ET SIBI

 


[Fotografía, de Iker Ibero y de Pablo Serrano, de una nueva inscripción romana procedente del entorno de la ciuitas vascónica y romana de Santa Criz de Eslava (Navarra)]

Corría el año 1983 cuando, en un libro de la Cambridge University Press, el tristemente desaparecido Fergus Millar, que fuera profesor de Historia Antigua en la Universidad de Oxford, glosaba -para un volumen coordinado por Michael Crawford (CRAWFORD, M. (ed.), Sources of Ancient History, Cambridge, 1983, del que existe traducción castellana como Fuentes para el estudio de la Historia Antigua, Madrid, 1986)- algunas de las potencialidades del vastísimo volumen de inscripciones que ha llegado hasta nuestros días de las -muchas más- que el mundo romano, en Oriente y en Occidente, en Latín y en Griego, generó. En ese capítulo, fundamental para cualquier epigrafista y piedra angular de las reivindicaciones y estudios que, con posterioridad, se han hecho sobre las "utilidades" de la Epigrafía Latina (ver ésta, nuestra y, por supuesto, la de ABASCAL, J. M., "Epigrafía Latina e Historia Antigua", Antigüedad y Cristianismo, 12, 1995, pp. 437-447), entre esas potencialidades, el profesor Oxoniense destacaba las posibilidades que éstas ofrecen cuando son tratadas en su conjunto (p. 133), su carácter cotidiano en el mundo antiguo -especialmente si se trata de epitafios- y su capacidad de arrojar luz sobre aspectos sociales y de grado de alfabetización (pp. 134-135) y, también, su condición de "garantía de que nuestro conocimiento del mundo antiguo nunca será estático" (p. 136) algo que, de un modo semejante, presentando las inscripciones como uno de los más excitantes resultados de la investigación arqueológica en campo, destacaban Lukas de Blois y Roberto J. van der Spek diez años más tarde en una de los, al menos en Alemania, más solicitados trabajos de introducción al mundo antiguo, recientemente reeditado (DE BLOIS, L., y VAN DER SPEK, R. J., Einführung in die Alte Welt, Franz Steiner Verlag, Stuttgart, 1994, p. 11). Ese particular appeal que tienen las inscripciones romanas nos llevó a, hace algunos años, crear una etiqueta específica para cuestiones epigráficas en Oppida Imperii Romani, "Epigraphica", últimamente muy orientada a la transferencia de resultados del proyecto epigráfico europeo "Valete vos viatores" que hemos coordinado en estos últimos meses. En las entradas recogidas en esa etiqueta, entre otros temas, hemos presentado nuevas publicaciones, rendido homenaje a colegas epigrafistas desaparecidos, explicado el método de trabajo en Epigrafía Griega y Latina, valorado el método de edición epigráfica, dado nociones básicas sobre prosopografía y sobre gramática de las inscripciones latinas, valorado buenas prácticas en materia de musealización de inscripciones romanas, presentado el proceso material de la fabricación de una inscripción romana, recogido experimentos de innovación docente en materia de ampliación del acceso de nuestros estudiantes a las culturas epigráficas que se forjaron en el mundo romano, y, también, dado a conocer, en profundidad, nuevos e interesantes hallazgos y lo que éstos nos aportan para nuestro conocimiento sobre la Historia de la Antigüedad en general o sobre algún aspecto de las civilizaciones clásicas en particular.

