[Escena de combate hoplítico en el vaso de Chigi, Museo Nacional Etrusco de Villa Giulia, en Roma]
Hace exactamente dos años, con la irrupción de la pandemia del Covid-19 y con el primer gran y estricto confinamiento, Oppida Imperii Romani, en al menos tres de sus entradas, hizo hablar a los textos antiguos, y muy especialmente a Tucídides, a los Scriptores Historiae Augustae y a Amiano Marcelino, a propósito de cuestiones que, en aquél momento, resultaban de actualidad: las pandemias en la Antigüedad ("Tanta pestilentia"), la necesidad de "quedarse en casa" para proteger el Estado y la salud pública ("Tén pólei phylásein"), y la propia extensión y difusión de una epidemia, como la del coronavirus, venida del Este, la célebre "peste de Atenas" ("Eidos tés nósou") relacionada, de hecho, con el acontecimiento que vuelve a aparecer en este post que arranca en estas líneas. En estos días, ante la irrupción de la guerra en Ucrania, una interesante reflexión del blog de mi buen amigo Joaquín Latorre -muy vinculado a su sensacional actividad de divulgador del mundo clásico romano en Los Bañales- y, también, la redifusión de un sugerente artículo publicado en La Vanguardia en 2016 por Josep Maria Ruiz Simón, nos hizo recordar que, una vez más, el primero de los autores citados y el que, seguramente, fue el más grande historiador del mundo griego, Tucídides podía aportarnos una singular mirada a la dureza de la guerra a partir de uno de los pasajes que, seguramente, constituya uno de los más claros alegatos antibelicistas de la literatura clásica ésa que, como hemos visto aquí en anteriores y también en recientes entradas -especialmente "Flexamina oratio"- dejó muy pocos temas de los que nos preocupan hoy sin reflexión.
El contexto de las palabras de Tucídides resulta bien conocido aunque quizás no tanto como el episodio que, en Corcira -la actual Corfú-, constituyó, en el 431 a. C., uno de los casus belli -aitíai o "pretextos" en la singular terminología causal de Tucídides- de las guerras del Peloponeso (I, 24-45). Hablamos de la llamada guerra civil de Corcira, en el año 427 a. C. Se trató de un conflicto entre demócratas y oligarcas -como lo fue, en esencia, la guerra en que el episodio se inscribió- motivado porque estos últimos querían cambiar de bando, haciendo que la pólis de Corcira desertase de la liga de Atenas y se uniera a Esparta, un conflicto que, prácticamente, acabó por partir en dos la ciudad, situación que fue aprovechada por los dos contendientes de las guerras -Atenas y Esparta- para intervenir en la isla en parte movidos, sobre todo los primeros, por su afán de trasladar la guerra hacia Occidente, implicando también a Sicilia (para su sentido, desarrollo y papel en el contexto de la guerra del Peloponeso puede verse FORNIS, C., "La stásis de Corcira (427-425): trasfondo social y marco geopolítico", Florentia Iliberritana, 10, 1999, pp. 95-112 o, entrando más en los procedimientos políticos, el trabajo de SANCHO, L., "El démos y la stásis en la obra de Tucídides", Ktema, 15, 1990, pp. 195-215). La reacción del pueblo corcirense contra los oligarcas partidarios de Esparta acabó en una brutal represión, acaso de las más terribles del largo conflicto que cerró el clasicismo griego y sobre cuyas consecuencias para la mentalidad griega hablábamos, no hace mucho, en uno de los vídeos de Historia de Grecia de nuestro canal de YouTube. La guerra -la stásis- de Corcira podría decirse fue, casi, una "miniatura", un "paradigma" (PLÁCIDO, D., "De la muerte de Pericles a la stásis de Corcira", Gerión, 1, 1984, pp. 131-143, p. 140) de la esencia misma de la guerra del Peloponeso, un cruce de intereses económicos, de tensiones históricas y de disputas políticas aparentemente irreconciliables que, como escribió Tucídides respecto de los lacedemonios, "obligaron (a los griegos) a luchar" (I, 23, 6). Veinticinco siglos después, esos elementos siguen estando detrás de las guerras modernas...
