NVNTIA VETVSTATIS

 

[Artículo publicado en La Razón el pasado 2 de marzo, también en versión digital, aquí; el que cierra la entrada, publicado con fecha 3 de abril, puede leerse en red aquí y constituye un resumen de las reflexiones que aquí se comparten]

Aunque el tiempo vuela, hace apenas unas semanas celebrábamos, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, la fiesta, adelantada, de nuestro patrón, San Isidoro de Sevilla. Si el año pasado contamos para la lección magistral del acto académico central de ese día con la escritora y ensayista Irene Vallejo, este año nos honró con su presencia el profesor Juan Arana, Catedrático de Filosofía de la Universidad de Sevilla que hizo una encendida defensa del valor de las Humanidades de igual modo que Irene Vallejo había hecho el año pasado una sensacional apología del legado escrito del mundo clásico. En la parte final del citado acto uno de nuestros mejores alumnos, Javier Larequi, pronunció unas hermosas palabras en representación de quienes, como él por sus estudios en el Grado en Historia y Periodismo, recibieron ese día el Premio Extraordinario de fin de Grado. En esas palabras -enlazadas más arriba y absolutamente recomendables- señaló con preocupación el "presentismo" con que -vaciándolas de contenido- se está mirando a tantas facetas y episodios de la Historia en este tiempo, algo que había denunciado, no hacía muchas semanas, la Real Academia de la Historia a propósito de la posición de la Historia, y en particular, de la Historia de España, en la nueva propuesta de la Ley de Educación, la Ley Celaá, que hace apenas unos días ha sido aprobada en el Consejo de Ministros. Unos días antes de la celebración del patrón, enviábamos a La Razón, para su exitosa serie en defensa de la Historia de España, el artículo que corona este post y que, inspirado en el libro El mundo clásico, ¿por qué importa?, de Neville Morley, denunciaba el vaciado de contenidos de que están siendo objeto, apenas en la redacción del proyecto de ley -ya aprobado por el Consejo de Ministros-, conceptos como el de la democracia al que tanto se apela como valor principal para justificar una atención a la Historia de España exclusivamente en clave de Historia Contemporánea un asunto sobre el que ya compusimos, no hace mucho, otro post en Oppida Imperii Romani en el que mostrábamos el triste futuro al que esto puede conducir respecto de la formación de los futuros universitarios.

La situación es realmente preocupante y -como se ha encargado también de señalar, con bastante acierto y, sí, trabajando a fondo el Real Decreto de la Ley, El Mundo- llama la atención y preocupa a cualquiera que, conocedor de la Historia de España y amante de las Humanidades, compare el currículo actual (aprobado en 2015) con el que, para Bachillerato, por ejemplo, va a implantar la nueva LOMLOCE. Al margen de los datos numéricos que dábamos en nuestro artículo de La Razón -que corona esta entrada- y que, es cierto, son apenas cuestiones cuantitativas pero dicen mucho de los valores que, realmente, inspiran el proyecto de ley, desde un punto de vista pedagógico, metodológico y programático las dos son dos propuestas legislativas totalmente distintas en cuya comparación queremos aquí profundizar, si cabe, un poco más con el ánimo de seguir levantando la mano contra una reforma a la que, en lo que respecta a la Historia, cuesta encontrarle sentido pedagógico y propedéutico alguno (a este respecto recomendamos la entrevista a Alfredo Alvar, publicada por La Razón a la par que el texto que citamos en segundo lugar en el encabezamiento de esta entrada). Lástima que esta entrada llegue demasiado tarde una vez que ya no hay marcha atrás respecto de la ley. Y resulta más lamentable que esto sea así una vez que, como hicimos constar en un post anterior, no hemos sido, ni mucho menos, los únicos en alzar la voz contra el inquietante atropello que, para la enseñanza de la Historia, ésta supone. La comparativa que trazamos a continuación, de hecho, extiende la que, sucintamente -por razones propias del formato de la publicación en prensa-, acogió en otro artículo de opinión, de fecha 3 de abril el diario La Razón, que enlazamos aquí. 

