DOCVMENTA POSITA IN MONVMENTO

[A reading from Homer, Lawrence Alma-Tadema, 1885]

En la formación de los universitarios, desde los tiempos bajomedievales, han desempeñado un extraordinario papel los colegios mayores, instituciones surgidas para alojar a los estudiantes pero, sobre todo, para ofrecerles espacios de convivencia culta e intelectual y, sobre todo, un escenario privilegiado en que, extendiendo la filosofía de la Universidad como "ayuntamiento de profesores y estudiantes", se produzcan encuentros que estimulen el placer del aprendizaje propio de la edad universitaria.

El pasado mes de octubre, uno de los colegios mayores "fundacionales" de la Universidad de Navarra, el Colegio Mayor Belagua, tuvo a bien invitarme el pasado mes de octubre a una de sus tertulias semanales. Éstas, organizadas por diversas unidades académicas, ofrecen a los estudiantes, en la noche del miércoles, una extraordinaria oportunidad de cultivar sus inquietudes culturales más allá, incluso, del Grado que cursen en la Universidad. Como se explica más abajo el tema propuesto fue "Reflejos del mundo clásico hoy en día", asunto que nos permitió desgranar algunas de esas realidades que, nos parece, pueden guardarse como memoria del mundo antiguo –tomando como base, de hecho, una frase del prefacio del Ab urbe condita de Tito Livio que es la que se ha seleccionado para el clásico título latino de la entrada: "documentos propuestos para el recuerdo"– y que, sin duda, suscitaron un sugerente debate en que quedó claro que, efectivamente, en la Historia de Roma –y en la del mundo antiguo en general– está comprendida toda la Historia –y todas las preocupaciones– de la Humanidad y que volver a ella es, en cierto modo, conocernos mejor a nosotros mismos.

La entrada reproduce, pues, debidamente elaborado tras su grabación, transcripción y corrección, el contenido de la tertulia –sin las preguntas y el coloquio finales, deliciosos– y se inscribe en la serie de entradas que, bajo la etiqueta "Disputationes" han recogido textualmente o in spiritu, el contenido de lecciones magistrales o alocuciones varias generadas por nuestra actividad académica, la última, por ejemplo, la que el pasado septiembre compartimos con los estudiantes del Departamento de Historia, Historia del Arte y Geografía de la Universidad de Navarra, "Necessaria... inania", con algunos consejos procedentes de los textos antiguos, de cara a afrontar los decisivos años universitarios.

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Cuando amablemente me invitaron desde la Comisión de Cultura de la Torre II del Colegio Mayor Belagua para hablar sobre el impacto del mundo clásico en el mundo de hoy, que es el título con el que se ha publicitado esta sesión, pensé que la cuestión permitía hablar de gran variedad de asuntos y que podía abordarse desde varios prismas posibles. Una primera opción era la de hacer una lectura del mundo actual desde la óptica de la cultura clásica, opción sugerente pero que, sin duda, nos conduciría a la dispersión. Es por ello que me ha parecido bien organizar la charla en torno a en qué puntos hay tal interés por el mundo clásico hoy en día, tanto para bien como para mal, porque no son siempre inocuas las actitudes que despierta en el presente el legado clásico tratando también de señalar qué aspectos de nuestro tiempo dejan oír, más nítidamente, esos ecos del pasado.

Esta cuestión de los ecos de la Antigüedad Clásica en el mundo de hoy es tan atractiva que hay colegas que se dedican, de hecho, en tanto que investigadores y expresamente, a estudiar este asunto, cómo el mundo clásico se ha transmitido a través del tiempo. A eso es a lo que llamamos la tradición clásica: estudiar el legado clásico y su transmisión a través del tiempo en el arte, la literatura, el pensamiento…, siempre tratando de desentrañar qué lugares comunes procedentes del mundo clásico han pervivido y se han ido recuperando con el paso de los siglos. Pero –y yo creo que es un punto éste muy interesante y muy actual– hay también parte de la investigación que se dedica más bien a estudiar no sólo la tradición clásica –que puede ser más o menos inocente, heredada, transmitida–, sino lo que llamamos la recepción de la Antigüedad, una recepción voluntaria e intencional del mundo clásico. Esa antikenrezeption, como la llaman los colegas alemanes, pone el foco en ese momento en el que alguien decide que algo del mundo antiguo le interesa asumirlo para un proyecto político o cultural o ideológico en el que la presencia de lo clásico puede llegar, incluso, a implicar una manipulación y, desde luego, un empleo de aquélla como medio de legitimación.

