PAVCISSIMI HOMINES?


[Estudiantes de la segunda tanda de la XII Campaña de Excavaciones en Los Bañales, en la aragonesa Comarca de Cinco Villas, en el cerro de El Huso y La Rueca, con la ciudad romana a sus espaldas]

Hace apenas unos días, hemos clausurado, con una singular y "multitudinaria" Jornada de Puertas Abiertas virtual, retransmitida por Néstor Marqués, de Antigua Roma al Día (puedes verla aquí), una campaña más de excavación arqueológica en la ciudad romana de Los Bañales de Uncastillo, un proyecto que, en los últimos años ha sido posible gracias al generoso, y en este año, además, creciente y redoblado, compromiso económico de la Comarca de Cinco Villas y que, además, ha suscitado un ejemplar apoyo social que trasciende, ya, los límites del propio territorio comarcal tal como hemos hecho constar en no pocas publicaciones recientes (sirva como ejemplo ésta, del libro El recreacionismo histórico, el patrimonio y la arqueología como motores del turismo en el territorio, Zaragoza, 2019).

Aunque Los Bañales, tanto como ciudad romana como en tanto que proyecto arqueológico de dimensión investigadora, social, y pedagógica, había protagonizado ya algunos posts de Oppida Imperii Romani -siendo, de hecho, la etiqueta "Los Bañales" una de las mejor representadas en el blog- lo cierto es que lo vivido en estas últimas semanas en la XII Campaña de Excavaciones, especialmente en las dos últimas, nos anima a cerrar este curso académico -en que, definitivamente, hemos tomado el pulso de nuevo a este blog- con una reflexión inspirada por los extraordinarios estudiantes que este año, becados por la Comarca de Cinco Villas, han pasado por Los Bañales y que, como algunos de ellos han declarado a las cámaras de Aragón Televisión, han convertido nuestro yacimiento en una auténtica Universidad de verano más auténtica, si cabe, este año, por la extraordinaria calidad humana y académica de sus protagonistas, auténtica alma de nuestro proyecto, los propios estudiantes.

En trece años ininterrumpidos de trabajo, con campañas de prospección arqueológica, de geoarqueología y, especialmente de excavación, han sido más de 400 los estudiantes que hemos acogido en los campos de trabajo de Los Bañales en torno a un yacimiento arqueológico que se ha convertido -como recordábamos en un vídeo explicativo sobre los valores del proyecto, de hace ya algunos años- en una referencia en la pedagogía de las Ciencias de la Antigüedad en nuestro país y en un proyecto que ha reservado siempre una parte importante de sus fondos -y así desea seguir haciéndolo- a la formación de jóvenes universitarios estudiantes de Historia y de Arqueología (esta aparición en Aragón Televisión, de hace apenas un par de otoños, volvió a recordar el papel de los jóvenes estudiantes en el proyecto de Los Bañales). Entre esos 400 estudiantes, en esta larga década de trabajo, ha habido, obviamente, de todo, estudiantes malos y muy malos, estudiantes mediocres y estudiantes buenos y muy buenos, también excelentes. Muchos, de hecho, tras su paso por Los Bañales, y al cabo de los años, han encaminado sus pasos hacia la investigación universitaria, sea en Antigüedad o en otras ramas del saber histórico ocupando ya algunos destacados puestos en la enseñanza superior en todo el mundo.

Como sabe quien ha tenido la oportunidad de dirigir alguna intervención arqueológica con estudiantes, una excavación arqueológica, por las circunstancias en que se trabaja, puede hacer que aflore lo mejor y lo peor de cada participante. Así lo hemos comprobado en todos estos años pero lo cierto es que, en esta ocasión, en esta campaña de 2020, los estudiantes han dado lo mejor de sí mismos en torno a una serie de valores que, desde hace años, recordamos siempre a los alumnos que son seleccionados -este año apenas 30 entre más de 250 solicitudes recibidas- para formar parte de este proyecto de investigación y recuperación patrimonial, esencia de lo que ahora se ha dado en llamar "aprendizaje-servicio" (recientemente, hemos publicado un artículo sobre lo que esta nueva metodología docente puede aportar a la investigación arqueológica en el Journal of Tourism and Heritage Research, 3-3, 2020). Con ser valores bastante obvios, y, a nuestro juicio -aunque sobre esto no haya consenso- propios del auténtico espíritu universitario, lo cierto es que es difícil encontrarlos de modo conjunto en un grupo de apenas una decena de estudiantes como el que ha integrado el segundo turno de esta campaña, sin duda -con los del primer turno, que rayaron a un nivel parecido- uno de los mejores de cuantos han pasado, en años, por nuestro proyecto en Los Bañales. Es por eso que nos ha parecido oportuno glosarlos a continuación por si resultan de utilidad para quien tiene, como nosotros, la responsabilidad de hacer de team-builder en un proyecto académico y universitario de investigación arqueológica en campo.

