ET SIBI

 


[Fotografía, de Iker Ibero y de Pablo Serrano, de una nueva inscripción romana procedente del entorno de la ciuitas vascónica y romana de Santa Criz de Eslava (Navarra)]

Corría el año 1983 cuando, en un libro de la Cambridge University Press, el tristemente desaparecido Fergus Millar, que fuera profesor de Historia Antigua en la Universidad de Oxford, glosaba -para un volumen coordinado por Michael Crawford (CRAWFORD, M. (ed.), Sources of Ancient History, Cambridge, 1983, del que existe traducción castellana como Fuentes para el estudio de la Historia Antigua, Madrid, 1986)- algunas de las potencialidades del vastísimo volumen de inscripciones que ha llegado hasta nuestros días de las -muchas más- que el mundo romano, en Oriente y en Occidente, en Latín y en Griego, generó. En ese capítulo, fundamental para cualquier epigrafista y piedra angular de las reivindicaciones y estudios que, con posterioridad, se han hecho sobre las "utilidades" de la Epigrafía Latina (ver ésta, nuestra y, por supuesto, la de ABASCAL, J. M., "Epigrafía Latina e Historia Antigua", Antigüedad y Cristianismo, 12, 1995, pp. 437-447), entre esas potencialidades, el profesor Oxoniense destacaba las posibilidades que éstas ofrecen cuando son tratadas en su conjunto (p. 133), su carácter cotidiano en el mundo antiguo -especialmente si se trata de epitafios- y su capacidad de arrojar luz sobre aspectos sociales y de grado de alfabetización (pp. 134-135) y, también, su condición de "garantía de que nuestro conocimiento del mundo antiguo nunca será estático" (p. 136) algo que, de un modo semejante, presentando las inscripciones como uno de los más excitantes resultados de la investigación arqueológica en campo, destacaban Lukas de Blois y Roberto J. van der Spek diez años más tarde en una de los, al menos en Alemania, más solicitados trabajos de introducción al mundo antiguo, recientemente reeditado (DE BLOIS, L., y VAN DER SPEK, R. J., Einführung in die Alte Welt, Franz Steiner Verlag, Stuttgart, 1994, p. 11). Ese particular appeal que tienen las inscripciones romanas nos llevó a, hace algunos años, crear una etiqueta específica para cuestiones epigráficas en Oppida Imperii Romani, "Epigraphica", últimamente muy orientada a la transferencia de resultados del proyecto epigráfico europeo "Valete vos viatores" que hemos coordinado en estos últimos meses. En las entradas recogidas en esa etiqueta, entre otros temas, hemos presentado nuevas publicaciones, rendido homenaje a colegas epigrafistas desaparecidos, explicado el método de trabajo en Epigrafía Griega y Latina, valorado el método de edición epigráfica, dado nociones básicas sobre prosopografía y sobre gramática de las inscripciones latinas, valorado buenas prácticas en materia de musealización de inscripciones romanas, presentado el proceso material de la fabricación de una inscripción romana, recogido experimentos de innovación docente en materia de ampliación del acceso de nuestros estudiantes a las culturas epigráficas que se forjaron en el mundo romano, y, también, dado a conocer, en profundidad, nuevos e interesantes hallazgos y lo que éstos nos aportan para nuestro conocimiento sobre la Historia de la Antigüedad en general o sobre algún aspecto de las civilizaciones clásicas en particular.

Hace apenas unos días, Diario de Navarra, de la mano de la periodista Nerea Alejos -que ya firmó el pasado agosto un sensacional reportaje sobre las inscripciones romanas como "mensajes para la eternidad"- se hacía eco del hallazgo, en el caso urbano del municipio navarro de Eslava, de una nueva inscripción romana -que puede verse coronando este post- que, con apenas nueve letras -si contamos la I final de la segunda línea, perceptible sólo en su base, aunque no completa- nos parece -también por estar vinculada con una de las ciudades del ámbito vascón (parua oppida) en la que desarrollamos nuestra investigación, Santa Criz de Eslava- podía servir de paradigma para volver sobre el flujo de trabajo que media en Epigrafía Latina entre el momento del hallazgo de una inscripción, su edición y publicación para presentación a la comunidad científica para que, efectivamente, como reclamaba Fergus Millar, el documento pueda ser tratado, con otros parecidos, de forma conjunta y, también -pues se ha convertido en labor fundamental de la investigación y, en particular, de la que se hace en la Universidad- su transferencia social para acercar la información que nos brinda a la sociedad y, con ella, mostrar la Epigrafía Latina, la "ciencia de las inscripciones" como una ciencia abierta, activa, sugerente, útil y apasionante subrayando, también, el carácter patrimonial de los documentos epigráficos en tanto que documentos escritos y, también, por tanto, culturales, del pasado.

Por más que, efectivamente, la incursión de las nuevas tecnologías y, en particular, de la epigrafía digital y virtual (VELÁZQUEZ, I., y ESPINOSA, D. (eds.), Epigraphy in the digital age. Opportunities and challenges in the recording, analysis and dissemination of inscriptions, Oxford, 2021) hayan transformado, en cierto modo, las pautas de trabajo del epigrafista lo cierto es que lo que, en 1987, publicó el epigrafista italiano Ivan Di Stefano Manzella en su conocido y citadísimo Il mestiere di epigrafista. Guida alla schedatura del materiale epigrafico lapideo alojado en la prestigiosa editora Quasar de Roma -que en los años 90 y en los comienzos del siglo XX acogería un buen número de publicaciones de naturaleza epigráfica- sigue siendo prácticamente válido respecto de cómo los epigrafistas trabajamos ante el reto de dar a conocer, de realizar la editio princeps -"la primera edición"- de una nueva inscripción. En ese volumen se insistía en cinco elementos fundamentales para el epigrafista que debía enfrentarse al estudio de una inscripción romana, a saber (1) "los instrumentos para la recogida de los datos" (pp. 21-22) que incluían desde papel y lápiz a, lógicamente, un metro; (2) "la toma de datos fotográfica" (pp. 23-27) con todo tipo de especificaciones respecto del ángulo, la iluminación y el formato; (3) "el dibujo y los calcos de la pieza" (pp. 29-31); (4) la elaboración de "la ficha"; y (5) la toma de "datos topográficos" sobre la inscripción (pp. 41-47) sea ésta un hallazgo nuevo o una inscripción ya conocida que nos disponemos a estudiar. Precisamente, el hallazgo de esta nueva inscripción en Eslava nos permite reflexionar sobre algunos de esos pasos (como ya hiciéramos en ANDREU, J.: "La edición epigráfica", en ANDREU, J. (coord.), Fundamentos de Epigrafía Latina, Madrid, 2009, pp. 37-60) y compartir el citado flujo de trabajo epigráfico con los lectores de Oppida Imperii Romani y, también, con muchos estudiantes de la asignatura "Epigrafía e instituciones romanas" que ofrecemos en el Diploma en Arqueología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra.

