SORIONEKU (y VII)

 

"Los Vascones, en el foco por la mano de Irulegui", titulaba ABC en noviembre del 2022 en el contexto del revuelo mediático organizado por la presentación en sociedad de la mano de Irulegui. Cuando se escriben estas líneas, apenas iniciado octubre de 2023 podría decirse que estos, los Vascones, han vuelto a estar en el foco de nuestra labor investigadora y de transferencia de la investigación -si es que en alguna ocasión han dejado de estarlo- gracias a dos eventos, casi consecutivos, desarrollados en el mes por excelencia de la vuelta a la actividad académica: septiembre. 

Efectivamente, el día 14 de ese mes, y como comentábamos en otra entrada anterior de Oppida Imperii Romani, tuvimos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, en Pamplona, una mesa redonda de presentación del libro Recepciones de la antigüedad vascona y aquitana. De la historiografía a las redes sociales (siglos XV-XXI) (Vitoria, 2022), recomendabilísimo. Y, el día 18 de ese mismo mes, en el Centro Cultural Avenida de Cascante, en la Ribera de Navarra, hablamos sobre "Los Vascones de las fuentes antiguas: historia, mito y recepción" en una conferencia de notable éxito de público y cuya filosofía glosó muy bien Javier Larequi -que la impartió con nosotros- en los micrófonos de SER Navarra ese mismo día. La charla hizo de pórtico de la XVIII Semana Romana de Cascante -centrada este año en el legado y la recepción de la Roma antigua- y está ya disponible para su visualización íntegra a través del canal de YouTube de la UNED de Tudela, organizadora del evento junto a la Asociación Vicus de Amigos de Cascante uno de esos enclaves de la geografía navarra -también de la antigua- presente en nuestro blog casi desde los comienzos (pincha aquí). El mes comenzó, además, con la publicación, en una serie coordinada por la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro del Departamento de Historia, Historia del Arte y Geografía de la Universidad de Navarra, de un artículo nuestro en Diario de Navarra sobre la mujer romana en el ámbito vascónico, que reproducimos también más abajo. 


Pero, al margen de esas dos actividades académicas los Vascones antiguos han vuelto a la palestra -en realidad, no han dejado de estar en ella desde el pasado otoño, con presencia, incluso, sanferminera- y lo han hecho en el contexto de la gran expectación que ha despertado en la sociedad navarra -pero también en todo el país, gracias a la cobertura que le han concedido algunos medios nacionales- la presentación de los resultados de la primera campaña de excavaciones en el oppidum de Irulegui posterior a la presentación del documento epigráfico paleohispánico que, sin duda, más ha contribuido a revitalizar la controversia vascónica: la mano de Irulegui. Como han subrayado los medios -y gracias, fundamentalmente, a la financiación que la Sociedad de Ciencias Aranzadi, a través de EH-Bildu, ha conseguido del Gobierno de España y que ha figurado en los últimos presupuestos generales del Estado, aprobados a finales del pasado año, apenas unas semanas después de la presentación de la mano- la campaña de excavaciones en cuestión ha resultado la más extensa en el tiempo de cuántas hasta la fecha se habían desarrollado en el lugar. El eco mediático de la rueda de prensa que los responsables de la excavación hicieron hace algunas semanas nos ha regalado titulares y entradillas de lo más singular que demuestran -como afirmábamos en otra entrada, la número 5, de la serie "Sorioneku" de este blog- lo lejos que estamos de conseguir que la sociedad entienda la verdad histórica sobre los antiguos Vascones y de que ésta destierre tópicos del pasado, historiográficamente y desde un punto de vista investigador, ya superados. Nos parece que conviene detenerse en algunos de ellos.

Así, a título de ejemplo, Naiz, en la noticia con que se hacía eco de la presentación de esos resultados, habló -calificando a los habitantes del oppidum de Irulegui- de "una sociedad vascona con poder adquisitivo (...) que terminó expulsada del poblado por el ataque sufrido en el siglo I antes de Cristo"; Diario de Navarra subrayó el "mestizaje cultural y la romanización de los Vascones al final del periodo"; El País recogió las impresiones del equipo de trabajo de la excavación respecto de que "la romanización del pueblo vascón fue 'paulatina y menos brusca de lo que se creía'"; y, por cerrar la lista sin ánimo de exhaustividad, ElDiario.es habló, incluso, de "la 'compleja' romanización vascona". La presentación de esos resultados hizo, además, de pórtico de un curso monográfico de la Universidad del País Vasco, celebrado el 15 de septiembre en el valle de Aranguren, sobre la mano de Irulegui y su contexto histórico, epigráfico y cultural, que concitó también, como viene haciéndolo el yacimiento en los últimos meses, una inusitada expectación. Más aun, incluso, en esos mismos días esta singular mano de bronce -convertida, como se muestra muy bien en la conferencia embebida en esta entrada en elemento identitario de los defensores de posturas nacionalistas vascas- ha sido agitada por determinados grupos políticos en el Congreso de los Diputados con motivo de la polémica surgida en torno al empleo en sede parlamentaria de las lenguas cooficiales de nuestro país. Como ya comentábamos en Navarra Televisión al poco de presentarse la mano en sociedad, esto muestra que, al margen de lo que ésta, finalmente, diga -pues la editio princeps de la pieza por parte de los solventes expertos a los que se ha encargado su estudio está aun en prensa- y al margen de las dudas que existen sobre la lectura de la palabra -ya casi un símbolo- de la primera línea, sorioneku, ésta ha pasado a convertirse en un símbolo de la antigüedad de la lengua vasca y de su vinculación a Navarra olvidándose que lo que en ella, en todo caso, está escrito, es una evidencia de lo que, con acierto, se ha dado en llamar la "lengua vascónica" que no necesariamente debe guardar relación directa con la lengua vasca asunto sobre el que hemos hablado de manera abundante en la serie "Sorioneku" de este blog.

Al margen de las interpretaciones -todas ellas muy sugerentes- que los medios hicieron de los hallazgos, por otra parte los habituales en cualquier excavación arqueológica de época romano-republicana como lo es la de Irulegui, algunas informaciones que figuraban en la página web de Aranzadi y, también, entrecomillados de las declaraciones realizadas por Mattin Aiestaran, director de la excavación en Irulegui, en su mayoría difundidas por la agencia Efe, nos parece merecen también nuestra atención. Y la merecen porque la transferencia de la investigación se hace, en gran medida, a través de los medios y, por eso, lo que en ellos se dice tiene especial trascendencia pues, como hemos lamentado en ocasiones, llega más deprisa a la sociedad que sesudos trabajos de investigación lo que, también, debe servir para medir la trascendencia de lo que a ellos se cuenta y de lo que éstos resaltan o convierten en noticioso. Así, el joven arqueólogo de Tolosa comentaba, valorando los hallazgos de esta histórica campaña de excavaciones, "(los Vascones) ya tenían contacto con los Romanos y su romanización fue más compleja y menos brusca de lo que se pensaba"; "(en el yacimiento se aprecia) un mestizaje cultural muy importante que hasta ahora desconocíamos"; "(Irulegui) es un poblado de alto estatus y en contacto con otras culturas"; "vemos que estos vascones ya saben sobre los romanos, están en contacto con ellos, han visto el Mediterráneo y lo están intentando traer aquí. Están intentando adaptarse a lo que luego va a ser el Imperio Romano pero sin perder sus peculiaridades"; "estamos hablando de un mestizaje cultural muy importante que nos está desvelando la pieza de un puzzle que hasta ahora desconocíamos, tanto cronológica como geográficamente aquí en el corazón del territorio vascón".

Sobre la Romanización, sobre su impacto en las sociedades indígenas locales, sobre su importancia como proceso histórico y sus consecuencias de carácter cultural, social e ideológico -y también sobre el modo cómo fue recibida por las comunidades locales- ya hablamos en su día en la entrada "Romanitas" de este blog donde valorábamos qué supuso ésta desde un punto de vista cultural y lo hacíamos, además, citando definiciones sobre ella en textos de referencia en Historia Antigua. Lo que en aquella entrada se dijo y, también, el calado de estas afirmaciones relacionadas con los resultados de las excavaciones llevadas a cabo en Irulegui motivó una tribuna publicada en la sección de "Cultura" de Diario de Navarra que compensa reproducir a continuación aunque también alcanzó notable difusión en su versión digital.