[1] Capacidad de convivencia. Una excavación arqueológica de perfil académico exige un constante ejercicio de la generosidad y del espíritu de servicio de quien toma parte en ella y es, desde luego, una extraordinaria oportunidad para exteriorizar la alegría de la pasión científica compartida. De lo contrario, el cansancio, la falta de sueño, el calor, o las incomodidades del duro trabajo pueden convertir los pequeños roces de la convivencia diaria en montañas aparentemente insuperables que acaban por agriar la relación entre los miembros del equipo llegando, incluso, a dañar, a la postre, el propio proyecto. Quien está habituado a un clima de convivencia mutua basado en el respeto, en la admiración, en la generosidad, en la empatía, en dar más que en recibir y en el enriquecimiento con los puntos de vista del otro -incluso de ese "otro" al que apenas conocía antes de comenzar a trabajar con él- tiene mucho más fácil disfrutar de la enriquecedora experiencia de convivir con alumnos de distintas procedencias, en este año, en Los Bañales, de sitios tan dispares como la Università di Roma La Sapienza, la Universidad de Zaragoza, la Universidad de Navarra, la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad Nacional de Educación a Distancia, la Universidad CEU San Pablo o la Universidad Autónoma de Madrid.

[2] Actitud de escucha. Cuando enviamos a los estudiantes un documento de recomendaciones prácticas sobre la excavación arqueológica de Los Bañales una vez han sido seleccionados para participar en ella, una de las cosas que, según los propios estudiantes, más les choca, es cuando, en dicho documento, ponemos el acento en que una excavación es un lugar al que es bueno que -como decíamos más arriba- uno vaya a dar y no a recibir, a enriquecerse con los pareceres del otro, a escucharle, a dejarse sorprender por las historias personales, y de inquietud científica y personal, que cada estudiante puede aportar a descubrir el background con que cada individuo llega al grupo. Sólo de ese modo se vive cada hallazgo, cada avance, cada incógnita, y cada dificultad, en grupo, y no sólo como hallazgos, avances, incógnitas o dificultades individuales exclusivamente de quien las protagoniza. La tensión intelectual que caracteriza la investigación arqueológica en campo es una imparable fuerza generadora de sinergia y de grupo si se gestiona adecuadamente y así lo hemos comprobado en los mejores años de las excavaciones estivales en Los Bañales y de un modo soberbio en este último mes.

[3] Ilusión y vocación profesional. Cuando un estudiante solicita beca de alojamiento y manutención para participar en las campañas estivales en Los Bañales se les solicita la composición y envío de una declaración de intenciones en la que explique el por qué "aplica" a nuestro proyecto y qué busca que éste les aporte. Es ahí donde se ve si, para el candidato, Los Bañales es, sencillamente, un proyecto arqueológico más entre los muchos en marcha cada verano -este año menos, debido a la situación creada por la pandemia del coronavirus, como ya glosamos en un anterior post de este espacio- o si, de verdad, está verdaderamente interesado en formarse con nosotros. Normalmente, aquellos cuyos escritos más nos deslumbran son quienes evidencian, en primer lugar, una gran ilusión por su profesión futura -sea ésta la Historia o la Arqueología- y, también, por aprender y formarse con expertos en un contexto de fomento del crecimiento en valores personales. Que, en estos años, Los Bañales se haya convertido en una "cantera" de jóvenes investigadores es algo que descansa, desde luego, en la selección de estudiantes que dan claras muestras de esa vocación que es, siempre, un extraordinario motor para dinamizar sus logros personales y académicos y para contribuir con ilusión a un proyecto necesitado de la ilusión y la vibración de todos. Es por eso que decimos que Los Bañales es, esencialmente, un proyecto universitario, con todas las letras.

