SORIONEKU (y IV)




[Sobre estas líneas, fotografía de la mano de Irulegi en su exposición, el pasado diciembre, en Pamplona, y artículo "Las tierras de Navarra, crisol de culturas", Tribuna de Diario de Navarra publicada el 15 de marzo, con alusión a la mano de Irulegi y a otros singulares hallazgos, recientes, de la Arqueología de Navarra]

Aunque, lógicamente, la velocidad a la que avanza la actualidad informativa ha relegado el descubrimiento de la mano de Irulegi y de su texto paleohispánico a un segundo plano informativo, pese a ello, ésta sigue inspirando reflexiones en medios -por ejemplo la que publicamos en The Conversation y de la que se hizo eco, poco después, en papel y en digital, Diario de Navarra-, curiosos reels -como éste que, con algunas inexactitudes y ciertas dosis de sensacionalismo, ha difundido, en su canal de YouTube, la Fundación Palarq-, por supuesto, sensacionales conferencias como la que el pasado mes de febrero dictó, en la Facultad de Filología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, Javier Velaza, Catedrático de Filología Latina de la Universitat de Barcelona y uno de los estudiosos de la pieza y de su texto en escritura paleohispánica, conferencia que puede verse, completa, en el Canal UNED y, por supuesto, numerosas conversaciones de café o de pasillos entre clase y clase entre estudiantes, estudiosos y colegas. Por su parte, y como manifestación de la vigencia y el atractivo del asunto, los tres vídeos que hemos dedicado al tema bien en nuestro canal de vídeos en Youtube -de producción propia uno, que embebemos más abajo, resultado de una entrevista en Navarra Televisión otro- bien en el de la Asociación Pompaelo -que roza las 3.000 visualizaciones, más incluso que las que acumula la grabación que la Dirección General de Cultura del Gobierno de Navarra, hizo de la presentación de la pieza en el Planetario de Pamplona el pasado mes de diciembre- incrementan cada día el número de reproducciones y suscitan constantes comentarios al tiempo que un total de 3.036 personas han leído, cuando se escriben estas líneas, las entradas que, con la etiqueta Sorioneku, hemos dedicado al hallazgo y a su repercusión aquí en Oppida Imperii Romani.

A pesar de esos datos y de la repercusión que ha tenido el hallazgo y que, sin duda, ha reactivado el interés por la Arqueología y por las Ciencias de la Antigüedad -al menos en Navarra-, en estas últimas semanas -leyendo trabajos de estudiantes pero, también, viendo los comentarios que generan en la web social algunos de los materiales arriba referidos- nos hemos vuelto a dar cuenta de cómo se construye el relato histórico desde una perspectiva social y, también, del modo en que esa construcción depende, por un lado, de la auctoritas de quienes, en el pasado, afirmaron realidades que, por un tiempo, efectivamente, fueron válidas pero que hoy están superadas y, por otro, guarda relación muy estrecha con las creencias y los posicionamientos previos ante los que cada persona se enfrenta a hallazgos revolucionarios como lo ha sido, lo es, el de la mano de Irulegi. 

El primer hecho, el seguir dependiendo de teorías acuñadas en los años 70 y 80 del siglo XX, por ejemplo, demuestra, una vez más -como ya explicamos en un antiguo artículo, muy leído, publicado en un número monográfico sobre Vascones de la revista Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra (21, 2013)- la obligación moral que tenemos con la transferencia quienes nos dedicamos al estudio de la Historia y, en particular, de la Historia de la Antigüedad. Pero, ello también, pone de manifiesto que esa transferencia, incluso cuando se hace, cala muy lentamente desde una perspectiva social, y lo hace sólo al paso de los años, algo sobre lo que reflexionamos ahora hace un año en la entrada "Dein Vascones". Resulta sorprendente seguir leyendo, en trabajos de estudiantes, sobre la existencia de unas "tribus vascas" en la Antigüedad, sobre el premio dado por Roma a los Vascones por su no beligerancia en perjuicio de los que fueron sus vecinos sí beligerantes -como celtíberos o jacetanos- o sobre la identificación del territorio actualmente cincovillés zaragozano con la tierra de los suessetanos, de carácter céltico y que fueron perjudicados por una "expansión vascona" que, acaso por haber sido acuñada, entre otros, por Julio Caro Baroja o por Guillermo Fatás, muchos siguen asumiendo como real cuando es un tópico totalmente superado, al menos desde los sagaces trabajos publicados al respecto por Esther Cantón que no hizo sino leer adecuadamente a los historiadores romanos y desproveer a la cuestión del que podríamos denominar "efecto ptolemaico". Más complejos -por testarudos- son los posicionamientos que exhiben quienes comentan nuestros vídeos de valoración del hallazgo en YouTube haciéndolo desde unos planteamientos que, en parte, ya tratamos de rebatir en el post "Aut Vasco, insuetus galeae" de este mismo espacio pero sobre los que, con nuevos datos, quizás compense volver. Nos conformaremos con que hacerlo sirva para que quien desee encontrar la verdad pueda hacerlo. Desde luego, se ha publicado en estas últimas semanas un volumen, que, en realidad, motiva este post, que puede ayudarles, salvo que sepan más que sus autores, a ver la luz.

