RES RVSTICAE

 


[Mosaico del pisado de la aceituna, Casa del Anfiteatro, Augusta Emerita, Mérida, Badajoz]

Desde hace varios años, venimos impartiendo la conferencia pórtico de la Semana Romana de Cascante, una actividad de promoción del mundo clásico y de socialización de su legado que la Asociación VICUS de Amigos de Cascante lleva desarrollando desde hace casi veinte años no en vano la de 2024 es ya la decimonovena edición. Aunque las actividades culturales y de difusión se desarrollan durante, prácticamente, todo un mes, desde la tercera edición, y de la mano de la UNED de Tudela, coordinamos un ciclo de conferencias sobre temas diversos relacionados con el mundo romano y con el antiguo municipium Cascantum. Normalmente, suele ser la agenda de las excavaciones arqueológicas que, durante el invierno, el equipo de Arqueología de Cascante, desarrolla en el entorno de la antigua ciudad romana, la que marca el tema elegido para cada edición. Este año, el tema elegido para el citado encuentro es "De re rustica. El campo y la agricultura en época romana: poblamiento, producción, consumo" que, en cualquier caso, la organización ha sintetizado bajo el lema "Campesinado y campo" bastante apropiado para el contexto rural de esta ciudad de la Ribera de Navarra. La conferencia, que pronto estará disponible en el canal de YouTube de Ribera Visión y que, también, alojaremos en las listas de nuestro propio canal de vídeos en dicha red, la preparamos en una estancia de investigación de un mes en el Seminar für Alte Geschichte und Epigraphik de la Universität Heidelberg (Alemania) y guarda notable relación con el asunto central del proyecto de investigación que, financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades del Gobierno de España, lideramos en torno a los llamados parua (et) labentia oppida sobre cuya marcha existe una serie de entradas específica en este blog. La presente entrada pretende ser, solamente, una síntesis de algunas de las ideas de la conferencia que, aunque llevó por título "Élites municipales y propiedades rurales: algunos ejemplos en territorio vascón" pretendió abordar un relato detallado de las actitudes romanas frente al campo y a la vida campesina en general, realizar un recorrido sobre las indicaciones que la tratadística romana sobre la agricultura aportan a nuestro conocimiento de las actividades económicas agrícolas en los paisajes hispanorromanos y, por último, reflexionar sobre algunas novedades que, en los últimos años, se han producido respecto de la conexión citada en el título -elites municipales y gestión de las propiedades rurales- y, también, respecto a la agricultura romana como verdadero pulmón económico de las comunidades urbanas del Ebro Medio y, por tanto, también, del territorio de los Vascones.


