ROMANITAS

 

[Denario en plata, de la ceca de Roma, con cabeza de Roma, acuñado en los años 116-115 a. C., © Coin Archives]

"La antigua Roma es sumamente importante, por lo que ignorar a los romanos no es solo dar la espalda al pasado remoto, ya que Roma todavía contribuye a definir la forma en que entendemos nuestro mundo y pensamos en nosotros, desde la teoría más elevada a la comedia más vulgar. Después de 2.000 años, sigue siendo la base de la cultura y de la política occidental, de lo que escribimos y de cómo vemos el mundo y nuestro lugar en él". Así se abre el que, acaso, es el último gran best-seller sobre la historia y la cultura de Roma y que ha encontrado acomodo en muchas bibliotecas de muchos hogares de nuestro país, SPQR. Una historia de la antigua Roma, de la mediática profesora de la Universidad de CambridgeMary Beard (Madrid, 2015, p. 15). Lo que nos queda de Roma en la cultura occidental resulta un asunto apasionante que, de hecho, ha centrado ya algunas reflexiones en este blog tanto antiguas como más recientes, un espacio en el que hemos llegado a calificar al periodo en que se forjó esa auténtica comunidad global que fue el Imperio de Roma como Historiae cor, el "corazón de la Historia"

Pero más apasionante, es responder a la cuestión de cómo fue posible que, en apenas una generación, las mismas elites locales indígenas que, inicialmente, y en algunos casos, resistieron a Roma, acabaron abrazando sus costumbres y su modo de vida, haciéndolos propios. Ésa fue, sin duda, la esencia de la Romanización. A propósito de ella, me parece oportuno traer a colación varios textos de afamados historiadores de la Antigüedad Romana que se han ocupado de la Romanización y que aluden, en dichos pasajes -parte de trabajos ya imprescindibles y muy recomendables-, a componentes básicos de dicho proceso, un proceso histórico y de aculturación seguramente simétrico prácticamente sin precedentes en la Historia previa y que sólo es comparable, con el paso de los siglos, a la acción colonial llevada a cabo por algunas potencias europeas entre los siglos XVI -con España y Portugal a la cabeza- y XIX, acciones que, como la propia Romanización, siguen admirando y estando en el centro del debate historiográfico y, por lo visto -como comprobará el lector paciente que llegue al final de este post- no sólo historiográfico. 

[1] La Romanización como proceso de simbiosis cultural: "Los romanos y los pueblos sometidos, dotados cada uno de su cultura propia, negociaron de forma consciente o inconsciente la creación de una nueva configuración cultural, que no se derivaba tan sólo de la tradición romana ni se adecuaba a una sola provincia (...) Los tres ingredientes de esa combinación que denominamos Romanización -la romanidad (Romanitas), el ámbito provincial y la Romanización, en sentido estricto- se vieron sometidos a una transformación incesante (...) Parece probable (...) que, en términos globales [gracias a la Romanización], el nivel de vida, tanto en las ciudades como en los núcleos rurales -y, de nuevo, especialmente, en las provincias occidentales- experimentó un leve, aunque significativo ascenso. Los habitantes de las provincias, pertenecientes a muy diversos estratos de la escala social, pudieron acceder a bienes, e incluso alimentos, hasta entonces fuera de su alcance o cuya disponibilidad había sido menor antes de la conquista (...) De hecho, podríamos afirmar que, al menos un siglo antes de que fueran arrasados por las invasiones bárbaras, los romanos ya habían sido conquistados por la sociedad provincial" (HOPKINS, K., "La Romanización: asimilación, cambio y resistencia", en BLÁZQUEZ, J. Mª., y ALVAR, J. (eds.), La Romanización en Occidente, Madrid, 1996, pp. 15-43, esp. pp. 19-20 introduciendo aquí el concepto que, recientemente, la historiografía alemana ha bautizado como verbrüderung, "confraternización cultural", en ECKHARDT, B., Romanisierung und Verbrüderung. Das Vereinwessen in römischen Reich, Berlín, 2021).

