[Sobre estas líneas, vista general de la vía, en el inicio del recorrido desde la Villa dei Quintili; monumento de los Rabirii -CIL VI, 2246- y dintel arquitectónico de la tumba, perdida, del liberto T. Fidiclanius Apella -CIL VI, 17921-]
Seguramente, quienes, de niños, hemos forjado parte de nuestro imaginario -real o no- sobre el mundo romano a través del "peplum", del "cine de Romanos", tenemos en nuestra mente dos imágenes especialmente icónicas de dos episodios históricos y, en parte, también legendarios de la antigua Roma, de la República romana uno, de la época julio-claudia, y por tanto imperial, el otro. Los dos tienen un escenario topográfico, netamente romano, común, la más romana de todas las vías romanas, la vía Appia. El primero, la crucifixión de los insurrectos de Espartaco decretada por Pompeyo en el año 71 a. C. al sofocarse la célebre revuelta, que recogía el Espartaco de Stanley Kubrick (1960, película sobre la que hablamos hace algunos años en otro post de Oppida Imperii Romani) y que, según parece, tuvo lugar a ambos márgenes de esa calzada que, además, constituía la arteria que ponía en relación el Latium con la Campania y que, por tanto, conducía al espacio de las grandes explotaciones fundiarias, y esclavistas, de la aristocracia romana. El segundo, la emotiva escena final de la película Quo Vadis?, de Mervyn Le Roy (1951) en la que se recrea el inspirado momento de la alocución de San Pedro en el año 67 d. C. -y recogida en los Hechos de Pedro (35), un apócrifo del siglo II d. C.- que llevó a Pedro a volver a Roma y encontrar el martirio en el marco de la persecución de Nerón. En estos días, además, esa vía -quizás la más icónica de las vías romanas (quizás la obra más reciente sobre ella sea el catálogo de MAMMUCARI, R. (cur.), Regina uiarum... Appia uia, camino solare, Roma, 2017)- ha vuelto a estar de próxima actualidad al ser destacada protagonista de un nuevo teaser -en realidad la intro- de la serie audiovisual derivada del proyecto de Europa Creativa Valete uos uiatores, del que hemos hablado en otras ocasiones en este blog y, también, de uno de los avances del videojuego que generará dicho proyecto, y que va tomando forma cada semana que pasa.
De esa emblemática vía romana podemos aprender mucho a través de la documentadísima voz "Vía Appia" en SMITH, W., Dictionary of Greek and Roman Geography, Londres, 1870 (ver aquí) y de la atención que le prestan PLATNER, S. B., y ASHBY, Th., A topographical dictionary of ancient Rome, Cambridge, 1931 (ver aquí en la versión que ofrece la Perseus Digital Library y aquí en un escaneado de las páginas 559-560 originales), obras ambas que tienen el mérito de trazar su Historia y recoger sus muchas singularidades. Gracias a los autores romanos sabemos que fue construida en la censura de Apio Claudio no sólo porque lleva su nombre sino porque así lo narra Tito Livio (9, 29) cuando, en su crónica del año 312 a. C., dice de él que su nombre fue de los más felizmente recordados ad posteros, "por sus sucesores", quod uiam muniuit, "porque construyó la vía". Sin afán de exhaustividad, las fuentes, que gracias a Diodoro de Sicilia (20, 36), nos informan de que, a lo largo de más de 100 estadios -unas 115 millas, 185 kilómetros- esta calzada enlazaba Roma y Capua; también nos cuentan que ése era el camino que Cicerón recomendaba a su amigo Ático que siguiera para acudir celeriter -"rápidamente"- a Brundisium (Cic. Att. 8, 11C); en las Siluae, Estacio la proclamó como longarum regina viarium (Stat. Silu. 2, 2, v. 12), "reina de todas las largas calzadas" al describir la uilla Sorrentina de Pollius Felix; y, en su elogio de la uia Domitiana (Silu. 4, 3) rememoró algunos detalles de la singular técnica constructiva de la Appia: establecer las trincheras laterales (incohere sulcos), tallar los costados del firme para delimitar su anchura y establecer las cunetas (rescindere limites), remover la tierra (cauare terras) para garantizar su asiento, rellenar ese espacio con zahorra y gravas cada vez más finas (replere fossas) que debían hacer de base para las rocas del pavimento (pressis saxis) luego igualadas por bloques (alligare gomphis) y, finalmente, ligar ese pavimento con gravas, tufo y arcillas (saxa ligant; cocto puluere sordidoque tofo) obra que, como él afirmaba, exigía del trabajo de "abundante mano de obra", quantae manus (ver elocuentes sección y diagrama a partir de una vía hispana aquí). En esa misma época, Marcial, el célebre poeta de Bilbilis, cuenta a la vía Appia, "la más celebrada de las vías de Italia" -Ausoniae maxima fama uiae- las hazañas del emperador Domiciano (Mart. 9, 101) (sobre esa técnica constructiva que tan detalladamente explica Estacio volvemos en este blog a recomendar el volumen de MORENO, I., Vías romanas: ingeniería y técnica constructiva, Madrid, 2004, en parte disponible en red, y cualquiera de las conferencias que, sobre vías, tiene el autor en su Canal de YouTube). También las fuentes epigráficas son generosas en alusiones a la Appia documentando la existencia de curatores uiae Appiae (AE 1956, 167 de Betria o AE 2006, 1773 en Dougga, en la Proconsularis) y aludiendo a labores de munitio y stratio ("reparación" y "nivelación", acordes al proceso antes descrito de acuerdo con el poeta Papinio Estacio) en varios miliarios que también citan, a partir del siglo II d. C., actuaciones de restauración y adecentamiento longa uetustate, "por su dilatada edad", de esta arteria de comunicaciones itálica (ver catálogo de éstos en CAMPEDELLI, C., L'amministrazione municipale delle strade romane in Italia, Bonn, 2014). Existen también algunas inscripciones funerarias -como CIL XI, 3715- u honoríficas -como CIL VI, 10231-1- donde se la cita, respectivamente, como referencia topográfica a propósito de la ubicación de un monumento funerario y como lugar de situación una propiedad colegial.
