[El autor de este blog junto a los editores del volumen Recepciones de la antigüedad vascona y aquitana. De la historiografía a las redes sociales (siglos XV-XXI), Vitoria, 2022]
Va a cumplirse ahora un año de uno de los acontecimientos que, al menos, en la sociedad navarra, más ha visibilizado la avidez que en ella existe sobre cualquier cuestión relacionada con los antiguos vascones y que, como hemos explicado en entradas recientes de este blog, se palpa también en las extraordinarias cifras de visitantes que tienen todas y cada una de las entradas que, en Oppida Imperii Romani, dedicamos a este singular pueblo de la Antigüedad peninsular. Nos referimos, obviamente, a la presentación a finales de 2022, por parte de la presidenta del Gobierno de Navarra, María Chivite, de la mano de Irulegui, una placa de bronce del siglo I a. C. con texto escrito en la denominada "lengua vascónica", hallazgo que nos pareció una excelente ocasión para abrir -con una primera valoración del hallazgo- una etiqueta al respecto, titulada "Sorioneku", en este espacio dirigido a los amantes del mundo antiguo que es Oppida Imperii Romani, etiqueta que cumple aquí su sexta entrega.
Transcurrido casi un año de ese momento, la mano de Irulegui sigue estando de actualidad. Paradójicamente, el Gobierno de Navarra, que fue lento en el registro del objeto -y se le adelantó, de hecho, la Sociedad de Ciencias Aranzadi- ahora ha incoado el expediente para declararlo Bien de Interés Cultural lo que en cierto modo implica que la pieza forma parte -en realidad, in pectore, ya lo era- del patrimonio cultural de todos los navarros y de todos los españoles [ver aquí]. Sorprende, sin embargo, que, prácticamente, utilizar la imagen que de ésta puede descargarse de la popular Wikipedia -como hemos hecho en algunas conferencias y eventos, especialmente en ésta para la Asociación Pompaelo que acumula el doble de visitas en YouTube que la presentación oficial del documento- sea casi considerado un atentado contra la propiedad intelectual por haber registrado el gobierno foral la imagen de ese elemento ya icónico, como antes decíamos. Si es de todos, es de todos, y no parece una buena práctica -o, al menos, no parece demasiado estética- que la imagen de algo que se quiere proteger declarándolo Bien de Interés Cultural esté sometido a derechos de autor cuando no media, en el uso de la imagen, ningún afán lucrativo ni empresarial sino, sencillamente, de difusión del conocimiento, de promoción del patrimonio arqueológico con las consecuencias consabidas de sensibilización en pro de su protección que ese tipo de acciones de difusión generan. Son espinosos estos temas jurídicos, sin duda, pero a quien escribe estas líneas esa espiral le parece una auténtica, y difícilmente explicable, contraditio in terminis tan obscena como absurda. Habrá que estar atento a cómo avanza esa necesaria y feliz iniciativa de proteger este hallazgo con la máxima categoría de protección que la legislación patrimonial española puede otorgar a un objeto arqueológico y, por supuesto, se espera con inusitada expectación la publicación de la editio maior y la editio minor de la inscripción que porta este sensacional objeto descubierto en las excavaciones del castillo de Irulegui, al este de la Cuenca de Pamplona.
En una de las entradas de la serie "Sorioneku" ya anunciábamos, entre líneas, la publicación por parte de la Universidad del País Vasco de un volumen que, bajo el título Recepciones de la Antigüedad vascona y aquitana. De la historiografía a las redes sociales (siglos XV-XXI) (Vitoria, 2022) y con la magistral coordinación de Antonio Duplá y de Jonatan Pérez-Mostazo, pretende revisar la imagen que sobre la Antigüedad de los territorios vasco-aquitanos se ha ido forjando desde el siglo XVI hasta la irrupción, reciente y en crecimiento absolutamente exponencial, de las redes sociales. En ella, como también hacíamos constar, firmábamos un capítulo titulado "Vascones antiguos: de la historiografía al imaginario colectivo" cuya lectura es posible no sólo adquiriendo el volumen, alojado en la prestigiosa serie de los Anejos de Veleia, el órgano editorial sobre Antigüedad de la Universidad del País Vasco, sino, también, a través de DADUN el repositorio digital de publicaciones de la Universidad de Navarra.