[2] Los signos de la Romanización: "La romanización comenzó por signos exteriores individuales, como vivir a la manera de los romanos y olvidar el idioma propio; a ello siguió la obtención del derecho y la condición ciudadana, pues la plenitud de la romanización implicaba la posesión del status jurídico romano. Este proceso lo percibió perfectamente Estrabón al referirse a Turdetania, cuyos habitantes, ya en los comienzos del Principado, vivían a la manera de los conquistadores, habían olvidado el idioma propio, la mayoría de ellos se habían hecho latinos y tenían colonos pertenecientes al pueblo dominador (...) Así pues, la romanización trajo consigo en la mayor parte de la Península (...) la desaparición de la vieja vida de tipo indígena, es decir, el cambio de las viejas estructuras políticas, sociales y económicas de los pueblos hispanos por otras nuevas" (BLÁZQUEZ, J. Mª., La Romanización. La sociedad y la economía en la Hispania Romana, Madrid, 1975, pp. 20-21).

[3] El imparable éxito de la Romanización y del modo de vida romano en Occidente: "Explicar la Romanización es aclarar y explicar de qué modo surgió un nuevo modo de vida en áreas del Imperio Romano fuera de Italia exactamente como las que prevalecieron en dicho lugar (...) Mi objetivo debería ser tratar de explicar cómo la civilización romana, aparentemente, se extendió por todas partes, triunfando, como una única realidad y de un modo que nunca antes se había logrado. El grado de desarrollo, lógicamente imperfecto, se mantiene todavía hoy como una cuestión admirable y de un legado que resulta familiar para todos" (MAC MULLEN, R., Romanization in the time of Augustus, New Haven/Londres, 2000, p. IX, la traducción del original inglés es nuestra; este libro añade al terminar -p. 137- una cita de otro título clásico -PFLAUM, H.-G., "La romanisation de l'Afrique", en Akten des VI. internationalen Kongress für griechische und lateinische Epigraphik (1972), Munich, 1973, pp. 55-68, p. 67- donde se alude a que "el proceso se extendió, fundamentalmente, por imitación, por osmosis, por asimilación propia partiendo de la base de entender que uno podría vivir mejor y más fácilmente si jugaba al juego del momento conforme a las reglas de Roma").

[4] La Romanización como proceso entre la teoría y la práctica, entre las normas públicas y los comportamientos privados: "La experiencia romana [se refiere a la desarrollada en la Península Ibérica pero la afirmación es extrapolable a Occidente] consistió, básicamente, en difundir y elaborar un cuadro político cuya solidez descansaba más en la capacidad de hacer evolucionar las instituciones indígenas que en su organización colectiva, fundada sobre la conjunción de la teoría y de la práctica, del derecho y de la iniciativa individual, del arte de gobernar y del deseo de delimitar espacios nuevos y de intentar evitar en la medida de lo posible y en un contexto en que la emulación se generalizó, la interferencia de los ámbitos públicos y privados dejados voluntariamente ambos en competición y complementariedad" (LE ROUX, P., Romains d'Espagne. Cités & politique dans les provinces. IIe siècle av. J.-C.-IIIe siècle ap. J.-C., París, 1995, p. 132, de este libro, muy útil, existe traducción al castellano aunque la aquí realizada, es también nuestra).

[5] La Romanización como verbrüderung, como confraternización de identidades: "Específicamente, sostengo que Roma buscó romper los patrones preexistentes de conducta social y económica, esperando con ello evitar la realización de la solidaridad contra sí misma sobre la base de la identidad regional, religiosa o étnica. Las principales estrategias empleadas para lograrlo fueron dos: una relacionada con la imposición y animación de nuevas geografías políticas, a través del trazado de fronteras y canalización de energías entre las provincias, dentro de ellas y entre distritos, ciudades y pueblos; y el otro aspiraba a nutrir a las élites socioeconómicas locales y regionales cuyos intereses se alineaban y se superponían con los de Roma. Estos esfuerzos tuvieron un éxito asombroso" (ANDO, C., "Imperial Identities", en WHITMARSH, T. (ed.), Local Knowledge and Microidentities in the Imperial Greek World, Cambridge, 2010, pp. 17-45, también con traducción nuestra).

Hace unos días, un buen amigo, y colega en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra se lamentaba de que nuestra sociedad vivía, desde hace meses, instalada en la discordia y lejos del panorama de cumplimiento "en silencio de las órdenes [de Roma] sin confusión ni desórdenes, sin envidia y con todo por todas partes lleno de justicia y respeto" (Ael. Arist. Or. 26, 89) como un conocido autor del siglo II d. C., al que luego citaremos, describía los años dorados del Principado Romano. Y esa afirmación de mi colega, que es cierta, encuentra aun mayor reflejo en la esfera política española actual. Unos se empeñan en seguir abriendo y fomentando -disfrazándolas de recuperación de la memoria- viejas heridas cainitas de los peores momentos de nuestra historia reciente, otros, con una repugnante retórica del grito y del enfado, sólo ofrecen soluciones simples a problemas muy complejos propios de este mundo global y, por fin, los que intentan aportar algo de moderación reivindicando la concordia de tiempos no tan lejanos son acusados de radicales por los primeros, de equivalentes a éstos o de cobardes por los segundos y, en definitiva, cualquiera de sus mensajes se obvia o se tergiversa dando lugar a polémicas que demuestran de qué modo en nuestra sociedad la verdad no cuenta sino que, lamentablemente, lo que de verdad importa -o parece importar- es esa post-verdad nacida del relato de aquélla. Y de esto sabemos algo quienes nos pasamos la vida tratando de buscar la verdad histórica en función de la naturaleza de las fuentes antiguas que, en muchas ocasiones con no pocos apriorismos, nos la transmitieron como reflexionábamos en este mismo blog hace ya casi un año

Hace tan sólo unas semanas, en una convención política de las varias que han animado este imparable otoño, el líder del principal partido de la oposición, Pablo Casado, del Partido Popular, volvía a afirmar -y lo cierto es que lo ha hecho en varias ocasiones desde que, prácticamente, fuera elegido presidente del citado grupo político en un ya lejano mes de julio de 2018- que el fenómeno que centra este postla Romanización, que él equiparaba a la Hispanidad, era "el más importante acontecimiento de la Historia" y que ésta última estaba, de hecho, detrás de aquélla, como recogía en acertado y no tergiversado titular el diario La Vanguardia o, al menos, junto a ella, como glosaba hace varios años Eldiario.es. Acostumbrado como está él a introducir alusiones clásicas -a Homero, a César o a Virgilio, que recordemos- en algunos de sus discursos en las sesiones de control al Gobierno de España- en octubre de 2018, de hecho, llegó a afirmar que "la Hispanidad es la etapa más brillante no de España sino del hombre, junto al Imperio Romano". En el contexto político, de enfrentamiento permanente que describíamos más arriba no han faltado quienes tanto en twitter (ver hilos y tweets varios aquí) como en diversos diarios, se han ocupado de enmendar la plana al joven político palentino apelando, sin faltar a la verdad, a que no es historiador. Y, es cierto, no lo es. 

La pregunta, tras lo expuesto más arriba, parece coherente en ese proceloso contexto relativista en que nos movemos: ¿de verdad que, sólo por quién lo dice, vamos a tener que proceder a una cancelación, a una abolitio memoriae semejante a aquélla de la que hablábamos aquí hace algunos meses o a una matización de la importancia de un proceso histórico como el que aquí hemos caracterizado y descrito en sus componentes esenciales -y con voces sobradamente autorizadas- y quienes, sí, pensamos que la romanización fue, de verdad, "precursora de la globalización y modernizadora del mundo", como afirmó Casado, y de que guardó concomitancias con la aventura colonial española en América hemos de estarnos callados? Es evidente que, como escribió Polibio los romanos "establecieron la supremacía de un imperio envidiable para los contemporáneos e insuperable para los hombres del futuro" (Polyb. 1, 2, 7) o que, como, emocionado, declamaba Elio Aristides en su Elogio de Roma (26, 11) gracias a Roma y por medio de un "gobierno firme y de autoridad" (Or. 26, 34) "de toda la tierra y de todo el mar se traen los frutos de todas las estaciones y cuanto ofrecen todas las regiones, ríos, lagos y artes de los helenos y de los bárbaros" (Or. 26, 11) estimulando una prosperidad económica y global sin precedentes.

Que la ideología, por favor, no tergiverse la verdad histórica y menos cuando ésta tenga que ver con la Antigüedad y cuando sobre ella, como ha quedado claro más arriba, hay una communis opinio ciertamente indiscutible. Quizás cabría recordar, con el propio autor griego de Megalópolis que "si se suprime de la historia el porqué, el cómo, el gracias a quien sucedió lo que sucedió y si el resultado fue lógico, lo que queda es un ejercicio pero no una lección. De momento deleita, pero es totalmente inútil para el futuro" (Polyb. 3, 31, 12-13). Esforcémonos, pues, en aprender y demos la razón cuando, efectivamente, hay que darla. Como, a nuestro juicio, en este caso.


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