Quienes, lectores de Oppida Imperii Romani, seguís los perfiles sociales de las ciudades romanas de Los Bañales de Uncastillo o de Santa Criz de Eslava os tropezaríais, a final del año que acabamos de despedir, en concreto el pasado 29 de diciembre, con la viralización de un artículo, publicado en la edición digital del diario La Razón ese mismo día -aunque también apareció en papel, como se ve en la fotografía que corona este post- titulado "La Hispania Romana: la 'cogobernanza' que el Gobierno expulsa del plan educativo" y firmado por quien desde 2008 sostiene este blog. El título original del artículo, "La Hispania romana: el centro en la periferia", fue el que se mantuvo en la versión en papel del artículo, que aquí os comparto. En él -aunque muy limitados por las 800 palabras que equivalen a una página en prensa convencional- se reivindicaba lo que la Hispania Romana, sobre todo a efectos de gestión administrativa, municipal y provincial, sigue enseñando hoy a cualquiera que a ella, y a su estudio, se acerque. En definitiva, se trataba de una simple reivindicación de tantas cosas como en Hispania surgieron -y se practicaron, además, en términos políticos, por primera vez- por hacer honor a la expresión latina que da título a este post, tomada de un pasaje de Varrón (Rust. 3, 12, 6). A ese artículo, nuestra primera colaboración en prensa de alcance nacional le ha seguido otro, publicado hace apenas unos días -el 17 de enero- titulado "Objetivo: cancelar las mayores gestas de Hispania con la nueva ley de Educación" (con el mismo título en la edición digital, disponible aquí aunque vaya por delante que el título no es nuestro si bien se entiende por el carácter de cabecera que el artículo tendrá respecto de los que le seguirán) que ha aparecido también en versión digital y, a doble página, en la edición impresa, cuya imagen se recoge al final de esta entrada. Como sabéis los lectores más asiduos de este espacio esa labor de reivindicación del legado de las civilizaciones clásicas en nuestra construcción cultural ha resultado fundamental en Oppida Imperii Romani en los últimos años inspirando un buen número de entradas, todas recogidas en la etiqueta Disputationes de este blog.
Sin embargo, a diferencia de los dos artículos en cuestión, casi todas esas reflexiones publicadas en Oppida Imperii Romani habían sido, en cualquier caso, entradas de carácter proactivo, que simplemente trataban de recordar el valor y la vigencia de los clásicos y promocionar su perenne sentido y su inmutable utilidad ante las preocupaciones de la sociedad actual. A ese respecto, y como ejemplos, destacaremos las recientes "Romanitas", "Oratores boni uiri", "Praecepta ex Historiae corde" , "Rerum gestarum memoria" o "Antiqua tempora?", entre otras, varias surgidas de conferencias o, simplemente, de disertaciones espontáneas derivadas de nuestra constante admiración por la perennidad del legado clásico como hacíamos constar -en un generoso elenco de temas- en la muy reciente "Flexamina oratio". Las reflexiones que recogía La Razón, sin embargo, nacen en una coyuntura pedagógica y política muy concreta -tan concreta como lamentable- que nos parece oportuno explicar en este post. Somos conscientes de que esta reflexión no dejará a nadie indiferente, habrá quienes defiendan los planteamientos que aquí se censuran a partir de una, a nuestro juicio idílica, de los niveles de abstracción y de aprendizaje o a partir de una defensa de "lo reciente" frente a "lo antiguo" pero lo que está claro es que los datos que este post aportan resultan preocupantes para quienes amamos ese legado clásico que, decididamente, está ahora en peligro. Lo están poniendo en peligro, quizás más que nunca pese a que haya padecido, y mucho, en años anteriores.
En este pasado mes de diciembre, el Ministerio de Educación y Formación Profesional del Gobierno de España aportaba, en el denominado Educagob/Portal del Sistema Educativo Español, una pestaña relativa al proyecto de la LOMLOE, la nueva ley de Educación. Con unos tan hermosos como genéricos principios y fines y unas bien argumentadas novedades es en la sección Currículo/Documentación del Ministerio para el debate público de dicho site donde pueden encontrarse, detallados, los objetivos y detalles curriculares de las materias de la Educación Secundaria Obligatoria y, especialmente, del Bachillerato según se les trata en esa nueva reforma que el diario El País glosó en los elementos básicos relacionados con la "Historia de España" ya el pasado mes de octubre. En relación a la Educación Secundaria Obligatoria, en los cursos 1º y 2º de dicho tramo educativo se contempla (pp. 160-164) cómo va a atenderse a "las culturas y civilizaciones que se han desarrollado a lo largo de la historia Antigua, Medieval y Moderna" y, en concreto, a los acontecimientos de la Historia Antigua término que, por cierto, aparece sólo una vez en el citado documento curricular, ninguna en el que reglamentará el Bachillerato. Respecto del Bachillerato, en este sentido, no hay alusión alguna, en la materia de "Historia de España", que se cursa en 2º curso de ese tramo, a los acontecimientos previos a la abolición del Antiguo Régimen como el lector de este blog podrá comprobar si, entrando en el documento arriba enlazado, recorre, al menos, entre las páginas 252 y 263 donde, precisamente, en la lista de "saberes básicos" que persigue esa asignatura no hay ninguna alusión al mundo antiguo ni a nada de la Historia de España que sea anterior a 1812 y al nacimiento de las sociedades burguesas contemporáneas. El asunto resulta muy grave, a nuestro juicio, y desde una óptica objetiva e indiscutible que deberá reconocer cualquier historiador honesto. Grave por varias razones: en primer lugar porque en el Artículo 7, apartado h) de dicho documento (p. 5), cuando se explican los objetivos de la formación del alumno en Bachillerato, se dice textualmente que se pretende que éste llegue a "conocer y valorar críticamente las realidades del mundo contemporáneo, sus antecedentes históricos y los principales factores de su evolución". En segundo término porque, más adelante, ya en la caracterización de la materia de "Historia de España" se anota, como octavo objetivo (pp. 259-260), "valorar el patrimonio histórico y cultural como legado y expresión de la memoria colectiva, identificando los significados y usos públicos que reciben determinados acontecimientos y procesos del pasado, por medio del análisis de la historiografía y del pensamiento histórico para el desarrollo de la iniciativa, el trabajo en equipo, la creatividad y la implicación en cuestiones de interés social y cultural". Es decir, a partir del análisis de estos dos objetivos y teniendo en cuenta los contenidos que se espera adquieran los estudiantes para nuestro Gobierno, nada tiene que ver el legado hispanorromano, o el andalusí o el medieval, con las realidades del mundo contemporáneo y ni si quiera se considera a éstos un "antecedente histórico" o un "factor" que explique la evolución posterior de la sociedad de lo que hoy llamamos España. De igual modo, tampoco parece que el legado romano, ni siquiera en su parte material, forme parte de ese patrimonio al que se define "como legado y expresión de la memoria" de nuestro pasado. Muy esclarecedor, ciertamente aunque nada alentador para el futuro de nuestro patrimonio arqueológico sobre el que ya hemos denunciado demasiadas cosas en posts anteriores de este mismo espacio. Además, en ese mismo documento (p. 262), cuando se enuncia la "competencia específica 6" de la materia de "Historia de España" se insiste en que el estudiante pueda "reconocer el valor geoestratégico de la península Ibérica, identificando el rico legado histórico y cultural generado a raíz de su conexión con procesos históricos relevantes". Más difícil todavía. ¿No es un proceso histórico relevante la Romanización? ¿Acaso ese valor geoestratégico peninsular no fue percibido, por primera vez, por los pueblos colonizadores que llegaron al solar hispano en la Antigüedad generando un proceso de aculturación y de mezcla cultural que alcanzó su cénit con esa Romanización, de la que, precisamente, y a propósito de sus méritos históricos, hablábamos hace poco en este mismo blog? ¿Sólo en la edad contemporánea se supo ver ese valor geográfico de nuestro suelo? ¿sólo en la contemporaneidad la península, España, estuvo conectada con "procesos históricos relevantes"? Por seguir con esta particular lista de atropellos -si, atropellos, pues no pueden llamarse de otro modo- de la propuesta legislativa, avanzando en ella (p. 264), se conecta la materia de "Historia de España" con algunos de los "retos del mundo actual", como se les denomina, y, a propósito de estos se cita "la cuestión nacional: conciencia histórica y crítica de fuentes para abordar el origen y la evolución de los nacionalismos y regionalismos en la España contemporánea". ¿Tampoco se ha sido consciente, en la elaboración de este proyecto -que suponemos asesorado por destacados intelectuales e historiadores-, del recurso constante de muchos de los actuales movimientos nacionalistas y regionalistas a argumentos procedentes del ámbito de la Historia de la Antigüedad de donde, de hecho, algunos arrancan tanto en su conciencia histórica como en la utilización política de la misma? Que el apogeo de esos movimientos se haya dado, efectivamente, tras el hundimiento de la sociedad estamental no exime al estudiante, y más en una asignatura que busca, expresamente, según se declara algo más arriba, que el alumno tenga argumentos ante los debates actuales (p. 263, cuando se dice se busca alumbrar los "usos públicos de la historia: las interpretaciones historiográficas sobre determinados procesos y acontecimientos relevantes de la historia de España y el análisis de los conocimientos históricos presentes en los debates de la sociedad actual") de tener conocimiento profundo sobre los argumentos históricos han contribuido a esa construcción de discursos identitarios esencialistas. Una crítica semejante, poniendo el acento en que las competencias que se pretende que adquieran los estudiantes deben ensayarse, también, sobre otros periodos de la Historia que vayan más allá de la Historia Contemporánea ha sido publicada hace apenas unos días en la Tribuna de El Mundo por Gutmaro Gómez Bravo, de la Universidad Complutense de Madrid en un artículo que compartimos plenamente.
Obviamente, y aunque esto pueda resultar doloroso para algunos de nuestros lectores, otro elemento que hace la reforma especialmente preocupante para quienes amamos el legado clásico y la Historia de la España antigua y creemos en su potencial educativo, es el retroceso que supone respecto a la presencia que la Historia Antigua de la Península Ibérica tenía en la denostada y criticada Ley Wert que obra aun en la web del Ministerio como marco normativo actual, una presencia calificada a veces de anecdótica a efectos de la programación en el aula, es cierto, pero presente (podría decirse, incluso, que generosamente presente, con cuatro bloques de los ocho de que se compone el temario, dedicados a las Historias Antiguas, Medieval y Moderna), en cualquier caso, y no ausente -insolentemente ausente, podríamos decir- como lo estará, si nadie lo remedia, en esta denominada Ley Celáa. En relación a la "Historia de España" de 2º de Bachillerato, esa ley, que actualmente rige, glosaba en sus Anexos (p. 321) los contenidos concretos que la materia tendría diciendo "se dedica un primer bloque a los comienzos de nuestra historia, desde los primeros humanos a la monarquía visigoda; el segundo se refiere a la Edad Media, desde la conquista musulmana de la península; los dos siguientes estudian la Edad Moderna, hasta las vísperas de la Revolución Francesa; y los ocho restantes, la Edad Contemporánea". Pues bien, todos esos contenidos -detallados en las tablas de pp. 321-323- relativos al periodo comprendido entre la Prehistoria y 1812, quedan ahora totalmente borrados de las enseñanzas de "Historia de España" en el curso eminentemente preuniversitario, acaso el de mayor madurez de todo el ciclo educativo y el que condiciona en menor medida el bagaje con que nuestros estudiantes no sólo llegan a las aulas universitarias sino, incluso, eligen estudios superiores. De poco sirve mimar a las Facultades de Filosofía y Letras con grandes proyectos de reforma de sus espacios y regándolas con dinero público como hacen algunas autonomías del mismo signo político que nuestro Gobierno si, de facto, se las condena, en un par de generaciones, a estar vacías de alumnos o, si no vacías, sólo con estudiantes con interés por los dos últimos siglos de nuestro riquísimo -y envidiado en Europa y en el mundo- devenir histórico del que, sin embargo, en este país parecemos avergonzarnos. Es, sencillamente, tan increíble como doloroso y sonrojante y llena de pena a quienes creemos, de verdad, en el legado clásico como vector capital de nuestra propia identidad cultural española y, sí, también europea. De poco sirve el éxito comercial que tienen en nuestras librerías trabajos sobre la Antigüedad Clásica si ésta se borra de un plumazo de los planes de estudio y, además, en el curso, seguramente, más decisivo en la formación de nuestros futuros universitarios. El mismo Gobierno que pregona -en todo momento y ante cualquier eventualidad- no querer dejar a nadie atrás deja sin Historia, y sin futuro, a las próximas generaciones de jóvenes de nuestro país. Descorazonador.
Lógicamente, al margen del sesgo ideológico que tenga -y es evidente que lo tiene- el diario La Razón, la campaña que este periódico ha puesto en marcha nos parece -por todo lo dicho- que está más que justificada. Aun más, nos parece oportunísima especialmente si tenemos en cuenta que los documentos que ha puesto en circulación el Gobierno de España han sido compartidos, como más arriba recogíamos, para estimular el debate público aunque, mucho nos tememos que esa alusión al "debate público" es, como tantas otras de este Gobierno, una afirmación exclusivamente para la galería. El tiempo lo dirá, en cualquier caso. En este sentido, resultó demoledora la declaración de intenciones no confesables de la citada reforma, escrita por David Hernández de la Fuente, de la Universidad Complutense -que abría la serie- bien complementada por la reflexión que, justo un día después, firmaba el Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Alcalá de Henares Luis A. García Moreno -en la que evidenciaba de qué modo poner el acento sólo en los acontecimientos posteriores a 1812 lo único que hacía era obviar los grandes siglos del desarrollo cultural de "lo hispánico", si se permite la expresión- o la escrita por Alfredo Alvar Ezquerra, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que sentenciaba que la reforma buscaba, sencillamente "laminar la Historia para demoler el Estado" o "borrar la Historia de Occidente", como afirmaba con acierto en otro artículo de estos días Alejandro Rodríguez de la Peña, Catedrático de Historia Medieval de la Universidad San Pablo CEU de Madrid. Se podrá estar de acuerdo o no en esta interpretación de las intenciones de la reforma, es cierto, pero lo que es indiscutible es que va a privar a nuestros jóvenes preuniversitarios de conocer a fondo casi veinte siglos de nuestra Historia y eso es un dato ciertamente incontestable. También El Mundo ha ido publicando interesantes artículos, a cargo de Olga Rodríguez San Martín, que, de hecho, ha publicado sagaces recopilaciones de términos que dicen mucho del verdadero espíritu de la reforma, además de señalar las carencias temáticas en las que, ahora, ésta tribuna de La Razón a la que pertenecen estos artículos que aquí recogemos está profundizando.
Es, precisamente, por la cobertura cronológica de esta preocupante cancelación (todo lo acontecido entre el hombre de Atapuerca y la Constitución de 1812) por lo que la serie de artículos de La Razón ha sido, convenientemente, mucho más amplia y no se ha reducido ni a nuestro artículo del 29 de diciembre ni a los arriba citados -genéricos sobre los propósitos de la reforma, como se ha dicho- ni sólo y exclusivamente al marco de la Antigüedad (el lector curioso podrá dar con todos los episodios a partir de la etiqueta "Historia" de la edición digital de La Razón). De hecho, el nuestro es casi secuela del que, titulado "De celtas y Romanos: por qué estudiar la Historia Antigua de España", firmaba el 13 de diciembre el ya citado David Hernández y del magnífico "La España antigua en el cubo de la basura", que el 17 de ese mismo mes escribía Fernando López-Sánchez -también de la Universidad Complutense- o del que, sobre el legado visigótico ("La niña que no conocía a Leovigildo, ni que los godos se convirtieron al catolicismo") escribía Santiago Castellanos, de la Universidad de León (los medievalistas también se sumaron a la campaña, como muestra, entre otras, esta reflexión, "Una España sin Edad Media", también de hace apenas unas semanas). Pocos días después, Pedro Barceló, de la Universität Postdam, en Alemania, firmaba un excelente "Cuando hablábamos en latín" que reivindicaba el poder educativo -sí, también en Bachillerato, precisamente en Bachillerato que es cuando su legado mejor puede entenderse y valorarse- del mundo clásico y de su huella en nuestro país que, no se olvide, fue cuna de grandes y admirados escritores romanos y de varios de los más celebrados emperadores de Roma. Parece que en este mes de enero, La Razón va a seguir contando con colaboraciones en su sección de Historia que reivindicarán lo que del pasado nacional a nuestros jóvenes se está hurtando con esta propuesta de Ley.
Si a esta práctica desaparición de los conocimientos sobre la Antigüedad peninsular se suma la igualmente residual presencia del Latín en el currículo educativo -y a favor de cuya salvaguarda ya ha enarbolado una vez más la bandera de la reivindicación, incluso tomando las calles, la Sociedad Española de Estudios Clásicos de la mano de la plataforma educativa "Escuela con Clásicos" y de otras asociaciones que, incluso, han difundido un documento de alegaciones al borrador de Real Decreto de la ley que nos ocupa- no parece que el futuro se presente demasiado halagüeño. Ahora bien, será entonces -lo es ya, de hecho- momento de -para señalar a los culpables de este despropósito- sustituir el insultante genérico eufemístico "nuestros políticos" -cada vez más escuchado en los medios en estas últimas semanas- por el deíctico, acusador e inculpatorio "nuestro Gobierno" que, al fin y a la postre, será -es- el último responsable de, efectivamente, tirar -o, termine como termine esto, al menos pretender tirar- los grandes siglos de la Historia Romana -esos en los que Hispania fue, como escribió Tácito (Ann. 1, 78), y glosamos hace tiempo en este blog, un ejemplo para todas las provincias del orbe Romano- directamente a la basura del olvido y de la insignificancia educativa especialmente dolorosa para una tierra como la nuestra que, en tantas cosas, existe como resultado de la huella que, en ella, dejó Roma.
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