Varios son, como comentábamos, los posicionamientos de quienes siguen insistiendo en hacer decir a la mano de Irulegi lo que no dice y en presentarla como un documento probatorio del carácter exclusivamente "vascónico" de Navarra en la Antigüedad o en una especie de piedra de Rosetta de la lengua vasca, que no "vascónica". Por un lado, el de poner bajo sospecha cualquier conclusión científica emanada de la labor investigadora de quienes trabajamos en la Universidad de Navarra aludiendo -en palabras textuales- a una "maquinaria que todo lo ensucia" como si la Universidad tuviera, realmente, algún interés político o cultural más allá del de servir a la verdad en un ambiente libre y sosegado como hemos conocido pocos en nuestra ya dilatada carrera profesional y universitaria. En segundo lugar, un incansable esfuerzo por minimizar el valor de las evidencias epigráficas sobre la literacy de las poblaciones antiguas de Navarra y, en particular, de las no vascónicas, sencillamente porque la abrumadora presencia de documentos en celtibérico que exhibe el solar navarro actual no resulta conveniente para su planteamiento de una Navarra euskaldun desde los albores de la Antigüedad y que, a su juicio, la mano de Irulegi vendría a corroborar. En tercer lugar, recurrir a Aquitania -donde, efectivamente, y nunca lo hemos negado, sí se acumulan las evidencias de esa ahora llamada "lengua vascónica"- y trasponer directamente a Navarra el panorama onomástico y lingüístico atestiguado en aquel territorio sin conceder valor alguno a quienes han subrayado que, acaso, lo atestiguado en Navarra sea sólo un cul-de-sac del panorama aquitano y que, más bien, como ya expusimos en nuestra visitadísima entrada "Navarrorum", de hace algunos años, ese panorama esté subrayando el carácter totalmente residual de la lengua vascónica -a juzgar, insistimos, por las evidencias disponibles- en las tierras de Navarra. En cuarto lugar, y en conexión con la premisa indicada en segundo término, el partir de la premisa de que el euskera era la lengua de Navarra en la Antigüedad acomodando a esa afirmación todo su discurso y, también, la descalificación del que no se alinee -porque no puede hacerlo a tenor de las evidencias- con esa premisa que, para ellos, constituye una línea roja absolutamente infranqueable ante la que no cuentan -tampoco en sentido cuantitativo- las evidencias disponibles. Por último, y en quinto término, el, desconociendo cómo se articula la investigación en Ciencias de la Antigüedad -algo sobre lo que también hemos hablado en este espacio en las entradas "De uitrario Graeco" y "Meditatio et labor"- afirmar con rotundidad, como si fueran verdades absolutas, cuestiones sobre las que ni hay acuerdo entre las fuentes antiguas ni entre los historiadores que las han analizado durante siglos de investigación y de reflexión. Es lógico que ante posicionamientos así, defendamos lo que defendamos, nuestro mensaje -y el de las disciplinas de la Antigüedad- no va a resultarles interesante salvo en el caso de que refuerce sus interesados planteamientos, por tanto, sus prejuicios. Es evidente, pues -y así lo subraya este debate-, que en redes sociales y en la web social en general, la gente tiende sólo a buscar información que refuerce sus creencias pero no datos que le ayuden a aprender y que fomenten su espíritu crítico. En una cuestión como la relativa a los antiguos Vascones, sin duda, esta constatación no es una buena noticia. En realidad no lo es para ningún saber y, desde luego, no para las ciencias históricas, tan importantes para entender nuestro presente y construir nuestro futuro.