Por tanto, en la Historia, respecto del mundo clásico no sólo ha habido simple transmisión, tradición, sino que se ha dado, de forma constante, un acto de “repensar” la Antigüedad Clásica por el que la intelectualidad de cada época ha decidido asumir cosas que le han interesado o resultado útiles y desechado otras, en definitiva, haciendo un uso interesado que a veces es, incluso, “abuso” o “manipulación” de ese pretérito que es el mundo clásico. El estudio de la recepción nos obliga a analizar en qué contexto concreto se reciben, revitalizan o retoman unas cuestiones concretas de la Antigüedad, en las que se pone el acento casi como "apropiaciones" y, en cambio, se olvidan o soslayan otras. Pensemos, por ejemplo, en el nazismo que exhibió una evidente veneración por el mundo griego y, de él, fundamentalmente, por Esparta desechando, como sí lo ha invocado el liberalismo moderno, elmodelo político de Atenas. O, por ejemplo, en el uso de la imaginería romana, y de su retórica del poder, hecho por Napoleón o por el fascismo italiano. La Historia, y en particular la Modernidad y la Contemporaneidad nos podría ofrecer muchos ejemplos de ese uso –o abuso– que se ha hecho en la Antigüedad Clásica. Usos que, en cierto modo, ponen de relieve también su innegable atractivo porque, al final, queda claro que sus valores sirven –o han servido, al menos– para legitimar determinadas posturas ideológicas y políticas pero también sus contrarias. Es evidente con esto que estudiar qué nos queda del mundo clásico no es sólo hacer una reivindicación de los principales valores del mundo grecorromano sino también poner el foco en la adopción y adaptación quede determinados aspectos de la herencia clásica se ha hecho a través del tiempo.

Que haya tradición clásica y que haya, también, recepción del mundo clásico evidencia el indiscutible atractivo que ha tenido el mundo clásico desde la propia época post-clásica hasta el presente y cómo se han ido sucediendo distintas "metáforas" de la relación entre pasado y presente. Me parece que hay seis puntos que muestran claramente ese interés que subyace a la propia articulación del concepto de “lo clásico” casi desde el Renacimiento, conceptualización que, lógicamente, está haciendo ya una selección pues elige unos aspectos del legado grecorromano y desecha otros generando una imagen del mundo clásico fruto de una decisión cultural heredada o contemporánea que nace de quedarnos con una parte del mundo clásico haciendo, por tanto, una selección de modelos. Hasta ahora se había hecho así, una selección, digamos, en positivo. Sólo se ponía el foco en lo que interesaba del mundo antiguo y lo que no interesaba, sencillamente, se dejaba fuera o se obviaba. Pero en esta sociedad tan beligerante en la que estamos hemos asumido, también, que es necesario proscribir lo que, hasta ahora, sólo se silenciaba y, así, hemos cruzado la difícil frontera de la cancelación: lo que no es ejemplar para nuestra sociedad hay que prohibirlo y desterrarlo, ridiculizándolo o poniéndolo en evidencia. No han faltado quienes han dicho, recientemente, que no se puede leer la Ilíada de Homero porque el centro de su relato es un rapto o que la imagen de las sirenas que ofrece la Odisea es machista. O, incluso, en una absoluta hipérbole histórica se ha llegado a exigir que los italianos –como herederos de solar de los antiguos romanos– deben pedir perdón por su expansión imperialista fuera de Italia. Fijaros cómo, por tanto, ya no hay, como antes decía, una adopción del legado clásico sino una censura de lo que del legado clásico consideramos que no es edificante, que no es ejemplar. A este respecto, por ejemplo, puede resultar un buen ejemplo la cuestión de los estereotipos femeninos en el mundo antiguo. Ahora parece que se ha dinamizado notablemente una corriente o bien crítica al mundo y a la sociedad romanas por el papel que en ellas se concedía a la mujer –fundamentalmente recluida en la esfera doméstica y reflejo de una serie concreta de virtudes y valores, los domestica bona– o, en aras de esa admiración por el mundo romano, se genera, a partir de casos minoritarios, una imagen de las féminas romanas a las que, en cierto modo, se saca del ambiente de la domus, sencillamente para que la práctica romana respecto del mundo femenino sea hoy socialmente aceptable, políticamente correcta. La cultura de la cancelación tiene, también, este reverso en el que la propia cancelación –aquí más sutil– nos lleva al falseamiento de la historia y a convertir al historiador en juez. El historiador debe buscar la verdad. Es evidente que en el mundo romano no había igualdad entre hombre y mujer, igualdad que es una feliz conquista en los últimos 80 años. Y no hay nada pernicioso en reconocerlo y en señalarlo. Es más, creo que podemos mirar al mundo clásico en positivo también para analizar asuntos que desde nuestra concepción social actual resulten chocantes o que, sencillamente, abordaríamos de otro modo.

Otro elemento que hace atractivo al mundo clásico, que lo convierte, casi, en seductor, es su carácter de superviviente. Como es sabido, de la producción escrita de Grecia y de Roma –la mayor que conoció la Antigüedad y la mayor casi hasta el Renacimiento– hemos conservado apenas un 20-30% como mucho. Un porcentaje, por tanto, muy exiguo el que ha llegado a nosotros de la producción literaria de la probablemente mayor potencia cultural de la Antigüedad. Hemos perdido entre un 70-80% de esa producción, con lo cual lo que conforma nuestro conocimiento actual del mundo clásico son los verdaderos supervivientes de esta producción que en cierta medida han llegado a nosotros porque a alguien del mundo tardoantiguo o medieval –en gran parte cristiano– consideró que un determinado autor, por ejemplo Platón, valía la pena ser preservado, ser convertido en tradición. Sin embargo, quizás se consideró que no aportaba nada a la cultura del momento preservar los textos de Fabio Pictor, un conocido historiador romano de época republicana del que hemos perdido casi todo porque se consideró que su información ya viajaba en la producción de otros más insignes historiadores de época imperial como Tito Livio, por ejemplo. La transmisión de la producción literaria del mundo clásico implicó, claramente, una selección y una suerte de cancelación que llevó a la elaboración de un canon del mundo clásico. Dedicar la vida al estudio y la reivindicación de algo que ha sobrevivido culturalmente durante 1500años es tremendamente atractivo como también lo es el reto de tener que estudiar la realidad del pasado a partir de elementos –esos “supervivientes”– que quizás no son lo más representativo de la época pero que el paso del tiempo ha convertido en referente.  Así, a juzgar por las ventas actuales de las Meditaciones de Marco Aurelio estamos asistiendo ahora a un auténtico revival del estoicismo. ¿Realmente fue la filosofía más importante de los siglos I y II de nuestra Era? Hubo otras, obviamente, que han pasado más desapercibidas pero ésta nos viene bien en este momento porque está muy bien articulada en autores concretos –el propio Marco Aurelio, también el hispano Séneca, y otros– y porque recupera unos valores que convienen a esta época postmoderna y postpandémica en la que vivimos, de claro cuestionamiento de nuestra esencia como personas y de nuestra trascendencia. Nótese que estamos siempre mirando al mundo romano, al mundo griego, desde el prisma de lo que de él tenemos, de lo que nos ha llegado.

En tercer lugar, conviene recordar que, al fin y a la postre, los clásicos tienen la ventaja de que fueron pioneros, de que fueron los primeros. Fueron pioneros en dar respuestas a prácticamente todo. Desde la cuestión filosófica, a las preocupaciones esenciales de nombre. Fueron los primeros que pusieron por escrito las sensaciones del amor o la irracionalidad de la guerra. Y eso es algo que no pueden decir otras civilizaciones, otros momentos de la Historia. Pero, además, el mundo clásico es atractivo, también, porque, evidentemente –y más en nuestro país– está en peligro a pesar de todo lo que he dicho. A nadie le pasa por alto que el arrinconamiento de los estudios clásicos en Secundaria y Bachillerato es cada vez mayor. Con la nueva Ley de Educación, la LOMLOE, el último contacto con el mundo clásico que tiene un joven estudiante de Humanidades es en 4º de Secundaria. En Bachillerato, que es cuando se prepara al estudiante para la Universidad, ya no hay contenidos relacionados con ese legado grecorromano y se pone el acento en otros periodos de la Historia que se considera, exclusivamente por proximidad cronológica, que han conformado más claramente nuestro presente. Qué duda cabe que esto nos plantea un problema en la Enseñanza Superior porque el último contacto que los estudiantes universitarios habrán tenido con el mundo clásico antes de acceder a la Universidad lo habrán tenido a los 14 o 15 años. Pronto llegarán a nuestras aulas universitarias estudiantes que no habrán oído hablar ni de Heródoto ni de Tácito, por ejemplo. Ante ese intento de arrinconar ese mundo clásico desde el punto de vista oficial –que no creo que sea una persecución contra el legado clásico en sí mismo sino sólo un intento de poner el acento en otros periodos de la Historia que se consideran más maleables política o ideológicamente– nuestra pasión por los clásicos se fortalece, o debe fortalecerse, al menos si es verdadera.