Además, nos parece, que esos cinco retos que es necesario resolver ante la editio princeps de una inscripción pueden resumirse en tres bloques de aspectos que, de ella, deben tenerse en cuenta. Son los que siguen:

[1.] Aspectos del soporte. El primer elemento que llama la atención de cualquier epigrafista cuando procede a la autopsia -a la observación directa- de una inscripción, es su soporte material. Y por soporte no sólo nos referimos al tipo de material -que, entre otras cosas, puede indicar si el titulus, la "inscripción"- fue fabricado sobre un tipo de piedra local o alóctona sino, también, a la forma dada por el artesano que la fabricó -en diálogo claro con el comitente que la encargó- a ese material elegido para, efectivamente, transmitir y conservar un "mensaje para la eternidad". En el caso de la nueva pieza que viene a sumarse al ya amplísimo repertorio epigráfico de Santa Criz de Eslava (ANDREU, J., OZCÁRIZ, P., y MATEO, Tx., Epigrafía romana de Santa Criz de Eslava (Eslava, Navarra), Faenza, 2019) constituyendo la número 22 entre las fabricadas en piedra, esta está fabricada en piedra arenisca local -en la que se hizo, por otra parte, el 100% del repertorio epigráfico pétreo atestiguado hasta la fecha en el lugar (verlo en el Museo Virtual de Santa Criz de Eslava)- y su aspecto actual es el de una placa, un soporte en el que la longitud y la anchura predominan sobre el espesor, sobre el grosor. La rugosidad, sin embargo, de la parte posterior de la pieza nos llevan a pensar en que o bien fue una placa o formó parte de un dintel arquitectónico de notable envergadura. En ese sentido, determinante resulta fijarse, ¡siempre!, en el tamaño de las letras conservadas, 9 cms en este caso, un módulo bastante poco habitual en el repertorio epigráfico de la zona y que cuando se da -por ejemplo en las inscripciones del acotado funerario de los Atilios de Sádaba (CIL II, 2973),en Zaragoza- lo hace en monumentos que, como éste, fueron pensados para impactar y ser vistos desde lejos sin que ello fuera óbice para que el público pudiera realizar una lectura de los textos. Esa visibilidad, no se olvide, era un reto fundamental que se buscaba detrás de cualquier inscripción y más si su naturaleza era funeraria ya que pretendía ser el vehículo que garantizase la celebritas, el recuerdo póstumo, del finado. Por tanto, la primera conclusión es clara, aunque lo conservado del nuevo titulus de Santa Criz de Eslava apenas supera los 40 cm de ancho, los 40 de alto y los 13 de grosor, lo que ha llegado a nosotros es sólo una parte de un monumento, sea placa o sea parte de un dintel arquitectónico, notable en tamaño y cuyo texto se pretendía que fuera visto desde la distancia, que llamase la atención, por tanto.



[2.] Aspectos topográficos. La nueva inscripción de Eslava ha aparecido en labores de desbroce y retirada de vegetación en un solar del centro del pueblo de Eslava. El volumen de I. Di Stefano Manzella antes citado recomendaba que los epigrafistas fuéramos especialmente curiosos en la búsqueda de datos sobre el lugar del hallazgo y su entorno y sobre si, efectivamente, ése fue el contexto original en que obró la pieza o habría sido trasladada de aquél al lugar en que ahora ha sido localizada. Como no está clara la entidad de Eslava, como pueblo, en época romana -la única inscripción que procede del lugar es un altar votivo, dedicado al deus magnus Peremusta que hoy, gracias a la generosidad de sus descubridores, puede verse en la exposición arqueológica "Santa Criz de Eslava, reflejos de Roma en territorio vascón" (AE 1956, 225)- lo lógico es pensar que procede de Santa Criz o de su entorno pero que fue llevada allí para algún otro uso. Aunque cueste imaginarlo, las inscripciones, cuando pierden su valor memorístico y monumental, por su talla, pueden convertirse en extraordinarios aliados para la construcción. El contacto con la familia propietaria del solar en que se ha producido la invención de la pieza -y sin cuya colaboración el estudio que hemos realizado de la misma habría sido imposible- confirmó lo segundo. Seguramente, en ese punto -empleado históricamente como era para el trabajo con el cereal ya en el caserío de Eslava- se fue haciendo acopio de abundante material pétreo procedente de Santa Criz (parte de él aun puede verse in situ) y de los campos de labor que circundan el cerro, material que allí estorbaba para las faenas agrícolas pero que podía ser útil en el corazón de la localidad. Si era original el hecho del módulo de sus letras, de su paleografía -además, extraordinarias litterae quadrate, "capitales cuadradas", como solemos llamarlas- estamos ante una inscripción que no ha sido hallada en el que fuera su "entorno y contexto" originales (la expresión procede de ALVAR, A., y RODÀ, I., "A modo de presentación", en ANDREU, J. (coord.), Fundamentos de Epigrafía Latina, Madrid, 2009, pp. XIII-XVI) sino que ha sido encontrada en el lugar al que fue llevada probablemente cuando el monumento del que formó parte estaba totalmente desmembrado. El hecho de que la familia propietaria de la era en que se ha hallado la pieza tenga propiedades en La Venta-La Encinosa, justo a medio camino entre Eslava y Santa Criz de Eslava- y un detalle onomástico clave e identificable entre las escasas letras conservadas del texto permiten aventurar que, verosímilmente, nuestra inscripción formaría parte de uno de los monumentos funerarios que -junto con un hermoso altar votivo consagrado a Júpiter (IRMN 22)- hubo en ese lugar, en línea con otro ya conocido por una inscripción de los fondos del Museo de Navarra (IRMN 40) (sobre La Venta como escenario del primer interés erudito, en los años 20 y 30 del siglo XX, por el patrimonio epigráfico de Santa Criz y de las tierras de Navarra, puede verse nuestro reciente trabajo ANDREU, J., "El Padre Escalada y los inicios de la Epigrafía romana en Navarra, Santa Criz de Eslava y su entorno", Revista Pregón Siglo XXI, 65, 2022, pp. 28-31)