A este respecto, en estos días -se presentó el pasado 21 de febrero- la prestigiosa Serie Minor de los Anejos de Veleia, del Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco ha acogido, como número 40 de la misma, el libro Recepciones de la antigüedad vascona y aquitana. De la historiografía a las redes sociales (siglos XV-XXI) coordinado por Antonio Duplá y por Jonatan Pérez Mostazo. Al menos a priori, por ser un volumen editado por la Universidad del País Vasco, debería estar libre de los sesgos ideológicos y políticos que algunos -a quienes aludíamos en el párrafo anterior- atribuyen a la Universidad de Navarra y a sus publicaciones, un centro que, más allá de ser una obra corporativa del Opus Dei, respeta -como antes se dijo- y en un modo absolutamente ejemplar, la libertad de cátedra e investigadora de sus docentes, libérrimos en todo lo que suponga alumbrar la verdad histórica que es a lo que, en esencia, debemos dedicarnos los historiadores y a lo que, de hecho, nos dedicamos en el Departamento de Historia, Historia del Arte y Geografía de esa Universidad. Eso es, precisamente, lo que recomiendan los editores en la presentación de un libro que, como declaran, han liderado, de hecho, para estudiar, en los territorios "vascos, navarros o vasco-franceses" (p. 10) "la Antigüedad después de la Antigüedad, esto es, las representaciones que de esta época histórica han hecho sociedades posteriores, en qué medios se generaron, con qué propósito, partiendo de qué presupuestos. Hacernos cargo del estudio del Mundo Antiguo no solo como realidad pasada, sino también como artefacto conceptual que ha sido rememorado y reconstruido constantemente a lo largo de los siglos" (p. 11). El libro resulta tan oportuno que el próximo mes de septiembre realizaremos un evento de presentación en el marco de los Seminarios de Arqueología del Diploma en Arqueología que ofrece la Universidad de Navarra. 

Algunas de las palabras del prólogo de este libro, firmadas por Fernando Wulff, resultan, en relación con la polémica y las particulares construcciones políticas y sociales que ha generado el hallazgo de Irulegi, bastante oportunas. En dicho prólogo (pp. 19-26), el Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Málaga, además de subrayar que "las construcciones históricas dominantes en las culturas históricas vasca y navarra (...) han encontrado en la Antigüedad el punto de referencia esencial" -y ello justifica el atractivo social del fenómeno de la mano de Irulegi y la presencia identitaria de los Vascones en la construcción de la imagen histórica de Navarra a través de los siglos- recuerda con rotundidad que "no solo no hay pruebas de que en los territorios del País Vasco actual sus habitantes (várdulos, caristios, autrigones...) hablaran una lengua vasca en la antigüedad, sino que todo a punta a lenguas indoeuropeas. No hay conexión desde ahí hasta los hablantes de vasco de la Antigüedad. No hay continuidad ni de un pueblo, ni de una lengua. En segundo lugar, los vascones abarcaban substancialmente una zona de la actual Navarra. Es por tanto a esa zona a la que hay que referirse en relación con los vascones y no al territorio actual del País Vasco. Las constataciones de vascoparlantes allí no son en absoluto abundantes y hay pruebas evidentes en esa zona de multilingüismo (celtíbero, ibero, una lengua o lenguas vascas). El carácter de exclusividad vascoparlante de los vascones es dudoso y 'vascones' no es sinónimo, por tanto, de vascoparlantes. En tercer lugar, no es desdeñable la hipótesis de un origen al norte del Pirineo de esos hablantes de lenguas vascas (...) En cuarto lugar, hay un problema en la propia definición de los 'vascones' como grupo que es común al que presentan otros etnónimos que nos aparecen en las fuentes greco-romanas. Y es que no podemos estar seguros de si se refieren a un pueblo específico como nosotros lo podríamos entender (...) Los romanos definen por lo general los territorios no predominantemente urbanos por pueblos que los habitan, pero no necesariamente por el único pueblo que lo haga (...) En quinto lugar, la fuerte presencia de componentes romanos hasta el Bajo Imperio en los territorios de los actuales Navarra y País Vasco es un hecho que no encesita mayor comentario (...) La escasez y limitación de las evidencias de vascoparlantes en la Navarra antigua cuadra bien con la idea de la absorción de quienes allí estuvieron por las poblaciones mayoritarias y su latinización" (p. 24). Cinco planteamientos de este investigador -que, al menos desde 2009 viene trabajando sobre Vascones a partir de un inexcusable y recomendabilísimo capítulo incluido en un volumen coordinado por nosotros- contra cinco cerriles y recalcitrantes planteamientos de quienes, en la web social, creen estar en posesión de la verdad en materia de la Antigüedad de Navarra y del País Vasco. Casi no haría falta añadir más para rebatir sus preconceptos. Pero lo haremos aun sabedores, como antes apuntábamos, de que no servirá de mucho. Tal vez, incluso, de nada. 

En ese libro firmamos el penúltimo capítulo, que lleva por título "Vascones antiguos: de la historiografía al imaginario colectivo", un texto -disponible en red a través de DADUN, el repositorio digital de la Universidad de Navarra- que fue aceptado por los informantes anónimos que lo evaluaron sin ninguna objeción cosa extremadamente inusual en las publicaciones científicas y que, en nuestra carrera académica sólo ha sucedido en otra ocasión, con nuestro trabajo sobre el amuleto fálico descubierto hace algunas campañas de excavación en la ciudad romana de Los Bañales de Uncastillo. En ese capítulo (pp. 187-208), y por este orden, analizamos construcciones históricas, políticas, educativas y sociales que -como hemos comprobado a tenor de la polémica suscitada por las interpretaciones, usos y abusos del sensacional documento epigráfico de Irulegi- siguen bastante más vigentes de lo que pensamos en ese "imaginario colectivo" local. Así, damos nuestro parecer sobre el tendencioso concepto -ajeno a las fuentes antiguas- de Vasconia (p. 191), valoramos el peso de determinados mitos sobre la etnogénesis de los vascos y su relación -si es que la hubo, que no parece, como indicábamos más arriba en la pluma de Fernando Wulff- con los Vascones (p. 192), recordamos lo absurdo de la dicotomía cultural, de integración y paisajística, de indigenismo y Romanización, entre el ager y el saltus (p. 193), volvemos sobre lo infundado de sostener que la antecesora de la Pompelo de Pompeyo se llamó Iruña (p. 195), subrayamos la ausencia de evidencias para un supuesto "monolitismo lingüístico" en territorio vascón (p. 197) o denunciamos el esfuerzo de algunos por, como decíamos antes, conectar a los Vascones con el País Vasco a partir de la forja del mito de unas inexistentes -en la Antigüedad- tribus vascas (p. 200).

Como, efectivamente, el medio es el mensaje -realidad periodística aplicable a la transferencia de conocimiento histórico que también hemos constatado en esta nueva revitalización de la "controversia vascónica", sobre la que, de hecho, hablábamos en un reciente post de este espacio, con publicación en acceso abierto incorporada- en varias ocasiones, en nuestras respuestas a quienes, en nuestro canal de YouTube, siguen destilando sus prejuicios y convirtiéndolos en verdad histórica, ya hemos enlazado a esta publicación con la esperanza de que, de verdad, se nos deje estudiar a los vascones "con el objetivo de desentrañar su historia" no con el de "colocarlos al servicio de propósitos políticos", como denuncia en otra recomendable contribución de este libro (pp. 97-116) nuestro alumno Javier Larequi autor, en estas últimas semanas, de un interesante artículo sobre las implicaciones sociológicas de la mano de Irulegi, al que remitimos. 