Esta situación, de hecho, contrasta con el indiscutible atractivo mediático, global, del mundo clásico. En pocas épocas como en la nuestra el “consumo” de productos“clásicos” o inspirados en el mundo clásico había sido tan transversal. Son un éxito las novelas de Santiago Posteguillo; El infinito en un junco de Irene Vallejo no deja de recibir premios; Mary Beard, con sus libros de divulgación y sus apariciones televisivas, es un referente para las audiencias cultas; y mucha gente se conecta cada domingo al espacio Verba uolant de Radio Nacional de España que conduce el filólogo clásico Emilio del Río, discípulo de uno de los pioneros de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, Antonio Fontán. Este appeal del mundo clásico también nos obliga a reivindicar su validez y a recordar que no tiene ningún sentido que lo estemos arrinconando en los planes de estudio de Secundaria y Bachillerato y que, sin embargo, la gente tenga ganas de leer a Marco Aurelio o de dedicar su ocio a la lectura de autores contemporáneos que escriben sobre la herencia grecolatina. Algo tendrá ese legado clásico para que contagie a la gente y para que, constantemente, estemos reivindicando planteamientos culturales que surgieron en el mundo griego y en el mundo romano y que, me parece, pueden glosarse en seis puntos que constituirían las, a mi juicio, grandes aportaciones del pensamiento clásico al presente, al mundo de hoy, aportaciones que atraviesan tanto nuestra sociedad que, a veces, se nos olvida, incluso, que tuvieron su origen en la Antigüedad.

[1.] La primera aportación es la del humanismo. Recordad la frase del comediógrafo Terencio, “soy humano y nada humano me es ajeno”. Un rasgo fundamental del mundo clásico fue el de poner a la persona en el centro. Que cualquier decisión, sea de naturaleza política, filosófica o cultural esté presidida por la propia persona, por el hombre. Un buen ejemplo es la concepción que los antiguos tenían de la vida ciudadana, cívica. Así, cuando Aristóteles dice que el hombre es un animal político, está pensando y lo explica así en la Política que el hombre es más humano y no es una bestia cuando vive en una pólis, en una comunidad, en una sociedad articulada políticamente. Los romanos, que son más prácticos en los conceptos, establecieron una equiparación que funciona muy bien, la existente, a su juicio, entre la humanidad y la urbanización y la civilización. Es humano y muestra su urbanidad –su educación cívica, aunque ahora hayamos dejado de usar esa palabra, hace algunas décadas sinónimo de “buena educación”– quien vive en una ciudad tenga ésta 250.000 habitantes, como parece pudo llegar a tener Atenas en época de Pericles o cerca de 800.000 como tendría la Roma de César. Vivir en sociedad nos hace mejores, nos humaniza, por eso hay peor castigo en el mundo antiguo, y en particular en el griego, que el ostracismo, que el destierro. El ostracismo acaba por romper los lazos de un hombre con la comunidad. A este respecto, lo que es especialmente sugerente es que los griegos y los romanos asumieron esta realidad prácticamente sin teorizar sobre ella. No hay, propiamente, teoría política en Grecia o en Roma. Cuando, en el siglo IV a. C., Aristóteles escribe la Política o la Constitución de los Atenienses lo hace para interrogarse por una situación de crisis de posguerra muy grave en Grecia, pero, al margen de esa teorización, griegos y romanos vivían convencidos –y consiguieron persuadir de ello a los pueblos en que influyeron– que de verdad la vida humana es mejor cuando se hace en comunidad. Es verdad que ese modelo humanista que ponía a la persona en el centro, también era elitista y no debe llevarnos a olvidar que, lógicamente, en la ciudad había extranjeros, separados de cualquier participación política, esclavos y prisioneros. No parece que el trato que se diera a ellos fuera, realmente, muy humanista. Aquí es evidente que el cristianismo actuó como introductor de una serie de conceptos de dignidad de la persona, de misericordia y perdón, de convivencia, que estaban en algunas de las filosofías paganas del mundo griego y romano pero que el cristianismo contribuyó a resaltar.