[3.] Aspectos textuales. Lógicamente, el objetivo fundamental de una autopsia epigráfica no sólo es el del estudio material de la inscripción, con todos los componentes de esa dimensión sino, especialmente, el inicio, al menos, de su lectio, de su "lectura". Decimos "inicio" porque rara vez, salvo que la inscripción se conserve en perfecto estado, esa lectio puede cerrarse in situ siendo necesario, después, dedicar horas al trabajo de contraste en bibliotecas -echando mano de corpora epigráficos o de diccionarios onomásticos- o en bancos de datos digitales. En este caso, sin embargo, la lectio no presentó demasiados problemas. Como se ve muy bien en el visor de la misma en el Museo Virtual de Santa Criz de Eslava, la inscripción apenas deja ver dos líneas de texto, con cuatro caracteres en l. 1, ERIA -con la A sólo deducible por la inclinación del trazo conservado de la misma- y con cinco en l. 2, T SIBI, habiéndose conservado de la I final sólo la base de la misma. La l. 2 no parece ofrecer dudas para su restitución, [E]T SIBI, "para uno mismo", fórmula relativamente abundante en los epitafios funerarios y que marcaría que quien dedicó el titulus lo hizo no sólo pensando en el difunto al que lo dedicó (uno o varios) sino también a que en dicho sepulcro reposasen sus propios restos, cuando correspondiera. La l. 1, de igual modo, dada la naturaleza esencialmente onomástica de los textos funerarios, parece apropiado relacionarla con el nombre [VAL]ERIA bien en nominativo -si es la dedicante del monumento, la misma que se lo reserva también para ella (et sibi)- bien en dativo, como [Val]eria[e] más verosímil pues permitiría que un carácter más, la E, quedase directamente alineado en vertical con la I final de SIBI y más en una pieza que parece ofrece una ordinatio, una "paginación" muy cuidada perceptible también en el perfil de las letras y en su cuidado bisel que, a la postre, era el que permitía que éstas pudiera ser vistas por el espectador cuando eran iluminadas por la luz solar. Esa identificación onomástica es especialmente coherente por cuanto que, como anotábamos más arriba, del mismo paraje de La Venta procede una inscripción alusiva a un Val(erius) Vrsin(us), difunto en ella, erigida por una [C]orn[elia] Flau[a], su esposa, titulus en el que, de hecho, comparecen dos de los grupos familiares de mayor presencia en la escueta pero singular prosopografía de Santa Criz de Eslava (puede verse, al respecto, ANDREU, J., "El hábito epigráfico entre los Vascones antiguos: Santa Criz de Eslava como paradigma", Príncipe de Viana, 272, 2018, pp. 1007-1026 además del corpus epigráfico de Santa Criz de Eslava antes citado, pp. 77-84). Esta coincidencia onomástica, por tanto, permite refrendar la posibilidad de que la nueva inscripción de Eslava proceda, en realidad, de La Venta donde ya estaba atestiguada la presencia de un Valerius.

Pero, como señalaba el trabajo de Fergus Millar con que abríamos esta reflexión, una inscripción es, esencialmente, un documento histórico. No basta, por tanto, con leerla y datarla -en este caso, para la datación, la cuidada factura de las letras permite otorgarle una fecha de, acaso, la segunda mitad del siglo I d. C.- sino que se ha de intentar obtener de ella información relevante desde el punto de vista histórico. Por eso, el contexto del hallazgo siempre resulta fundamental incluso en estos casos en que las inscripciones han llegado a nosotros lejos del lugar en que obraron en la Antigüedad. Así, parece ser que junto a este fragmento epigráfico llegó a la era de Eslava también un contrapeso de prensa de tornillo para fabricación de aceite o vino, un material arqueológico muy popularizado en los últimos años gracias a trabajos generales y alusivos, además, al Valle del Ebro (PEÑA, Y., Torcularia. La producción de vino y aceite en Hispania, Tarragona, 2010 y "La producción de vino y aceite en el Valle Medio del Ebro", Anales de Prehistoria y Arqueología, 27-28, 2011-2012, pp. 141-154) que permite suponer que, efectivamente, La Venta no fue sólo un lugar de enterramiento -con, al menos, un monumento funerario de envergadura, acaso tipo templo o acotado funerario, tipo de sepulcro que, por evidencias de naturaleza arquitectónica (como los célebres Casquilletes de San  Juan de Gallipienzo que estudiara en su día J. Mª Blázquez), debió ser habitual en la zona (ANDREU, J., "Mors Vasconibus instat. Aspectos del hábito epigráfico funerario territorio de Vascones", en ANDREU, J., ESPINOSA, D., y PASTOR, S. (eds.), Mors omnibus instat. Aspectos arqueológicos, epigráficos y rituales de la muerte en el Occidente Romano, Madrid, 2011, pp. 491-528)- sino que ese espacio necropolitano formó parte de un fundus de explotación agropecuaria, una uilla que, ahora podemos confirmarlo, se dedicó a la producción de aceite y de vino. Se trata, de hecho, de la primera atestiguación de un contrapeso como éste, hasta donde sabemos, en el área de influencia de Santa Criz de Eslava (sí los hay, abundantes, como explicábamos no hace mucho en esta conferencia para el Centro de Estudios de Cinco Villas, en las otras ciudades romanas de su entorno, pero ya en territorio actualmente zaragozano). 


Por tanto, no es difícil hacerse cargo de que, efectivamente, las piedras, en ocasiones, hablan. Y en eso consiste fundamentalmente la Epigrafía como ciencia, en hacer hablar a las piedras, a las piedras que llevan letras. Estas nueve letras de esta nueva inscripción de Santa Criz de Eslava permiten confirmar que hubo un fundus con área funeraria en el espacio de La Venta-La Encinosa, que los Valerii, emparentados con los Cornelii, fueron sus propietarios, que su uso como espacio agrícola -con área de enterramiento como era habitual en muchas propiedades fundiarias de los miembros de la elite (MELCHOR, E., "Sobre las posesiones rústicas de la élites municipales de la Bética y la vinculación de sus propietarios con determinadas comunidades cívicas", Mélanges de l'École Français de Rome, 119-2, 2007, pp. 435-443)- se prolongó, al menos, durante dos siglos, el I y el II d. C. y que, además, ésta se dedicó, cuando menos, a la producción de aceite y de vino, dos productos que curiosamente, siguen marcando la labor agrícola de estas tierras de Eslava y de la Baja Montaña de Navarra, en la Comarca de Sangüesa

MVNIGVA (Villanueva del Río y Minas)

 


[Vista del santuario en terrazas de Munigua, desde el foro]

El 7 de septiembre del año 79, todavía en el verano en que había muerto -el 23 de junio- el emperador Vespasiano, su hijo, Tito, dirigió una carta a los quattuoruiri et decuriones -es decir al ayuntamiento local- de la ciudad de Munigua. La razón era bien clara: los Muniguenses se habrían dirigido al gobernador provincial de turno, un tal Sempronius Fuscus -que lo fue en el año 78 y parte del 79- para solicitarles que les permitiera no pagar una deuda contraída con Seruilius Pollio, que se encargaba de la recaudación de impuestos municipales (uectigalia) en la ciudad. Parece que, inicialmente, el gobernador provincial del momento de la consulta, Sempronius Fuscus, les habría recordado su obligación de pagar y éstos, apelando al emperador Tito recurrieron esa sententia Semproni Fusci. Tito, en cualquier caso, no aceptó la propuesta, ratificó la sentencia del gobernador del momento de la queja de los Muniguenses e informó al nuevo gobernador, C. Cornelius Gallicanus -que lo fue entre el 70 y el 80 d. C. (ver lista aquí)- de que debían actualizar su deuda con el acreedor que, seguramente, por su parte, habría presentado la demanda ante el emperador. Sin embargo, Tito, haciendo gala de la indulgentia Principis, condonó a los habitantes de Munigua los 50.000 sestercios que deberían haber pagado al estado de Roma como multa por su temeritas, por el atrevimiento de una apelación injusta y, también, los intereses de la deuda contraída. Al realizar esa condonación tan generosa, Tito apeló a "la debilidad pública que alegáis" (tenuitati publicae quam praetextiis) introduciendo un término, tenuitas, algo así como "tensión de tesorería" que en los últimos años hemos analizado como una de las sombras, y de los retos, a que debía hacer frente la administración municipal romana en provincias (ver Cadmo, 27, 2018, pp. 29-46). La inscripción, uno de los documentos epigráficos en bronce de referencia en la Epigrafía Jurídica hispanorromana, puede verse en el Museo Arqueológico de Sevilla (ver ficha de la pieza aquí) y fue descubierta en 1958 en los trabajos, históricos, que el Instituto Arqueológico Alemán viene desarrollando en Munigua con notable éxito e impacto científico (para el texto completo y una buena traducción puede verse GONZÁLEZ, J., Corpus de Inscripciones Latinas de Andalucía. Volumen II: Sevilla. Tomo IV. Sierra Norte. Sierra Sur, Sevilla, 1996, pp. 52-53, nº 1052 = AE 1962, 147). Munigua es, sin duda, por razones que se desgranarán en estas líneas, uno de los yacimientos arqueológicos icónicos de la Romanización en la península ibérica y, también, uno de los más sobrecogedores. Como decíamos no hace mucho de la augústea Calagurris era imperdonable que no tuviera, todavía, presencia en Oppida Imperii Romani.