MVRVM ET PORTAM

 


[Fragmentos de la inscripción monumental alusiva a la construcción de la muralla de El Tolmo de Minateda, en Hellín, en época de Augusto (CIL II2/13, 1224) y restitución de la misma en el centro de interpretación del lugar]

Hace algunas semanas, quien escribe este blog, tuvo la oportunidad de viajar, desde la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra hasta la Universidad de Murcia para, tras cruzar el país de norte a sureste, impartir una conferencia en un sensacional ciclo sobre el mundo clásico en las ciencias y las artes auspiciado por la activa sección de Murcia de la Sociedad Española de Estudios Clásicos conferencia que -sobre el proyecto Valete uiatores, del que tanto se ha hablado en este espacio- está ya disponible en red en el canal de YouTube de dicha institución

En el viaje de regreso, pudimos visitar dos sensacionales parques arqueológicos de la red de establecimientos de este tipo ejemplarmente promovida desde hace décadas por la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha ambos, además, de reciente constitución como tales, el Parque Arqueológico del Tolmo de Minateda en Hellín (Albacete) y el Parque Arqueológico de Libisosa, en Lezuza (Albacete). Los dos están articulados en torno a los restos de dos singularísimas ciudades de la Meseta sur hispanorromana sobre las que pudimos ocuparnos hace algunos años en un amable y generoso encargo de nuestro colega y amigo Gregorio Carrasco Serrano, de la Universidad de Castilla La Mancha, que derivó en un trabajo muy consultado y citado que vio la luz en el imprescindible volumen La ciudad romana en Castilla La Mancha (Cuenca, 2022). Puedes descargar el capítulo en cuestión desde aquí. Nos referimos a las ciudades de Ilunum y de Libisosa, la primera apenas citada sólo por Ptolomeo (2, 6, 60) y la segunda referida por Plinio como Libisosa Foroaugustana y a la que el Naturalista le atribuye el estatuto colonial (Nat. 3, 25) que también refrenda una inscripción imperial procedente de Lezuza (CIL II2/13, 1317) fuentes que aparecen bien escudriñadas y citadas en las voces de ambas ciudades en la Wikipedia (aquí para El Tolmo de Minateda y aquí, excelente, para Libisosa). Las dos han tenido, además, un relativo reciente protagonismo en redes sociales, la primera por la visita que a él hizo, no hace mucho, Néstor Marqués, de Antigua Roma al Día y la segunda por constituir, desde su fanpage de Facebook, uno de los mejores ejemplos de socialización del patrimonio arqueológico que existe en nuestro país. Y, por último, las dos, además, están inseparablemente unidas a nombres de referencia en la arqueología de nuestro país, Lorenzo Abad y Sonia Gutiérrez Lloret, de la Universidad de Alicante, para Ilunum, y José Uroz y Héctor Uroz, de la Universidad de Murcia, para Libisosa, los cuatro con la mayor parte de las publicaciones disponibles sobre ambos enclaves que, en cualquier caso, recopilamos también -junto a otras de otros autores, igualmente útiles- en nuestro trabajo, antes enlazado, sobre "Municipalización y vida municipal en las ciudades romanas de la Meseta Sur" (pp. 232-233, nota 35, para Libisosa y pp. 237-238 para Ilunum). Tras la visita a ambos enclaves, perfectamente musealizados -en particular el de Ilunum, todavía no completamente el de Libisosa, aunque lo estará en cuestión de meses- varias son las reflexiones que nos apetecía compartir en este espacio, no sólo con la filosofía tradicional -y fundacional- de Oppida Imperii Romani de animar a la práctica del arqueoturismo, sino, también, hechas desde la óptica de la puesta en valor patrimonial y del valor de la investigación arqueológica como generadora de conocimiento histórico, aspectos ambos habituales en la etiqueta "Disputationes" de este espacio. 

Corría el año 1987 cuando el añorado epigrafista húngaro Géza Alföldy publicaba, en la editorial de la Universität Heidelberg, un opúsculo de apenas 140 páginas que, titulado Römische Städtewessen auf der neukastilischen Hochebene ("conocimiento de las vida urbana en la Meseta de Castilla La Mancha"), repasaba con qué información se contaba entonces sobre las evidencias materiales -en particular epigráficas, aunque no sólo- y, especialmente, institucionales, respecto de los centros urbanos del conuentus Carthaginiensis, al que tributaban las dos comunidades que inspiran este post. En las conclusiones (pp. 120 y 121) el sabio húngaro demostraba cómo "la urbanización de la Meseta castellano manchega constituye una prueba de la Romanización (...) al actuar sobre un espacio con condiciones aparentemente poco favorables" (la traducción es nuestra) y hacerlo con notable éxito en lo que a extensión de la vida urbana se refiere y, continuaba Alföldy, esa urbanización era una prueba, también, del modus operandi provincial propiamente romano y de cómo "la implantación de ciudades" -el ubique res publica al que aludía el propio Alföldy (pp. 92-98)- constituía una muestra del éxito de la globalización cultural de Roma que, en el fondo, en eso constituía la Romanización, como ya glosamos, con bibliografía, en una entrada anterior de este blog. Si el texto cerraba así, el libro será siempre recordado porque -como evocábamos en la entrada relativa a la ciudad de Oretum, en Ciudad Real- abría (p. 9) con un extracto del capítulo vigesimonoveno de El Quijote en el que se produce un entretenido diálogo entre el hidalgo y su escudero que vale la pena transcribir a continuación y cuyo sentido entenderá bien el lector que llegue hasta el final de esta entrada:

"¿Ves? Allí ¡oh amigo!, se descubre la ciudad, castillo o fortaleza donde debe de estar algún caballero oprimido, o alguna reina, infanta o princesa malparada, para cuyo socorro soy aquí traído. - ¿Qué diablos de ciudad, fortaleza o castillo, dice vuesa merced, señor? -dijo Sancho-. ¿No echa de ver que aquéllas son aceñas que están en el el río, donde se muele el trigo? - Calla, Sancho -dijo don Quijote-; que aunque parecen aceñas, no lo son; y ya te he dicho que todas las cosas trastuecan y mudan de ser natural los encantos. No quiero decir que las mudan de uno en otro ser realmente, sino que lo parece."

La elección de la cita cervantina por Géza Alföldy no podía ser más atinada para el tema tratado en el citado librito y, nos parece, conviene bastante a la sensación que tiene el visitante que se acerca a las evidencias de la vida urbana en el territorio interior de la Meseta Sur. Aparentemente, recorriendo las rectas carreteras manchegas que discurren por amplias llanuras, cuando se divisan -especialmente en el caso del Tolmo de Minateda- los promontorios que ocuparon tanto Ilunum como Libisosa llama la atención que estemos ante un municipio de época de Augusto, en el primer caso, y ante una colonia de idéntica cronología en el segundo. Sin embargo, precisamente el carácter extraordinariamente reducido del tamaño del gran afloramiento de arenisca sobre el que que se alzó la ciudad ibérica, luego romana y más tarde emiral del Tolmo de Minateda permite subrayar y entender stricto sensu en qué consistió, en realidad, el programa de municipalización augústeo, primero, y flavio, más tarde, en Hispania y que para esta zona, de hecho, ha sido estudiado con acierto, y con todos los datos, por Gregorio Carrasco, ya antes citado (Gerión, 35, 2017, pp. 623-638 y Espacio, Tiempo y Forma. Serie 2. Historia Antigua, 12, 1999, pp. 309-324). 

Efectivamente, pese a sus escasas 7 hectáreas de superficie, la ciudad que se alzó en El Tolmo de Minateda -y que conoció una intensa fase bizantina y emiral tardoantiguas- mereció la atención oficial de la administración augústea en el año 9 a. C. fecha en la que el legatus imperial de turno en la CiteriorL. Domicio Aenobarbo, dedicó la construcción del muro y de la puerta (murum et portam) de ese enclave que, según la inscripción que la documenta, fue un obsequio por parte de Roma a los Ilunitani en reconocimiento a su fides (CIL II2/13, 1224, en el enlace, puede verse toda la bibliografía sobre la pieza, recompuesta a partir de siete sillares que, en su día, fueron reutilizados en la muralla emiral del lugar, monumental titulus sensacionalmente puesto en valor en el centro de recepción de visitantes que hace de pórtico al a visita al yacimiento, como se ve en la fotografía que encabeza este post). Y eso, la atención oficial al lugar y su promoción al estatuto municipal, resumen muy bien cuál fue el modo de relacionarse Roma con las comunidades locales en Occidente y, especialmente, con ésta que ocupaba un lugar estratégico en la vía que conectaba Complutum con Carthago Noua (para esa vía, puede verse este trabajo, nuevamente, de Gregorio Carrasco en Espacio, Tiempo y Forma. Serie 2. Historia Antigua, 13, 2000, pp. 455-468, ampliado luego en el volumen por él coordinado Vías de comunicación romanas en Castilla La Mancha, Cuenca, 2016, pp. 85-122) y que, por tanto, era un buen escaparate desde el que proyectar el ejemplo que suponía la integración -ob fidem- de una ciudad del ámbito ibérico -que había estado en la ruta de los conflictos de la II Guerra Púnica- en la praxis administrativa típicamente romana en virtud de la cual, a partir de su promoción, pasaría a contar con IIuiri dos de los cuales, M. Fuluius Quietus y C. Grattius Grattianus, se manifiestan en una inscripción conmemorativa de su construcción de un templo dedicado a Marte (CIL II2/13, 1223) que ha sido colocada junto al acceso amurallado al Tolmo y de la, junto al hermoso epitafio de Mascutius y de Nirenia (CIL II2/13, 1236), también allí conservado, ofrecemos fotografía a continuación. Al margen del sensacional valor monumental, e histórico, de los restos de las fases bizantina y emiral que pueden verse en la parte alta del cerro, visitar El Tolmo de Minateda es comprender cómo el proceso de municipalización descansó en las provincias en una mezcla entre intervención e interés del poder central y empoderamiento y autonomía de la elite local.