Sin embargo, pese a que el lugar está muy promocionado en la página oficial de Turismo de Roma -que recoge, de hecho, todos los monumentos que pueden visitarse en su entorno- y a pesar de que existen centros de recepción de visitantes en los tramos inmediatamente próximos a la ciudad (ver sugerencias aquí) nuestra experiencia en Roma -la última con motivo de los trabajos del proyecto Valete uos uiatores, de Europa Creativa- nos dice que es uno de los espacios arqueológicos menos accesibles para el turista que se acerca a la Città Eterna. Ir en Roma hasta la iglesia del Domine, quo uadis? o el Mausoleo de Cecilia Metella, por ejemplo -desde las Termas de Caracalla o desde el Circo Máximo (note el lector que cada uno de estos monumentos ha sido aquí citado con enlace a páginas distintas con utilísima información turística y arqueoturística sobre Roma que no deben obviarse) no garantiza tener el panorama que todos, desde niños, hemos forjado de esa singular vía, madre de todas las calzadas romanas y tampoco el que más relación guarda con la dimensión epigráfica de las vías romanas que, lógicamente, interesa especialmente al autor de este blog (véase al respecto, por ejemplo, el sensacional libro de KOLB, A., Tod in Rom: Grabsinschriften als Spiegel römischen Lebens, Bonn, 2008 o, en castellano, algunos capítulos de ALVAR, A. (dir.), Siste uiator! La epigrafía en la antigua Roma, Alcalá de Henares, 2019). Aunque ese trayecto entre el centro de la Roma antigua y la iglesia del Domine, quo uadis? puede suponer, en autocar, unos 20 minutos, desde dicho lugar quedan, todavía, casi 50 minutos de camino -algo menos, otros 20 o 25 minutos si se viaja en autobús urbano o en coche- hasta la zona más monumental del Parco Archeologico dell'Appia Antica. que es la que aquí recomendamos recorrer y que reproduce la esencia misma de las grabenstrassen romanas, las vías funerarias. Para llegar a ella -como se recuerda en una poco conocida publicación sobre el lugar que justifica este post (PARIS, R., y FRONTONI, R., Via Appia, villa dei Quintili, Santa María Nova, Milán, 2019)- lo mejor es dirigirse, precisamente, a la Villa dei Quintili y, tras visitar un espectacular complejo residencial de una importante familia del ordo senatorius romano, acceder, directamente, a la zona más impactante de la vía Appia (como indica la sección específica de esta uilla en la homepage del Parco Archeologico dell'Appia Antica, el autobús 664 lleva al lugar desde varias paradas en el centro de Roma; otras alternativas en este reportaje de elDiario.es).