Conscientes del atractivo del asunto y persuadidos de que sólo una buena difusión contrarrestará los tópicos que, como veíamos no hace mucho, llenan las redes e internet, planteamos, en los Seminarios de Arqueología que constituyen la espina dorsal del Diploma de Arqueología que ofrecemos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, una mesa redonda que, con un título tomado de nuestra contribución al citado volumen, repasara las principales contribuciones del mismo en lo que respecta a la imagen historiográfica que se ha ido forjando, en particular, de los Vascones antiguos. El acto fue seguido con notable expectación no sólo por la treintena larga de estudiantes que cursa el citado título en la Universidad de Navarra sino también por estudiantes de los Grados en Historia que ofrecemos en la Facultad, por estudiantes de la UNED de Pamplona, doctorandos e investigadores y por público en general demostrando el appeal del asunto vascónico del que hablábamos al comienzo de este nuevo post. Como la mesa redonda -en la que intervinieron los dos editores del volumen y quien escribe estas líneas (R./) bajo la moderación de Javier Larequ (P./)- no iba a publicarse, nos pareció oportuno dejar registro escrito -no textual- del espíritu de nuestras intervenciones en respuesta a las preguntas que el moderador tuvo a bien dirigirnos. Lo hacemos conscientes de que pueden ser un buen corolario a tantas cosas como sobre Vascones se han escrito en este blog en el último año, aunque la preocupación por el asunto vascónico en Oppida Imperii Romani resulte, prácticamente, fundacional.
P./ En el volumen Recepciones de la antigüedad vascona y aquitana se tratan algunos de los mitos que afectan a los vascones antiguos y cómo estos se han ido abriendo paso en la literatura y en la historiografía, tanto en la época moderna como en la contemporánea. En tu contribución concreta al libro te centras en el imaginario colectivo en torno de los vascones de la Antigüedad, en cómo estos mitos se desplazan a los manuales escolares y a las enciclopedias. ¿Cuál es la caracterización mayoritaria que se hace de los vascones en estos canales? No es la primera vez, además, que tratas este asunto. ¿La transferencia de la investigación científica que hacemos en la universidad respecto de este tema a la divulgación y a estos manuales funciona mejor ahora que hace veinte años?
R./ La caracterización que se hace de los antiguos vascones en enciclopedias generalistas y en los manuales escolares coincide, desde luego, con ese "imaginario colectivo" que, en parte, se forma al amparo de esas publicaciones y, por supuesto, en líneas generales coincide con la visión que de los vascones traza, por ejemplo, Chat GPT [ver aquí]. Esa caracterización se centra en dos bloques, por un lado el bloque de argumentos que podríamos denominar "esencialistas" que es, por otra parte, el menos inofensivo desde una perspectiva política y cultural del asunto y, por otro, el de los rasgos más bien "historiográficos" que subrayan la lenta actualización cultural del tejido social, a espaldas, en muchas ocasiones, del circuito científico, sobre lo que hablaremos más tarde. En ese primer bloque de argumentos esencialistas hay tres ideas que se reiteran en muchas de las publicaciones que hemos analizado en nuestro trabajo: en primer lugar, la identificación vascones-vascos que es casi más constante que la que -también con su propio momento de floruit cultural- se hace, ocasionalmente, entre vascones y navarros. En segundo lugar, la presentación de los vascones como homogéneos y como únicos pobladores del denominado territorio vascón convirtiendo aquí etnia y territorio en sinónimos -cuando son dos conceptos diferentes en las fuentes, el segundo, de hecho, ausente de ellas pues la realidad "territorio vascón" es un constructo interpretativo de los historiadores de la Antigüedad para explicar el listado de ciudades de Ptolomeo- y pasando por encima de los componentes ibéricos e indoeuropeos claramente presentes en el espacio que las fuentes antiguas llegaron a atribuirles. En tercer lugar, y como consecuencia de lo anterior, se elimina cualquier alusión a la diversidad -no sólo étnica, también lingüística, pues, como es sabido, la llamada "lengua vascónica" no es la única atestiguada ni en el territorio vascón ni en lo que podríamos llamar el espacio neurálgico de esos antiguos vascones- como elemento caracterizador del territorio resucitando, por tanto, los tópicos más trasnochados de la antigua historiografía autonomista de los años ochenta del siglo XX, coincidente con el surgir del estado autonómico del que todavía disfrutamos en España. En último lugar, me parece que en algunas publicaciones -sobre todo las firmadas en la Comunidad Autónoma Vasca- se realiza una traslación histórica del "territorio vascón" a esa supuesta Euskal herria histórica sin más argumentos que el de convertir en "vascas" a todas las tribus antiguas que las fuentes citan para ese artificial territorio o incluso para el también artificial, aunque con mayor sustancia histórica, de "Vasconia".