Aunque por la fecha de aparición, 1958, la epistula Titi ad Muniguenses no fue recogida y estudiada en el, todavía hoy, básico repertorio de inscripciones jurídicas hispanas, de Álvaro d'Ors (D'ORS, Á., Epigrafía jurídica de la España Romana, Madrid, 1953) sí aparece en el imprescindible inventario de CABALLOS, A., "Las fuentes del Derecho: la epigrafía en bronce", en En el año de Trajano. Hispania, el legado de Roma, Zaragoza, 1998, pp. 181-197 que, en cualquier caso, se ha visto necesitado de actualización, gracias a los nuevos hallazgos, algunos bien recientes y que han centrado la atención de nuestro blog. En el trabajo del primero, que fuera Catedrático de Derecho Romano en la Universidad de Navarra y primer bibliotecario general de la Universidad, sí aparece, sin embargo, otra carta, ésta enviada por el emperador Vespasiano a los magistrados de Sabora (Cañete la Real, Sevilla) dos años antes que la de Munigua, en el año 77 d. C. (CIL II2/5, 871), hoy perdida, y en la que el emperador autoriza a los habitantes de esa comunidad -sobre la que recientemente se han publicado interesantes datos a través de prospecciones geofísicas- a construir un oppidum sub nomine meo in planum, "una ciudad con mi nombre, en el llano" aludiendo a una serie de difficultates ("dificultades") no precisadas y una situación de infirmitas ("endeudamiento") argumentada por los Saborenses que, como comentaba el propio Á. d'Ors, eran un reflejo de una "apariencia de bienestar general" en ciudades que "carecían de aquellas reservas de vital autonomía necesarias para superar la decadencia en que inmediatamente incurrieron" una vez que "la ruina del Imperio fue precedida de una ruina de las ciudades" (p. 142). La consulta de la epistula Vespasiani ad Saborenses, como se le conoce en el ámbito de la investigación epigráfica, debió hacerse -al igual que la apelación de los Muniguenses- en el contexto de los problemas de reajuste institucional, territorial, impositivo, fiscal y hasta urbanístico que muchas comunidades hubieron de acometer tras la extensión del ius Latii por Vespasiano y la consiguiente municipalización de Hispania que centró una de nuestras monografías con capítulo específico, de hecho, sobre la cuestión (pp. 180-227) proceso sobre el que hablábamos también en este espacio no hace muchos meses, en la entrada "Hispania Flavia" a la que remitimos.

Ambos documentos, el de Munigua, del 79 d. C., y el de Sabora, del 77 d. C., y aun la carta final con que Domiciano, en el año 91 o 92 d. C. cierra la Lex Irnitana (AE 1986, 332) que reglamentaba el funcionamiento del municipio flavio que hubo en El Saucejo (Sevilla) y en la que el último de los Flavios exige "que en el futuro observéis la ley puesto que ya se ha agotado toda mi indulgencia" han sido empleados por la crítica histórica para demostrar los problemas a los que tuvieron que hacer frente las comunidades recién municipalizadas (ANDREU, J., MATA, J., y ROMERO, L., "El municipio de derecho latino hispanorromano, un expediente constitucional sostenible", en SOARES, C., BRANDAO, J. L., y CARVALHO, P. (eds.), História Antiga. Relaçoes Interdisciplinares. Paisagens urbanas, rurais & sociais, Coimbra, 2018, pp. 139-154), para subrayar de qué modo, a partir de Vespasiano, se ensancharon los canales de comunicación entre el poder central y la autonomía local (GONZÁLEZ, J., Epigrafía jurídica de la Bética, Roma, 2008) y para poner en valor el peso que, para estas pequeñas comunidades, tenía la particular retórica jurídica imperial (BLANCO, A, "Provincial responses to urban crisis in the Roman Empire: a conceptual approach", en ANDREU, J., y BLANCO, A. (eds.), Signs of weakness and crisis. in the Western cities of the Roman Empire, Stuttgart, 2019, pp. 37-46). Todo eso se entiende muy bien, de hecho, si se visita el enclave arqueológico que centra estas líneas y que -como Ilunum y Libisosa que recorrimos recientemente- tuvimos oportunidad de conocer de primera mano en el marco de nuestra participación, con el proyecto "Valete uos uiatores", en la edición de 2022 del Seminario de Filología Clásica del Departamento de Filología Griega y Latina de la Universidad de Sevilla. Estamos, naturalmente, hablando de Munigua, en Villanueva del Río y Minas, no lejos de Carmona, en la dehesa de Mulva.



Lo primero que llama la atención de Munigua es que pese a su espectacularidad, a la alusión a la misma en la epistula flavia antes indicada y a los precedentes genéticos -en el santuario en terrazas de la Fortuna Primigenia en Praneste (Palestrina, Italia), de época republicana (ver COARELLI, F., "Munigua, Praeneste e Tibur: i modeli laziali di un municipio della Baetica", Lucentum, 6, 1987, pp. 91-100)- de parte de su arquitectura la ciudad no aparece citada en las fuentes escritas si bien su nombre, además de en la carta de Tito, está presente en varias inscripciones (CILA 2-4, 105310641065, 1066, 1071...) que fueron sistematizadas ya en los años 70 del siglo XX (FERNÁNDEZ-CHICARRO, C., y COLLANTES DE TERÁN, F., "Epigrafía de Munigua (Mulva, Sevilla)", Archivo Español de Arqueología, 45-47, 1972-1974, pp. 337-395). El repertorio epigráfico del municipium Muniguense, de apenas 4 Ha, lo componen cerca de 80 inscripciones. El segundo elemento destacable de Munigua es el esfuerzo que su último y actual director, Thomas Schattner, ha hecho para acercar la ciudad romana al gran público en los formatos en que ahora se llega a las audiencias, por ejemplo, en YouTube (esta entrevista, en el Canal de ArqueoUDIMA es, sencillamente, imprescindible pero también este otro reportaje, del programa Arqueomanía, de La 2 de TVE). Con una larga trayectoria investigadora -marcada por figuras como la de Schattner pero también por la de sus antecesores Wilhelm GrünhagenTheodor Hauschild y con un largo episodio de erudición desde el siglo XVIII-, lógicamente, el aparato bibliográfico sobre el municipio es extraordinario -e iremos citando algunos de los trabajos imprescindibles- y existe una guía sensacional, que equilibra muy bien la difusión con el rigor científico, en SCHATTNER, TH., Munigua. Un recorrido por la Arqueología del municipium Flauium Muniguense, Sevilla, 2019, imprescindible pues, además, ofrece una colección de visualizaciones 3D ciertamente envidiables, de H. Ruipérez (pp. 201-205) de las que ofrecemos una más abajo, correspondiente al icono de la ciudad, el santuario de terrazas que coronaba la urbe y proyectaba su efectista imagen por el territorio. También resulta útil, este trabajo, en alemán pero con extraordinarias recreaciones de los edificios, disponible en la web del Instituto Arqueológico Alemán: SCHATTNER, Th., et alii, "Munigua", E-Forschungsberichte, Madrid, 2017, pp. 128-142.y la síntesis más reciente publicada, SCHATTNER, Th., "Munigua", en Ciudades de la Hispania Romana. II, Roma, 2022, pp. 241-252 que nace de una conferencia sobre la ciudad impartida en un prestigioso ciclo de conferencias del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, que está disponible en red en el enlace anterior. Para fotografías del conjunto, más allá de las que aquí se comparten, del autor de este blog, pueden verse este enlace de Following Hadrian, en el blog "Caminando por la Prehistoria", o en la sección dedicada a Munigua en Viator Imperii, ambas con galerías bastante generosas. 