Semejante sensación se experimenta, de hecho, cuando se visita Libisosa y, en particular cuando, tras recorrer el sensacional centro de recepción instalado en el corazón del pueblo de Lezuza, se pasea por el prominente cerro que, junto al cementerio de la localidad, esconde los restos de esta ciudad oretana que fue cruento escenario del bellum Sertorianum y que, después, a juzgar por la referencia antes citada de Plinio el Viejo recibió el título de colonia en un unicum absoluto en la Meseta Sur donde no abundan, precisamente, este tipo de perfiles privilegiados de rango colonial. Y esa misma sensación de proyección exterior que tendría el urbanismo romano de estas comunidades privilegiadas de comienzos del Alto Imperio se percibe, especialmente, en el foro (del que ofrecemos fotografías, una general y otra del acceso a la curia, bajo estas líneas) que tiene un control visual sensacional sobre el caserío actual de Lezuza, sobre el Campo de Montiel y sobre el valle del río que da nombre a esta hermosa singular localidad manchega. Al margen de que, como ha señalado parte de la investigación, la promoción al estatuto colonial tuviera que ver con el carácter comercial del lugar, también recogido por Plinio al calificar a Libisosa como Foroaugustana y refrendado por la posición viaria del lugar, en el camino entre Caesar Augusta y Laminium y entre ésta ciudad, Carthago NouaCastulo (ver el trabajo de G. Carrasco en Hispania Antiqua, 35, 2011, pp. 321-335, con todas las fuentes) no debe descartarse que la ciudad desempeñase durante el conflicto sertoriano el papel de hospitium militare sub tectis alojando contingentes del ejército en el contexto del primer conflicto civil de la República romana y que eso también propiciase la potenciación del centro, con el estatuto colonial, en época de Augusto (como complemento a la bibliografía antes enlazada debe verse UROZ, H., "Libisosa, un tesoro para la investigación de Iberia e Hispania", en Actualidad de la Investigación Arqueológica en España (2018-2019), I, Madrid, 2020, pp. 29-44). Esa sensación de proyección exterior se siente, especialmente, como decíamos, al recorrer el foro que, de hecho, recientes sondeos han demostrado que se estableció claramente en época de Augusto desempeñando un papel simbólico -como era habitual en este tipo de edificios- en el rol a desempeñar por la nueva colonia que, desde el espacio forense lucía con esplendor su urbanismo hacia el entorno como gran escaparate de Roma en la zona (al respecto, debe leerse UROZ, H., "Novedades sobre la construcción del foro de Libisosa. Noticia preliminar de las últimas intervenciones arqueológicas", Al-Basit: Revista de Estudios Albacetenses, 66, 2021, pp. 207-246, trabajo que ofrece también una buena diacronía sobre la evolución de la ciudad). 


