EIDOS TÉS NÓSOU




[Cuadro historicista Plague in an ancient city, del pintor flamenco Michiel Sweerts, siglo XVII]

En uno de nuestros primeros posts de este año en Oppida Imperii Romani  hablábamos de la validez, y de la capacidad evocadora, del mundo clásico. Evolucione como evolucione, 2020 es, ya, pese a no haber transcurrido todavía tres meses de él, el año del Covid-19, el año del coronavirus. Hace algunas semanas, y en medio de esta epidemia, el mundo clásico volvió a la palestra, esta vez a partir de su relación con la cultura popular, cuando muchos, en redes sociales, se encargaron de recordar al invencible auriga Coronavirus que Albert Uderzo había imaginado -para algunos, casi profetizado- en Astérix en Italia (2017), un auriga romano al que, junto a su colega Bacillus, los galos se enfrentaban en varios juegos. En ese momento, parecía una coincidencia sugerente, apenas había algunos casos en China y por Italia el virus apenas empezaba a asomarse. Pocos -acaso sólo los científicos del área médica- nos imaginábamos el alcance que esta pandemia iba a tener.

Estos días atrás, nuestro colega y compañero de la escuela zaragozana de Ciencias de la Antigüedad, Alejandro Díaz, de la Universidad de Málaga, mostraba su descontento en redes sociales ante la ansiedad que los medios, acaso, están contribuyendo a crear y recomendaba a todos la lectura del pasaje de Tucídides de Atenas relativo a la terrible peste que Atenas sufrió en el año 430 a. C., coincidente con el segundo año de la guerra del Peloponeso. Ese mismo día, en la utilísima Liverpool Classicist List -fundamental para, suscribiéndose, estar al día de eventos (estos días, de muchas cancelaciones, tristemente) relacionados con el mundo clásico en todo el mundo- el profesor asociado de la Università degli Studi di Milano Marco Ricucci compartía un artículo publicado en Il Corriere della Sera en el que reivindicaba lo que Tucídides, en su relato de aquella epidemia, podía enseñarnos ahora que los gobiernos de toda Europa piden responsabilidad social, e individual, ante esta terrible situación de la que, en cualquier caso, se saldrá.

Como cuando hablan los clásicos, como suele decirse, causa finita -al menos para nosotros- nos limitaremos sólo a transcribir una selección de los pasajes entre el capítulo 47 y el capítulo 55 del libro II de las Historias de Tucídides en que, justo después de la célebre oración fúnebre de Pericles, que tan bien conocen nuestros queridos alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, Tucídides aborda tó eidos tés nósou, "la naturaleza de esta epidemia". Encabezaremos esa antología, que sigue la traducción en castellano de J. J. Torres Esbarranch para la Biblioteca Clásica Gredos -aunque se enlaza, también, al texto griego original en la Perseus Digital Library- con una breve línea en la que destacaremos un aspecto que nos parezca clave de este singular "oráculo" en que, de nuevo, el mundo griego, a través de uno de sus más insignes historiadores, se convierte. Podríamos haberlos ordenado de otro modos pero hemos preferido mantener el orden de los pasajes extractados en el relato completo para no "traicionarlo". Las coincidencias sobrecogen, sin duda, y nos subrayan la lección de humildad que, acaso este maligno virus, ha venido a dar a nuestra civilización occidental (entre las reflexiones leídas estos días en redes sociales, al respecto, recomendamos vivamente ésta).

[I]. Una enfermedad generada fuera de Occidente.

[48, 1] "Apareció por primera vez, según se dice, en Etiopía, la región situada más allá de Egipto, y luego descendió hacia Egipto y Libia y a la mayor parte del territorio del Rey (del Imperio Persa, por tanto)".

[II]. Una epidemia repentina, virulenta y que generó, también, bulos y fake news.

[48, 2] "En la ciudad de Atenas se presentó de repente, y atacó primeramente a la población del Pireo, por lo que circuló el rumor entre sus habitantes de que los peloponesios habían echado veneno en los pozos, dado que todavía no había fuentes en la localidad. Luego llegó a la ciudad alta, y entonces la mortandad fue mucho mayor".

[III]. Una epidemia de la que, entre los atenienses, también abundaban los "expertos" pese a resultar, además, casi nueva, inédita y desconocida y, por ello, más difícil de combatir.

[48, 3] "Sobre esta epidemia, cada persona, tanto si es médico como si es profano, podrá exponer, sin duda, cuál fue, en su opinión, su origen probable así como las causas de tan gran cambio que, a su entender, tuvieron fuerza suficiente para provocar aquel proceso. Yo, por mi parte, describiré cómo se presentaba, y los síntomas con cuya observación, en el caso de que un día sobreviniera de nuevo, se estaría en las mejores condiciones para no errar en el diagnóstico, el saber algo de antemano".

[IV]. Una enfermedad que era terrible para quien ya padeciera otras patologías previas.

[49, 1] "Aquel año, como todo el mundo reconocía, se había visto particularmente libre de enfermedades en lo que a otras dolencias se refiere; pero si alguien había contraído ya alguna, en todos los casos fue a parar a ésta (idéntico sentido en 51, 1)".

[V]. Una enfermedad con un alto porcentaje de mortandad y diferente a otras afecciones semejantes.

[50, 1] "La naturaleza de esta enfermedad fue tal que escapa sin duda a cualquier descripción; atacó a cada persona con más virulencia de la que puede soportar la naturaleza humana, pero sobre todo demostró que era un mal diferente a las afecciones ordinarias (…)".

[VI]. Una enfermedad que tiene, también, una notable exigencia de fortaleza de ánimo y de responsabilidad social.

[51, 4] "Pero lo más terrible de toda la enfermedad era el desánimo que se apoderaba de uno cuando se daba cuenta de que había contraído el mal (porque entregando al punto su espíritu a la desesperación, se abandonaban por completo sin intentar resistir), y también el hecho de que morían como ovejas al contagiarse debido a los cuidados de los unos hacia los otros: esto era sin duda lo que provocaba mayor mortandad".

[VII]. Una enfermedad altamente contagiosa.

[51, 5] "(…) si se visitaban (unos a otros) perecían, sobre todo quienes de algún modo hacían gala de generosidad, pues movidos por su sentido del honor no tenían ningún cuidado de sí mismos entrando en casa de sus amigos cuando, al final, a los mismos familiares, vencidos por la magnitud del mal, ya no les quedaban fuerzas ni para llorar a los que se iban".

Huelgan comentarios, y queda sólo la reflexión y más en el conveniente aislamiento de estos próximos días. Como estamos viendo estos días en la prensa, la peste de Atenas tampoco hizo acepción de personas, y afectó, incluso, al gran Pericles siendo la epidemia un "general" decisivo con el que no se contaba en las terribles guerras del Peloponeso y que, seguro, contribuyó a decantar la victoria del lado espartano. Queda ahora ser fuerte y aprender, una vez más, de lo que el mundo clásico, no por casualidad -¡seguro que no!- nos quiere recordar con este pasaje, que se vuelve tan "actual" después de casi 2.500 años. 

2 comentarios:

PpP_IESNV dijo...

Muy interesante. Gracias.

Karen dijo...

Excelente información, la cual nos da a conocer la relevancia de esta problemática.