Hay un tercer elemento que hace de Munigua una ciudad singular, su tamaño -no superior a las 4 Ha, como se ha dicho- y su población que, con apenas media decena de casas excavadas, no debió superar los 200 habitantes lo que contrasta con la potentia arquitectónica de la ciudad (HAUSMANN, E., y HAUSCHILD, Th., "Casas romanas en Munigua", en La casa urbana hispanorromana, Zaragoza, 1991, pp. 329-336 además de, en el marco general hispano, ROMERO, D., "Consideraciones sobre la arquitectura doméstica de Hispania en el siglo II d. C.", SPAL, 29-1, 2000, pp. 243-270). Pero, no debemos olvidar que, en este caso, singularidad no es sinónimo de excepcionalidad pues, probablemente, muchos municipia Flauia tuvieron esa peculiaridad, piénsese, por ejemplo, en la Irni que citábamos más arriba de la que, prácticamente, no queda vestigio alguno y que apenas debió ser un pequeño villorrio de poco más de un centenar de habitantes con muchas dificultades, acaso, para cumplir las exigencias institucionales derivadas de su municipalización (ALFÖLDY, G., "Hispania bajo los Flavios y los Antoninos. Consideraciones históricas sobre una época", en De les structures indígenes a l'organització provincial romana de la Hispània Citerior, Girona, 1998, pp. 11-32). Como se ha dicho, ese tamaño tan minúsculo contrasta con el extraordinario peso que tienen en Munigua tanto la escenografía arquitectónica -con una presuntuosa construcción en terrazas que van desde la que corona la ciudad y proyecta su visibilidad hacia toda la dehesa y la sierra circundante hasta la plataforma del foro, también elevada sobre la parte más baja del caserío ciudadano- como la representación religiosa con un buen repertorio de inscripciones votivas que nos hablan de divinidades tan variadas como Fortuna (AE 1966, 183ab), Tutela (CILA 2-1, 265), Bonus Euentus (HAE 1925), Ceres (CILA 2-4, 1055), Dis Pater (CILA 2-4, 1056), Mercurius (CILA 2-4, 1061), Iuppiter Pantheus (CILA 2-4, 1062) o el Genius municipii (CILA 2-4, 1058) y que remiten a un notable peso -también proporcionalmente en relación a la extensión de la comunidad- de la arquitectura religiosa local (HAUSCHILD, Th., "Los templos romanos de Munigua (Sevilla)", Cuadernos de Arquitectura Romana, 1, 1991, pp. 133-143) perfectamente bien alineada con el culto imperial que tanto protagonismo adoptó con el advenimiento de los Flavios, momento que supone el del primer gran despegue de la comunidad. De esa época es, por ejemplo, el denominado Pórtico de dos Pisos junto al foro acogió un ciclo completo con inscripciones a la dinastía flavia pagados por dos notables de la ciudad (CILA 2-4, 1064 y 1065) con sus correspondientes estatuas, claro ejemplo del papel que la munificencia cívica desempeñó en el equipamiento de estos municipios de promoción estatutaria flavia (MELCHOR, E., "Construcciones sacras y munificencia cívica en las ciudades de la Hispania Romana", en DES BOSCS, F., (ed.), Évergétisme et architectures dans le monde romaine (IIe s. av. J. C-IV s. ap. J. C.), Pau, 2002, pp. 203-224) fenómeno que hemos analizado recientemente en uno de nuestros últimos libros. Seguramente, la ciudad constituyó, por tanto, un ejemplo de eso que se ha dado en llamar "ciudad-escaparate" que proyectase las nuevas modas de Roma en un ejercicio de emulación que inspiró gran parte del proceso monumentalizador vivido por las comunidades hispanas entre los siglos I y II d. C. y del que el santuario en terrazas constituye un icono para toda la Hispaia Romana (sobre este proceso véase MARTÍN-BUENO, M., y SÁENZ, C. (eds.), Modelos edilicios y prototipos en la monumentalización de las ciudades de Hispania, Zaragoza, 2014 pero también el clásico, con alusiones obvias al modelo Muniguense, TRILLMICH, W. (ed.), Stadtbild und Ideologie. Die Monumentalisierung hispanischer Städten zwischen Republik und Kaiserzeit, Munich, 1990 y nuestro ANDREU, J. (ed.), Parva oppida. Imagen, patrones e ideología del despegue monumental de las ciudades de la Tarraconense hispana (siglos I a. C.-I d. C.), Ejea de los Caballeros, 2021, en el marco de la "Serie de Monografías Los Bañales", también con alusiones a Munigua). Pero, lógicamente, al margen de ese santuario en terrazas, del Pórtico de dos Pisos y del foro -y de otros templos, como el dedicado a Mercurio, con atestiguación epigráfica (CILA 2-4, 1061)- el visitante puede pasear por las termas (sobre ellas, con la bibliografía, puede verse GÓMEZ ARAÚJO, L., "Nuevas propuestas interpretativas de las termas de Munigua (Villanueva de Río y Minas, Sevilla)", Habis, 44, 2013, pp. 93-114) y, también, en toda la terraza inferior al foro, en primer término conforme accede hoy al yacimiento, por una serie de viviendas que muestran, también, la riqueza de los moradores de la ciudad, al menos durante los siglos I y II d. C. que fueron, sin duda, los de esplendor de esta comunidad. 

De hecho, indiscutiblemente, otro de los atractivos inherente a visitar Munigua es que en ella se toca, se materializa, la propia Historia del éxito -y también de las sombras- del proceso romanizador de la península ibérica. La ciudad no es, propiamente, una fundación ex nouo -muy pocas lo fueron en Hispania, como es sabido- sino la sensacional transformación de un oppidum indígena atestiguado desde el siglo IV a. C. que, a partir del siglo I d. C., se convertiría en centro de un gran territorium. Esa función administrativa, y, también, en cierto modo, icónica, explicaría su desarrollo durante los siglos I y II d. C. que, sin embargo, acabaría por dar paso -como estamos viendo en tantas comunidades hispanas- a una notable transformación a partir del siglo III -con niveles claros de escombro relacionables con un posible terremoto del que la ciudad ya no pudo recuperarse sin que deban descartarse efectos, también, de la invasión de los Mauri que asoló la Bética en esa época- que abrió un periodo lánguido para la vida de Munigua que, aun y todo, siguió en funcionamiento hasta pasado el siglo IV d. C.