[2.] Otro aspecto del mundo clásico sin el que, a mi juicio, sería imposible entender el mundo de hoy es la propia idea de Estado. Normalmente cuando hablamos de Estado solemos pensar en los Estados de la Edad Moderna como los grandes modelos de organización estatal dotados de una burocracia eficaz y un aparato administrativo muy interventor. Pero la idea de Estado como colectividad de personas que sirven, conjuntamente y no sin sacrificio, al bien común y en las que es fundamental el concurso de la iniciativa individual nace en el mundo clásico y de ahí pasa al modelo de estado liberal en el que la libertad del individuo permite al hombre mejorar y prosperar. Los textos clásicos son muy tajantes cuando insisten en que la ciudad mejora la naturaleza del hombre o cuando afirman que una polis tiene que servir al bien común, pero, sobre todo, tiene que convertir en mejores personas a los que habitan en esa polis. El mundo romano, de hecho, fue experto en crear ejemplos de comportamiento cívico a través de una muy lograda política de imágenes que buscaba la tangibilidad de esa ideología. Pensad en los foros repletos de estatuas de notables locales. Estos espacios eran la verdadera plasmación plástica de cómo gente corriente, del común, casi anónima, podía, con su esfuerzo y sacrificio cívicos, ocupar espacios importantes en la política. Siempre pongo el mismo ejemplo que es la plaza de representación del foro provincial de Tarragona, la antigua Tarraco. Entre época de Vespasiano y de Adriano en torno a donde está ahora la Catedral de Tarragona, que domina todo el barrio antiguo de la ciudad, en la llamada parte alta de Tarragona había una plaza llena de estatuas donde se rendía homenaje a la gente que, procedente de rincones alejadísimos de la capital, dentro de la Península Ibérica (Galicia, Asturias, las dos mesetas…) –territorios que Roma había incorporado a su ordenamiento administrativo apenas tres generaciones atrás, en algunos casos, incluso menos– había alcanzado los más altos puestos de la administración a escala provincial. Pasear por esa gran plaza ajardinada y decorada con estatuas para alguien de Asturica o de Bracara Augusta debía provocar en ese alguien la persuasión de que podía llegar a ser como el paisano cuya estatua contemplaba. Y el camino estaba claro, servir a la ciudad, comprometerse en la vida pública. Está claro que Roma tuvo una gran capacidad de inspirar en la población, de generar una especie de “sueño romano” –parafraseando al “sueño americano”– por el cual se lanzaba el mensaje de que con trabajo, con esfuerzo, con iniciativa y con compromiso con el Estado, aunque uno descendiera de bárbaros, podía alcanzar la ciudadanía romana y convertirse, así, a la postre, en ejemplo de comportamiento cívico.

Esa capacidad de inspiración, de hecho, nace de la propia concepción del Estado que tenían los antiguos. Para los griegos había tres conceptos, pólis, polités y politeía –ciudad, ciudadano y ciudadanía/constitución– claramente enlazados. Todo porque se creía firmemente que la constitución la hacen los ciudadanos. Incluso algunos autores, como Tucídides o Pausanias, se preguntan si la ciudad la hacen los edificios o la hacen los ciudadanos. Posiblemente la hacen los ciudadanos. Es verdad que tiene que haber unas instituciones que velen por el mantenimiento de los edificios públicos y cuando esos edificios públicos no se mantienen, probablemente es porque hay absentismo cívico respecto de unas tareas que son responsabilidad del ciudadano. Mantener el ágora o preservar saneado un acueducto era responsabilidad colectiva –munitio, llamaban los romanos– de toda la comunidad. Quizás hemos perdido esa idea –muy romana– de que un municipio, el propio término lo explica, es una unión de individuos dispuestos a asumir las cargas del Estado, los munera que implican el mantenimiento del Estado. En las leyes municipales romanas estaban previstas fechas concretas para ir a limpiar las acequias o los caminos, pero no lo hacía la brigada policial, que la había, o los bomberos, los uigiles. Lo hacía cada ciudadano menor de 30 años que mostraba así públicamente su compromiso con el Estado, asumiendo ese tipo de tareas. De hecho, el concepto clásico de ciudad se rompe cuando la gente se cuestiona la rentabilidad, también económica, de esa suerte de solidaridad grupal.