Pero es que, además, cuando Géza Alföldy escribió la deliciosa obrita a la que hacíamos unas líneas más arriba referencia era poco, o muy poco, lo que se sabía respecto de algunas de las comunidades urbanas tratadas en ella -incluida Segobriga que, para entonces, ni siquiera se consideraba, todavía, municipio de época de Augusto (pp. 74-85) como hoy sabemos que lo fue- y, sin embargo, el propio trabajo del profesor de Heidelberg y el de los colegas citados más arriba para Ilunum y para Libisosa -especialmente arqueólogos pero también epigrafistas e historiadores de la Antigüedad- han convertido las ciudades de la Meseta Sur en unas de las más dinámicas en lo que a concentración de información sobre la vida urbana hispanorromana se refiere. Así lo demuestra, de hecho, la edición, en 2019 y 2021 de dos nuevos fascículos -el 13, 1 y el 13, 2- de la editio altera del volumen II del Corpus Inscriptionum Latinarum, en los que se recoge y actualiza la documentación epigráfica de varias de las tratadas por Alföldy -entre ellas Segobriga, Valeria, Toletum, Consabura o Titulcia- sobre las que no han dejado de publicarse novedades de todo tipo en las cuatro últimas décadas. Ya hemos hablado en otras entradas de este blog, y en concreto en una titulada, precisamente, "Vbique res publica, ubique uita", del modo cómo la investigación arqueológica sobre las ciudades de los antiguos Vascones ha transformado nuestra percepción de este territorio y, en general, de la parte central y septentrional del conuentus Caesaraugustanus, no en vano, hace varios meses -y el audio de la sesión está disponible en red- tuvimos la ocasión de hacer balance de esa incentivación de nuestro conocimiento gracias al volumen ingente de nuevos datos aportados por estos quince años de trabajo en Los Bañales de Uncastillo. También en eso las tierras del norte de la provincia de Zaragoza han experimentado un inusitado incremento de la documentación disponible que, por otra parte, ha sido constante cada vez que -como sucedió en los años 70 del siglo XX- algún equipo investigador se ha acercado a ellos con generosidad e ilusión.

Llegados a este punto, la última reflexión, seguramente, podrá intuirla el lector. Como señalan los enlaces más arriba compartidos pero, también, los espacios dedicados a estos dos centros urbanos antiguos en la web Viator Imperii para Libisosa o en la propia homepage del proyecto del Tolmo de Minateda, lo que, a nivel arquitectónico y urbanístico se conoce de ambos centros y puede ser visitable -al menos en su horizonte romano- apenas incluye la puerta de acceso a la ciudad, alguna vivienda y el foro en el primer caso y la muralla y la necrópolis en el segundo. Y, sin embargo, ambos centros -que están, por otra parte, todavía en proceso de excavación- ofrecen todo lo que un yacimiento arqueológico puede y debe ofrecer para una feliz experiencia por parte de quien lo visita: un centro de recepción de visitantes con material audiovisual e interactivo combinado con vitrinas con material arqueológico -de notable calidad en el caso de Libisosa por los "conjuntos cerrados" que su excavación está ofreciendo, especialmente del momento de ruina del lugar en las guerras sertorianas-, una cuidada y pulcra vialidad para deambular por los distintos atractivos del yacimiento y que impide al visitante caminar por zonas no excavadas o en proceso de trabajo y le orienta hacia las que aparecen señalizadas o son parada de las visitas guiadas que, al menos en Ilunum, se ofrecen y, sobre todo, unos paneles explicativos muy sencillos, sin apenas texto y muy visuales, que ayudan al profano a poner en valor las estructuras que visita y en las que ha sido introducido por la información del centro de visitantes. Todo en un territorio, el castellano-manchego, de gran extensión, notable patrimonio arqueológico y con iniciativas de puesta en valor del mismo especialmente generosas y, por tanto, también costosas y que no parece, como recordaba Sancho a Alonso Quijano, especialmente rico. Es lógico, por tanto, sentir envidia y seguir esperando que la administración competente tome cartas en el asunto en tantos otros lugares -y, sí, especialmente en Los Bañales de Uncastillo, donde las cosas, como en El Quijote, no son siempre lo que parecen- que nada tienen que envidiar a estas dos ciudades de la Hispania antigua con las que, de hecho, Los Bañales comparte algunos rasgos urbanísticos e históricos muy singulares y que, sin embargo, en cuestión de visitabilidad y adecuación sigue estando a años luz de las condiciones que, al respecto, ofrecen Ilunum y Libisosa. Toca seguir esperando. Ojalá que no mucho más pues el proyecto tiene haberes suficientes para, pronto, poder mostrarse con el esplendor que exhiben estos dos enclaves de la Meseta meridional peninsular, totalmente recomendables.