Más inocuas resultan las caracterizaciones que nacen de una lenta asimilación del avance en debates historiográficos que, en muchos casos, están ya superados pero que, precisamente, por estar todavía vigentes en esos circuitos nos obligan a preguntarnos sobre la efectividad de nuestra transferencia de conocimiento. Me refiero a la consideración global de todos los vascones como partidarios del general Pompeyo -cuando nada de eso se dice en los textos clásicos-, a la más que recurrente distinción -ancladísima en el imaginario colectivo navarro- entre ager y saltus -términos que, es sabido, proceden de dos autores separados un siglo en el tiempo y con métodos y objetivos diferentes como son Livio y Plinio el Viejo- que, a veces, ha devenido en subrayar una más débil romanización del territorio montañés y septentrional -artificialmente identificado con el saltus- y, por supuesto, el mantenimiento de la referencia a la expansión vascona como uno de los hitos históricos de caracterización de este pueblo de la Antigüedad. Seguir sosteniendo esa expansión vascona sí que tiene una mayor trascendencia de tipo político y cultural una vez que supone considerar a los vascones como una especie de estado en la Antigüedad capaz de ser objeto de beneficio alguno por parte de Roma.
Esta última cuestión, la de los argumentos del bloque historiográfico, nos lleva a la segunda cuestión la que tiene que ver con los ritmos de la transferencia de los resultados de nuestra investigación al circuito social, un ritmo que es, todavía, sorprendentemente lento [ver aquí]. Las razones de esa lentitud son, a nuestro juicio, varias, en primer lugar, el propio cainismo de la academia. Parece que tendemos a censurar al que hace transferencia, a señalarle diciendo, "éste es un divulgador" como si ser divulgador fuera algo que rebajase nuestro estatuto de investigadores universitarios cuando, en realidad, la transferencia, junto a la docencia, la investigación y la gestión, es parte del compromiso de cualquier docente. Si, lógicamente, no sólo no se reconoce sino que, incluso, se ridiculiza la transferencia, ¿qué sentido tiene hacerla?, podría pensarse. Lógicamente tiene un sentido social, de servicio a la verdad que es lo que da sentido a nuestra profesión de historiadores. En segundo lugar, la irrupción de internet -donde no hay más filtro que el que el espíritu crítico del lector pueda desarrollar- y donde tampoco hay "revisión por pares" ha hecho que, como ya denunciara Tucídides en el siglo V a. C., todo lo relativo al pasado se reciba de una forma muy acrítica y se de por verídica cualquier cosa que uno lee en cualquier página web o foro de la red. El retrato que de los vascones hace Chat GPT, que trabaja con todas las alusiones que, respecto de este pueblo, la inteligencia artificial encuentra en internet es un buen ejemplo de ello pues se trata de un retrato desfasado y lleno de inexactitudes y de tópicos. Por último, consideramos que, en realidad, en esta discusión también entran en juego algunos prejuicios históricos tan anclados que las audiencias tienen a juzgar al mensajero. Lo importante no es lo que dice la investigación sino quién lo dice y desde qué institución lo dice o cómo lo dice. No es lo mismo que hable sobre vascones, en un determinado sentido, la Universidad del País Vasco o que lo haga la Universidad de Navarra o, al menos, así lo juzga la opinión pública cuando, en realidad, se trata, normalmente, de una investigación, como alguna vez hemos dicho, sin "línea editorial", pegada a las fuentes que, aunque resultan escasas, siempre aportan información de algún tipo. Precisamente, la reiteración de esos tópicos -que se asumen sin juicio crítico casi como verdad histórica- es la que acaba por dejar las fuentes en un segundo plano convirtiendo en Historia lo que es, sólo, mera opinión.
P./ Ha sido habitual en la recepción sobre el asunto vascónico la secuencia etnia-territorio-lengua-cultura material. ¿Podemos realmente hablar de etnia al referirnos a los vascones antiguos? ¿Nos encontramos algún marcador cultural y/o arqueológico que nos permita identificar a los vascones como etnia singular antes de su contacto con Roma?