[1.] Una primera cuestión que se percibe en los textos clásicos es la de la actitud romana frente a la vida campesina, frente al campo y a sus componentes. Esa actitud, nos parece que, sin ánimo de exhaustividad, se mueve principalmente entre tres posiciones. Por un lado la de la nostalgia, por otro la de la emulación y, por otro, el de la veneración derivada, en realidad, de las otras dos. A Roma, efectivamente -y es un "lugar común" cuando se habla de las res rusticae en la Literatura Latina- no le duelen prendas en reconocerse como una civilización esencialmente campesina que se hizo grande a partir de las que consideraba las grandes uirtutes de la vida del campo, fundamentalmente la fortitudo ("reciedumbre") y la streunitas ("valentía") en cita de Plinio el Viejo que puede verse recogida in extenso, como todas las que se traerán a este lugar, en la presentación que figura sobre estas líneas. De hecho, el propio Plinio sentenciaba que habrían sido los triumphales aratores, es decir "los agricultores con triunfos", los verdaderos responsables de la expansión militar de Roma. Recuérdese a este respecto que, hasta las reformas militares de Mario, en la década de los 90 del siglo I a. C., Roma articuló su ejército, esencialmente, como un ejército de ciudadanos que eran, además, campesinos fueran grandes, medianos o pequeños propietarios. Conocida es, también, la preferencia romana, sobre todo manifestada en la elite intelectual -que es la que conforma, en general, nuestras fuentes de conocimiento-, por las actividades vinculadas al otium, a ese dolce far niente que permitía el cultivo del espíritu y la verdadera vida intelectual. El campo se ve de ese modo, por parte de estos escritores -que, en su mayoría, cuentan con propiedades rústicas a las que se retiran con asiduidad, como Cicerón en el entorno de la ciudad latina de Tusculum- como el verdadero refugio para una vida que, como escribió Horacio, quiere huir de la solicitudo, del "estrés", y refugiarse en la iucunditas, en el disfrute. Lo primero es propio de la vida in oppido, en la ciudad, lo segundo de la vida in rure, en el campo. Un disfrute ése que, para el propio Horacio, se da en el campo, entre libros, y, como añade Plinio el Joven, se desenvuelve también gracias a los paisajes plácidos, la caza, el ejercicio físico y esos placida omnia que configuraban el día a día de la vida en el campo, de eso que Horacio, de hecho, bautizó como otii rusticani, las "delicias del ocio campestre", podríamos traducir. Seguramente, es esta actitud, sin duda, la que motivaría a que, en el marco de esa lucha -que se percibe entre los autores latinos- entre vida ciudadana y vida campesina, se tratase de emular, en la ciudad, la vida campestre y escapar al campo siempre que fuera posible y, lógicamente, para quien fuera posible, haciéndolo de modo real o, como veremos, también de modo virtual, ilusionista. Acaso es Marco Valerio Marcial, el poeta de Bilbilis, el que mejor ha glosado esa sensación -y la primera de las dos evasiones- cuando, en sus Epigrammata, canta las excelencias de su nueva condición de rusticus, de la que hace responsable a su ciudad de origen, y que cifra, fundamentalmente, en una "pequeña hacienda" (res parua) y unos "pocos recursos" (tenues opes) que son los que le permiten vivir alejado de la toga y del calor de Roma, actividad que, junto con los balnea (los "baños") y los ludi (los "juegos") marcan el día a día de la vida cívica que, en cualquier caso, estaba perfectamente conectada con la del campo. Recuérdese que la riqueza de éste era la que permitía la dedicación forense y política municipal de los grandes possessores latifundistas romanos como no se cansa de insinuar la legislación municipal hispanorromana cuyas comunidades -y todas las colonias y municipios del Imperio- suspendían su calendario político durante los meses de la siega y de la vendimia demostrando así sus bases esencialmente primarias, agrarias, agrícolas. El éxito que, desde la casa de Livio en el Palatino de Roma, tuvo la figuración de paisajes en la decoración pictórica de tantas domus aristocráticas romanas en época alto-imperial es, sin lugar a dudas, respuesta al intento de perpetuar, incluso entre los muros de la ciudad, las comodidades de esa vida campestre generando una evasión ficticia que, en cualquier caso, también fue procurada. En cualquier caso, no se olvide que, aunque sus alusiones no sean objeto de atención en la charla que inspira esta entrada, la vida campestre y su ritmo y delicias serían ensalzadas en las Geórgicas de Virgilio monográficamente dedicadas a esa cuestión y con tanta trascendencia después en la tradición clásica desde, al menos, el Renacimiento.  
 
[2.] Otro aspecto fundamental y esencial, a nuestro juicio, en la mirada romana al campo y que, en cierto modo, explica lo visto en el apartado anterior es el de la tratadística técnica en torno de su explotación. No existe otra civilización en el mundo antiguo que dedicase un esfuerzo tan grande a articular su conocimiento sobre la actividad de explotación agropecuaria como Roma. Prácticamente desde que se consolida la expansión romana en el siglo II a. C., y, con ella, el proceso de colonización agrícola, que aquélla lleva unido, va proliferando una tratadística sobre agricultura que partía de un firme convencimiento, expresado por Columela entrado el siglo I d. C.: en gran parte el éxito de una explotación agrícola depende de las bondades del suelo pero, especialmente, está en manos de la uoluntas del campesino -que es la que motiva el trabajo-, de su prudentia impendendi -es decir, su "capacidad estratégica" para la inversión y el gasto- y, de manera muy especial, de la scientia, del "conocimiento" por él atesorado, conocimiento que, de no existir, podría arruinar una explotación y comprometer su rentabilidad.

