[Minerva y Sertorio, óleo de Juan Andrés Merklein (1768), hoy en el Museo de Huesca, la antigua Osca romana]
Como ya se ha manifestado en estos últimos tiempos en este blog -tanto en las reflexiones relacionadas con la pandemia de la que, gracias a Dios, parece que vemos ya el final, como en algunas de corte más político, especialmente la recentísima "Praecepta ex Historiae corde"- vivimos tiempos convulsos en la política española. Convulsos y tormentosos pero apasionantes, en cualquier caso y sazonados, además, por el convencimiento de estar haciendo Historia dada la situación sanitaria y sus consecuencias económicas y sociales. En ese contexto, las redes sociales han contribuido a conseguir que cualquier declaración de cualquier político, afortunada o no, genere titulares en prensa y columnas y editoriales que circulan rápidamente empujadas por la vorágine de la redifusión en las redes sociales y que van configurando una agenda política basada, a veces, en cuestiones poco trascendentales pero que despiertan el interés general, a partir de la acción de los medios.
Una de las últimas declaraciones que se ha visto amplificada por el poder de la web social ha sido la que el todopoderoso asesor del presidente del Gobierno de España Pedro Sánchez, Iván Redondo -al que algunos califican ya como "el otro presidente", y al que se atribuye la deriva propagandística que está tomando esta primera legislatura completa del actual líder del PSOE- ha protagonizado el pasado 27 de mayo cuando en su comparecencia en el Congreso de los Diputados en calidad de Secretario de la Comisión de Seguridad Nacional afirmó -puede verse el vídeo en el enlace siguiente- que "lo primero que tiene que hacer un asesor es tirarse al barranco por su presidente, y yo lo hago, aquí, ahora y mañana (...) ahí voy a estar con él hasta el final" destacando, después, la determinación, y la capacidad del presidente actual de aportar al país la necesaria estabilidad.
La frase se ha hecho viral en estos últimos días y a la que, seguramente, fue una afirmación espontánea a modo de manifestación de la lealtad que este todopoderoso asesor siente hacia quien le paga el sueldo, se le ha tratado, rápidamente, y en el contexto de procelosa agenda política propia de la era de las redes sociales, de buscar origen e inspiración. Así, Esdiario afirmaba que estaba tomada -plagiada, se decía- de la serie americana "El ala oeste de la Casa Blanca", como parece, tesis también mantenida por Vozpopuli y que protagonizó una de las reflexiones, en los micrófonos de COPE, de Cristina López Schlichting en la que se volvía sobre el contexto de esa serie americana y sobre la fascinación que las series de contenido político despiertan en parte de nuestra clase política contemporánea. Un medio, sin embargo, La Información, se atrevía a citar como autor de la frase, nada menos que al historiador griego de época imperial romana Plutarco en su caracterización de la denominada devotio ibérica, descrita en la biografía de Sertorio, una de las Vidas Paralelas de de este historiador y biógrafo antiguo.
En el contexto de esa reivindicación que, especialmente en fechas recientes, estamos haciendo aquí de la Literatura Latina y del recurso a las fuentes antiguas -ver, especialmente, nuestra reciente entrada "Flexamina oratio"- volvimos al Sertorio de Plutarco para comprobar si, realmente, Iván Redondo había tenido tan clásico y helénico inspirador. Ahora que es tan sencillo encontrar los textos completos de autores antiguos en la red no hubimos de esperar ni a la consulta del pasaje en la Biblioteca de la Universidad de Navarra. El texto está completo, en inglés, en la Perseus Digital Library, que ofrece, también, acceso, a la versión griega y existe una aceptable traducción al castellano en la página de Imperium.org que recomendamos. En concreto, en el capítulo 14 -para el que enlazamos a su versión griega- Plutarco, al describir la admiración que los aliados hispanos de Sertorio, en un claro ejercicio de fides y de clientela -sobre la que hablamos hace algunos meses en este espacio- profesaban hacia su líder escribe: "Siendo costumbre entre los españoles que los que hacían formación aparte con el general perecieran con él si venía a morir, a lo que aquellos bárbaros llamaban consagración" frase de la que procede la expresión griega que encabeza este post. ¿Dónde está la relación entre lo afirmado por Iván Redondo y lo descrito por la biografía plutarquea? Acaso sólo en que, efectivamente, tanto a los Iberikói de los que habla el historiador griego como a Iván Redondo les esperaba la muerte -a los primeros la real, al segundo la política, como mucho-, la autoinmolación, como manifestación de lealtad al jefe. Sin embargo, la identificación de la frase como procedente de Sertorio ha tenido notable impacto gracias al oxígeno que, en su perfil de Twitter, ha dado a la misma el autor de la antes enlazada noticia de La Información, Fernando H. Valls. Muchos, estamos convencidos, habrán sabido de Plutarco, de Sertorio, y de la devotio ibérica por esta ocurrente -y muy forzada- identificación que, quizás -el lector deberá juzgarlo- puede ser, incluso pertinente y, quién sabe, hasta premonitoria.