Debió ser en el año 76 a. C. cuando el oppidum de Irulegui fue destruido y la lámina de bronce con inscripción paleohispánica que tanto nos ha ocupado en Oppida Imperii Romani y que tanto ha interesado a la opinión pública quedó oculta hasta que fuera descubierta en la campaña de excavaciones en el lugar en el verano de 2022. Roma había llegado a la península ibérica 142 años antes. Desde, al menos, 119 años -en el 195 a. C.- los ejércitos de Roma habían estado a escasos ciento veinte kilómetros de la Cuenca de Pamplona cuando las tropas de Catón asediaron la ciudad de Iacca, la Jaca actual e incluso algo más cerca -pese a que no se sepa a ciencia cierta la ubicación de Corbio, seguramente en La Hoya de Huesca- cuando, poco más tarde, las de Terencio Varrón hicieron lo propio con esa comunidad de los suessetanos en el año 185 a. C., por tanto, un siglo exacto y diez años antes del fatal destino del castro de Irulegui. 103 años antes, Tiberio Sempronio Graco libró una durísima batalla contra decenas de miles de Celtíberos a apenas ciento cuarenta kilómetros de Irulegui, en el entorno del Moncayo, en la cordillera ibérica zaragozana. Y exactamente menos de 15 años antes, una serie de jinetes con nombres vascónicos -varios procedentes de la localidad de Segia (Ejea de los Caballeros), a menos de ciento veinte kilómetros del valle de Aranguren- participaban como auxilia en la célebre turma Salluitana, al lado del padre de Pompeyo, Cneo Pompeyo Estrabón que echó mano de ellos en el denominado Bellum Sociale itálico. Para el año 76 a. C., por tanto, los vascones -también los que vivían en Irulegui- no estaban descubriendo quién era Roma, lo sabían, seguramente, de sobra y, probablemente, habían pactado con ella o se le habían sometido sin especial resistencia décadas antes. Sólo así se puede explicar el silencio que, como es sabido, respecto de una posible hostilidad vascónica a Roma, guardan las fuentes literarias. Como recordábamos en la tribuna en Diario de Navarra, tras la batalla del Moncayo, precisamente, Sempronio Graco fundó, dándole su nombre, la ciudad de Gracchurris en un lugar, además, en que, a juzgar por su topónimo previo, Ilurcis, debió haber poblaciones vascónicas en el contexto de eso que Livio, precisamente al narrar los acontecimientos inmediatamente coetáneos a la destrucción de Irulegui, llamó el Vasconum ager, surcado en ese momento por las tropas sertorianas. La instalación de Gracchurris a exactamente ciento seis kilómetros de Irulegui constituye, sin duda, un acontecimiento clave que marca la primera consolidación de la labor de aculturación desarrollada por Roma en el valle del Ebro máxime cuando, como se ha estudiado, debieron convivir en la fundación celtíberos, vascones y, naturalmente, romanos fuera el expediente colonial latino, o no, como algunos han defendido, el que se usara en esa singular deductio. Por tanto el gran mestizaje cultural no es, ni mucho menos, una novedad de las excavaciones de Irulegui pues formó parte intrínseca del proceso de Romanización, en el territorio vascón y, también, en sus áreas limítrofes. Para hacer frente a él, de hecho, desde una óptica jurídica, Roma creó las colonias latinas, una figura jurídica a medio camino entre el estatuto peregrino y el romano que, ensayada en Italia, fue difundida por las provincias con una destacada presencia en Hispania y que ejemplifica, desde la óptica jurídica, la esencia misma del mestizaje propio del proceso de aculturación que conocemos como Romanización.