R./No, no se puede hablar de etnia. En todo caso podemos hablar del Ouaskónon éthnos, que es como Ptolomeo y Estrabón describen, en lengua griega, a los vascones. Pero el concepto de etnia en las fuentes antiguas poco tiene que ver con el de la sociología moderna como de manera muy sistemática y clara abordaron J. Velaza y F. Beltrán Lloris hace algunos años [ver aquí]. En sentido moderno consideramos que una etnia debe tener un ancestro común, compartir un territorio de referencia que el grupo defiende y asume como propio y diferente al de sus vecinos, debe definir a un grupo que promueve y patrocina un sentimiento de pertenencia y que, además, comparte una lengua y una historia común. Prácticamente, nada de eso puede atribuirse a los vascones antiguos. A esto se añade que, además, la denominación Vascones sólo aparece bien en las fuentes antiguas bien en documentos epigráficos de naturaleza oficial como los diplomas militares o el conocido censo de las ciudades vasconas y várdulas que documenta una inscripción conservada en los almacenes del Louvre de París [ver aquí]. Ningún personaje de las denominadas "ciudades vasconas" se denomina a sí mismo como vascón cuando sí sabemos que existen en la epigrafía romana cognomina alusivos a otros grupos étnicos del entorno -como el de "celtíbero", por ejemplo- y sin embargo, sí hay un uso claro de las menciones de origo que subraya que el verdadero marco de referencia para los integrantes de ese éthnos, fue la ciudad. Lo que pudo ver Roma en esas poblaciones a las que bautizó como éthnos de los vascones no sabemos qué fue. Quizás la lengua, que sí es una evidencia que, desde un punto de vista documental, se comienza ahora a atestiguar al ritmo de nuevos hallazgos como el de la mano de Irulegui, pudo ser uno de esos elementos pero los textos -y las propias evidencias de esa lengua escrita- son escuetos en ese sentido. No olvidemos, también, el peso de las limitaciones propias de los textos clásicos, de nuestras fuentes. Muchas veces nos gustaría que contasen cosas que, seguramente, no estaban en el programa de retos y objetivos de los autores concretos con los que escribimos la Historia de, en este caso, la Navarra antigua y su periferia, en términos actuales.
Si no podemos hablar de etnia al hablar de los vascones antiguos, es, en parte, porque hasta la fecha falta un marcador cultural o material, arqueológico -o del tipo que sea- que les distinga de sus vecinos del este (iberos) y del oeste y sur (celtíberos, en sus distintas variantes). Algunos autores, con acierto, especialmente F. Pina, señalaron hace años -y también lo ha glosado con claridad F. Wulff, a nuestro juicio- que lo único que, en realidad, distingue al "territorio vascón" de los territorios de su entorno es la acusada diversidad lingüística de sus habitantes una diversidad que se transparenta tanto en la epigrafía de corte más oficial, como pueda ser el Bronce de Áscoli, como en la de carácter más estrictamente personal con antropónimos y, por supuesto, teónimos y topónimos que se emparentan, en unos casos, con el indoeuropeo y en otros con el ibérico o con el vascónico. La propia adaptación del signario ibérico para representar sonidos inexistentes en la lengua ibérica pero sí en la vascónica que refleja la mano de Irulegui es una muestra de esa diversidad. ¿Fue esto lo que llamó la atención de los autores antiguos para crear ese concepto de un pueblo diferenciado de sus vecinos, con mayor presencia en el entorno? Es difícil saberlo pero como hipótesis parece totalmente razonable.
P./ La mano de Irulegui ha vuelto a poner de manifiesto el interés de nuestras sociedades por el mundo prerromano así como el interés identitario de estas etnias. ¿Por qué se produce esa constante reivindicación de la identidad vascona y, en cambio, la identidad romana a veces parece difuminarse?