La ley vigente hasta la fecha mantenía la Historia de España como troncal en cualquiera de los itinerarios, Ciencias, Humanidades y Ciencias Sociales y Artes, y como asignatura ubicada en el último curso de Bachillerato. En la sección relativa a esta asignatura en la citada ley, el encuadre metodológico de la materia arrancaba -en el primer párrafo y antes de entrar a justificar los contenidos escogidos, desde la Prehistoria hasta la Historia Reciente- con una encendida y ejemplar reivindicación del estudio de la Historia -y, en particular, de la Historia de España- basada en su papel "esencial para el conocimiento y comprensión no sólo de nuestro pasado sino también del mundo actual", en "su carácter formativo ya que desarrolla capacidades intelectuales propias del pensamiento abstracto y formal tales como la observación, el análisis y la interpretación, la capacidad de comprensión y el sentido crítico" y en que "contribuye decisivamente a la formación de ciudadanos responsables conscientes de sus derechos y obligaciones, así como de la herencia recibida y de su compromiso con las generaciones futuras". Sin embargo, en el proyecto de Real Decreto que acaba de aprobarse la Historia de España aunque se mantiene como común en todas las modalidades de Bachillerato -también en segundo curso- se justifica de un modo diferente, aunque parezcan diferencias exclusivamente de matiz. Así, el "análisis del pasado" -como, con acierto, se define a la Historia- en tanto que el estudio "de las experiencias individuales y colectivas de las mujeres y hombres que nos han precedido constituye una referencia imprescindible para entender el mundo actual". Se afirma, también, que la Historia de España "conforma un rico legado que se debe apreciar, conservar y transmitir como memoria colectiva de las generaciones que nos han antecedido y como fuente de aprendizaje para las que nos van a suceder", se insiste en que con la Historia "se toma conciencia de los factores que condicionan la actuación humana (...) las identidades, las creencias, las ideas y las propias emociones" y, en lo que quizás es más preocupante de todo lo puesto negro sobre blanco en el proyecto de ley -no en vano nos parece constituye el pilar que explica la cancelación que realiza la propuesta de ley de todo aquello que no sea Historia Contemporánea- se apuesta por una "concepción dinámica (de la Historia) condicionada por temas que despiertan interés en la comunidad académica y que la sociedad considera relevantes"

Para la ley de 2015, la Historia es "conocimiento y comprensión", para la propuesta actual la Historia es sólo "análisis". Para la ley Wert, la Historia era útil para entender "no sólo nuestro pasado sino también el mundo actual". Ahora, sencillamente lo es "para entender el mundo actual" como si el análisis del pasado, por el mero deseo de conocerlo, no tuviera atractivo alguno o no debiera figurar en la misión del historiador. Para la ley en curso, la Historia tiene un "carácter formativo" vinculado al "pensamiento abstracto" y, por tanto, netamente hermenéutico, basado en la crítica de las fuentes y en el clásico método heurístico que, sin duda, sirve como método de trabajo para otras disciplinas humanísticas y científicas. Aunque la propuesta de ley ahora aprobada incide en la "metodología histórica" y en el "rigor científico", al final, parece que la Historia queda reducida a una "memoria colectiva de las generaciones" sin que la "actitud crítica hacia las fuentes" o la "valoración del patrimonio cultural e histórico" -que se citan como "valores y hábitos de comportamiento" propios de los estudiantes que se enfrentan a la materia- parezcan jugar ahora papel alguno. Eso, además, se acentúa cuando se insiste en esa "concepción dinámica" de la Historia que, como la propia propuesta explica, no es algo muy alejado a declarar que la Historia debe atender sólo a aquellos asuntos que "la sociedad considera relevantes" restando valor de objeto histórico a todo aquello que, socialmente, no resulte interesante o sugerente y eliminando, por tanto, de un plumazo, la objetividad del historiador anteponiendo la "memoria colectiva" y el "relato" al verdadero ejercicio del historiador. Si, en el decurso de las civilizaciones, sólo los grandes temas hubieran despertado la curiosidad y el trabajo de los historiadores, nuestro conocimiento del pasado sería hoy muchísimo menor del que es. Parece claro que la visión de la Historia que tienen los ideólogos de esta propuesta legislativa es, sencillamente, la de una Historia al servicio de, justamente, los valores que, como copiábamos más arriba, se convierten, a juicio de ellos, en grandes motores de la Historia, "identidades, creencias, ideas y emociones". De ese modo, donde esas realidades son fácilmente sondeables a partir de las fuentes disponibles, hay Historia o, al menos, hay una Historia que interesa y que renta socialmente y que es la que compensa enseñar a nuestros jóvenes. Sin embargo, donde esos temas son, por nuestra escasez de testimonios o nuestra lejanía en el tiempo, más difíciles de sondear -y nuestra investigación se hace, seguramente por ello, más apasionante, por ejemplo en la Antigüedad Clásica creadora de todos esos conceptos y que reflexionó sobre ellos, como ya demostramos en un post anterior de este blog-, la Historia no merece la pena que sea estudiada, que sea recordada. Eso explica, claramente, la cancelación de casi veinte siglos de Historia, en lo que a la enseñanza de la Historia de España respecta donde parece que nada es reseñable antes de 1812. Que, a renglón seguido, en el articulado de la nueva ley, se afirme que lo que se busca en la materia de Historia de España es que, a través de su estudio, el alumno pueda "ejercer el conjunto de valores cívicos que enmarca la Constitución" y que "el aprendizaje de la Historia de España" debe dotarse de un sentido práctico "relacionado con el entorno real del alumnado" resulta ciertamente doloroso una vez que, con la selección de temas desarrollada y la cancelación de algunas de las páginas más gloriosas de la Historia de España -y de las que más nos han configurado como nación- se está afirmando que aquéllas son ya historias antiguas, vetustas -por emplear un término de más transparente raíz latina por razones que pronto descubrirá el lector- sin influencia ninguna en el presente y, lo que es más grave, alejadas del "entorno real del alumnado" que, sin embargo, y como anotábamos en un artículo anterior en La Razón, devora novelas, videojuegos, películas y recursos de entretenimiento ambientados en siglos muy anteriores a los de la contemporaneidad. 

Lejos queda esta netamente presentista y radicalmente utilitarista concepción de la Historia de la que tuvieron sus fundadores grecorromanos, los primeros auténticos historiadores y mal hacemos en ignorarlos e ignorar sus reflexiones como mal futuro espera a una sociedad democrática e igualitaria que, en sus leyes educativas, arrincona las enseñanzas de los clásicos grecorromanos, creadores de la democracia, y olvida los valores del humanismo cristiano, responsables de las mayores cuotas de igualdad que el mundo haya conocido nunca, mensaje fundamental del artículo que encabeza este post. Así, y sin ánimo de exhaustividad, para el griego Heródoto, el objetivo fundamental de la Historia era "evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido y las notables y singulares empresas realizadas queden sin realce" (Hist. 1, 1) pues la Historia era, en el mundo antiguo, esencialmente, contemplación de los erga megála, como dice aquí Heródoto -las "grandes hazañas"- y, también, nuntia uetustatis, "proclamación de las hazañas antiguas", como escribió, en frase bien conocida junto a las cualidades de la Historia -entre otras- como magistra uitae o lux ueritatis Cicerón (De or. 2, 36) orientada, además, a la inmortalidad del pasado. El estudio de la Historia, y su relato mismo, su contemplación, su conocimiento en profundidad, era para Tucídides de Atenas un "bien para siempre" (Thuc. 1, 21, 1) si estaba orientado a "tener un conocimiento exacto de los hechos del pasado y de los que en el futuro, serán iguales o semejantes", no de aquéllos hechos del pasado que tienen un parecido con la parte del presente que nos interesa reivindicar o que la sociedad considera sugerentes. No en vano, algo más tarde, en el siglo II d. C., Luciano de Samósata afirmaba, duramente, que "escribir Historia con la mirada en el presente para que te alaben y honren los contemporáneos" (Luc. 9, 61) era practicar una "Historia injusta" (Luc. 9, 63) una vez que lo que aquélla debía conseguir era, según afirmación de Polibio"dilucidar la estructura general y total de los hechos ocurridos" (Polyb. 1, 4, 3) a partir del "conocimiento de los hechos pretéritos" que Polibio calificaba como una enseñanza para la que no existía "otra más clara" (Polyb. 1, 1) (parte de estas reflexiones sobre el sentido de la Historia en los primeros historiadores clásicos pueden encontrarse en esta vieja publicación nuestra de hace algunos años). 

Queda claro, por tanto, si miramos a los clásicos y su concepción de la Historia, en la que bebieron los primeros historicistas y positivistas del siglo XIX, que la Historia debe estudiar todo el pasado, no sólo parte de él y, por ello, no podemos hurtar a nuestros jóvenes -y menos en los cursos decisivos de su formación como ciudadanos responsables, libres, universitarios, humanistas- parte de ese pasado en aras de un criterio sencillamente presentista y -lo que es más doloroso aun- absolutamente político e ideológico. Si es responsabilidad de los historiadores recordar lo que la sociedad quiere olvidar, es nuestra responsabilidad, especialmente ahora -es, de hecho, nuestra obligación- denunciar aquello que, como sociedad, se quiere que olvidemos, o, mejor dicho, que nuestros jóvenes no aprendan y, de ese modo, no puedan transmitirlo como patrimonio nacional e identitario global a las generaciones venideras.



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