Obviamente, además, como también destacábamos en la tribuna del Diario de Navarra, los propios acontecimientos que acabaron con el oppidum de Irulegui son la mejor prueba de que el influjo de Roma no era algo que se estaba descubriendo en los años 80 y 70 del siglo I a. C. sino que, para entonces, éste estaba plenamente consolidado. La denominada "guerra de Sertorio" no sólo se libró en Hispania porque el gobernador que la provocó al negarse a abandonar su puesto cuando fue depuesto por el dictador Sila -es decir, el propio Sertorio- era gobernador de la provincia Citerior sino porque se granjeó una serie de apoyos, de clientelas -asunto sobre el que hablamos en una antigua entrada de Oppida Imperii Romani que también se detuvo en otra a propósito de las clientelas sertorianas específicamente- que llevaron al Senado de Roma a contrarrestar con las mismas armas, buscando refrescar lealtades antiguas o a forjar otras nuevas en las ciudades de la provincia. Y, el territorio de los antiguos Vascones, con las ciudades que en él había tomando partido por uno u otro bando si se vio envuelto en esa guerra fue porque, sencillamente, ya tenía un estrecho contacto con Roma no sólo desde el punto de vista cultural -como exhiben las importaciones que la reciente campaña en Irulegui pone de manifiesto- sino también desde el punto de vista político como, por ejemplo, muestra la propia amonedación en plata y bronce permitida por Roma a algunas de sus comunidades en algunas de cuyas cecas, de hecho, comparecen algunas de las adaptaciones del signario ibérico a la lengua vascónica que vuelven a dejarse ver en la inscripción de la mano de Irulegui. En este sentido, en la tribuna de Diario de Navarra ya subrayamos que, en definitiva, la propia grabación en bronce de la mano, y la adopción del hábito epigráfico por los habitantes de Irulegui, es una nítida prueba de su grado de contacto con Roma de la que recibió también esa costumbre de emplear, para fines diversos, el medio escrito duradero.

Es evidente que Roma fue creadora de identidades. Como comentábamos en el anterior post de esta misma serie, sin embargo, todos tendemos, en este marco cultural de la globalización, a identificarnos más con lo local que con lo global y a conferir importancia a nuestras raíces culturales que, está claro, arrancan antes de la llegada de Roma. Subrayar la singularidad de las poblaciones calificadas como "Vascones" por las fuentes antiguas es perfectamente legítimo y hasta conveniente. Pero retorcer esas peculiaridades manteniéndolas más tiempo del que, a tenor de la cultura material y de la propia historia política romana, recomienda la lógica histórica hace, desde luego, un flaco favor a la investigación arqueológica y a los estudios sobre la Antigüedad. Ese bucle identitario que se ha generado en torno al hallazgo de Irulegui ha llevado también a que, en estos días, se haya viralizado un artículo de opinión publicado en el Diario de Noticias de Navarra en el que se desaconsejaba hablar de "castro" a la hora de referirse a los oppida prerromanos del ámbito vascón recomendando la palabra que, en vasco, designa ese tipo de asentamientos y que, efectivamente, tiene notable arraigo en nuestra toponimia navarra: muru. Pero resulta que la Arqueología es una disciplina científica que, como tal, debe tender a categorizar las realidades generando términos unívocos que sean comprensibles por parte de quien se enfrente a ellos, lo haga desde donde lo haga. Y, desde luego, tanto el término oppidum -que es el que las fuentes romanas en Latín aplicaban a los poblados en altura con que establecieron contacto durante las guerras de conquista- como el término "castro" tienen ese carácter universal que es necesario mantener y que nos hace bien emplear aunque sólo sea para insertar lo local en el marco de una ciencia que, necesariamente, ha de ser global, universal. Tan forzado resulta pedir que ahora hablemos del "muru de Irulegui" como pregonar que la Romanización de las tierras de Navarra, para las décadas finales del siglo I a. C., estaba todavía iniciándose o imaginar que, en algún momento, se llegó a pensar por parte de los historiadores -nunca ha sido así, de hecho- que ésta fue brusca o que fue sencilla y desprovista de complejidades. Curiosamente, de los Vascones no romanizados e irredentos ante Roma propios del "vascocantabrismo", hemos pasado ahora a afirmar que la Romanización de aquéllos no fue brusca presentando esa afirmación como una novedad historiográfica y dando notoriedad a lo contrario como una ensoñación nunca antes defendida. La Romanización de los Vascones no pudo ser brusca como no lo fue, tampoco, la Romanización de ningún otro pueblo de la Europa prelatina y como no lo fue, tampoco, ninguno de los procesos de aculturación colonial que se desarrollaron en la Historia pues estos, lógicamente, duraron varias centurias y supusieron un intercambio, un mestizaje de ida y vuelta que, de hecho, los enfoques postcoloniales se han encargado de subrayar con  nitidez. Lo que sí está claro es que, para el momento en que quedó oculta la mano de Irulegui, los habitantes del malogrado oppidum estaban ya bastante más familiarizados con la cultura romana que lo que ahora se pretende sostener, aunque sea en unas aparentemente inocuas e inofensivas informaciones en prensa.

