Entre los regalos de quien escribe este blog, esta Navidad, se ha colado un pequeño libro, publicado en España por Alianza Editorial, de apenas 160 páginas y firmado por Neville Morley, Profesor de Classics, en Exeter. El libro se titula Por qué importa el mundo clásico y ha sido editado en Madrid en 2019 aunque la primera edición, británica y en inglés, es de 2018. Su lectura, apasionante para quienes amamos el mundo clásico y, por tanto, totalmente recomendable, nos ha parecido que justificaba un nuevo post, para arrancar bien este nuevo 2020, en Oppida Imperii Romani. La razón es sencilla, el volumen -articulado en tres grandes capítulos- repasa el concepto de "mundo clásico" -y de "civilizaciones clásicas"-, se detiene en los problemas que los historiadores de la Antigüedad -o los "clasicistas", como el autor llama en una acertadísima perspectiva integradora de los estudios clásicos casi al modo alemán- tenemos para "cartografiar el pasado" y valora, también, el tópico tan manido de que el estudio del mundo antiguo sirve para anticiparse al futuro.
Sólo por la valentía de enfrentarse a estas cuestiones, nos parecía que este sencillo opúsculo bien merecía una nueva entrega de la serie disputationes de este blog (para una reseña, valiosísima, del volumen, puede verse este post del blog "Reinventar la Antigüedad", del Catedrático de Filología Latina de la Universidad Complutense de Madrid Francisco García Jurado). Pero es que, además, hacía tiempo que no disfrutábamos tanto leyendo sobre cuestiones disciplinares que, siempre, nos han interesado (ver, por ejemplo, esta vieja reflexión sobre el tema, publicada hace algún tiempo por la Uned de Tudela o la que formó parte de un libro de texto de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, publicada ya hace algunos años). Es por ello que nos ha parecido oportuno que este primer post de Oppida Imperii Romani en este 2020 se detenga en algunas ideas-clave que centran, todavía hoy, el debate disciplinar sobre la Historia Antigua, su objeto de estudio, su método, sus fuentes y su utilidad a partir, esencialmente, del comentario de algunos muy inspiradores pasajes del muy recomendable libro de N. Morrey.
[I]. Función social del historiador de la Antigüedad.
¿Cuáles deberían ser los retos del historiador de la Antigüedad? ¿En dónde deberíamos poner el acento quienes nos dedicamos a la docencia, investigación y transferencia de cuestiones relacionadas con el mundo antiguo? Muchas veces, nuestros desvelos investigadores -a veces tan especializados- se quedan encerrados en cenáculos y nos apartan, en muchas ocasiones, de la sociedad que no termina de entender nuestro trabajo ni nuestra ilusión por él. El vertiginoso, pero a la vez apasionante, ritmo de la actividad académica, en cierta medida nos aboca a ello. Sin embargo, parece necesario recordar que hemos de hacer un esfuerzo -que, en buena medida, se fragua en la divulgación- por dar utilidad a nuestra labor y porque, con ella, sepamos presentar al mundo de qué modo los acontecimientos del pasado establecen una serie de patrones que, bien estudiados, nos permiten entender cómo somos hoy, en realidad y, también, que, bien analizados, constituyen, como escribió Tucídides, "una obra para siempre" (Thuc. 1, 22) dotada de una innegable fuerza inspiradora. N. Morley lo glosa de este modo, tan magistral:
"El pasado despierta interés en nuestros días, y continúa haciéndolo en formas muy diversas: de ahí que resulte importante el conocimiento del pasado bajo sus múltiples facetas; y también tiene importancia comprender cómo ha llegado dicho pasado a ser interesante y cómo lo hemos malinterpretado y manipulado durante siglos. La Antigüedad clásica sigue siendo parte importante del pasado que interesa a Europa y Norte América; su impacto en el desarrollo de la sociedad de nuestros días es real, como lo es el permanente papel que desempeña como pujante idea en nuestra cultura, incluso como mito. En contra de lo que durante mucho tiempo se supuso, no es verdad que todo el mundo deba poseer un amplio conocimiento de la Grecia y Roma antiguas, mucho menos que sea eso lo único que se necesita saber, pues la Antigüedad clásica es una más de las tradiciones que configuran nuestro presente. Sí necesitamos que haya profesionales que conozcan la Antigüedad clásica, que puedan compararla con otros periodos históricos y otras tradiciones culturales, que exploren cómo configuró nuestro presente (para bien y para mal), y que sepan cartografiar cómo pueden extraer de ella nuestras sociedades motivos de positiva inspiración cara al futuro" (pp. 50-51)
[II]. El necesario diálogo interdisciplinar en la Historia Antigua.
En el epílogo del libro, el autor se define a sí mismo como "un historiador que trabaja con cacharros antiguos" (p. 140). No podemos sentirnos más identificados con esa afirmación. Pero, más allá de razones autobiográficas, es evidente que los estudios sobre Antigüedad, hoy, deben huir de la parcelación -ya reflexionamos sobre ésto hace algunos años en este mismo blog- y deben orientarse hacia un diálogo positivo, provisto de una notable capacidad de aprendizaje por parte de quien lo dirige y que, además, se presenta como la única vía posible de supervivencia si, de verdad, queremos conocer el mundo antiguo aunque sea sólo de un modo somero pues algunas cuestiones, hemos de confesar que no las desentrañaremos nunca en su complejidad. Es por eso que los nuevos historiadores de la Antigüedad deben ser, aun más si cabe que nuestros maestros, perfiles excepcionalmente completos, con una competitiva formación en la disciplina de la Antigüedad que más les apasione -sea ésta la Historia Antigua, la Arqueología o la Filología Clásica- pero, también, en todas aquellas disciplinas con las que el historiador de la Antigüedad está destinado a colaborar. De nuevo N. Morley lo expresa con nitidez, casi poética, en un par de pasajes de Por qué el mundo clásico:
"Demasiado ocupados estamos en procurar estar al día en la investigación más puntera de nuestro campo, como para tratar de familiarizarnos con lo que sucede en otras áreas, y hay muchos historiadores de economía antigua que carecen de una vasta formación económica y en otras materias afines. Cada vez más, la respuesta al problema no consiste en retirarnos a nuestro seguro ámbito académico, sino en colaborar en intercambios intelectuales: los estudiosos clásicos deben cooperar con quienes cultivan otros campos, aprendiendo cada uno el lenguaje de los otros (...); buscando que los resultados de la investigación sean creíbles y despierten el interés de quienes pertenecen a otras áreas de conocimiento, y no sólo el de sus colegas clasicistas. El futuro es interrelación comparada, y por supuesto, ello se aplica con mayor consistencia al ámbito de la propia disciplina, ella misma campo de estudio interdisciplinar en el que los arqueólogos trabajan codo a codo con los lingüistas, los filósofos con los historiadores del arte, los especialistas en literatura con los historiadores de la economía" (p. 79)
"Los estudiosos de la cultura del mundo clásico tienden a identificarse con los estudios literarios, con la aproximación histórica o con la filosofía, en parte por su propio interés y en parte porque es así como está organizada la materia; pero cada vez más es la ruptura de estas barreras, el libre intercambio de ideas y la exploración de diferentes perspectivas en nuestro inevitablemente fragmentario conocimiento de la antigüedad, lo que nos permite cartografiar el pasado" (pp. 88-89)
[III]. La versatilidad y transversalidad de la Antigüedad.
[III]. La versatilidad y transversalidad de la Antigüedad.
Nadie discute que el mundo clásico ha sido reclamado como legado fundamental en nuestra sociedad (también sobre esto hablamos hace algunos años en este mismo espacio en una entrada del año 2015) por más que, ocasionalmente, éste parezca arrinconado y vilipendiado en planes de estudios o desconsiderado desde la óptica social. Quizás uno de los elementos más atractivos de la Antigüedad y de su investigación es que no sólo su conocimiento -nuestro conocimiento- está siempre "en construcción" sino que, además, cada época ha puesto el acento, en ese reto de conocerlo, en un aspecto u otro que, desde luego, ha guardado estricta relación con los condicionantes del momento. Podría, pues, decirse, que no hay una única Antigüedad -ni en lo geográfico ni en lo cronológico ni, tampoco, en lo temático- sino que ésta, en un sentido trascendente, se ha ido configurando década a década, siglo a siglo, al paso de nuestras investigaciones y de los "usos" -y, también, "abusos"- que de su legado se ha ido haciendo. Tener capacidad de separar, en nuestro estudio crítico, la realidad del pasado del modo cómo éste ha sido analizado y presentado por investigadores anteriores a nosotros es otro de los retos fundamentales que, aunque a veces pueda llevarnos a un exagerado "deconstruccionismo" histórico, convierte nuestra actividad investigadora en sencillamente apasionante. Volvamos a nuestro librito de referencia. Pensar en profundidad el contenido de estas tres citas, entresacadas del texto de N. Morley, es materia de una sabrosa reflexión, sin contar con la capacidad evocadora, y cargada de verdad, de la reivindicación de la transversalidad y perennidad del mundo romano:
"No existe, como hemos visto, una única e inmutable Antigüedad, sino una multiplicidad de mundos, un caleidoscopio de posibles ejemplos e influencias, diversas clases de objetos y textos que podemos analizar desde perspectivas muy diferentes. Así que siempre podremos interpretar desde ópticas distintas los textos y objetos de la antigüedad: unas son más recomendables o al menos gozan de mayor aceptación que otras, pero están siempre abiertas al reto de que las sometamos a revisión. No es de extrañar, por tanto, que la recepción de la cultura antigua haya conocido durante muchos siglos innumerables y a veces inconsistentes y contradictorias interpretaciones. Durante el proceso de dicha recepción, de alguna manera (y a veces de manera general) siempre reinventamos la antigüedad, incluso cuando el (la) receptor(a) creía honestamente ser lo más fiel posible con respecto al original" (pp. 106-107)
"Para comprender el presente y reconocer las múltiples huellas que Grecia y Roma han dejado en él, se hace necesario que los profesionales de clásicas nos ayuden a comprender e interpretar las diversas maneras en que se ha producido la recepción y reinvención de la antigüedad; pero todos sin excepción, incluso quienes se han centrado sólo en la antigüedad y no en sus ecos posteriores, deben prestar atención a la historia de la recepción y al impacto que ésta ha ejercido en su comprensión del pasado. El pasado clásico nunca debe ser refugio donde cobijarnos del presente, pues siempre deja su impronta" (p. 112)
"(...) ¿Cuándo existió Roma? El Imperio Romano nunca ha dejado de existir; tuvo (y tiene) una vida ininterrumpida en muchas de las estructuras básicas de las culturas de Europa así como una influencia duradera en tanto que arquetipo de imperio: no hay un punto final obvio en su estudio" (pp. 59-60)
"Para comprender el presente y reconocer las múltiples huellas que Grecia y Roma han dejado en él, se hace necesario que los profesionales de clásicas nos ayuden a comprender e interpretar las diversas maneras en que se ha producido la recepción y reinvención de la antigüedad; pero todos sin excepción, incluso quienes se han centrado sólo en la antigüedad y no en sus ecos posteriores, deben prestar atención a la historia de la recepción y al impacto que ésta ha ejercido en su comprensión del pasado. El pasado clásico nunca debe ser refugio donde cobijarnos del presente, pues siempre deja su impronta" (p. 112)
"(...) ¿Cuándo existió Roma? El Imperio Romano nunca ha dejado de existir; tuvo (y tiene) una vida ininterrumpida en muchas de las estructuras básicas de las culturas de Europa así como una influencia duradera en tanto que arquetipo de imperio: no hay un punto final obvio en su estudio" (pp. 59-60)
[IV]. Utilidad de los estudios sobre Antigüedad.
Casi como rutina comercial -incluso la emplean con gracia algunos de nuestros alumnos del Diploma de Arqueología de la Universidad de Navarra en algunos vídeos promocionales- cuando nos preguntan por la utilidad de nuestro trabajo investigador en pro del conocimiento de la Antigüedad solemos repetir el mantra antoniniano de que no hay nada nuevo bajo el sol y de que el conocimiento del pasado nos ayuda a entender el presente -que es cierto- y, también, a preparar , por anticipación, el futuro. N. Morley dedica algunas de las mejores páginas de su ensayo (pp. 113-138) a desentrañar las "trampas" de esa afirmación. Y es cierto, los saberes clásicos -y tampoco la Historia en general- son útiles porque nos ayuden a predecir el futuro. Es cierto que nos pueden aportar algunos modelos interpretativos para situaciones que, desde luego, en tanto que cíclicas, se repiten de modo sucesivo. Pero, esos saberes son intrínsecamente útiles en tanto que están formados por "cosas dignas de recuerdo" (Val. Max. 1). Admirarse ante un texto antiguo, descubrir e interpretar adecuadamente una nueva inscripción romana, reflexionar sobre el por qué de un acontecimiento de nuestro pasado clásico constituye un valor en sí mismo. En primer lugar porque pone a prueba nuestra capacidad de razonamiento y de deducción generalmente, además, a partir de unas fuentes siempre exiguas y fragmentarias. En segundo lugar porque nos enfrenta a una mejor comprensión del ser humano que, en esencia, no ha cambiado demasiado en casi treinta siglos. Pero es que, además, nuestro conocimiento del mundo antiguo es, en definitiva, un conocimiento de lo que el hombre ha sido capaz de construir a través del tiempo y, por tanto, nos "humaniza", nos ayuda a entendernos mejor sirva eso -o no- para comprender, mejor, la siempre problemática -pero excitante- deriva del comportamiento humano. Así lo expone nuestro autor:
"El estudio de la Antigüedad clásica, como el estudio de cualquier otra sociedad, amplía nuestro conocimiento y comprensión de lo humano y de las distintas maneras en que nuestra especie resulta ser previsible o imprevisible. Podemos identificar ciertas tendencias en el pasado, la manera similar con que los humanos a menudo responden ante ciertas situaciones y ante la recurrencia de problemas similares en contextos diferentes; pero también reconocemos que responden de manera diferente ante situaciones aparentemente similares, así como las razones que hay detrás de cada caso. Las experiencias de los hombres del pasado no pueden garantizarnos lo que harán los hombres de hoy en día o del futuro; aunque si nos previenen ante las propuestas excesivamente confiadas que formulan otras disciplinas acerca de lo que harán los hombres (...) Sabemos que en muchos aspectos importantes el presente difiere del pasado (y no menos de la Antigüedad clásica) y que en consecuencia esta vez las cosas pueden ser diferentes; pero también podemos apoyarnos en la experiencia del pasado para abrir nuestra mente ante distintas posibilidades" (pp. 131-132)
Casi como rutina comercial -incluso la emplean con gracia algunos de nuestros alumnos del Diploma de Arqueología de la Universidad de Navarra en algunos vídeos promocionales- cuando nos preguntan por la utilidad de nuestro trabajo investigador en pro del conocimiento de la Antigüedad solemos repetir el mantra antoniniano de que no hay nada nuevo bajo el sol y de que el conocimiento del pasado nos ayuda a entender el presente -que es cierto- y, también, a preparar , por anticipación, el futuro. N. Morley dedica algunas de las mejores páginas de su ensayo (pp. 113-138) a desentrañar las "trampas" de esa afirmación. Y es cierto, los saberes clásicos -y tampoco la Historia en general- son útiles porque nos ayuden a predecir el futuro. Es cierto que nos pueden aportar algunos modelos interpretativos para situaciones que, desde luego, en tanto que cíclicas, se repiten de modo sucesivo. Pero, esos saberes son intrínsecamente útiles en tanto que están formados por "cosas dignas de recuerdo" (Val. Max. 1). Admirarse ante un texto antiguo, descubrir e interpretar adecuadamente una nueva inscripción romana, reflexionar sobre el por qué de un acontecimiento de nuestro pasado clásico constituye un valor en sí mismo. En primer lugar porque pone a prueba nuestra capacidad de razonamiento y de deducción generalmente, además, a partir de unas fuentes siempre exiguas y fragmentarias. En segundo lugar porque nos enfrenta a una mejor comprensión del ser humano que, en esencia, no ha cambiado demasiado en casi treinta siglos. Pero es que, además, nuestro conocimiento del mundo antiguo es, en definitiva, un conocimiento de lo que el hombre ha sido capaz de construir a través del tiempo y, por tanto, nos "humaniza", nos ayuda a entendernos mejor sirva eso -o no- para comprender, mejor, la siempre problemática -pero excitante- deriva del comportamiento humano. Así lo expone nuestro autor:
"El estudio de la Antigüedad clásica, como el estudio de cualquier otra sociedad, amplía nuestro conocimiento y comprensión de lo humano y de las distintas maneras en que nuestra especie resulta ser previsible o imprevisible. Podemos identificar ciertas tendencias en el pasado, la manera similar con que los humanos a menudo responden ante ciertas situaciones y ante la recurrencia de problemas similares en contextos diferentes; pero también reconocemos que responden de manera diferente ante situaciones aparentemente similares, así como las razones que hay detrás de cada caso. Las experiencias de los hombres del pasado no pueden garantizarnos lo que harán los hombres de hoy en día o del futuro; aunque si nos previenen ante las propuestas excesivamente confiadas que formulan otras disciplinas acerca de lo que harán los hombres (...) Sabemos que en muchos aspectos importantes el presente difiere del pasado (y no menos de la Antigüedad clásica) y que en consecuencia esta vez las cosas pueden ser diferentes; pero también podemos apoyarnos en la experiencia del pasado para abrir nuestra mente ante distintas posibilidades" (pp. 131-132)
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