppida Imperii Romani, ualeat qui legerit (CIL, IV, 1679). Totalmente recomendable como cada uno de los libros que traemos a la sección Volumina de este blog y como otros que, aunque no han figurado en esta sección, forman parte de la misma serie en que se inscribe el que aquí hemos reseñado, como el de MARQUÉS, N., Un año en la antigua Roma, Espasa, Madrid, 2018 o el de DEL RÍO, E., Latin lovers, Espasa, Madrid, 2019.
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