Partiendo de esa base, se entiende el grado de detalle que el De Agricultura de Catón o el Res Rusticae de Varrón -los primeros de dichos tratados, de época republicana- o el De Re Rustica de Columela -ya de la época imperial- dan respecto de todo lo que tiene que hacerse en el campo para hacerlo fructuosior, es decir, "más fructífero", en expresión tomada, precisamente, de Varrón. Un buen ejemplo lo constituyen, a este respecto, los pasajes detalladísimos que el libro decimoprimero de Columela da respecto de las faenas que deben hacerse en el campo prácticamente en los idus y kalendas de todos los meses del año demostrando, efectivamente, que entre los campesinos se precisaba de personas laboriosas y entregadas por más que, ocasionalmente -como también dicen las fuentes- los grandes propietarios arrendasen la vigilancia y gestión de las explotaciones a los uilici, generalmente libertos o esclavos que actuaban de capataces de las familiae de esclavos y de trabajadores responsables, en realidad, de la explotación. Con ese carácter, por tanto, de manuales técnicos, todos estos títulos determinan con notable pormenor cuáles deben ser los elementos que han de ser tenidos en cuenta para la elección de un terreno cultivable que haga de centro de una propiedad rústica (lo que los romanos llamaban un fundus) y, también, cuáles deben ser los elementos a tener en cuenta a la hora de edificar y poner en explotación la unidad mínima de articulación de dichos fundi que son las uillae. Columela enumera adecuadamente, en el primer libro de su tratado, cuáles son los elementos que más intervienen en la prosperidad de una explotación: el "clima" (salubritas caeli), el suelo (ubertas loci) y tres elementos clave en la situación sobre los que insiste toda la tratadística: uiae, aquae, uicini, es decir, el acceso a la red viaria, la disponibilidad de agua y la naturaleza del vecindario y, por supuesto, su propia existencia. No en vano, Varrón, considerado casi el fundador de toda esta tradición de análisis técnico de la agricultura romana, insistía en la posición prope ualidum oppidum, "junto a una ciudad floreciente" de este tipo de propiedades y, en particular, de las uillae, que es a propósito de la descripción de éstas y de sus componentes que aporta ese dato.

Podríamos extendernos en esta entrada en este lugar pues, como verá el lector si repasa la tipificación de suelos, de orientaciones, de estructuras productivas y residenciales que deben contemplarse en todo fundus y a la hora de elegir una uilla, y que se extractan en la presentación que, prácticamente, abría esta entrada, es mucho el material disponible en las fuentes escritas. Preferimos, por la vocación de divulgación de Oppida Imperii Romani remitir al lector al visionado del vídeo que, desde  hace ya varios años, da la bienvenida a quien visita el Centro de Interpretación De Agri Cultura/Paisaje Rural Romano, que el Ayuntamiento de Layana erigió en su municipio y que, a nuestro juicio, con elementos de recreación pero también con otros históricos, reproduce muy bien los retos de gestión económica y de explotación social -casi, incluso, también, logísticos- a los que tenía que hacer frente el territorio rural de cualquier ciudad romana y que, en el caso del entorno de la de Los Bañales de Uncastillo (Zaragoza), casi parece seguir al pie de la letra las indicaciones de los sabios tratadistas que protagonizan esta segunda parada de nuestra mirada al campo en época romana. Dejamos el vídeo aquí a continuación al tiempo que animamos al lector a desplazarse a Layana para visitar los materiales que el centro ofrece y aprender con sus contenidos (un aperitivo, en cualquier caso, aquí).


[3.] Quien es asiduo de Oppida Imperii Romani recordará que hace exactamente un año, en la entrada "Et sibi" dábamos cuenta del hallazgo, en trabajos de remoción de tierra en el núcleo urbano de Eslava, de un nuevo documento epigráfico que, en origen, debió formar parte de esa "epigrafia del villaggio" -como la ha llamado desde hace años, la historiografía italiana-, de ese paisaje epigráfico que caracterizó el mundo rural. La pieza, cuya editio princeps ha visto la luz hace apenas unos meses, certificaba, como comentábamos en el post y también, in extenso, en el artículo en que dábamos noticia de ella a la comunidad científica, que fueron los Valerii los propietarios de uno de los fundi y una de las uillae que salpicó el territorio rural administrado desde la, todavía sin nombre antiguo claro, ciuitas de Santa Criz de Eslava, la de La Venta. Con ser importante ese dato, que, en cierta medida, podíamos ya intuir con el notable, y también muy elocuente, repertorio epigráfico local, al hallazgo de la pieza con inscripción se sumaba, como también se daba cuenta en los dos espacios antes citados, el descubrimiento, en esas mismas labores, de un contrapeso de prensa de viga para fabricación de aceite o de vino que demostraba que, probablemente, la producción oleícola y vitivinícola resultó fundamental en el fundus de los Valerii en La Venta de Eslava, como todavía hoy, en sugerente topónimo, la llaman los vecinos del entorno.