Es a propósito de lo allí acaecido que Tucídides calificó a la guerra de "maestra severa" o de "maestra de violencia" como puede traducirse la expresión pólemos bíaios didáskalos (III, 82, 2) que da título a este post. No olvidemos que, para Tucídides, a propósito del objeto de su trabajo histórico, al juzgar la guerra peloponesia, afirmó que "nunca tantas ciudades fueron tomadas y asoladas, unas por los bárbaros y otras por los mismos griegos luchando unos contra otros (...) nunca tampoco había habido tantos destierros y tanta mortandad, bien en la misma guerra bien a causa de las luchas civiles" (I, 23, 2) añadiendo, además, que la desgracia de la guerra no vino sola sino acompañada de sequías, hambrunas y una epidemia de peste, "males (que) cayeron sobre Grecia junto con esta guerra" (I, 23, 3). Su juicio sobre la guerra, contagiado de su propia concepción del hombre, más dado al mal que a la virtud si la legislación no le empujaba a hacer el bien (LÓPEZ EIRE, A., "La revolución del pensamiento político de Tucídides", Gerión, 9, 1991, pp. 87-110, p. 90 a partir de III, 45, 3), sigue teniendo hoy una sobrecogedora perennidad. Ello, junto con la razón que se indica en la nota que cierra este post, nos ha llevado a componer estas líneas.
Dejemos, en cualquier caso, que hable Tucídides (note el lector que se ha enlazado al texto griego de cada pasaje en la referencia, entre corchetes, al locus del mismo):
[1]. La aterradora espiral de violencia (y venganza) de las guerras
[III, 82, 2] "Muchas calamidades se abatieron sobre las ciudades con motivo de las luchas civiles, calamidades que ocurren y que siempre ocurrirán mientras la naturaleza humana sea la misma, pero que son más violentas o más benignas y diferentes en sus manifestaciones según las variaciones de las circunstancias que se presentan en cada caso. En tiempos de paz y prosperidad tanto las ciudades como los particulares tienen una mejor disposición de ánimo porque no se ven abocados a situaciones de imperiosa necesidad; pero la guerra, que arrebata el bienestar de la vida cotidiana (hyphelón tén euporían tou kath' jeméran), es una maestra severa, y modela las inclinaciones de la mayoría de acuerdo con las circunstancias imperantes".
[III, 82, 7] "Corresponder con la venganza era más deseable que evitar de antemano la ofensa. Y si alguna vez los juramentos sellaban una reconciliación, al ser pronunciados por ambos bandos para hacer frente a una situación de emergencia, tenían sólo valor de momento, dado que no contaban con más recursos; pero cuando se presentaba la ocasión, el primero que se armaba de valor, al ver indefenso al adversario, experimentaba mayor placer en la venganza por el hecho de violar la fe jurada que si hubiera atacado abiertamente; y en ello tomaba en cuenta no sólo su seguridad sino también el hecho de que triunfando merced al engaño conseguía como trofeo la fama de la inteligencia. Y es que la mayor parte de los hombres aceptan más fácilmente el calificativo de listos cuando son unos canallas que el de cándidos cuando son hombres de bien; de esto se avergüenzan mientras que de aquello se enorgullecen".
[2]. Mutación de valores en tiempos de guerra
[III, 82, 4 y 5] "Cambiaron incluso el significado normal de las palabras en relación con los hechos, para adecuarlas a su interpretación de los mismos. La audacia irreflexiva pasó a ser considerada valor fundado en la lealtad al partido, la vacilación prudente se convirtió en cobardía disfrazada, la moderación, máscara para encubrir la falta de hombría, y la inteligencia capaz de entenderlo todo incapacidad total para la acción; la precipitación alocada se asoció a la condición viril, y el tomar precauciones con vistas a la seguridad se tuvo por un bonito pretexto para eludir el peligro (...) En una palabra, era aplaudido quien adelantaba a otro en la ejecución del mal (tón melónta kakón), e igualmente lo era el que impulsaba a ejecutar el mal a quien no tenía intención de hacerlo".
[III, 83, 1-3] "Así fue como la perversidad en todas sus formas (kakotropías tas stáseis) se instaló en el mundo griego a raíz de las luchas civiles, y la ingenuidad, con la que tanto tiene que ver la nobleza de espíritu (tó eyethes), desapareció víctima del escarnio, mientras que el enfrentarse los unos contra los otros con espíritu de desconfianza pasó a primer plano; no había ningún medio para reconciliar a los contendientes, ni palabras suficientemente seguras ni juramentos bastante terribles; unos y otros, cuando tenían el poder, se hacían a la idea de que no había esperanza de estabilidad y se cuidaban más de precaverse contra cualquier contingencia que de llegar a confiar en la situación. Y los espíritus más mediocres triunfaban las más de las veces; porque por miedo a su propia limitación y a la inteligencia de los contrarios, temiendo a la vez resultar inferiores en los debates y ser superados en la iniciativa de las estratagemas por la mayor sutileza de ingenio del enemigo, se lanzaban audazmente a la acción".