Al margen de lo artificial de la atribución, nos parece que traer al debate político de la España de hoy el Sertorio de Plutarco resulta, cuando menos, conveniente. Efectivamente, en la práctica de un género biográfico de corte instrospectivo y con afán de profundizar en la psicología de los personajes propio de la historiografía romana (sobre éste pueden verse algunos interesantes trabajos de Vicente Ramón, de la Universidad de Zaragoza, experto en la cuestión, especialmente éste publicado en el II Simposio Español sobre Plutarco, Murcia, 1991, pp. 107-113), Plutarco aporta en el Sertorio algunas claves del verdadero liderazgo político que, al final, es lo que se estaba discutiendo en las controvertidas declaraciones de Iván Redondo en sede parlamentaria. Para Plutarco, el éxito de la causa sertoriana entre "los hispanos" -que no "españoles" como traducía anacrónicamente el traductor de Imperium- descansaba sobre su valor militar, su "fuerza, su ligereza y su frugalidad" (Plut. Sert. 13, 1), sus polémikon erga, sus "hazañas de guerra" (Plut. Sert. 17, 1) que despertaban "admiración" (Plut. Sert. 14, 1) y también sobre su generosidad y su carácter espléndido, "no perdonando gastos" (Plut. Sert. 14, 2) para hacerles parecer, en su forma de vestir, de luchar y de comportarse, verdaderos Romanos. Esta pietas Sertoriana, como a veces se la ha llamado, sabemos que tuvo, de hecho, incluso eco epigráfico como estudió con acierto hace algunos años nuestro maestro, Francisco Beltrán Lloris. De igual modo, se admiraba de Sertorio su capacidad de reponerse de las derrotas (Plut. Sert. 19), y, muy especialmente, su "grandeza de ánimo", la megalóphrosynes (Plut. Sert. 23, 1) de la que ya hablamos en un post anterior vertebrado sobre los Consejos políticos del propio Plutarco y que, en el mundo antiguo, era considerada una cualidad por antonomasia del buen político. Valor militar, autodominio, equilibrio, generosidad y grandeza de ánimo. Ésas eran las cualidades que forjaban, a juicio de la biografía de Plutarco, el liderazgo sertoriano.
Que cada cual, aunque la neutralidad resultará difícil en el contexto político tan polarizado en que vivimos, piense ahora si, de haber sido Plutarco la fuente de Iván Redondo, no habría dudado éste en enumerar más cualidades de su líder y jefe a partir de las que el biógrafo de Queronea ensalzaba sobre el proscrito Sertorio. Lo cierto es que, conocer el pasaje no le habría venido mal lo que demuestra que los clásicos pueden aportar una inspiración más útil que los thrillers políticos americanos. No olvide, en cualquier caso, el lector, de cuál fue el final de este personaje clave en la primera Historia de la Hispania romana, asesinado y traicionado (Plut. Sert. 26, 5) por quienes, precisamente -pero sin micrófonos ni comparecencias parlamentarias- le habían jurado fidelidad, una traición que, a juicio de Plutarco, se concretó cuando Sertorio abandonó su "primera benignidad y mansedumbre" (Plut. Sert. 25, 4). Saque cada cuál sus propias conclusiones.
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