Desde una óptica arqueológica, epigráfica, material, histórica, de fuentes, la ciudad de Munigua es un ejemplo -quizás uno de los mejores con que contamos en Hispania- de cómo el fenómeno urbano, con todas sus exigencias y dificultades, caló de forma nítida en cualquier rincón de Occidente pero, también, de cómo, dependiente excesivamente de los recursos naturales -en este caso de las minas de cobre próximas, que explican el sensacional despegue arquitectónico local (SCHATTNER, Th., OVEJERO, G., y PÉREZ MACÍAS, J. A., "Avances sobre la producción metalúrgica en Munigua", Habis, 36, 2005, pp. 253-276)- sus bases económicas no siempre fueron todo lo sólidas que el sistema municipal romano habría deseado o, al menos, necesitado. Recorrer Munigua, y descubrirla a medida que uno se adentra hacia ella en un agradable paseo por la dehesa, es una metáfora de ese "persuadir convenciendo" que Roma convirtió en leitmotiv de su éxito cultural, de su difusión de eso que llamamos la Romanitas y, en particular, de uno de sus elementos más característicos, la idea de ciudad.

La guía sobre Munigua que editábamos más arriba, fruto de una feliz colaboración entre la Junta de Andalucía, el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Sevilla y la sede de Madrid del Instituto Arqueológico Alemán dice en su contraportada que "esta publicación facilitará la visita y el respeto a este yacimiento, que se suele llamar el secreto mejor guardado de Andalucía". Nos conformaremos con que la lectura de estas líneas hayan inspirado en el lector de Oppida Imperii Romani esos mismos sentimientos. Munigua es, sin duda, un yacimiento imprescindible para entender la Historia de la vida urbana en las Hispanias. 

LAR MIHI

 

[Representación de la musa Clío, Musa de la Historia, en la uilla de Moregine, cerca de Pompeya]

Se escriben estas líneas desde el fantástico Seminar für Alte Geschichte und Epigraphik de la Universität Heidelberg, en Alemania, un sitio frecuentadísimo -al menos entre los años 90 y los inicios del presente siglo- por investigadores de toda Europa y, muy particularmente, de España pues fue aquí donde profesó el insigne Géza Alföldy que se preocupó, también, de que la biblioteca del seminario estuviese bien nutrida de títulos de temática hispana. Al margen de ese atractivo, hay otra razón lógica que lo explica: en un único edificio, en el centro de la hermosa ciudad de Heidelberg, conviven, en tres plantas sucesivas, las bibliotecas de Klassische Philologie (Filología Clásica), Alte Geschichte und Epigraphik (Historia Antigua) y Klassische Archaölogie (Arqueología Clásica). Mucho hemos de aprender del sistema alemán de investigación con una integración tan responsable de las Ciencias de la Antigüedad. Si fue aquí donde, en 2020, un par de meses antes del estadillo de la pandemia del Covid-19, y al abrigo de una beca para estancias de profesores senior financiada por el Ministerio de Educación y Formación Profesional nos comprometimos con el lector de Oppida Imperii Romani a un ritmo de tres entradas mensuales, retomamos ahora ese compromiso en una nueva estancia, en esta ocasión la segunda estancia-Alexander von Humboldt, financiada por esta prestigiosa institución alemana, otro ejemplo de lo mucho que la investigación universitaria de calidad se promociona, tiene en cuenta y financia en el país teutón.

Mirando atrás hemos cumplido, en la mayor parte de los meses del año, el citado compromiso de las tres entradas mensuales y en aquéllos en que no ha sido posible se ha debido a la intensa vida académica que está caracterizando estos últimos años, sobre todo este último curso. Así ha sucedido, por ejemplo, en el mes de mayo donde sólo hemos podido ofrecer al lector una entrada, una más de la leidísima serie "Sorioneku". La culpa de no haber podido llegar a ese compromiso triple con los lectores de este blog la han tenido -sin que suene a excusa- dos eventos en los que hemos participado a finales de abril y a inicios de mayo, a saber, una conferencia en el ciclo "Mujeres del pasado. Mujeres del futuro", organizado por el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida y cuyas charlas, además, figuran ya en el canal de YouTube, recomendabilísimo, de dicha institución y otra charla impartida en la clausura del Seminario "Cultura convergente: riusare, tutelare, raccontare e innovare" de la Scuola di Dottorato del Dipartamento di Studi Storici de la Universitá degli Studi di Torino. Si en la primera de las dos charlas, la Emeritense, hablé del papel de la mujer en la sociedad hispanorromana -más abajo, tras este párrafo, dejamos enlace al vídeo de la misma-, en la cena de cortesía ofrecida por los colegas de Turín, en la víspera del citado seminario, hablamos de un asunto -ellos, mayoritariamente, se dedicaban a la Epigrafía Griega- que ya ha sido objeto de otras "Disputationes" en este blog, la cuestión de la mujer romana, los denominados "enfoques de género" y los peligros del presentismo histórico en ésta y en otras cuestiones relativas a la Historia de la Antigüedad.

Como anotábamos en nuestro post de marzo de 2022, "mulier obsequentissima", y explicábamos al comienzo de la charla enlazada sobre estas líneas, existe una tendencia en la historiografía más reciente a, por explicarlo de forma gráfica, tratar de sacar a la mujer romana de la domus, del ámbito en el que ésta se desenvolvía -y en el que era socialmente bien visto que lo hiciera- y a proyectar de ella una imagen que, conforme a nuestra opinión, nace exclusivamente de un deseo de juzgar, desde el presente, la sociedad antigua, en este caso, la romana convirtiendo en norma de comportamiento -y también en modelo de conducta- lo que, seguramente, era excepcional culpando, incluso, a las fuentes clásicas de crear figuras marginales calificándolas de disidentes cuando en la Historia surgían mujeres que no representaban el ideal de la matrona de la aristocracia romana que, como explicamos en la citada charla, pegados a los retratos que de aquél hacen las fuentes antiguas, consistía fundamentalmente en ser capaz de "velar por su casa" (tuere domum) y "servir a sus hijos" (inseruire liberos), por emplear un acertado y conocido retrato del historiador Tácito, en su Dialogus de oratoribus (28) aunque en las citas que se aportan en la charla, y en las que recogimos en el post que enlazábamos al comienzo de este párrafo el lector podrá encontrar más sobre las cualidades, los domestica bona, de esa mujer romana identificada con la matrona si bien más adelante aportaremos algunas pruebas más. Así lo expresa, por ejemplo, uno de los títulos de referencia en lo que a un enfoque de género sobre la mujer romana respecta (MAÑAS, I., Las mujeres y las relaciones de género en la antigua Roma, Madrid, 2019, p. 24): "las transgresiones profundas al modelo ideal terminaron construyendo modelos negativos (magas, envenenadoras, prostitutas, adúlteras, actrices, mesoneras, borrachas, ambiciosas) que se utilizan para consolidar el propio modelo". Así, se da la paradoja de que un modelo se destruye con otro modelo, el modelo que hoy se considera represor y anticuado, creado por la sociedad romana a partir de una serie de valores aristocráticos tradicionales y, según se defiende, potenciado por la literatura antigua, se denuncia y, cambiando sucesivamente de bando unas mujeres y a otras en la dicotomía de "héroes y villanos" -que se cita en otro trabajo de referencia en esta perspectiva (GONZÁLEZ GUTIÉRREZ, P., Soror. Mujeres en Roma, Madrid, 2021)-, aquél se sustituye por otro modelo, el de la transgresión, la liberación (también sexual) y la independencia (económica, empresarial y profesional, entre otros ámbitos) adquirida por algunas contadísimas mujeres de la Antigüedad.