[3.] Otra idea generada por Grecia y por Roma que está de absoluta actualidad es la capacidad que ambas civilizaciones tuvieron para crear, de forma muchas veces involuntaria, movimientos identitarios, nacionalistas, incluso. La idea de alteridad, de observar al otro y distinguirse de él también nació en el mundo griego y en el mundo romano que fue el primero que miró al otro para calificarlo como diferente o para excluirlo, por ejemplo, de toda participación política en la vida cívica. El concepto de bárbaros es creado por Grecia para definir a los persas. Y en cierta medida se crea a partir de la diferencia, a partir de de ver cómo es el propio griego y de exaltar lo que el otro tiene de diferente. Por otra parte, curiosamente, muchas de esas identidades que los romanos crearon en su expansión por el Mediterráneo –los germanos, los britanos, los galos– que, probablemente, no compartían una idea colectiva de sí mismos, cuando el poder romano desaparece se reivindica para llenar el vacío estatal post-clásico. Así, los germanos se consideran herederos de Arminio y los lusitanos de Viriato y uno y otro son hoy héroes nacionales en Alemania o en Portugal. Cuando Roma desaparece Europa necesita aferrarse a un pasado que no será el pasado romano porque ha fracasado, pero que sí descansará sobre todas esas unidades “étnicas” en cierta medida fortalecidas conceptualmente por Roma. Resulta paradójico que el mundo clásico, segregando al extranjero, fuera capaz de crear identidades culturales que luego se reivindicaron para la construcción de naciones modernas. Piénsese en la nación alemana. Los primeros teóricos de la unificación ponen el foco en la Germania de Tácito que había compuesto una visión de esas tierras como un paraíso en contraste con la Roma corrupta de la época julio-claudia en la que producía admiración que, exactamente a la vez que Roma manifestaba signos de decadencia moral, hubiera gente que viviera con sus costumbres, que era fiel a la palabra dada, que era austera, que colaboraba en proyectos comunes. Todo ello en el marco de un mundo, el romano y en cierta medida el griego, que fueron capaces de crear una gran globalización amparada también en un particular modo de vida. Heródoto, de hecho, en el siglo VI a. C., es el primero en preguntarse, en las Historias, cuáles son los marcadores, diríamos hoy, que hacen a alguien griego: el modo de hablar, la religión, el tipo de vida en comunidad, los elementos culturales compartidos... Todo ello crea un concepto que genera, a su vez, un sentido de pertenencia. Aunque no es exactamente igual, el ideal de la Romanitas, en Roma, funcionó como constructo cultural que fue finalmente asumido por la mayor parte de la población porque Roma, también, se encargó de difundirlo a través de los mass media de la época, las inscripciones y la literatura y, obviamente, la fuerza militar, que no podemos soslayar pero que fue transmisora de una gran construcción cultural que tuvo mucho de imposición pero que fue, esencialmente, una obra ideológica.

[4.] Otro punto en que, hoy en día, se toca el legado clásico –aunque bien es cierto que debería hacerse aun más presente– es el ámbito de la práctica política. Por ejemplo, en el apasionante mundo electoral. Hay, de hecho, un pequeño tratado, muy interesante, escrito por el hermano de Marco Cicerón, llamado Quinto Cicerón, y titulado el Commentariolum petitionis. Escrito en el año 64 a. C. son consejos para gestionar una campaña electoral en las elecciones consulares de ese año y, también, algunas directrices para para ejecutarla con éxito. En España lo hemos traducido normalmente como El manual del candidato y, lógicamente, el título no tiene demasiado atractivo. Los americanos, no hace muchos años, lo han reeditado con el título How to win an election?, “cómo ganar unas elecciones” y la reedición no es un comentario de los consejos de Quinto Cicerón sino, simplemente, una traducción del texto, de la primera palabra a la última. En dicho tratado se habla de que las elecciones se ganan en el centro, de que la frecuentación de la masa electoral es el modo de conseguir votos, de que no se puede prometer más que lo que se vaya, de verdad, a cumplir, etcétera. Todos estos consejos que se refieren al acto de pedir el voto, a la petitio, como la llamaban los romanos, forman parte de la gramática de las campañas electorales. Cierto que, hoy en día, la praxis política actual quizás se ha separado de esos modelos clásicos porque, como sabéis, los autores griegos y romanos entendían la política como el noble arte del buen gobierno, el noble arte de servir. De hecho, la raíz del descrédito político está en abandonar el sentido de bien común, de servicio, de sacrificio por el Estado que tuvo la política en origen, una raíz mucho más sólida –porque ahora es ahora bastante más líquida– y, como hemos visto, mucho más comunitaria, más face to face. En las raíces del pensamiento político y en la propia práctica política la idea de servicio al Estado resultó absolutamente fundamental.

[5.] Dos apuntes más sobre ese carácter fundacional del pensamiento clásico, para terminar. También los griegos y los romanos fueron los primeros en mirar al pasado desde una óptica ejemplarizante, pedagógica, modélica. Ellos fueron los primeros en recopilar exempla de buen gobierno, de honorabilidad política, de comportamiento ético y, sí, también, de posicionarnos ante todo lo contrario para huir de esos anti-modelos. Hay, por ejemplo, un librito de Valerio Máximo, los Facta et dicta memorabilia, “hechos y dichos memorables” que, en definitiva, recoge grandes tuits, diríamos hoy, de políticos, pensadores, historiadores anteriores a él y que componen un primer caudal de lo que se consideraba “clásico”, ejemplarizante, en la época de Tiberio, en que él escribe. Si ahora nos parece que hemos inventado algo con las frases motivacionales que circulan en forma de meme en las redes sociales, ya Valerio Máximo se encargó de recoger algunas de ellas y de hacerlo en un contexto en que esos exempla formaban parte del día a día, como se dijo, a través de las inscripciones o, incluso, a través de la imaginería política. Por ejemplo, cuando Augusto construye su foro en Roma, contiguo al de César, lo llena de todos los personajes históricos de Roma, desde los primeros reyes hasta César. De ese modo está diciendo, con obras concretas propuestas al público y con imágenes, que Roma debe sentirse orgullosa de su Historia, de su pasado, sin cancelación. Incluso el anti-modelo se convierte en modelo porque se ofrece como prueba de que la falta de uirtus no resulta conveniente. El mundo romano, por tanto, nos da aquí una lección clara de que no conviene ser presentista. Los historiadores lo que debemos hacer es conocer el pretérito y describirlo, no juzgarlo. En una casa de ejercicios espirituales que hay cerca del Santuario de Torreciudad (El Grado, Huesca) hay una inscripción que recoge la historia de Marco Clodio Flacco, un personaje atestiguado epigráficamente en las vecinas excavaciones de Labitolosa, en La Puebla de Castro. La placa recuerda que cualquier acción humana deja un surco en la existencia y que, en ocasiones, serán los hombres los que juzguen, pero, en última instancia, al último que le corresponde juzgar, en realidad al único, es a Dios que, sí, juzgará siempre. A los historiadores, pues, como dije, nos corresponde hacer una reconstrucción histórica pero no juzgar el pasado. Produce tristeza que en los últimos años haya cada vez más historiadores que lo que hacen es juzgar no sólo el pasado más inmediato sino, también, el pasado más remoto, incluso ése que resulta tan difícil conocer.

[6.] La última aportación, entre muchas más que podrían hacerse, y que me parece destacable es la del pensamiento histórico. Grecia y Roma son las primeras civilizaciones que se interrogan por el pasado y que, desde una perspectiva etiológica proyectan ese pasado al presente, es decir, crean un relato a partir del cual asientan en el pretérito su propia idiosincrasia contemporánea. Seguramente no ha habido una sociedad en la Historia con tanta capacidad de construir el presente a partir de un análisis del pasado como la romana contribuyendo, eso sí, a engrandecer ese pasado y a crear una historia y un destino casi épicos que predestinan a unos pastores y campesinos del Tíber para ser los líderes políticos del mundo de su tiempo. Quienes nos dedicamos a la Historia en general –no sólo a la Historia de la Antigüedad– tenemos siempre por modelo a los historiadores antiguos que fueron los primeros que, en realidad haciendo Historia reciente en tanto que testigos que, muchas veces, fueron de los acontecimientos, practicaron el oficio de historiadores, una actividad que, como sabéis, era reservada para el ocio, con la que era difícil –no hemos cambiado tampoco en eso– ganarse dignamente la vida.  Es quizás por eso que en momentos críticos determinados países –en que sí se respeta el legado clásico y en que éste atraviesa toda la formación cultural de la juventud– se recurra a los ecos clásicos. No es extraño, por ejemplo, que en las reacciones de George Bush al atentado de las Torres Gemelas de Nueva York en septiembre de 2021, se destilasen ecos de la oración fúnebre de Pericles pues también en ella este gobernante ateniense presentaba a Atenas como la garante de la libertad de los estados griegos como Estados Unidos se presentaba, tras ese terrible atentado, como garante de la libertad y de la paz internacionales. De hecho, en ese discurso, usualmente se ha reconocido que la inspiración fue la oración fúnebre transmitida por Tucídides de Atenas. Lamentablemente, esa “erudición clásica” contrasta con la situación en nuestro país y con la presencia del mundo clásico en nuestra escena política patria contemporánea. ¿Habéis oído a algún poder público en España citar cómo gestionó Marco Aurelio la gran pandemia de la época antonina o como lo hizo Pericles en la peste de Atenas cuando, de hecho, pedía a los habitantes de la ciudad que “salvasen el Estado” quedándose en casa? Que Estados Unidos reclame tanto su legado clásico es resultado de una educación hecha a partir de un insistente recuerdo en ese legado. Preocupa que, sin embargo, en nuestro país, en unos años, por el ya citado arrinconamiento en los planes de estudio, éste no tenga relevancia alguna. Al menos, siempre quedarán foros como éste en el que sí tenéis interés en estos “supervivientes de la Historia” que son los clásicos.

Urge, pues, seguir mirando a los clásicos, considerándolos –como de hecho fueron– fundadores, reflexionando con ellos y apasionándose por ellos pues tienen una virtud de resultar tanto más elocuentes más evocadores– cuanto más los conocemos y estudiamos. Sólo de ese modo podremos escuchar nítidamente los sonoros ecos que estos todavía tienen en el mundo de hoy, ecos de los que, aquí, sólo hemos desglosado unos pocos sonidos.


NOTA.- Como habrá comprobado el lector, sin ánimo de exhaustividad, y como viene siendo habitual en las entradas que, en Oppida Imperii Romani, recogen lecciones magistrales o conferencias, se han enlazado en el texto algunas sugerencias de lectura bien de entradas antiguas de este espacio algunas citadas, de hecho, en la introducción de esta entrada bien de libros y trabajos clásicos –a veces directamente para descarga, en otras ocasiones, sólo para que el lector cuente con la referencia oportuna a la que podrá, si lo desea acudir– que resultan un complemento a lo dicho o que han inspirado lo que en la tertulia que aquí se recoge se dijo. Se quiere dejar pública muestra de gratitud a los estudiantes de la Comisión de Cultura de la Torre II del Colegio Mayor Belagua, con Miguel de Arberas a la cabeza y a los actuales y antiguos alumnos Bosco Puerto –Grado en Filosofía–, Carlos Rodríguez y Pablo Pastor –Grado en Historia y Relaciones Internacionales– y Jesús Montalbán –Grado en Filosofía y Periodismo– por su extraordinaria hospitalidad en la velada en que se desarrolló nuestra charla y por el interés de las preguntas que siguieron a la charla, muy amenizadas por los estudiantes del Grado en Filosofía, Política y Economía que, con notable éxito, ofrece la Universidad de Navarra. Además, agradecemos a Fátima Rodríguez su paciencia y su cariño con la transcripción informática del audio resultante de la charla, que ha permitido la elaboración de este post.

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