[4] Compromiso con el crecimiento personal. En algunas ocasiones, no faltan estudiantes que en su condición de universitarios con espíritu crítico -alguno hemos padecido en estos años en Los Bañales- parece creen que tienen derecho a sentirse superiores y a considerarse ya auténticos arqueólogos aunque apenas hayan culminado el primer curso de sus estudios de Grado permitiéndose, incluso, rectificar a los técnicos contratados por el proyecto o poner en cuestión los modos de trabajar de aquéllos avalados por años de experiencia profesional. A diferencia de eso, resulta muy satisfactorio encontrar a jóvenes que sienten que su condición de universitario descansa en dos pilares fundamentales: la capacidad de aprendizaje y la humildad personal para, de ese modo, aprovechar cada minuto de su experiencia en campo -pero también de la convivencia que rodea esa experiencia en campo- para enriquecerse con los puntos de vista, pareceres y opiniones de los demás, tanto de sus compañeros como de sus "jefes" por más que en Los Bañales intentemos que la jerarquía desaparezca en un trabajo codo con codo netamente horizontal. Cuando eso sucede, como recordaba una ejemplar estudiante que hemos tenido el privilegio de acoger en el equipo de alumnos este año, la individualidad de los caracteres, irrepetibles, de cada estudiante se funde en una simbiosis de equipo que, ciertamente, convierte la experiencia en campo en algo único, ¡hasta sublime!, que enriquece mucho las cualidades personales y las competencias profesionales de los estudiantes y que hace que el final de la campaña se tiña de la pena de la despedida y del dolor de la incertidumbre de si esa sinergia, única este año, podrá volver a repetirse con idénticos mimbres.

Hace bastantes siglos, el Calagurritano M. Fabio Quintiliano afirmaba en su manual de retórica (Inst. 1, 1) que no es cierto que sean pocos los hombres -de ahí el título de este postpaucissimi homines- capaces de aprender lo que se les enseña y de disfrutar con el aprendizaje pero que encontrarlos exige siempre tiempo y esfuerzo (laborem ac tempora) por parte de los aprendices y por parte, también, de los maestros. Resulta gratificante que un proyecto como el de Los Bañales esté reuniendo en los últimos años -y de un modo sublime en este año- a algunos de esos paucissimi homines (et mulieres) a los que se refería el maestro de oratoria de época flavia. Estudiantes que disfrutan, que nos hacen disfrutar y que vuelven a demostrar el prometedor futuro que espera a un proyecto como éste y a la Universidad española contra todo lo que, de negativo, se dice sobre la juventud universitaria en estos últimos años en tantos medios. Sirva este post como homenaje de gratitud a todos ellos.

¡Excelente verano a tod@s, lectores de Oppida Imperii Romani!



PARVA OPPIDA



En los últimos años, al abrigo de un proyecto del Plan Estatal de I+D+i del Ministerio de Ciencia e Innovación del Gobierno de España -y tal como hemos dado cuenta en la etiqueta oppida labentia de este blog- desde la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra hemos abordado el estudio de la crisis urbana que muchos centros urbanos hispanorromanos, y de Occidente, vivieron entre el siglo II y el siglo III d. C. y que preludiaron, de hecho, las transformaciones de la tardoantigüedad que poca incidencia tuvieron ya en ciudades "fallidas" que no sobrevivieron, al menos desde el punto de vista institucional, a la que ahora ha dado en llamarse crisis medio-imperial. Los viejos posts de dicha categoría y, de modo especial, los volúmenes Oppida labentia. Transformaciones, cambios y alteración en las ciudades hispanas entre el siglo II y la tardoantigüedad (Uncastillo, 2017) y el más reciente Signs of weakness and crisis in the Western cities of the Roman Empire (c. II-III AD) (Stuttgart, 2019) han contribuido a desconectar de la tan discutida crisis del siglo III d. C. la transformación urbana de muchas comunidades hispanas al tiempo que han avivado un viejo debate sobre la sostenibilidad del modelo municipal romano y, en particular, del expediente municipal latino, generalizado en Hispania a través de la muy generosa disposición del emperador Vespasiano por la que se otorgaba el ius Latii uniuersae Hispaniae como tuvimos ocasión de estudiar hace ya algunas décadas