Esa percepción centró parte de la conversación que mantuvimos en la cena previa al seminario impartido en Turín, del que hablábamos más arriba. Uno de los asistentes nos recomendó la lectura de un breve opúsculo del rétor del siglo IV a. C., Lisias, el denominado discurso Sobre el asesinato de Eratóstenes, pronunciado en el año 403 a. C., apenas recién terminadas las Guerras del Peloponeso (puede verse este vídeo, de nuestro Canal de YouTube, para el contexto de ese crítico momento en la Historia de la pólis clásica). El proceso judicial en que el discurso se pronuncia es sencillo: un ciudadano noble de Atenas, Eufileto, sorprende a su mujer en adulterio con un tal Eratóstenes al que el primero mata en un ataque de ira. En un pasaje en el que se recoge la argumentación de exculpación que esgrime Eufileto en el juicio (I, 6-7) -y según la traducción disponible de la obra en la Biblioteca Clásica Gredos, a cargo de José Luis Calvo Martínez-, se lee: "Yo, atenienses, cuando decidí matrimoniar, y llevé mujer a casa, fue mi disposición durante casi todo el tiempo no atosigarla ni que tuviera excesiva libertad de hacer lo que quisiera. La vigilaba (ephylattón) cuando me era posible y no dejaba de prestarle atención como es natural. Pero cuando me nació un hijo ya confiaba en ella y puse en sus manos todas mis cosas (pánta tá erautou ekeine parédoka), pensando que ésta era la mayor prueba de familiaridad (oikeióteta). Pues bien, en los primeros tiempos, atenienses, era la mejor de todas, hábil y fiel despensera (oikónomos deiné kaí feidólos agathé), todo lo administraba escrupulosamente (kaí akríbos pánta dioikusa). Pero cuando se me murió mi madre (...) se dejó corromper con el tiempo". La situación de la mujer en el matrimonio en la Antigüedad estaba, pues, clara: cuidar de la casa, de la oikomomía, y de la administración de ésta con rectitud, con akríbia pero, siempre, vigilada, guardada -nótese el derivado del sustantivo griego phýlax, "vigilante" en ephylattón- por el marido y, por tanto, sin excesiva libertad.

El texto recuerda mucho a los siguientes dos, uno de naturaleza literaria y otro de naturaleza epigráfica, ya romanos ambos, que nos parece oportuno traer a colación de este asunto. El primero, del Panegírico de Trajano firmado por Plinio el Joven en los inicios del siglo II d. C. hace un encendido retrato de Pompeya Plotina, la esposa del emperador, y lo hace (83, 5-8) en estos términos: "En tu caso, tu esposa contribuye a tu dignidad y a tu gloria (decus et gloriam) ¿Quién hay que sea de costumbres más puras (sanctius) que ella? ¿Quién que se conforme mejor a los ideales de nuestra antigüedad (antiquius)?  ¿Acaso si un pontífice máximo tuviese que elegir una esposa, no la elegiría a ella o a una semejante a ella? Si bien, ¿dónde podría hallarse una como ella? ¡Cómo no reclama nada para sí de tu elevada posición a no ser el derecho de alegrarse por ella! ¡Con qué constancia muestra en todo momento que su afecto recae sobre ti, no sobre tu poder! (...) ¡Y qué modesta se muestra en el vestir (modica cultu)! ¡Qué discreta en su séquito (parca comitatu)! ¡Qué sencilla en su forma de caminar (ciuilis incessu)! Todo ello es mérito de su marido, quien así la instruyó y la educó, pues para una esposa es gloria suficiente mostrarse sumisa (obsequii)". Se trata, quizás, del mejor retrato que la Literatura Latina nos ha legado de la obsequentia, la sumisión al marido, en pro de la domus y de la familia, cualidad que debía caracterizar a la mujer romana. El segundo -del que he tenido conocimiento gracias a un Trabajo de Fin de Grado que, en el marco del Grado en Historia y Periodismo y del Diploma en Arqueología que ofrecemos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, está ultimando la estudiante Ane Urrizburu, conocida por ser el "rostro" de la serie audiovisual del proyecto "Valete uos uiatores"- procede de un extenso carmen epigraphicum de la Moesia Inferior (CIL III, 754 = CLE 492) dedicado por un dispensator publicus, el marido, a Aelia, su cara esposa. Dice así: "Que descansen al menos entre flores alegres los miembros de mi querida Elia (membra Aeliae cara mihi), encerrada ahora en esta tumba, reina del gran rey Plutón, te lo ruego -pues mucho ha merecido de mí por sus propias cualidades- a ti que, sin ella merecerlo, le has roto antes de tiempo los hilos de las diosas que gobiernen todas las vueltas del copo de las Parcas. ¡Cómo fue su vida, qué íntegra! Si yo hubiese podido contado, hubiera logrado tal vez ablandar a sus Manes con la cítara. Ella, por encima de todo casta (haec primum casta), lo cual los confines del mundo y la regia morada de Plutón saben que tú oyes gustosa. Que ella se quede en los Campos Elíseos, procúralo, te lo ruego, y que ciñan sus cabellos con mirto y sus sienes con flores. Ella, mi hogar otrora (Lar mihi), ella mi esperanza (haec spes), ella mi única razón de vivir (haec unica uita); quería lo que yo quería y no quería nada que yo no quisiese; no tuvo secretos que yo no conociese, y nunca le faltó tarea (nec labor huic defuit), ni era desconocedora de las artes de tejer. Parca en gastos, pero generosa en el amor hacia mí, su marido (parca manu sed larga meo in amore mariti sui)  ni la comida le era grata sin mí ni los dones de Baco; admirablemente juiciosa (consilio mira ) con una mente sutil (cata mente) y una popularidad memorable (nobili fama). Sepulturero, cuida este poema, te lo ruego, y te ruego también que decores el lugar de este epitafio año tras año; y cuida este monumento a la eternidad durante la estación florida, ya sea con rosas recién cogidas, ya con la grata flor de amaranto y con frutos de muchos tipos, variados y de temporada, para que pueda permanecer vivo todo el año". Este texto, como otros que el lector podrá encontrar en la conferencia de Mérida arriba enlazada o en la versión en SlideShare de otra semejante dictada el pasado verano en la UNED de Pamplona, vuelve sobre los mismos valores: dependencia del marido y servicio a éste, trabajo en casa, castidad -a veces etiquetada en la fórmula, usual en la documentación epigráfica, de la uxor uniuira, la "esposa de un solo marido"-, buen juicio y capacidad de servicio al hogar. En definitiva, se trata de valores y virtudes en los que, al menos, también se educó a nuestra generación pero que, sin embargo, parece urgente ahora desterrar o considerar como valores impuestos, propios de una sociedad machista y arcaica poniendo el foco -y desenfocando, por tanto, como antes dijimos- en hacer de las excepciones normas (ilustramos estos pasajes con entrañable escena del matrimonio entre Niobe -la actriz india Indira Varma, presentada sola en la fotografía sobre estas líneas- y Lucio Voreno -el actor británico Kevin McKidd- en la evocadora serie Roma, de 2005-2007).

