QVID, QVIA, QVAM?

 


 

En los últimos días, han llegado a nuestro móvil dos viñetas cómicas de la excelente serie de humor gráfico Fe de Ratas que publica ABC relativas a un asunto que ha ocupado a Oppida Imperii Romani en los últimos meses: la reforma, ya aprobada, de la Ley de Educación que abre en la educación española un nuevo horizonte, el de la LOMLOE, con un nuevo currículo de contenidos para ESO y Bachillerato que ha protagonizado no pocas informaciones y otras tantas polémicas en los últimos meses. Una de las tiras de Fe de Ratas hacía alusión al género y la igualdad como principios motores de la Historia a tenor de la nueva propuesta legal -y, en cierto modo, podría ser un buen epílogo a nuestro reciente post "Mulier obsequentissima"-, la otra -que colocamos en el cierre de este post- criticaba expresamente la marginación de la Historia de España en el nuevo Bachillerato. Aunque ya abordamos el asunto en dos entradas recientes que remitían a dos artículos y a una "tribuna" publicados entre enero y marzo en La Razón ("Quod in Hispania nascitur" y "Nuntia uetustatis") y en las que el lector encontrará más datos, como es sabido, a partir de este nuevo ordenamiento legal de la Enseñanza Secundaria y del Bachillerato toda la Historia de España que se enseñará en los dos cursos preuniversitarios queda reducida a la más estricta contemporaneidad con especial hincapié en aquellos asuntos que, a juicio de los ideólogos de la reforma, más han marcado los tiempos actuales y que, según ellos, constituyen "el entorno real del alumnado", en expresión literal de la nueva ley, ya disponible en red.

En consonancia con ello, en esa ley recién aprobada, a propósito de los "saberes básicos" propios de las "Ciencias Sociales", en la selección de contenidos que se pretende que el alumno adquiera (p. 41786-41787), de veinte contenidos seleccionados, prácticamente todos -aunque hay alusiones a "las raíces clásicas del mundo occidental" o a "la protección y defensa del patrimonio histórico-artístico"- aluden a cuestiones propias de la Contemporaneidad cuyo sólo enunciado deja a las claras el sesgo claramente ideológico de la nueva reforma: "ideologías, nacionalismos y movimientos supranacionales", "el proceso de construcción europea", "la contribución del Estado (...) a la convivencia social", "los valores y deberes democráticos", "el reconocimiento de los derechos LGTBQ+" o "los efectos de la globalización". Sin negar que esos asuntos -unos más que otros, desde luego- son, efectivamente, importantes para el futuro estudiante universitario y, también, para cualquier ciudadano, es importante señalar que al presentar esos contenidos como clave en el articulado de la nueva Ley nada se dice de las razones que, rápidamente, el Ministerio de Educación y Formación Profesional, con el Secretario de Estado a la cabeza, se han dedicado a aducir para responder a las críticas que la propuesta ha generado en la opinión pública y en un buen colectivo de profesionales de la docencia e investigación en Historia, entre ellos, muy atinadamente, la Real Academia de la Historia en un manifiesto que es necesario leer y estudiar. Así, para justificar su decisión de eliminar todo contenido anterior a 1812 en la formación de Historia que recibirán, a partir de ahora, nuestros estudiantes de Bachillerato, se ha aludido -por parte del propio Ministerio o por parte de quienes jalean sus consignas-, por ejemplo, a la falta de tiempo ("o abreviamos o no se puede estudiar todo", "estudiar toda la Historia de España en un curso es insólito") o a la adecuación a estándares en boga en otros países europeos justificaciones que en absoluto estaban presentes en la nota oficial publicada en la sección de Noticias del propio Ministerio para explicar la ordenación y las enseñanzas mínimas del nuevo Bachillerato y en la que, de hecho (pp. 46051-46052), se vuelve sobre la necesidad de que el alumno de Bachillerato logre "conocer y valorar críticamente las realidades del mundo contemporáneo" y, ahí sí, se obvia cualquier referencia a otro periodo histórico que no sea éste. La articulación de los "saberes básicos" de 2º curso de Bachillerato en torno a los bloques "sociedades en el tiempo", "retos del mundo actual" y "compromiso cívico" (pp. 46242) vuelve sobre los mismos patrones que, en cualquier caso, ya fueron analizados por quien escribe estas líneas en otros artículos de opinión previos sobre la cuestión, más arriba enlazados y en los que el lector ávido de más criterios, podrá documentarse. En definitiva, se presentan ante los medios excusas de circunstancias para una cancelación de la Historia de España que no conoce precedentes en nuestro sistema educativo y de la que, seguro, quienes nos dedicamos a la docencia universitaria -pero no sólo- nos lamentaremos en el futuro pero nada de ellas se dice en la propuesta pedagógica que sustenta esta inaudita abolitio de algunos de los periodos clave de nuestro pasado como nación.