[3.] Efectos y consecuencias perennes de las guerras
[III, 84, pasaje, en cualquier caso, considerado espúreo en la tradición tucidídea, véase The American Journal of Philology, 92-1, 1971] "Así, pues, en Corcira se dieron por primera vez la mayor parte de estas barbaridades (pollá proutolméthe), con todos los crímenes que hombres gobernados con insolencia más que con moderación por dirigentes que les habían mostrado el camino de la venganza podrían llegar a cometer como represalia; se dieron, asimismo, depravaciones que podían llegar a concebir contra toda justicia aquellos que deseaban librarse de su pobreza habitual, sobre todo cuando, movidos por las pasiones, ansiaban apoderarse de los bienes de sus vecinos; y atrocidades (apaideusía), en fin, que hombres que no actuaban por codicia, sino que se movían contra sus adversarios desde posiciones de igualdad, podían llegar a perpetrar, cruel e inexorablemente, al ser arrastrados por el desenfreno de su cólera a los excesos más graves".
En la transcripción de los textos, además de enlazarse a la versión griega del texto según la Perseus Digital Library, se han anotado entre paréntesis los términos griegos que el historiador de Atenas dedicó a la guerra, todos atinadísimos y no demasiado usuales en el lenguaje tucidídeo que, es evidente, quiso hacer aquí una descripción de los males de un conflicto civil. "Barbaridades", "atrocidades", "depravaciones", "perversidad en todas sus formas", en fin, todo lo opuesto al a "nobleza de espíritu" y, por tanto, la orientación a la "ejecución del mal" son términos extraordinariamente gráficos para entender cómo Tucídides vio la guerra y cómo la juzgaron la mayor parte de sus contemporáneos. Como él escribió, la guerra "arrebata el bienestar de la vida cotidiana". En ese objetivo de hacer de la Historia, de su Historia de las guerras del Peloponeso, una "adquisición para siempre" (I, 22, 4), Tucídides nos regaló una de las más espeluznantes -¡y atinadas!- miradas a la guerra con que nos ha obsequiado el mundo antiguo. Pocas definiciones son más espeluznantes que ésta. Una pena que ésta vuelva a vivirse, como se dice mucho últimamente, a las puertas de la vieja Europa. Ojalá que la eirené, la paz, habitualmente invocada en la iconografía vascular y estatuaria griega, reine pronto en Ucrania y acabe con la pesadilla que están viviendo miles de personas inocentes.
-----
NOTA.- Este post es, efectivamente, una mirada a la guerra de Ucrania desde la óptica del pensamiento clásico y una condena a su desarrollo y a quienes, también en el debate político actual, la secundan bien habiendo sido aliados de los secuaces de Putin en el pasado o siéndolo ahora bien con posturas titubeantes impropias de auténticos hombre de Estado. Pero estas líneas quieren ser, también, el homenaje a uno de nuestros maestros, el Profesor Carlos Schrader García, Catedrático de Filología Griega de la Universidad de Zaragoza, que nos dejó hace apenas unos meses (ver acertada y justísima necrológica en Ploutarchos, 18, 2021, pp. 114-115 firmada por otro de nuestros maestros, José Vela Tejada). Fue gracias a él -que, en realidad, se especializó en Heródoto, del que fue insigne traductor- que, cursando Filología Clásica en las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza a mediados de los años 90 del siglo pasado, descubrimos a Tucídides y comprendimos la perennidad de su legado. Estamos convencidos que él habría empleado también estos pasajes aquí recogidos en días tristes y convulsos con los que estamos viviendo. Las traducciones recogidas proceden de la edición de la Historia de la Guerra del Peloponeso de la Biblioteca Clásica Gredos, a cargo de Julio Calonge (Madrid, 1990). Íntegramente en internet, a través del gran repositorio digital Internet Archive, están disponibles también la de Diego Gracián, de la Editorial Orbis (Barcelona, 1966), la de Antonio Guzmán Guerra, de Alianza Editorial (Madrid, 1989) y la de Francisco Rodríguez Adrados en Titivillus (s. c., 2021), las tres en un solo volumen. La lectura, si no completa, sí de parte de esta obra, resulta inexcusable para quien quiera considerarse amante del mundo clásico grecolatino. Los acontecimientos que vivimos en Europa en estas últimas semanas nos ofrecen una nueva oportunidad para ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario