[Representación de la musa Clío, Musa de la Historia, en la uilla de Moregine, cerca de Pompeya]
Se escriben estas líneas desde el fantástico Seminar für Alte Geschichte und Epigraphik de la Universität Heidelberg, en Alemania, un sitio frecuentadísimo -al menos entre los años 90 y los inicios del presente siglo- por investigadores de toda Europa y, muy particularmente, de España pues fue aquí donde profesó el insigne Géza Alföldy que se preocupó, también, de que la biblioteca del seminario estuviese bien nutrida de títulos de temática hispana. Al margen de ese atractivo, hay otra razón lógica que lo explica: en un único edificio, en el centro de la hermosa ciudad de Heidelberg, conviven, en tres plantas sucesivas, las bibliotecas de Klassische Philologie (Filología Clásica), Alte Geschichte und Epigraphik (Historia Antigua) y Klassische Archaölogie (Arqueología Clásica). Mucho hemos de aprender del sistema alemán de investigación con una integración tan responsable de las Ciencias de la Antigüedad. Si fue aquí donde, en 2020, un par de meses antes del estadillo de la pandemia del Covid-19, y al abrigo de una beca para estancias de profesores senior financiada por el Ministerio de Educación y Formación Profesional nos comprometimos con el lector de Oppida Imperii Romani a un ritmo de tres entradas mensuales, retomamos ahora ese compromiso en una nueva estancia, en esta ocasión la segunda estancia-Alexander von Humboldt, financiada por esta prestigiosa institución alemana, otro ejemplo de lo mucho que la investigación universitaria de calidad se promociona, tiene en cuenta y financia en el país teutón.
Mirando atrás hemos cumplido, en la mayor parte de los meses del año, el citado compromiso de las tres entradas mensuales y en aquéllos en que no ha sido posible se ha debido a la intensa vida académica que está caracterizando estos últimos años, sobre todo este último curso. Así ha sucedido, por ejemplo, en el mes de mayo donde sólo hemos podido ofrecer al lector una entrada, una más de la leidísima serie "Sorioneku". La culpa de no haber podido llegar a ese compromiso triple con los lectores de este blog la han tenido -sin que suene a excusa- dos eventos en los que hemos participado a finales de abril y a inicios de mayo, a saber, una conferencia en el ciclo "Mujeres del pasado. Mujeres del futuro", organizado por el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida y cuyas charlas, además, figuran ya en el canal de YouTube, recomendabilísimo, de dicha institución y otra charla impartida en la clausura del Seminario "Cultura convergente: riusare, tutelare, raccontare e innovare" de la Scuola di Dottorato del Dipartamento di Studi Storici de la Universitá degli Studi di Torino. Si en la primera de las dos charlas, la Emeritense, hablé del papel de la mujer en la sociedad hispanorromana -más abajo, tras este párrafo, dejamos enlace al vídeo de la misma-, en la cena de cortesía ofrecida por los colegas de Turín, en la víspera del citado seminario, hablamos de un asunto -ellos, mayoritariamente, se dedicaban a la Epigrafía Griega- que ya ha sido objeto de otras "Disputationes" en este blog, la cuestión de la mujer romana, los denominados "enfoques de género" y los peligros del presentismo histórico en ésta y en otras cuestiones relativas a la Historia de la Antigüedad.
Como anotábamos en nuestro post de marzo de 2022, "mulier obsequentissima", y explicábamos al comienzo de la charla enlazada sobre estas líneas, existe una tendencia en la historiografía más reciente a, por explicarlo de forma gráfica, tratar de sacar a la mujer romana de la domus, del ámbito en el que ésta se desenvolvía -y en el que era socialmente bien visto que lo hiciera- y a proyectar de ella una imagen que, conforme a nuestra opinión, nace exclusivamente de un deseo de juzgar, desde el presente, la sociedad antigua, en este caso, la romana convirtiendo en norma de comportamiento -y también en modelo de conducta- lo que, seguramente, era excepcional culpando, incluso, a las fuentes clásicas de crear figuras marginales calificándolas de disidentes cuando en la Historia surgían mujeres que no representaban el ideal de la matrona de la aristocracia romana que, como explicamos en la citada charla, pegados a los retratos que de aquél hacen las fuentes antiguas, consistía fundamentalmente en ser capaz de "velar por su casa" (tuere domum) y "servir a sus hijos" (inseruire liberos), por emplear un acertado y conocido retrato del historiador Tácito, en su Dialogus de oratoribus (28) aunque en las citas que se aportan en la charla, y en las que recogimos en el post que enlazábamos al comienzo de este párrafo el lector podrá encontrar más sobre las cualidades, los domestica bona, de esa mujer romana identificada con la matrona si bien más adelante aportaremos algunas pruebas más. Así lo expresa, por ejemplo, uno de los títulos de referencia en lo que a un enfoque de género sobre la mujer romana respecta (MAÑAS, I., Las mujeres y las relaciones de género en la antigua Roma, Madrid, 2019, p. 24): "las transgresiones profundas al modelo ideal terminaron construyendo modelos negativos (magas, envenenadoras, prostitutas, adúlteras, actrices, mesoneras, borrachas, ambiciosas) que se utilizan para consolidar el propio modelo". Así, se da la paradoja de que un modelo se destruye con otro modelo, el modelo que hoy se considera represor y anticuado, creado por la sociedad romana a partir de una serie de valores aristocráticos tradicionales y, según se defiende, potenciado por la literatura antigua, se denuncia y, cambiando sucesivamente de bando unas mujeres y a otras en la dicotomía de "héroes y villanos" -que se cita en otro trabajo de referencia en esta perspectiva (GONZÁLEZ GUTIÉRREZ, P., Soror. Mujeres en Roma, Madrid, 2021)-, aquél se sustituye por otro modelo, el de la transgresión, la liberación (también sexual) y la independencia (económica, empresarial y profesional, entre otros ámbitos) adquirida por algunas contadísimas mujeres de la Antigüedad.
Esa percepción centró parte de la conversación que mantuvimos en la cena previa al seminario impartido en Turín, del que hablábamos más arriba. Uno de los asistentes nos recomendó la lectura de un breve opúsculo del rétor del siglo IV a. C., Lisias, el denominado discurso Sobre el asesinato de Eratóstenes, pronunciado en el año 403 a. C., apenas recién terminadas las Guerras del Peloponeso (puede verse este vídeo, de nuestro Canal de YouTube, para el contexto de ese crítico momento en la Historia de la pólis clásica). El proceso judicial en que el discurso se pronuncia es sencillo: un ciudadano noble de Atenas, Eufileto, sorprende a su mujer en adulterio con un tal Eratóstenes al que el primero mata en un ataque de ira. En un pasaje en el que se recoge la argumentación de exculpación que esgrime Eufileto en el juicio (I, 6-7) -y según la traducción disponible de la obra en la Biblioteca Clásica Gredos, a cargo de José Luis Calvo Martínez-, se lee: "Yo, atenienses, cuando decidí matrimoniar, y llevé mujer a casa, fue mi disposición durante casi todo el tiempo no atosigarla ni que tuviera excesiva libertad de hacer lo que quisiera. La vigilaba (ephylattón) cuando me era posible y no dejaba de prestarle atención como es natural. Pero cuando me nació un hijo ya confiaba en ella y puse en sus manos todas mis cosas (pánta tá erautou ekeine parédoka), pensando que ésta era la mayor prueba de familiaridad (oikeióteta). Pues bien, en los primeros tiempos, atenienses, era la mejor de todas, hábil y fiel despensera (oikónomos deiné kaí feidólos agathé), todo lo administraba escrupulosamente (kaí akríbos pánta dioikusa). Pero cuando se me murió mi madre (...) se dejó corromper con el tiempo". La situación de la mujer en el matrimonio en la Antigüedad estaba, pues, clara: cuidar de la casa, de la oikomomía, y de la administración de ésta con rectitud, con akríbia pero, siempre, vigilada, guardada -nótese el derivado del sustantivo griego phýlax, "vigilante" en ephylattón- por el marido y, por tanto, sin excesiva libertad.