A raíz de la "tribuna" que publicamos en La Razón el 17 de enero, se dirigió a nosotros Olga R. Sanmartín, de el diario El Mundo que, de hecho, ha cubierto extraordinariamente bien toda la información relativa a esta cuestión, y lo sigue haciendo. Ella estaba entonces preparando un especial sobre el tratamiento de la Historia de España en la nueva ley y pretendía contar con la opinión de varios expertos, en su mayoría académicos. En una entrevista electrónica nos formuló varias preguntas que inspiraron el sensacional reportaje que vio la luz el pasado 8 de abril en La Lectura, la revista cultural de El Mundo: "Borrar la Historia, sembrar ideología", un reportaje que, estos días, ha circulado notablemente por listas diversas de difusión y que traemos aquí digitalizado íntegramente para el disfrute y la formación de los lectores de Oppida Imperii Romani. Las preguntas, muy sencillas, giraron en torno a las diferencias entre el antiguo currículo, hasta ahora en vigor, y el nuevo, y se concretaron en [1.] ¿qué contenidos se eliminan?, [2.] ¿por qué lo hacen? y [3.] ¿qué va a suponer esto para nuestro país y para nuestro futuro?, preguntas que han inspirado la triple interrogativa latina quid, quia, quam que hemos escogido como título para esta entrada de cara a seguir manteniendo -salvo excepciones justificadas- los títulos en Latín para las entradas de este blog.  

[1] ¿Qué quitan? Volvamos, como hemos hecho otras veces, al articulado mismo de la ley. Términos como "Roma", "Grecia" o "Hispania Romana" y categorías históricas como "pólis" o "Imperio Romano", en la ley Wert aparecían 20 veces (Roma), 42 veces (Grecia) y 7 veces (pólis, Hispania Romana o Imperio Romano). En la nueva ley aparecen 14 veces (Roma), 22 veces (Grecia) o 2 veces (pólis, Hispania Romana o Imperio Romano) con el agravante de que en la ley Wert todas esas menciones aparecían vinculadas a asignaturas troncales como "Geografía e Historia" de 1º y 4º de la ESO o "Historia de España" de 2º de Bachillerato y ahora, cuando lo hacen, de modo bastante raquítico, es en asignaturas optativas de itinerarios de Humanidades como "Latín" o "Griego", lógicamente más minoritarias y que, prácticamente, van a quedar como los únicos espacios en los que se abordarán ahora las civilizaciones clásicas a pesar de lo mucho que éstas han prestado a la sociedad actual y de su innegable éxito en lacultura popular contemporánea, incluso. Lo mismo puede aplicarse a términos como "Reyes Católicos", "Al-Ándalus", "Humanismo" o "Siglo de Oro", con lo que éste último, por ejemplo, ha supuesto para nuestra Literatura y nuestras Letras (el término "Siglo de Oro" no aparece en la propuesta de ESO o de Bachillerato de la nueva ley ni una sola vez). Especialmente en la "Historia de España" de 2º de Bachillerato, los bloques de conocimientos que la ley Wert dedicaba al periodo comprendido entre la Prehistoria y la Edad Contemporánea son totalmente eliminados quedando sólo tratados en 1º de la ESO en un momento cognitivo de los estudiantes que no parece el de mayor madurez para hacerse cargo de la indiscutible aportación de estas civilizaciones al devenir histórico. Esto resulta especialmente grave por cuanto que son periodos en que o bien nuestro país estuvo al frente de la geopolítica mundial (Edad Moderna) o en los que la investigación (Prehistoria o Arqueología Clásica) es de referencia a nivel europeo.

[2.] ¿Por qué lo hacen? Como hicimos constar, con referencias concretas a su articulado, en las entradas de Oppida Imperii Romani antes citadas, La Ley Wert buscaba subrayar que "el pasado no está muerto y enterrado sino que influye en el presente y en los diferentes posibles futuros" y demandaba, respecto de la Hispania Romana "establecer conexiones entre el pasado de Hispania y el presente" subrayando que "la pluralidad de España sólo es comprensible si nos enfrentamos a procesos que tienen su origen en ese pasado remoto". Sin embargo, existe un interés explícito en la nueva Ley -que, como ya analizamos, apuesta por las "identidades", las "creencias", las "ideas" y las "emociones" como factores del devenir histórico- por reducir la Historia a "los logros de nuestra convivencia democrática" aplicando, además, a su análisis categorías históricas que están hoy en el debate social tales como "género", "sostenibilidad" o "igualdad" pero sobre las que, sin embargo, hubo avances -y retrocesos- entre la Antigüedad Clásica -¡incluso desde la Prehistoria!- y la Edad Contemporánea pero no sólo en la Edad Contemporánea avances que, sin embargo, parece se obvian. La Historia -y lo sabemos todos los que a ella nos dedicamos- debe analizarse no desde categorías del presente -como son todas éstas- sino desde categorías analíticas como "cambio", "herencia", "decadencia", "crisis" que, además, son conceptos que pueden fomentar el debate crítico de nuestros estudiantes a partir de la contemplación de los acontecimientos de la Historia Antigua, Medieval y Moderna y no sólo de los vividos en la Historia reciente por más que ésta haya sido del máximo interés, y lo sea, para la formación de nuestros jóvenes preuniversitarios. Esa mirada a la Historia con categorías contemporáneas pervierte el sentido mismo de la ciencia histórica y, prácticamente, aniquila el concepto de "la larga duración", uno de los más innovadores de la historiografía de los últimos siglos. Además, los "grandes procesos históricos" y la "conexión del territorio español con ellos" -que la nueva ley cita- se vinculan sólo a la contemporaneidad y se obvian grandes episodios de globalización de los que nuestro suelo fue parte -como el Imperio Romano o la islamización (sobre el primero hablamos explícitamente en nuestra entrada "Romanitas")- o, incluso, agente -como la Hispanidad o el Imperio español- o que, realmente, fraguaron en nuestro suelo por su posición geoestratégica en extremo occidente mediterráneo y no por otra razón (la Iberia colonial, la propia provincialización de Hispania como acontecimiento, el reino visigótico...). Daría la sensación de que en la cancelación de la atención pre-universitaria, y madura, a los logros del mundo clásico y del Humanismo, hay un afán por borrar de un plumazo los grandes valores que conforman la identidad europea sustituyéndolos por una visión local, y parcelada cronológicamente, de la Historia de España, quizás la más fácilmente ideologizable.

[3.] ¿Qué va a suponer esto para nuestro país y para nuestro futuro? Lógicamente, la cancelación de episodios clave de la Historia de España va a generar, a nuestro juicio, una notable miopía histórica. Al margen de hurtar a los estudiantes los grandes logros de un pasado común como nación -algo que es motivo de orgullo en los grandes países de nuestro entorno y sobre lo que ahora el Gobierno quiere pasar por alto, cuando no cancelar- nuestros jóvenes van a llegar a la Universidad pensando que las claves de la "convivencia democrática", de la "libertad" o del "progreso" -por citar valores a los que se alude como inspiradores de las competencias de Historia de España en la nueva Ley- se han sentado exclusivamente en la Edad Contemporánea sin alusión alguna a lo que la cultura clásica del mundo antiguo y, también, su reivindicación y transmisión cristiana posterior en los tiempos de la plena Edad Media y del Renacimiento, hicieron al fundar muchos de esos conceptos y teorizar sobre ellos. Se va a crear una generación de jóvenes capaz de mirar sólo dos siglos atrás y que, además, van a pensar que la Historia sólo se construye con la documentación escrita e historiográfica o con las fuentes hemerográficas obviándose por completo -por ejemplo- el papel que la Arqueología como estudio de la cultura material tiene como fuente de conocimiento para el historiador, y no sólo para el historiador de la Antigüedad. Resultará difícil explicar cómo se construye la verdad histórica si todo el referente es esencialmente contemporáneo y no se introduce al estudiante en un momento ya maduro de su formación, a todo el proceso historiográfico interdisciplinar que considera, también, la materialidad, como una fuente de información. Así, difícilmente se va a poder formar a una sociedad comprometida con la conservación de un patrimonio arqueológico envidiable y milenario como es el de nuestro país -que, no nos lo creemos, puede ser un gran motor de desarrollo territorial- al vincular, como hace la nueva Ley, el "patrimonio histórico" exclusivamente al de la Historia más reciente. La ocultación de ese pasado tiene, además, un gran riesgo competencial pues el periodo antiguo, por ejemplo, ilustra muy bien categorías históricas como las de "clasicismo", "renovación", "conflicto", "cambio", "continuidad", "decadencia"... que, de hecho, fueron objeto de reflexión por pensadores griegos y romanos. Polibio afirmaba que la Historia era la que mejor preparaba al hombre para los cambios de fortuna y para la actividad política. Pero, desde luego, una Historia que sea -como indica su etimología y vimos en la entrada "Nuntia uetustatis"- una comprensión en profundidad del pasado, y no sólo de parte del pasado.

En fin, sirvan estas líneas para que el lector de Oppida Imperii Romani contextualice lo que se ha volcado en el sensacional reportaje de La Lectura que traemos al encabezamiento de esta entrada; también para que quede constancia de que las opiniones que hemos vertido en nuestras colaboraciones con La Razón -que, como no puede ser de otro modo, habrán de continuar- nacen de haber trabajado a fondo el proyecto de ley y de una apasionada vocación por la Historia y, en particular, por la de la Antigüedad; y, por último para que, ahora que no parece haber marcha atrás, futuros legisladores intenten, si no desandar lo andado, sí justificar este atropello -y otros peores que habremos de ver en el futuro- con argumentos pedagógicos y académicos fundamentados y no con excusas escolares. Se abre el debate, estéril y triste -pues la Ley ya está aprobada y el daño, al menos incoado- pero siempre constructivo. 



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