[Hermoso entalle procedente de la Bursao romana, sobre él véase Cuadernos de Estudios Borjanos, 4, 1979, pp. 89-95]
Hace apenas tres años, en el marco de las II Jornadas Azuarinas de Patrimonio quien sustenta este blog, fue invitado por el Ayuntamiento de Azuara a explicar las que habían sido las claves de eso que, algunos, llaman el "éxito" del proyecto de Los Bañales de Uncastillo. Allí tuve la suerte de coincidir, como ponente también invitado, con Francisco Javier Gutiérrez González, "Guti", como todos le conocemos, un arqueólogo aragonés de larga experiencia y con quien tuvimos la fortuna de colaborar en 2015, en una inolvidable campaña en Los Bañales. Una de esas personas con las que se sintoniza apenas con la mirada, a primera vista y con la que, siempre, se aprende. En aquellas Jornadas de Patrimonio en Azuara la localidad estaba comenzando a trabajar en la recuperación de una de las joyas arqueológicas del Aragón romano, la villa romana de "La Malena", descubierta en los años ochenta del pasado siglo y que, tras estar anclada en el olvido durante décadas, tras su excavación sistemática por José Ignacio Royo Guillén, ha logrado volverse a convertir en un atractivo arqueológico del valle del Ebro, como, de hecho, el enclave merecía y venía demandando durante décadas.
En aquéllas jornadas, tanto en la charla que nosotros impartimos como en la que impartió "Guti" quedó claro que el éxito de un proyecto arqueológico descansa siempre sobre tres pilares fundamentales: el liderazgo -y liderazgo es sinónimo de compromiso, pasión y generosidad- de quien lo conduce, el soporte económico y el compromiso de la institución que lo sustenta y lo promueve y, por último, el eco y respaldo social con que éste cuenta. Son tres piezas clave -estériles e inservibles si no caminan juntas- de las que, de hecho, ya hemos hablado en varias ocasiones en la etiqueta Disputationes de este blog y, recientemente, al menos, en un post sobre la Arqueología y la pandemia del Covid-19 y en otro sobre el proyecto de Santa Criz de Eslava.
Si "La Malena" de Azuera fue uno de esos prisca instituta -como llamaba Valerio Máximo a las viejas instituciones de la Roma antigua (Val. Max. 2, 1)-, un "clásico", diríamos hoy, de la Arqueología aragonesa de los años ochenta, otro enclave mítico en la Arqueología que se hacía en Aragón en los albores del estado autonómico fue Borja, ciudad de la Comarca del mismo nombre, solar de la Bursao celtibérica -que acuñó moneda con rótulo burzau- y de la Bursau romana, una ciuitas stipendiaria en los listados de Plinio (Nat. 3, 24) que, verosímilmente, se convertiría en municipio de Derecho Latino en época flavia (véase ANDREU, J., "Incidencia de la municipalización flavia en el conuentus Caesaraugustanus", Salduie, 3, 2003, pp. 163-185, esp. p. 174; para las fuentes sobre el lugar puede verse ANDREU, J., "Las Comarcas de Borja y el Moncayo en época celtibérica", Cuadernos de Estudios Borjanos, 41-42, 1999, pp. 111-238, esp. pp. 143-148). El liderazgo, en aquellos años, del joven Isidro Aguilera Aragón, hoy director del Museo de Zaragoza y el soporte social e institucional de la comunidad y, sobre todo, del Centro de Estudios Borjanos de la Institución Fernando el Católico auspiciaron una intensísima investigación arqueológica en la zona de la que se hizo frecuentemente eco la prensa de la época y que generó, además, no pocas publicaciones, tanto sobre el horizonte celtibérico de la ciudad como sobre el romano. Ya hablamos sobre Bursau en un antiguo post de este blog, al que remitimos para, bibliografía -especialmente en Cuadernos de Estudios Borjanos, 3, 1979, pp. 35-86; 7-8, 1981, 25-74 y 75-108, trabajos disponibles en abierto en el perfil de Isidro Aguilera en Academia.edu-, para más información y para todo tipo de recomendaciones (véase, también, con abundantes recursos y excelentes fotografías, la síntesis que ha preparado M. Gracia, del Centro de Estudios Borjanos, en estos últimos días y la ficha sobre Bursau-Borja en el Buscador de Patrimonio Cultural de Aragón, del Gobierno de Aragón)
En estos días, el Ayuntamiento de Borja ha anunciado su intención de comprometerse con la recuperación, precisamente, de uno de los espacios arqueológicos de la Bursau romana, acaso el más prometedor de cuantos se han atestiguado hasta la fecha: el de la Torre del Pedernal (sobre él puede verse una síntesis en el excelente blog del Centro de Estudios Borjanos y, también, en la publicación original de la excavación de los años ochenta: AGUILERA, I., "Las excavaciones en la Torre del Pedernal", Boletín Informativo del Centro de Estudios Borjanos, 41, 1986, s. pp) ubicado justo al pie del espacio que debió ocupar el oppidum celtibérico. En dicho lugar se excavaron en 1986 y 1987 lo que se interpretó, en su día, como los restos de la parte trasera de una vivienda romana con varias estancias dispuestas en torno a un espacio de posible viridarium y notables elementos suntuarios incluyendo pinturas murales y mosaicos así como molduras de mármol, si bien recientemente se ha dejado abierta la posibilidad de que se tratase, mejor, de una suerte de mutatio o de establecimiento de servicio a la vía lo que, de confirmarse, nos parece aun daría más valor al lugar (ESPINOSA, N., Circulación e información en las vías romanas del Nordeste hispánico: estudio de las estaciones viarias a lo largo de la vía Augusta, Zaragoza, 2013, p. 265, n. 4, a partir de URIBE, P., La arquitectura doméstica urbana romana en el valle medio del Ebro (II a. C.-III d. C.), Burdeos, 2015, pp. 134-135 y 241-244, con planimetría actualizada). El conjunto debió construirse a finales del siglo I d. C. estando en uso hasta el siglo III d. C.
Hace apenas unas semanas tuvimos la oportunidad de visitar ese espacio coincidiendo con quien, como primer paso del citado proyecto de recuperación, ha dirigido en estos días los trabajos de limpieza acometidos, Francisco Javier Gutiérrez, y con quien dirigió la intervención en en lugar en los años ochenta, José Ignacio Royo, ya arriba citados (el lector encontrará fotografías de la marcha de los trabajos en el perfil de "Guti" en la red social Facebook). Pero, especialmente, resultó grato charlar sobre el lugar, y sobre el proyecto del Ayuntamiento para el mismo, con el alcalde del municipio, Eduardo Arilla. En una breve pero interesante conversación surgieron varios elementos que ilustran muy bien las que deben ser las claves de éxito de cualquier proyecto arqueológico en el ámbito rural.
En primer lugar, el alcalde tenía claro que Borja, que cuenta con un patrimonio artístico sensacional, debía decidirse por poner en valor los restos de su ilustre pasado celtibérico y romano. Ya se hizo un intento hace algunos años, en el marco del Proyecto Arqueológico Bursau-Borja, con apoyo municipal y coordinado por Begoña Serrano Arnáez, Óscar Bonilla Santander y Ángel Santos Horneros, proyecto que tuvo un notable eco social pero, ahora, se quería potenciar este espacio romano, seguramente más monumental y más atractivo para el visitante que el de la Bursau celtibérica, encaramada en el cerro de La Corona que aun hoy marca la silueta característica de Borja. En segundo lugar, Eduardo Arilla se había dedicado, en estos últimos meses, a visitar proyectos arqueológicos que habían buscado convertir el patrimonio arqueológico en motor de desarrollo rural, no sólo a través de los restos monumentales que éstos aportaban al patrimonio local sino, especialmente, a través de la atracción de visitantes estimulados por conocer esos restos y, también, a través de la dinamización que, en el propio medio rural, tiene la puesta en marcha de un proyecto arqueológico en el que, como me comentaba, se valora que, en el futuro, puedan participar estudiantes. El alcalde nos hablaba de los albergues de la localidad y del impulso que unas excavaciones continuadas darían a la economía local como no hace mucho, y durante varias campañas, se hizo en la excavación del poblado metalúrgico de El Calvario, en el vecino pueblo de Tabuenca, también en la Comarca del Campo de Borja y también bajo la dirección de Begoña Serrano Arnáez, Óscar Bonilla Santander y Ángel Santos Horneros. Además, Eduardo Arilla conocía de primera mano intervenciones patrimoniales de protección de restos arqueológicos positivamente celebradas en Aragón como la cubrición de las termas de Labitolosa, en La Puebla de Castro, en Huesca, o la de, precisamente, la villa romana de La Malena, en Azuara, en la provincia de Zaragoza. Por último, hablaba de cómo podría constituirse una ruta visitable en torno a la Borja arqueológica generando un flujo de visitantes entre el enclave de la Torre del Pedernal y el recomendabilísimo Museo Arqueológico de Borja, acaso una de las colecciones arqueológicas municipales más cautivadoras del Aragón Romano (sobre él y sobre otros museos de la localidad, puede verse este recentísimo reportaje de Heraldo de Aragón).
Una visión tan clara, sobre un yacimiento arqueológico y sobre el valor de un proyecto arqueológico como medio de dinamización del ámbito rural y de desarrollo del territorio (pueden verse algunas ideas en esta conferencia nuestra, de 2017, que recogía parte del espíritu de lo presentado en Azuara, sólo que aplicado al patrimonio arqueológico de Navarra y, también, en este vieja "clase" sobre gestión del patrimonio arqueológico, filmada en Los Bañales, en 2013), sólo es posible como resultado de años de constante sensibilización social en materia de patrimonio arqueológico en la zona -acaso, con la vecina Comarca de Tarazona y el Moncayo, en ésta gracias al empuje del Centro de Estudios Turiasonenses, una de las más dinámicas, desde los años ochenta, en tareas de difusión y promoción del patrimonio cultural-, del esfuerzo, con éxitos pero también con dificultades, que en Aragón han venido desarrollando diversos proyectos arqueológicos marcados con la, hoy admirada, etiqueta de la "Arqueología Pública" -esa "Arqueología para todos los públicos", como la ha llamado con acierto Jaime Almansa Sánchez- y que han contribuido a poner de moda la Arqueología y a posicionarla como una potencial herramienta para el desarrollo territorial; y, por supuesto, gracias, en este caso, a haber dado con el liderazgo científico y técnico y con la demanda social -a las que nos referíamos más arriba- que cualquier proyecto arqueológico necesita para arrancar, consolidarse, y generar valor.
Tocará estar muy atentos, en los próximos meses, a lo que se mueva en la Arqueología de la Bursau romana, sin duda, ello será un buen pretexto para redescubrir no sólo la propia Bursau sino, también, las vecinas ciudades de Cascantum -con la que Bursau compartió avatares históricos en la guerra sertoriana-, o de Turiasu.