Es evidente que, con un hallazgo como éste, se pone en valor desde una perspectiva prosopográfica, nuestra caracterización de las bases fundiarias de la riqueza de la elite local. También nuestra querida ciudad romana de Los Bañales de Uncastillo ofrece, a este respecto, algún dato una vez que de la uilla de Puyarraso -que, estudiada por nosotros entre 2010 y 2011 pero ya dada a conocer por A. Beltrán Martínez, parece seguir al pie de la letra las recomendaciones de la tratadística clásica romana sobre agricultura- procede una inscripción en que se rinde homenaje funerario -acaso en una cupa, tan habituales en la zona- a una mujer de la familia de los Sempronii por parte de sus hijos que se identifican con nombres que remiten a su carácter servil. Esa inscripción, de la que dejamos en la presentación de diapositivas imagen de la tradición manuscrita que nos la ha legado permite conectar a la célebre familia de los Sempronii de Los Bañales, de la que el primer integrante sería, acaso, Q. Sempronius Vitulus, con la explotación de esta finca rural, en activo durante todo el periodo altoimperial a juzgar por los materiales recuperados en las campañas de prospección a que antes aludimos. Tuvimos, además, la satisfacción de, con carácter pedagógico y con clara vocación de transferencia, recrear el aspecto que pudieron tener la pars rustica -productiva- o fructuaria y la pars urbana -residencial- de dicho complejo gracias al sensacional e inspirador trabajo del Estudio Mass de producción de maquetas y modelismo, de Zaragoza. Dejamos aquí algunas fotografías de esa maqueta que puede verse, también, en el centro de interpretación sobre el paisaje rural romano instalado en Layana y antes referido. Por cierto que, a propósito de recreaciones, existe una sensacional de una uilla romana en el Römisches Freilichtmuseum de Hechingen, en Baden-Württenberg, en Alemania, en los territorios de la antigua provincia de Raetia y a la que, pronto, dedicaremos un post en este espacio.



Un tercer trabajo se ha publicado recientemente en relación a la conexión entre elites locales y la  producción económica rural en el territorio de esos Vascones que tanta presencia tienen en este espacio. Se trata de la editio princeps de un fragmento de pared de dolium con sello completo que confirmaba la propuesta de lectura que hicimos hace algún tiempo cuando en el mismo yacimiento, la uilla Cascantina de Piecordero, apareció otro galbo de este tipo de usual recipiente de almacenaje romano pero portando el sello incompleto. La lectura, como podrá ver quien consulte el trabajo publicado en Epigraphica, 83, 2021 y, también, el nuestro, del sello fragmentado, en Saguntum, 50, 2018, es inequívoca: L(ucii) Grati(i) alusiva, por tanto, a que fue en la finca de este Lucius Gratius en que obró la figlina, el taller alfarero en que se produjo la cerámica que, al estar destinada a dar servicio a la producción que generaba el espacio productivo de la uilla, se fabricaba allí mismo, in situ por una simple razón de economía productiva. Aunque en el artículo de Epigraphica, y también en los medios de comunicación, que se han hecho eco de esa y de otras noticias arqueológicas que ha venido ofreciendo la finca de Piecordero, se ha hablado de que el titular de la explotación de la finca pudo ser una mujer no hay argumento alguno -por más que lo aconseje la mainstream de historia de género- para sostener eso. La marca L. GRATTI sólo puede desdoblarse en masculino, sencillamente porque la mujer no lleva, nunca o casi nunca, praenomen en la onomástica romana y cuando lo lleva es en un contexto muy temprano, republicano, inapropiado para las provincias hispanas y para la cronología, ya alto-imperial, de esta finca y de esta producción cerámica. Es cierto, lo recuerdan algunos textos de Apuleyo, de Ovidio o de Catón que aparecen recogidos en la presentación, que hubo uilicae, administradores de fincas de época romana -y también propietarias, claro está- y que, incluso, como demuestran los autores del citado artículo, en Italia, algunas marcas sobre dolia llevaron nombres femeninos. Éste, sencillamente, no puede serlo y es de justicia también recordarlo para no extraer de la documentación conclusiones que falten a la verdad histórica que, al final, debe ser ése, y no otro, el móvil de la labor de cualquier historiador.

Bien sabe el lector asiduo que desde hace ahora un año estamos trabajando en un proyecto que, con acrónimo "Parua labentia", y financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación e Universidades del Gobierno de España quiere seguir profundizando en las bases económicas de estas pequeñas ciudades del ámbito vascónico a las que venimos dedicando atención desde los últimos años. Los datos que los primeros resultados del proyecto están ofreciendo -de algunos de ellos hacíamos balance no hace mucho aquí mismo- apuntan todos en la misma dirección: se trató, efectivamente, de ciudades agrícolas en las que los bienes raíces estaban en la base de la riqueza de las elites que, en ejercicio de su evergetismo y de su generosidad pública, las convirtieron en esos espacios monumentales que, todavía hoy, siguen deslumbrando. Ojalá que estas notas hayan servido al lector para hacerse cargo, en cierta medida, de esa realidad primaria y pre-industrial que marcó ese Imperio, el Romano, que, en tantas ocasiones, tendemos, acaso, a idealizar.