Hace apenas unos días, Diario de Navarra, de la mano de la periodista Nerea Alejos -que ya firmó el pasado agosto un sensacional reportaje sobre las inscripciones romanas como "mensajes para la eternidad"- se hacía eco del hallazgo, en el caso urbano del municipio navarro de Eslava, de una nueva inscripción romana -que puede verse coronando este post- que, con apenas nueve letras -si contamos la I final de la segunda línea, perceptible sólo en su base, aunque no completa- nos parece -también por estar vinculada con una de las ciudades del ámbito vascón (parua oppida) en la que desarrollamos nuestra investigación, Santa Criz de Eslava- podía servir de paradigma para volver sobre el flujo de trabajo que media en Epigrafía Latina entre el momento del hallazgo de una inscripción, su edición y publicación para presentación a la comunidad científica para que, efectivamente, como reclamaba Fergus Millar, el documento pueda ser tratado, con otros parecidos, de forma conjunta y, también -pues se ha convertido en labor fundamental de la investigación y, en particular, de la que se hace en la Universidad- su transferencia social para acercar la información que nos brinda a la sociedad y, con ella, mostrar la Epigrafía Latina, la "ciencia de las inscripciones" como una ciencia abierta, activa, sugerente, útil y apasionante subrayando, también, el carácter patrimonial de los documentos epigráficos en tanto que documentos escritos y, también, por tanto, culturales, del pasado.

Por más que, efectivamente, la incursión de las nuevas tecnologías y, en particular, de la epigrafía digital y virtual (VELÁZQUEZ, I., y ESPINOSA, D. (eds.), Epigraphy in the digital age. Opportunities and challenges in the recording, analysis and dissemination of inscriptions, Oxford, 2021) hayan transformado, en cierto modo, las pautas de trabajo del epigrafista lo cierto es que lo que, en 1987, publicó el epigrafista italiano Ivan Di Stefano Manzella en su conocido y citadísimo Il mestiere di epigrafista. Guida alla schedatura del materiale epigrafico lapideo alojado en la prestigiosa editora Quasar de Roma -que en los años 90 y en los comienzos del siglo XX acogería un buen número de publicaciones de naturaleza epigráfica- sigue siendo prácticamente válido respecto de cómo los epigrafistas trabajamos ante el reto de dar a conocer, de realizar la editio princeps -"la primera edición"- de una nueva inscripción. En ese volumen se insistía en cinco elementos fundamentales para el epigrafista que debía enfrentarse al estudio de una inscripción romana, a saber (1) "los instrumentos para la recogida de los datos" (pp. 21-22) que incluían desde papel y lápiz a, lógicamente, un metro; (2) "la toma de datos fotográfica" (pp. 23-27) con todo tipo de especificaciones respecto del ángulo, la iluminación y el formato; (3) "el dibujo y los calcos de la pieza" (pp. 29-31); (4) la elaboración de "la ficha"; y (5) la toma de "datos topográficos" sobre la inscripción (pp. 41-47) sea ésta un hallazgo nuevo o una inscripción ya conocida que nos disponemos a estudiar. Precisamente, el hallazgo de esta nueva inscripción en Eslava nos permite reflexionar sobre algunos de esos pasos (como ya hiciéramos en ANDREU, J.: "La edición epigráfica", en ANDREU, J. (coord.), Fundamentos de Epigrafía Latina, Madrid, 2009, pp. 37-60) y compartir el citado flujo de trabajo epigráfico con los lectores de Oppida Imperii Romani y, también, con muchos estudiantes de la asignatura "Epigrafía e instituciones romanas" que ofrecemos en el Diploma en Arqueología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra.

Además, nos parece, que esos cinco retos que es necesario resolver ante la editio princeps de una inscripción pueden resumirse en tres bloques de aspectos que, de ella, deben tenerse en cuenta. Son los que siguen:

[1.] Aspectos del soporte. El primer elemento que llama la atención de cualquier epigrafista cuando procede a la autopsia -a la observación directa- de una inscripción, es su soporte material. Y por soporte no sólo nos referimos al tipo de material -que, entre otras cosas, puede indicar si el titulus, la "inscripción"- fue fabricado sobre un tipo de piedra local o alóctona sino, también, a la forma dada por el artesano que la fabricó -en diálogo claro con el comitente que la encargó- a ese material elegido para, efectivamente, transmitir y conservar un "mensaje para la eternidad". En el caso de la nueva pieza que viene a sumarse al ya amplísimo repertorio epigráfico de Santa Criz de Eslava (ANDREU, J., OZCÁRIZ, P., y MATEO, Tx., Epigrafía romana de Santa Criz de Eslava (Eslava, Navarra), Faenza, 2019) constituyendo la número 22 entre las fabricadas en piedra, esta está fabricada en piedra arenisca local -en la que se hizo, por otra parte, el 100% del repertorio epigráfico pétreo atestiguado hasta la fecha en el lugar (verlo en el Museo Virtual de Santa Criz de Eslava)- y su aspecto actual es el de una placa, un soporte en el que la longitud y la anchura predominan sobre el espesor, sobre el grosor. La rugosidad, sin embargo, de la parte posterior de la pieza nos llevan a pensar en que o bien fue una placa o formó parte de un dintel arquitectónico de notable envergadura. En ese sentido, determinante resulta fijarse, ¡siempre!, en el tamaño de las letras conservadas, 9 cms en este caso, un módulo bastante poco habitual en el repertorio epigráfico de la zona y que cuando se da -por ejemplo en las inscripciones del acotado funerario de los Atilios de Sádaba (CIL II, 2973),en Zaragoza- lo hace en monumentos que, como éste, fueron pensados para impactar y ser vistos desde lejos sin que ello fuera óbice para que el público pudiera realizar una lectura de los textos. Esa visibilidad, no se olvide, era un reto fundamental que se buscaba detrás de cualquier inscripción y más si su naturaleza era funeraria ya que pretendía ser el vehículo que garantizase la celebritas, el recuerdo póstumo, del finado. Por tanto, la primera conclusión es clara, aunque lo conservado del nuevo titulus de Santa Criz de Eslava apenas supera los 40 cm de ancho, los 40 de alto y los 13 de grosor, lo que ha llegado a nosotros es sólo una parte de un monumento, sea placa o sea parte de un dintel arquitectónico, notable en tamaño y cuyo texto se pretendía que fuera visto desde la distancia, que llamase la atención, por tanto.



[2.] Aspectos topográficos. La nueva inscripción de Eslava ha aparecido en labores de desbroce y retirada de vegetación en un solar del centro del pueblo de Eslava. El volumen de I. Di Stefano Manzella antes citado recomendaba que los epigrafistas fuéramos especialmente curiosos en la búsqueda de datos sobre el lugar del hallazgo y su entorno y sobre si, efectivamente, ése fue el contexto original en que obró la pieza o habría sido trasladada de aquél al lugar en que ahora ha sido localizada. Como no está clara la entidad de Eslava, como pueblo, en época romana -la única inscripción que procede del lugar es un altar votivo, dedicado al deus magnus Peremusta que hoy, gracias a la generosidad de sus descubridores, puede verse en la exposición arqueológica "Santa Criz de Eslava, reflejos de Roma en territorio vascón" (AE 1956, 225)- lo lógico es pensar que procede de Santa Criz o de su entorno pero que fue llevada allí para algún otro uso. Aunque cueste imaginarlo, las inscripciones, cuando pierden su valor memorístico y monumental, por su talla, pueden convertirse en extraordinarios aliados para la construcción. El contacto con la familia propietaria del solar en que se ha producido la invención de la pieza -y sin cuya colaboración el estudio que hemos realizado de la misma habría sido imposible- confirmó lo segundo. Seguramente, en ese punto -empleado históricamente como era para el trabajo con el cereal ya en el caserío de Eslava- se fue haciendo acopio de abundante material pétreo procedente de Santa Criz (parte de él aun puede verse in situ) y de los campos de labor que circundan el cerro, material que allí estorbaba para las faenas agrícolas pero que podía ser útil en el corazón de la localidad. Si era original el hecho del módulo de sus letras, de su paleografía -además, extraordinarias litterae quadrate, "capitales cuadradas", como solemos llamarlas- estamos ante una inscripción que no ha sido hallada en el que fuera su "entorno y contexto" originales (la expresión procede de ALVAR, A., y RODÀ, I., "A modo de presentación", en ANDREU, J. (coord.), Fundamentos de Epigrafía Latina, Madrid, 2009, pp. XIII-XVI) sino que ha sido encontrada en el lugar al que fue llevada probablemente cuando el monumento del que formó parte estaba totalmente desmembrado. El hecho de que la familia propietaria de la era en que se ha hallado la pieza tenga propiedades en La Venta-La Encinosa, justo a medio camino entre Eslava y Santa Criz de Eslava- y un detalle onomástico clave e identificable entre las escasas letras conservadas del texto permiten aventurar que, verosímilmente, nuestra inscripción formaría parte de uno de los monumentos funerarios que -junto con un hermoso altar votivo consagrado a Júpiter (IRMN 22)- hubo en ese lugar, en línea con otro ya conocido por una inscripción de los fondos del Museo de Navarra (IRMN 40) (sobre La Venta como escenario del primer interés erudito, en los años 20 y 30 del siglo XX, por el patrimonio epigráfico de Santa Criz y de las tierras de Navarra, puede verse nuestro reciente trabajo ANDREU, J., "El Padre Escalada y los inicios de la Epigrafía romana en Navarra, Santa Criz de Eslava y su entorno", Revista Pregón Siglo XXI, 65, 2022, pp. 28-31)

[3.] Aspectos textuales. Lógicamente, el objetivo fundamental de una autopsia epigráfica no sólo es el del estudio material de la inscripción, con todos los componentes de esa dimensión sino, especialmente, el inicio, al menos, de su lectio, de su "lectura". Decimos "inicio" porque rara vez, salvo que la inscripción se conserve en perfecto estado, esa lectio puede cerrarse in situ siendo necesario, después, dedicar horas al trabajo de contraste en bibliotecas -echando mano de corpora epigráficos o de diccionarios onomásticos- o en bancos de datos digitales. En este caso, sin embargo, la lectio no presentó demasiados problemas. Como se ve muy bien en el visor de la misma en el Museo Virtual de Santa Criz de Eslava, la inscripción apenas deja ver dos líneas de texto, con cuatro caracteres en l. 1, ERIA -con la A sólo deducible por la inclinación del trazo conservado de la misma- y con cinco en l. 2, T SIBI, habiéndose conservado de la I final sólo la base de la misma. La l. 2 no parece ofrecer dudas para su restitución, [E]T SIBI, "para uno mismo", fórmula relativamente abundante en los epitafios funerarios y que marcaría que quien dedicó el titulus lo hizo no sólo pensando en el difunto al que lo dedicó (uno o varios) sino también a que en dicho sepulcro reposasen sus propios restos, cuando correspondiera. La l. 1, de igual modo, dada la naturaleza esencialmente onomástica de los textos funerarios, parece apropiado relacionarla con el nombre [VAL]ERIA bien en nominativo -si es la dedicante del monumento, la misma que se lo reserva también para ella (et sibi)- bien en dativo, como [Val]eria[e] más verosímil pues permitiría que un carácter más, la E, quedase directamente alineado en vertical con la I final de SIBI y más en una pieza que parece ofrece una ordinatio, una "paginación" muy cuidada perceptible también en el perfil de las letras y en su cuidado bisel que, a la postre, era el que permitía que éstas pudiera ser vistas por el espectador cuando eran iluminadas por la luz solar. Esa identificación onomástica es especialmente coherente por cuanto que, como anotábamos más arriba, del mismo paraje de La Venta procede una inscripción alusiva a un Val(erius) Vrsin(us), difunto en ella, erigida por una [C]orn[elia] Flau[a], su esposa, titulus en el que, de hecho, comparecen dos de los grupos familiares de mayor presencia en la escueta pero singular prosopografía de Santa Criz de Eslava (puede verse, al respecto, ANDREU, J., "El hábito epigráfico entre los Vascones antiguos: Santa Criz de Eslava como paradigma", Príncipe de Viana, 272, 2018, pp. 1007-1026 además del corpus epigráfico de Santa Criz de Eslava antes citado, pp. 77-84). Esta coincidencia onomástica, por tanto, permite refrendar la posibilidad de que la nueva inscripción de Eslava proceda, en realidad, de La Venta donde ya estaba atestiguada la presencia de un Valerius.

Pero, como señalaba el trabajo de Fergus Millar con que abríamos esta reflexión, una inscripción es, esencialmente, un documento histórico. No basta, por tanto, con leerla y datarla -en este caso, para la datación, la cuidada factura de las letras permite otorgarle una fecha de, acaso, la segunda mitad del siglo I d. C.- sino que se ha de intentar obtener de ella información relevante desde el punto de vista histórico. Por eso, el contexto del hallazgo siempre resulta fundamental incluso en estos casos en que las inscripciones han llegado a nosotros lejos del lugar en que obraron en la Antigüedad. Así, parece ser que junto a este fragmento epigráfico llegó a la era de Eslava también un contrapeso de prensa de tornillo para fabricación de aceite o vino, un material arqueológico muy popularizado en los últimos años gracias a trabajos generales y alusivos, además, al Valle del Ebro (PEÑA, Y., Torcularia. La producción de vino y aceite en Hispania, Tarragona, 2010 y "La producción de vino y aceite en el Valle Medio del Ebro", Anales de Prehistoria y Arqueología, 27-28, 2011-2012, pp. 141-154) que permite suponer que, efectivamente, La Venta no fue sólo un lugar de enterramiento -con, al menos, un monumento funerario de envergadura, acaso tipo templo o acotado funerario, tipo de sepulcro que, por evidencias de naturaleza arquitectónica (como los célebres Casquilletes de San  Juan de Gallipienzo que estudiara en su día J. Mª Blázquez), debió ser habitual en la zona (ANDREU, J., "Mors Vasconibus instat. Aspectos del hábito epigráfico funerario territorio de Vascones", en ANDREU, J., ESPINOSA, D., y PASTOR, S. (eds.), Mors omnibus instat. Aspectos arqueológicos, epigráficos y rituales de la muerte en el Occidente Romano, Madrid, 2011, pp. 491-528)- sino que ese espacio necropolitano formó parte de un fundus de explotación agropecuaria, una uilla que, ahora podemos confirmarlo, se dedicó a la producción de aceite y de vino. Se trata, de hecho, de la primera atestiguación de un contrapeso como éste, hasta donde sabemos, en el área de influencia de Santa Criz de Eslava (sí los hay, abundantes, como explicábamos no hace mucho en esta conferencia para el Centro de Estudios de Cinco Villas, en las otras ciudades romanas de su entorno, pero ya en territorio actualmente zaragozano). 


Por tanto, no es difícil hacerse cargo de que, efectivamente, las piedras, en ocasiones, hablan. Y en eso consiste fundamentalmente la Epigrafía como ciencia, en hacer hablar a las piedras, a las piedras que llevan letras. Estas nueve letras de esta nueva inscripción de Santa Criz de Eslava permiten confirmar que hubo un fundus con área funeraria en el espacio de La Venta-La Encinosa, que los Valerii, emparentados con los Cornelii, fueron sus propietarios, que su uso como espacio agrícola -con área de enterramiento como era habitual en muchas propiedades fundiarias de los miembros de la elite (MELCHOR, E., "Sobre las posesiones rústicas de la élites municipales de la Bética y la vinculación de sus propietarios con determinadas comunidades cívicas", Mélanges de l'École Français de Rome, 119-2, 2007, pp. 435-443)- se prolongó, al menos, durante dos siglos, el I y el II d. C. y que, además, ésta se dedicó, cuando menos, a la producción de aceite y de vino, dos productos que curiosamente, siguen marcando la labor agrícola de estas tierras de Eslava y de la Baja Montaña de Navarra, en la Comarca de Sangüesa

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