HVMANISSIMA AC LIBERALISSIMA

 

[Cabecera de una tumba griega, con relieve representando a una mujer y su esclava, siglo II a. C., Getty Villa Museum, California]

Hace apenas unos días, quien escribe este blog ha tenido el sensacional honor de dictar una ponencia en una de las sesiones plenarias de la décimonovena edición del prestigioso Simposi d'Estudis Clàssics promovido por la sección catalana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos y celebrado entre los días 20 y 22 de octubre en la Facultat de Filologia i Comunicació de la Universitat de Barcelona, un marco arquitectónico y académico absolutamente incomparable. En la ponencia, que versó sobre el proyecto Valete uos uiatores -según se dijo en la introducción a la charla a cargo del presidente de la sesión, el Prof. Javier Velaza, ejemplo de cómo hacer que un trabajo con inscripciones y, en Los Bañales de Uncastillo, con cultura material romana, puede ponerse en el centro del debate público- comenzamos manifestando, como hemos hecho muchas veces ante nuestros alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra y, en alguna ocasión, en este mismo espacio, que nos consideramos, desde luego, si no filólogos clásicos frustrados sí, al menos, con "alma de clásicas" y, en cualquier caso, convencidos "clasicistas" un término muy empleado en el mundo anglosajón -que engloba los estudios de Antigüedad en el paquete de las Classics- que, comprobamos con agrado en esas jornadas barcelonesas, se está extendiendo notablemente por el mundo académico para definir a todos los que nos dedicamos, desde distintas perspectivas, a trabajar con el mundo clásico en sus distintas manifestaciones y, por tanto, a poner en valor la vigencia de su legado. El marco para esa manifestación de amor por lo clásico -y, en particular, por la lengua y la cultura griega y romana que aprendimos en nuestros años de estudiantes de Filología Clásica en las aulas de la Universidad de Zaragoza (algo sobre ello hemos recordado no hace mucho en otra entrada de Oppida Imperii Romani)- no podía ser más apropiado una vez que la edición de este año del citado encuentro, parafraseando a Tucídides a propósito de su sentido de la Historia (I, 22), llevaba el subtítulo Ktéma eis aiei: vigència i vivència del clàssics, es decir, "un logro para la eternidad: vigencia y vivencia de los clásicos". 

Entre los numerosos colegas promotores, participantes y asistentes al Simposi -también con presencia de representantes de la FIEC - Fédération internationale des associations d'études classiques- encontramos a estudiantes de Grado, estudiantes de Doctorado, jóvenes docentes -tanto de Secundaria como de Enseñanza Superior- y docentes más seniores apasionados por su trabajo con las Clásicas y, sobre todo, muy preocupados por la deriva que -como hemos denunciado en algunos posts anteriores de la etiqueta "Disputationes" y ha denunciado la propia Sociedad Española de Estudios Clásicos- está tomando la presencia -o, mejor dicho, ausencia- del Latín, del Griego y de la Cultura Clásica -y también de la Historia Antigua- en los planes de estudio de la nueva ley de Educación, la LOMLOE. Entre quienes mostraban esa preocupación podemos asegurar que había gente de todos los colores políticos como es bueno que así sea -y sucede, de hecho- en el mundo académico, que ha de ser siempre plural y que no será académico, desde luego, si no lo es. Catalanistas, progresistas, gente de izquierda, cristiano demócratas o liberales unidos por una bandera: la defensa de las "materias clásicas" -como suele denominarlas la SEEC en sus manifiestos- que, efectivamente, como se dijo en la clausura del encuentro, en la que intervino, además del Prof. Javier Velaza, el presidente del a FIEC que, a la sazón, es un español, el Catedrático de Filología Griega de la Universidad Autónoma de Madrid, Jesús de la Villa, hemos de esforzarnos por conseguir que resulten relevantes y que ocupen un destacado lugar en el debate social algo que, paradójicamente -y como muestra de que la legislación, a veces, no refleja los verdaderos intereses sociales sino, en este caso, incluso lo contrario- está fuera de duda en nuestro país donde escritores como Irene Vallejo, Emilio del Río o David Hernández de la Fuente -todos reputados académicos, además y que han pasado, o lo harán en breve, por el Diploma de Arqueología de la Universidad de Navarra- ocupan -con sus El infinito en un junco (Madrid, 2020), El hilo de oro (Barcelona, 2021) o Locos por los clásicos (Madrid, 2022) entre otros títulos- los primeros puestos en las listas de libros más vendidos demostrando el evidente appeal del mundo clásico que, efectivamente, sí importa, como recordábamos aquí en dos antiguas entradas de enero de 2020 y de junio de ese mismo año