El texto recuerda mucho a los siguientes dos, uno de naturaleza literaria y otro de naturaleza epigráfica, ya romanos ambos, que nos parece oportuno traer a colación de este asunto. El primero, del Panegírico de Trajano firmado por Plinio el Joven en los inicios del siglo II d. C. hace un encendido retrato de Pompeya Plotina, la esposa del emperador, y lo hace (83, 5-8) en estos términos: "En tu caso, tu esposa contribuye a tu dignidad y a tu gloria (decus et gloriam) ¿Quién hay que sea de costumbres más puras (sanctius) que ella? ¿Quién que se conforme mejor a los ideales de nuestra antigüedad (antiquius)? ¿Acaso si un pontífice máximo tuviese que elegir una esposa, no la elegiría a ella o a una semejante a ella? Si bien, ¿dónde podría hallarse una como ella? ¡Cómo no reclama nada para sí de tu elevada posición a no ser el derecho de alegrarse por ella! ¡Con qué constancia muestra en todo momento que su afecto recae sobre ti, no sobre tu poder! (...) ¡Y qué modesta se muestra en el vestir (modica cultu)! ¡Qué discreta en su séquito (parca comitatu)! ¡Qué sencilla en su forma de caminar (ciuilis incessu)! Todo ello es mérito de su marido, quien así la instruyó y la educó, pues para una esposa es gloria suficiente mostrarse sumisa (obsequii)". Se trata, quizás, del mejor retrato que la Literatura Latina nos ha legado de la obsequentia, la sumisión al marido, en pro de la domus y de la familia, cualidad que debía caracterizar a la mujer romana. El segundo -del que he tenido conocimiento gracias a un Trabajo de Fin de Grado que, en el marco del Grado en Historia y Periodismo y del Diploma en Arqueología que ofrecemos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, está ultimando la estudiante Ane Urrizburu, conocida por ser el "rostro" de la serie audiovisual del proyecto "Valete uos uiatores"- procede de un extenso carmen epigraphicum de la Moesia Inferior (CIL III, 754 = CLE 492) dedicado por un dispensator publicus, el marido, a Aelia, su cara esposa. Dice así: "Que descansen al menos entre flores alegres los miembros de mi querida Elia (membra Aeliae cara mihi), encerrada ahora en esta tumba, reina del gran rey Plutón, te lo ruego -pues mucho ha merecido de mí por sus propias cualidades- a ti que, sin ella merecerlo, le has roto antes de tiempo los hilos de las diosas que gobiernen todas las vueltas del copo de las Parcas. ¡Cómo fue su vida, qué íntegra! Si yo hubiese podido contado, hubiera logrado tal vez ablandar a sus Manes con la cítara. Ella, por encima de todo casta (haec primum casta), lo cual los confines del mundo y la regia morada de Plutón saben que tú oyes gustosa. Que ella se quede en los Campos Elíseos, procúralo, te lo ruego, y que ciñan sus cabellos con mirto y sus sienes con flores. Ella, mi hogar otrora (Lar mihi), ella mi esperanza (haec spes), ella mi única razón de vivir (haec unica uita); quería lo que yo quería y no quería nada que yo no quisiese; no tuvo secretos que yo no conociese, y nunca le faltó tarea (nec labor huic defuit), ni era desconocedora de las artes de tejer. Parca en gastos, pero generosa en el amor hacia mí, su marido (parca manu sed larga meo in amore mariti sui) ni la comida le era grata sin mí ni los dones de Baco; admirablemente juiciosa (consilio mira ) con una mente sutil (cata mente) y una popularidad memorable (nobili fama). Sepulturero, cuida este poema, te lo ruego, y te ruego también que decores el lugar de este epitafio año tras año; y cuida este monumento a la eternidad