Recientemente, un sensacional trabajo de naturaleza esencialmente epigráfica (NAVARRO, M., Perfectissima femina. Femmes de l'élite dans l'Hispanie romaine, Burdeos, 2017, pp. 3017-3013), en su "Conclusión" retrata este asunto con notable claridad. Por ello, nos limitaremos a transcribir, traduciéndolas al castellano, algunas de las ideas-madre que se desprenden del estudio de la documentación epigráfica hispanorromana que, en más de 600 tituli se reúne en el sensacional segundo volumen del trabajo (ver reseña nuestra de este trabajo aquí). "La documentación disponible nos permite aportar luz a aspectos de la sociedad romana relacionados con las mujeres y comprender, así, su presencia en una sociedad, como lo era la de Roma, que descansaba claramente sobre el papel del varón" (p. 306). "El principal elemento que determinó los códigos simbólicos de la mujer romana en general e hispanorromana en particular, y que motivó sus acciones en público, fue la familia. Como P. Veyne demostró, durante el Alto Imperio, en paz y gobernado por un sólo hombre, la familia adquirió gran protagonismo por razones políticas, morales, ideológicas, culturales y de conveniencia social. Como la propaganda imperial proclamaba, un buen ciudadano era un hombre casado, si era posible, además, padre de familia, pues la descendencia era sinónimo de seguridad, de paz social y de supervivencia de la gens" (p. 308). "(...) Durante el Alto Imperio, independientemente de cuál fuera su rango, su modo de vida, sus ambiciones y sus riquezas, las mujeres de las ciudades hispánicas reprodujeron en la esfera pública los modelos de comportamiento femenino impuestos por la mentalidad colectiva de su tiempo. Estos papeles sociales, expuestos en los monumentos que las presentaban, constituyeron la clave de su reconocimiento y se muestran como el reflejo del prestigio adquirido por sus parientes y que ellas exhibían. La excelencia pública se imponía para presentarlas como feminae perfectissimae: mujeres del hogar, discretas, piadosas y sobre todo, devotas de su familia". En realidad, capaces de ser, ellas mismas hogar, lar mihi, como afirmaba el carmen epigraphicum de Nikopol antes transcrito del que tomamos la expresión que da título a este post.

Los presentismos con los que, a nuestro juicio, se está trasladando esta cuestión -acaso no tanto en la investigación pero sí en la bibliografía más generalista, que intenta sacar rédito de la ola que el interés por las cuestiones de género ha despertado en nuestra sociedad- ya fueron advertidos hace algunos años por Eve d'Ambra, profesora estadounidense autora de un trabajo citadísimo sobre la mujer romana, publicado en 2007 en la Cambridge University Press (D'AMBRA, E., Roman Women, Cambridge, 2007). En las primeras páginas de dicho libro (pp. 2-3) la autora ya advertía de dos retos a los que se enfrentaría la historiografía de género al abordar la cuestión de la mujer romana, por un lado el de "to elevate the exceptional", como comentábamos, convertir la excepción en norma exaltando "formas de vida y sucesos que, en realidad, no formaron parte de la vida diaria, que palidece en comparación con ellos" (la traducción es nuestra) y "cast Roman matrons as the liberated ladies of Antiquity", es decir, "caracterizar a las matronas romanas como las mujeres liberadas de la Antigüedad" sin tener en cuenta, como ella recuerda explícitamente que "su libertad y bienestar estaban directamente ligados a la relación con sus maridos y padres y con su clase social, es decir, en otra palabra, que no era agentes que pudiesen actuar libremente". Ciertamente, no parece que estas advertencias hayan sido muy tenidas en cuenta en parte de la producción bibliográfica reciente, y en la transferencia científica, a la que nos queríamos referir más arriba.


Para cerrar esta reflexión convendrá acaso, en este sentido, recordar lo que se lee en el "epílogo" conclusivo (pp. 282-284) de otro volumen clásico, éste más antiguo, sobre el tema (BALDSON, J. P. V. D., Roman Women. Their history and habits, Londres, 1962) y que también traducimos: "La igualdad completa de sexos nunca se consiguió en la antigua Roma por la supervivencia, incluso mucho después de ser un principio anticuado, de una tradición de profundas raíces que remarcaba que la exclusiva esfera de la actividad de una mujer estaba dentro de la casa y que la exclusiva esfera del hombre estaba fuera de ella. En el campo de la economía doméstica, el poder de la mujer y su expertise eran inigualables. Ella cuidaba de la alimentación, de las ropas, de los sirvientes y del crecimiento de los niños durante su infancia" (p. 282). Estas tareas han sido, todas ellas, loables durante generaciones, incluso en la Historia Reciente y han marcado los valores de sociedades primarias pre-industriales. En Roma, como explicábamos en el post "mulier obsequentissima", de hecho, la documentación epigráfica -y citábamos allí los trabajos de C. D. Gregorio Navarro y de L. Díaz López- demuestra de qué modo la memoria fúnebre de muchas de las mujeres hispanorromanas se edificaba -también se aportan ejemplos en la charla en vídeo antes enlazada- sobre una nítida veneración de todos esos valores, que eran asumidos como propios por cualquier mujer del común. Reivindicar dar visibilidad a la mujer romana en los estudios de Historia social pero, al hacerlo, tratar de camuflar esas labores, de olvidarlas u obviarlas en nuestro estudio del papel de la mujer en la sociedad romana o de orillarlas en beneficio de dedicar nuestra atención a otras mucho más minoritarias hace un flaco favor, nos parece, a la verdad histórica que -alejada del juicio moral o del posicionamiento político respecto del pasado- debe presidir la acción de cualquier historiador y, sí, también del historiador de la Antigüedad. 

Otro útil libro sobre la cuestión -de título muy sugerente al contraponer mujer, género y vida real- (DIXON, S., Reading Roman Women. Sources, genres and real life, Londres, 2001, p. 155) lo ha escrito claramente, y traducimos, "mientras que los autores antiguos expresaron ideología en sus escritos, los historiadores modernos han llevado la suya propia a la lectura de aquéllos". Urge ser prudente, y riguroso, o, como ella misma escribe (p. 156) "(manejar las fuentes) evaluando escrupulosamente la finalidad particular de cada texto, sus códigos, sus énfasis y sus exclusiones. Manteniendo nuestros cerebros en alerta y nuestras fantasías en suspenso". Lo contrario no es hacer Historia, sino pervertir la Historia.