R./Hace bastantes años, uno de los grandes estudiosos del asunto vascónico, el responsable de la acuñación de esa expresión controuersia Vasconica [ver aquí] que tanto utilizamos, J. J. Sayas escribió un trabajo titulado "De vascones a Romanos para volver a ser vascones" [ver aquí] donde, precisamente, analizaba cómo la etnia de los vascones emerge en el contexto de la relación con Roma y se recupera, como elemento de legitimación histórica, justo cuando Roma falta, cuando su autoridad política y territorial se diluye. Como esquema de comprensión histórica es un esquema muy válido. Al final hemos de pensar que Romanos fuimos todos -y todavía lo somos, ¡en tantas cosas¡-, en cambio, las identidades prelatinas siempre nos parecen más locales, más vernáculas, menos externas y tendemos siempre a identificarnos más con ellas. La mano de Irulegui, de hecho, como se apunta, ha sido un buen ejemplo de ese atractivo de lo vascónico frente a lo romano. Al final, incluso en los múltiples reportajes que, en prensa, se han publicado sobre el hallazgo y su contexto arqueológico -un contexto, en efecto, de destrucción militar- se ha llegado a afirmar que Roma fue la culpable de la destrucción del oppidum de Irulegui cuando, en realidad, si Roma lo destruyó es porque en él había alguna suerte de alianza de sus pobladores con romanos pertenecientes, en cualquier caso, a un bando diferente. En el propio análisis de la pieza se ha puesto el acento, como es lógico, por su novedad, en el hábito escriturario incorporado por las poblaciones locales y en su capacidad de adaptación de éste a la lengua de referencia. Sin embargo, no se ha subrayado suficientemente, que esa literacy tiene un origen claramente latino y que, es más, la adopción del hábito epigráfico también arranca del contacto con Grecia, primero -para las poblaciones ibéricas- y con Roma -más tarde- para las celtibéricas. La mano de Irulegui es un claro testimonio de eso que ahora se ha dado en llamar la "escritura en la frontera" [ver aquí] y toda frontera implica, claramente un contacto, un trifinio [ver aquí] en el que, al tratarse de la Antigüedad hispana, Roma es un elemento fundamental creador de identidad, sí, y potenciador de la misma. Reivindicar nuestro pasado vascónico -e ibérico y celtibérico- sólo es posible gracias a Roma.
La parte final del debate que centró la citada mesa redonda giró en torno al interés que tiene el estudio de la denominada "recepción de la Antigüedad" para, precisamente, conocer de qué manera, a través de la Historia, se ha ido utilizando la Antigüedad Clásica, y sus acontecimientos principales, para legitimar determinadas posturas ideológicas, sociales o políticas. Se concluyó, claramente, en la obligación moral que los historiadores tenemos de dedicarnos a esas cuestiones y de salir al paso de mitos y tópicos que, no por repetirse con frecuencia, se convierten en verdad. Al margen de las reflexiones que, al respecto, hicieron nuestros compañeros de mesa -que trabajan profusamente sobre estas cuestiones de antikenrezeption- a nosotros nos pareció oportuno, y nos parece también ahora, cerrar nuestra intervención leyendo estas palabras del icónico historiador británico Eric Hobswabm e incluidas en su imprescindible ensayo Sobre la Historia (Crítica, Barcelona, 1997, p. 270):
"Es probable que el hecho de que la historia esté ligada de modo inextricable a la política contemporánea -como sigue demostrando la historiografía de la Revolución francesa- no constituya hoy una dificultad grave, toda vez que los debates de los historiadores, al menos en los países donde hay libertad intelectual, se desarrollan dentro de las reglas de la disciplina. Además, muchos de los debates de mayor carga ideológica entre historiadores profesionales se refieren a cuestiones de las que los no profesionales saben poco y les importa menos. Sin embargo, todos los seres humanos, todas las colectividades y todas las instituciones necesitan un pasado, pero sólo de vez en cuando ese pasado es el que la investigación histórica deja al descubierto. El ejemplo clásico de una cultura de la identidad que está anclada en el pasado por medio de mitos disfrazados de historia es el nacionalismo. Sobre esto Ernest Renan dijo lo siguiente hace más de cien años: 'Olvidar, incluso interpretar mal la historia, es un factor esencial en la formación de una nación, motivo por el cual el progreso de los estudios históricos es a menudo un peligro para la nacionalidad'. Porque las naciones son entidades históricamente novedosas que pretenden existir desde hace mucho tiempo. Inevitablemente, la versión nacionalista de su historia consiste en anacronismos, omisiones, descontextualizaciones y, en casos extremos, mentiras. En menor medida, esto ocurre en todas las formas de historia de la identidad, antiguas y nuevas".
Está todo dicho. Nuestra obligación como historiadores es seguir separando el mito de la verdad, la opinión de la Historia, la manipulación de la realidad algo que, por difícil que resulte caracterizarla tratándose de la Historia de la Antigüedad, debemos conseguir que su descripción se sustente sobre fuentes fiables y contrastadas y sobre un análisis eminentemente crítico de las mismas. De lo contrario lo que contemos será sólo mito, ensoñación, fantasía, mentira.
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