durante la estación florida, ya sea con rosas recién cogidas, ya con la grata flor de amaranto y con frutos de muchos tipos, variados y de temporada, para que pueda permanecer vivo todo el año". Este texto, como otros que el lector podrá encontrar en la conferencia de Mérida arriba enlazada o en la versión en SlideShare de otra semejante dictada el pasado verano en la UNED de Pamplona, vuelve sobre los mismos valores: dependencia del marido y servicio a éste, trabajo en casa, castidad -a veces etiquetada en la fórmula, usual en la documentación epigráfica, de la uxor uniuira, la "esposa de un solo marido"-, buen juicio y capacidad de servicio al hogar. En definitiva, se trata de valores y virtudes en los que, al menos, también se educó a nuestra generación pero que, sin embargo, parece urgente ahora desterrar o considerar como valores impuestos, propios de una sociedad machista y arcaica poniendo el foco -y desenfocando, por tanto, como antes dijimos- en hacer de las excepciones normas (ilustramos estos pasajes con entrañable escena del matrimonio entre Niobe -la actriz india Indira Varma, presentada sola en la fotografía sobre estas líneas- y Lucio Voreno -el actor británico Kevin McKidd- en la evocadora serie Roma, de 2005-2007).
Recientemente, un sensacional trabajo de naturaleza esencialmente epigráfica (NAVARRO, M., Perfectissima femina. Femmes de l'élite dans l'Hispanie romaine, Burdeos, 2017, pp. 3017-3013), en su "Conclusión" retrata este asunto con notable claridad. Por ello, nos limitaremos a transcribir, traduciéndolas al castellano, algunas de las ideas-madre que se desprenden del estudio de la documentación epigráfica hispanorromana que, en más de 600 tituli se reúne en el sensacional segundo volumen del trabajo (ver reseña nuestra de este trabajo aquí). "La documentación disponible nos permite aportar luz a aspectos de la sociedad romana relacionados con las mujeres y comprender, así, su presencia en una sociedad, como lo era la de Roma, que descansaba claramente sobre el papel del varón" (p. 306). "El principal elemento que determinó los códigos simbólicos de la mujer romana en general e hispanorromana en particular, y que motivó sus acciones en público, fue la familia. Como P. Veyne demostró, durante el Alto Imperio, en paz y gobernado por un sólo hombre, la familia adquirió gran protagonismo por razones políticas, morales, ideológicas, culturales y de conveniencia social. Como la propaganda imperial proclamaba, un buen ciudadano era un hombre casado, si era posible, además, padre de familia, pues la descendencia era sinónimo de seguridad, de paz social y de supervivencia de la gens" (p. 308). "(...) Durante el Alto Imperio, independientemente de cuál fuera su rango, su modo de vida, sus ambiciones y sus riquezas, las mujeres de las ciudades hispánicas reprodujeron en la esfera pública los modelos de comportamiento femenino impuestos por la mentalidad colectiva de su tiempo. Estos papeles sociales, expuestos en los monumentos que las presentaban, constituyeron la clave de su reconocimiento y se muestran como el reflejo del prestigio adquirido por sus parientes y que ellas exhibían. La excelencia pública se imponía para presentarlas como feminae perfectissimae: mujeres del hogar, discretas, piadosas y sobre todo, devotas de su familia". En realidad, capaces de ser, ellas mismas hogar, lar mihi, como afirmaba el carmen epigraphicum de Nikopol antes transcrito del que tomamos la expresión que da título a este post.