En aras del rigor científico convendría tener presente que, incluso cuando se hace transferencia y se comparece ante los medios -como en un excelente ejercicio de Arqueología Pública está haciendo el equipo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, no sólo en su proyecto en Irulegui sino en todos los que lleva a cabo en Navarra y la Comunidad Autónoma Vasca- se está, en cierta medida, educando a la sociedad parte de la cual, de hecho, sólo se acercará a la Historia Antigua de la península ibérica a través de lo que los medios cuenten. Es, por ello, importante que lo que a la sociedad llegue se acerque lo más posible no sólo a la verdad histórica -que en lo que a la Antigüedad respecta viaja en los textos antiguos y en las evidencias materiales, siempre tan elocuentes- sino, también, a la que la historiografía ha ido configurando en estos últimos años en que, precisamente, la cuestión de los Vascones antiguos ha resultado extraordinariamente dinámica en materia investigadora. Contribuir a crear nuevos tópicos o a retorcer los ya existentes no parece lo más conveniente para una cuestión, la de los antiguos Vascones, sobre la que pesan todavía muchísimos. 

NOTA.- Algunos de los posts de Oppida Imperii Romani enlazados más arriba llevan incorporado notable aparato bibliográfico, al que se remite. Más arriba se enlazaron, a propósito del mestizaje cultural que exhibió la fundación de Gracchurris por Sempronio Graco en el 179 a. C., los fundamentales trabajos de LÓPEZ MELERO, R., "Gracchurris, ¿fundación celtíbera?", Veleia, 4, 1987, pp. 171-1777 y de GARCÍA FERNÁNDEZ, E.: "Graccurris y los oppida de antiguo Lacio", en ANDREU, J. (ed.), Los Vascones de las fuentes antiguas: en torno a una etnia de la Antigüedad peninsular, Barcelona, 2009, pp. 215-230. Sobre los avatares del proceso de Romanización del territorio vascón es imprescindible, aunque poco conocido, el trabajo de KLÄR, T., Die Vasconen und das Römische Reich. Der Romanisierungsprozess im Norden der Iberischen Halbinsel, Stuttgart, 2017 (con reseña nuestra aquí, que glosa las principales ideas del trabajo). Y sobre cómo afectó este proceso, y en qué fechas, a las etnias prelatinas peninsulares, son inexcusables SALINAS, M., Los pueblos prerromanos de la Península Ibérica, Madrid, 2006 y la miscelánea SANTOS, J., CRUZ-ANDREOTTI, G., FERNÁNDEZ CORRAL, M., y SÁNCHEZ VOIGT, L. (eds.), Romanización, fronteras y etnias en la Roma antigua. El caso hispano, Vitoria, 2013. Y es que cuando se enquistan los tópicos o cuando los ya existentes se sustituyen por otros nuevos dotados del mismo fundamento (ninguno) que los viejos la solución está, siempre, en volver a las fuentes, a las primarias y, sí, también a las secundarias, a toda esa historiografía cuya consulta resulta siempre, cuando menos, inspiradora y, en este caso, también, esclarecedora.

1 comentario:

Roland Mor dijo...

La romanización afectó a todos los territorrios peninsulares. En cuanto a la famosa letra T vascona ni es exclusiva del signario vascuence ni tampoco la letra en forma de espiga de la moneda "Sesars" donde la letra E tiene esa forma. Ambas se encuentran registradas en el signario ibérico nororiental.Sobretodo en la región de Aude hasta Ensérune en la galia que hablaban y escribian en ibero nororiental y también en zonas de cataluña como en la fusayola de cabrera de mar ref. hesperia B.44.39, si consultan la web Cathalaunia.org veran estas letras incluidas las cecas vasconas pero que usarón el signario ibérico nororiental para escribir en ese supuesto vascuence.Es preocupante que dos de los mejores especialistas en lenguas paleohispánicas de españa no tengan encuenta las inscripciones iberas en sus estudios. Sor fué un formante onomástico en ibero soribeis, Sortiké ( Palamós), Sorike (Vic), y Sori en vasco-Aquitano registrado en latín en las lapidas funerarias se pueden consultar en internet . de awardspace de Eduardo orduña Aznar. Ane Sorini, Harsori, Sori(--) escritas en latín. Esto forma parte de mi estudio de antropónimos ibéricos enviado a la sociedad Aranzadi los cuales no me contestaron. páginas incluida una tabla comparando los nombres iberos con los vascos y aquitanos escritos en periodo de romanización. Les dejo mi blog : signarioiber.wordpress.com