De camino a la comida de clausura de las jornadas, paseando por la barcelonesa Rambla Catalunya, charlando con uno de esos colegas estuvimos hablando de esa situación tan penosa de esas materias clásicas en la Enseñanza Secundaria y en el Bachillerato y de la necesidad de articular una estrategia de defensa que haga valer lo que éstas aportan a nuestros estudiantes y a nuestra sociedad. En seguida, la conversación derivó a las incomprensiones que entre determinados colegas suscitaron los artículos que, entre diciembre de 2021 y marzo de 2022 publicamos sobre el maltrato a la Historia Antigua de la península ibérica en La Razón (todos accesibles desde esta entrada del blog) y, también, nuestras declaraciones respecto de lo que se estaba hurtando a los estudiantes al reducir ese periodo histórico al a nada en el Bachillerato en un reportaje publicado en el suplemento educativo de El Mundo, también accesible desde Oppida Imperii Romani. Seguramente, en este caso, como escribió Marshall McLuhan, el medio es el mensaje y para algunos, por su sectarismo, incluso una reivindicación justa y que constituye un imperativo categórico de orden moral -gustosamente obligatorio para quienes nos ganamos la vida enseñando Historia Antigua e Historia de Roma-, perdía todo su valor porque se vertía en medios diferentes a los que, según ellos, están en posesión de la verdad. Algo no funciona cuando si, intentando defender nuestra pasión por el conocimiento y por la humanitas, nos tropezamos con quienes creen que lo hacemos sólo y exclusivamente para confrontar o por simple oportunismo político. Y, sin embargo, si algo hemos descubierto en estos últimos años es que entregarse a esas causas -las de la defensa del patrimonio cultural, y, sobre todo, arqueológico y la de la dignidad académica de las Humanidades Clásicas- es una de las pocas cuestiones por las que vale la pena desgastarse, sin duda. Además de que en un buen y bien espíritu universitario -algo de ello comentábamos en nuestro anterior post, "Pro Uniuersitate", citando a Pedro Salinas-, en la acción diaria de cualquier intelectual, no cabe la neutralidad ante quienes -sean del signo que sean- se empeñan en denigrar un conocimiento que está en la base de lo que somos como personas y, especialmente, como europeos. 

Quien sigue Oppida Imperii Romani desde los comienzos pero, en particular, quien lo hace desde la definitiva revitalización de este espacio en 2020, sabe que, en muchas entradas, nos gusta, sencillamente, dejar que sean los autores grecorromanos los que hablen sobre determinadas cuestiones de actualidad pues estamos convencidos de su "vigencia", por recuperar uno de los términos que, junto al de vivencia, enmarcaba el sentido del Simposi que ha inspirado estas líneas. Dejemos, pues, a continuación, hablar al escritor, pensador y abogado romano Cicerón a través de varios pasajes escogidos de la parte final del discurso en favor del poeta Arquias (pro Archia poeta) que pronunció en Roma en el año 62 a. C., cuando se abrió un proceso contra Licinio Arquías que, en realidad, era una maniobra política contra su principal mecenas, Lucio Licinio Lúculo y que, en realidad, comprometía cuestiones relacionadas con las leyes de extensión de ciudadanía que habían sido proclamadas en los años 90 y 89 a. C., apenas treinta años antes del momento en que se compuso este discurso forense. No en vano a Arquías se le acusaba de aportar pruebas falsas para conseguir su estatuto de ciudadano romano, acusación que Cicerón desmontaría. 

Así escribe Cicerón, cerrando, prácticamente, su discurso de defensa de este poeta de Antioquía, ya mayor -contaba casi con sesenta años- cuando tuvo que enfrentarse a este proceloso proceso judicial: 

[VI, 12] "¿Piensas, tal vez, que podría bastarnos la materia de nuestros discursos cotidianos, siendo tan variados los asuntos, si no alimentáramos el espíritu con los estudios literarios (nisi animos nostros doctrina excolamus), o que nuestro espíritu podría soportar un esfuerzo tan sostenido, si no encontráramos también un esparcimiento (relaxemus) en esos mismos estudios literarios (his studiis litteris)? Por mi parte, confieso que me he entregado a estos estudios; avergüéncense los demás si se entregaron a la literatura de tal manera que ninguna ventaja pueden reportar al bien común o exponerla claramente a la vista de todos".