Los presentismos con los que, a nuestro juicio, se está trasladando esta cuestión -acaso no tanto en la investigación pero sí en la bibliografía más generalista, que intenta sacar rédito de la ola que el interés por las cuestiones de género ha despertado en nuestra sociedad- ya fueron advertidos hace algunos años por Eve d'Ambra, profesora estadounidense autora de un trabajo citadísimo sobre la mujer romana, publicado en 2007 en la Cambridge University Press (D'AMBRA, E., Roman Women, Cambridge, 2007). En las primeras páginas de dicho libro (pp. 2-3) la autora ya advertía de dos retos a los que se enfrentaría la historiografía de género al abordar la cuestión de la mujer romana, por un lado el de "to elevate the exceptional", como comentábamos, convertir la excepción en norma exaltando "formas de vida y sucesos que, en realidad, no formaron parte de la vida diaria, que palidece en comparación con ellos" (la traducción es nuestra) y "cast Roman matrons as the liberated ladies of Antiquity", es decir, "caracterizar a las matronas romanas como las mujeres liberadas de la Antigüedad" sin tener en cuenta, como ella recuerda explícitamente que "su libertad y bienestar estaban directamente ligados a la relación con sus maridos y padres y con su clase social, es decir, en otra palabra, que no era agentes que pudiesen actuar libremente". Ciertamente, no parece que estas advertencias hayan sido muy tenidas en cuenta en parte de la producción bibliográfica reciente, y en la transferencia científica, a la que nos queríamos referir más arriba.
Para cerrar esta reflexión convendrá acaso, en este sentido, recordar lo que se lee en el "epílogo" conclusivo (pp. 282-284) de otro volumen clásico, éste más antiguo, sobre el tema (BALDSON, J. P. V. D., Roman Women. Their history and habits, Londres, 1962) y que también traducimos: "La igualdad completa de sexos nunca se consiguió en la antigua Roma por la supervivencia, incluso mucho después de ser un principio anticuado, de una tradición de profundas raíces que remarcaba que la exclusiva esfera de la actividad de una mujer estaba dentro de la casa y que la exclusiva esfera del hombre estaba fuera de ella. En el campo de la economía doméstica, el poder de la mujer y su expertise eran inigualables. Ella cuidaba de la alimentación, de las ropas, de los sirvientes y del crecimiento de los niños durante su infancia" (p. 282). Estas tareas han sido, todas ellas, loables durante generaciones, incluso en la Historia Reciente y han marcado los valores de sociedades primarias pre-industriales. En Roma, como explicábamos en el post "mulier obsequentissima", de hecho, la documentación epigráfica -y citábamos allí los trabajos de C. D. Gregorio Navarro y de L. Díaz López- demuestra de qué modo la memoria fúnebre de muchas de las mujeres hispanorromanas se edificaba -también se aportan ejemplos en la charla en vídeo antes enlazada- sobre una nítida veneración de todos esos valores, que eran asumidos como propios por cualquier mujer del común. Reivindicar dar visibilidad a la mujer romana en los estudios de Historia social pero, al hacerlo, tratar de camuflar esas labores, de olvidarlas u obviarlas en nuestro estudio del papel de la mujer en la sociedad romana o de orillarlas en beneficio de dedicar nuestra atención a otras mucho más minoritarias hace un flaco favor, nos parece, a la verdad histórica que -alejada del juicio moral o del posicionamiento político respecto del pasado- debe presidir la acción de cualquier historiador y, sí, también del historiador de la Antigüedad.
Otro útil libro sobre la cuestión -de título muy sugerente al contraponer mujer, género y vida real- (DIXON, S., Reading Roman Women. Sources, genres and real life, Londres, 2001, p. 155) lo ha escrito claramente, y traducimos, "mientras que los autores antiguos expresaron ideología en sus escritos, los historiadores modernos han llevado la suya propia a la lectura de aquéllos". Urge ser prudente, y riguroso, o, como ella misma escribe (p. 156) "(manejar las fuentes) evaluando escrupulosamente la finalidad particular de cada texto, sus códigos, sus énfasis y sus exclusiones. Manteniendo nuestros cerebros en alerta y nuestras fantasías en suspenso". Lo contrario no es hacer Historia, sino pervertir la Historia.
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