Así, aunque el paseo hasta, por ejemplo, las Catacumbas de San Calixto, es de algo menos de dos horas, realizarlo a pie -y, si es posible, al atardecer- resulta uno de los más recomendables itinerarios que pueden hacerse visitando la Roma antigua. Mientras uno anda pisando una vía con tanta Historia ve constantemente, a sus lados, los restos orgullosos de centenares de monumentos funerarios volcados a la vía y que competían, de hecho, como se puede ver fácilmente, por disponer de esa visibilidad que garantizaba la celebritas, el "recuerdo fúnebre", de los finados que habían encargado erigir los monumentos en cuestión, una celebritas que, como recuerda la propia práctica epigráfica, nacía de conseguir que los nombres de los tituli fueran leídos, y, por tanto, pronunciados, por los propios viandantes a los que, de hecho, como sabemos, los propios monumentos interpelaban con la fórmula uale uiator -"hasta luego, caminante"- u otras (se remite, al respecto al post inicial de este blog, del ya lejano 2008). De ese modo, ese ejercicio se convierte casi en un repaso a los principios de la auto-representación, ese comportamiento que define, de modo nítido, la humanissima ambitio -como la llamaba Plinio el Viejo (Nat. 34, 17)- que caracterizó la revolución epigráfica de griegos y, en particular, de romanos: disponer de inscripciones propuestas al gran público que glosaran con exactitud los rasgos del personaje que las había encargado o al que se rendía homenaje en ellas (sobre ese hábito, además de las entradas que se han ido recogiendo en los posts con la etiqueta Epigraphica de este blog, pueden ser útiles los trabajos de ALFÖLDY, G., "La cultura epigráfica de la Hispania Romana: inscripciones, auto-representación y orden social", en Hispania: el legado de Roma. En el año de Trajano, Zaragoza, 1998, pp. 289-301 -pero cualquier otro de los trabajos suyos que fueron valorados en el homenaje que, en forma de post, le rendimos en Oppida Imperii Romani días después de su fallecimiento- y el de BELTRÁN LLORIS, F., "The epigraphic habit in the Roman World", en The Oxford Handbook on Roman Epigraphy, Oxford, 2015, pp. 131-148, y otros recogidos, precisamente, en el post en que reseñábamos el volumen que acoge este trabajo).
Así, viendo monumentos de todo tipo, en forma de edícula, de casa, de torre, de obelisco...; comprobando cómo algunos pequeños cipos -que cumplían la función de la denominada indicatio pedaturae, "delimitación de la extensión"- preservaban la visibilidad de una inscripción frente a otras que pudieran añadirse delante más tarde restando visibilidad a la más antigua; repasando de qué modo la mampostería o el ladrillo del armazón arquitectónico se recubría en muchos con lujoso mármol; atestiguando la potentia arquitectónica que debieron tener acotados funerarios de los que hoy apenas queda su dintel arquitectónico o su inscripción; y comprobando la convivencia de grandes monumentos arquitectónicos con sencillos sarcófagos o cupae, uno recuerda la broma que Petronio hacía en el Satiricón a propósito del testamento de Trimalción testamento que, precisamente (71) solicitaba que se le construyera un monumentum con hasta cien pies de espacio reservado hasta la vía pública (in fronte pedes centum), con la advertencia de que éste no pasases a los herederos y, además, con un reloj solar en el centro, un horologium, para que, nomen meum legant, "lean a la fuerza mi nombre cuando miren la hora". Algunos monumentos, de hecho, con sus relieves decorativos con retratos funerarios y representaciones familiares recuerdan también a la decoración que, en la casa del propio Trimalción, Petronio nos cuenta que contaba, cum inscriptione, es decir "con letreros explicativos" (29) la biografía del personaje proponiéndola como ejemplo de promoción social. La generosísima acumulación de tituli, de inscripciones, permite, además, entender de qué modo la auto-representación fúnebre dio paso, con notable densidad ya en época del emperador Claudio (Cass. Dio 60, 25, 2-3), a la superpoblación de honras y de estatuas en memoria de hombres distinguidos no sólo en las áreas cementeriales sino, incluso, en las plazas públicas que, también, es valorada por Plinio el Joven en sus cartas a Trajano (Ep. 1, 17) y a la que, precisamente, como in omnium municipiorum foris statuae ornamentum, se refería el pasaje de Plinio el Viejo arriba citado. Contemplando, además, cómo han llegado a nosotros, prácticamente in situ, muchos de los tituli sepulchrales que jalonaban la Appia no es difícil imaginar con qué piedad -parecida a la que describe Sidonio Apolinar en una de sus Cartas (3, 12, 4-5, con traducción en la diapositiva 26 de esta conferencia nuestra de hace algunos años)- los familiares de los difuntos cuidarían estos sepulcros durante varias generaciones. Se trata, por tanto, de un escenario en que interactuar con difuntos -personajes históricos como nosotros, muchos de ellos prácticamente anónimos, otros más célebres- a los que, en cierta medida, cuando releemos sus nombres -cumpliendo el propósito de la célebre fórmula epigráfica praeteriens dicas (CIL VI, 12951, por ejemplo, de la propia vía Appia) o quicumque legis titulum (CIL VI, 5302, también de esta vía)- traemos de nuevo a la vida y propiciamos que, de verdad, la tierra les sea leve (como guía introductoria a este sensacional lapidario al aire libre compuesto de tituli funebres, puede leerse ANDREU, J., "La epigrafía funeraria", en Fundamentos de Epigrafía Latina, Madrid, 2009, pp. 321-364 o BALBÍN, R., "El culto a los antepasados: la epigrafía funeraria", en ALVAR, A. (dir.), Siste uiator! La epigrafía en la Antigua Roma, Alcalá de Henares, 2019, pp. 95-100).
Imprescindible, pues, en tu próxima visita a la Vrbs si quieres vivir una experiencia única de confronto con el mundo antiguo y con su particular capacidad evocadora.
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