[VII, 16] "Mas, aunque tan gran provecho no se percibiera externamente (si his studiis delectatio sola peteretur), si esos estudios solamente reportaran un placer espiritual, sin embargo, comprenderéis, creo yo, que esta ocupación del espíritu es la más digna de una persona y de un hombre libre (hanc animam remissionem humanissimam ac liberalissimam). Pues mientras las demás no son propias de todos los tiempos ni de todos los lugares, estos estudios (haec studia) forman a la juventud (adulescentiam accuunt), deleitan a la vejez (senectutem oblectant), dan realce a la dicha (secundas res ornant), ofrecen solaz y refugio en la adversidad (aduersis perfugium ac solacium praebent), son un placer en la casa (delectant domi), no estorban fuera (non impediunt foris), velan con nosotros (pernoctant nobiscum) y nos acompañan en los viajes y el campo (peregrinantur, rusticantur)".

[VIII, 17] "Si, personalmente, nos sentimos incapaces de abordar estos estudios o de gustarlos, deberíamos, sin embargo, admirarlos (tamen ea mirari) incluso cuando los viéramos en otros".

Resulta difícil parafrasear a alguien como el Arpinate. Sin embargo, quizás compense detenerse en lo que dice en cada uno de los pasajes aquí seleccionados pues la riqueza léxica de cada expresión va mucho más allá de lo que la traducción escogida ha querido reflejar. En el primero, los studia relacionados con las letras se presentan como "alimento del espíritu" -aunque el verbo excolo está más relacionado con "cultivar" y conecta con la raíz misma del término "cultura"- y, también, como ocasión para el "esparcimiento" -aunque, también, el verbo relaxo tiene el sentido de "estirar" y se usa aquí con el sentido de engrandecer el conocimiento, de engrandecer nostra doctrina, "nuestro conocimiento" como dice Cicerón. En el segundo pasaje, en tono poético que casi resulta incluso musical y apto para la memorización, Cicerón define a los saberes humanísticos como "la más humana y más liberal forma de ocupación del espíritu", útiles tanto en la vejez, como en la juventud y presenta a éstos -y en particular a la poesía- como el verdadero refugio en el contexto de la adversidad convirtiendo los studia Humanitatis en materia que nos acompaña -¡'y debe acompañar!- en nuestras preocupaciones diarias. Es tal vez por ello que, en esta época atormentada, estemos volviendo -al menos socialmente, ¡lástima que las leyes educativas no vayan de la mano a esa demanda social!- a los clásicos quizás porque, como termina diciendo Cicerón, somos capaces de, cuando menos, admirar su valor y su poder educativo cuando lo vemos intrínsecamente personificado en determinados escritores o intelectuales que tanto están haciendo por su reivindicación y su recuperación o, quizás, porque percibimos su carácter de valores eternos, de "logro para la eternidad" como rezaba el aserto tucidídeo que se escogió como marco conceptual del Simposi que ha inspirado estas líneas.

Si esto es así, si la entrega a los studia humanísticos es la actividad más propia del hombre -en realidad, Cicerón dice, literalmente, que es la forma más humana y más generosa de cultivar el espíritu- parece coherente pensar que, efectivamente, la defensa de los clásicos, de su vigencia y de la vivencia que de ellos muchos tenemos -vivencia que es siempre nueva- será -se haga en el medio en que se haga y se haga señalando a quien se señale- una causa propia del hombre y propia, también, de los espíritus liberales, en el sentido latino del término que animamos al lector de Oppida Imperii Romani a descubrir. Por tanto, ni son hombres -o, al menos, no son humanos-, ni responden a esa etiqueta de liberalissimi quienes o no entienden nuestra insistencia en el valor de ese legado, o consideran que es una insistencia exclusivamente política o, directamente, tratan de borrarlo reduciéndolo a la insignificancia más absoluta en unos planes de estudio que, al prescindir de los clásicos, auguran, sin duda, un mal futuro para nuestro país. 

NOTA.- Se enlaza a los pasajes latinos en la sección correspondiente al Pro Archia poeta de Cicerón en la Perseus Digital Library. Se sigue la traducción de Victor-José Herrero Lorente para ediciones Aguilar (Cicerón, Defensa del poeta Arquias, Pamplona, 1963; existe, en cualquier caso, una traducción completa, en formato digital, tomada de la elaborada por Álvaro D'Ors, en 1940, para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, con interesante introducción con que también cuenta -pp. 9-24- la edición de Aguilar).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todos los que nos dedicamos a la investigación y a la enseñanza, estamos de acuerdo con estas premisas, que por algo son "clásicas" y nunca pasarán de moda.
Juan F. Palencia