Una de las conclusiones de los trabajos de investigación de dicho proyecto ha sido poner de manifiesto el perfil débil de algunas comunidades hispanorromanas que, acaso, podrían reunir limitaciones que, parece, las hacían susceptibles de convertirse en "ciudades en crisis", en oppida labentia, en el marco de la citada crisis medio-imperial. Ciudades de pequeño tamaño y de estatuto estipendiario pero extraordinariamente monumentalizadas entre las últimas décadas del siglo I a. C. y los años 70 y 80 del siglo I d. C.; comunidades potenciadas por alguna vía de comunicación clave en dicho periodo; o ciudades con bases económicas o eminentemente primarias o amparadas en un recurso muy monográfico y especializado, parece que ilustran ese perfil de ciudad que tuvo dificultades para superar los cambios que la administración local -pero también la coyuntura climática, económica y comercial- vivió a partir de la muerte de Marco Aurelio y durante la época severiana, al menos en el Occidente Romano.

Tentativamente, y siguiendo el uso que de la expresión ha hecho, el equipo de Victor Revilla, de la Universitat de Barcelona (ver aquí una propuesta de próxima publicación), hemos querido denominar a dichos centros urbanos parua oppida, "pequeñas ciudades", según el modo cómo se alude, en las fuentes antiguas (en Pomponio Mela respecto de Hispania pero también en Livio o Plinio respecto de otras provincias), a ciudades de menor entidad, pero igualmente monumentales y bien equipadas con servicios casi más propios de las ciudades de estatuto privilegiado, situación jurídica a la que éstas no llegarían hasta las reformas flavias. Se trata, además, de comunidades que comparten, a nuestro juicio, algunos rasgos muy característicos que, además, ofrecen un modelo susceptible de ser estudiado en diversos ámbitos de las provincias hispanas. Son comunidades, como se ha dicho, tempranamente monumentalizadas. Ciudades que, además, dependen -en los ritmos cronológicos de su monumentalización pero, también, en la dimensión material de la misma- de los modelos de alguna ciudad de estatuto privilegiado próxima, que actúa como espejo en el que se miran. Se trata de comunidades que, además, practican, en ese proceso de dignificación, una activa aemulatio y competitividad urbana que explica, además, la reiteración entre ellas de los modelos arquitectónicos que fueron incorporando a su urbanismo. Se trata, por último, de ciudades en las que la elite local, totalmente asimilada a las modas romanas, actúa como patrona o mecenas de la transformación de unos centros que, en su mayoría, ya funcionaban como native towns, como cabeceras territoriales desde época protohistórica. Ese patronazgo, a veces emanado de la iniciativa particular, a veces de la oficial, actuó, además, en ellas, como difusor de los grandes programas oficiales, entre ellos los de exaltación dinástica relacionados con el culto imperial. Qué duda cabe que ciudades en las que venimos investigando en estos últimos años, como Los Bañales de Uncastillo o Santa Criz de Eslava encarnan a la perfección, en su singular conexión con Caesar Augusta, el modelo que aquí, sucintamente, hemos descrito. 

En ese contexto, el pasado 26 de junio se inauguró en la localidad navarra de Cascante la XV Semana Romana de Cascante que, en dicha localidad de ilustre pasado romano, la antigua Cascantum, promueve la Asociación Vicus de Amigos de Cascante, con apoyo académico de la UNED de Tudela y económico del Ayuntamiento de Cascante, del Gobierno de Navarra y de distintas fundaciones y corporaciones empresariales locales. En dicho acto inaugural, y como viene siendo tradicional en los últimos años, dictamos la charla "En la cabecera de los territoria rurales: el caso de los parua oppida" en la que disertamos sobre la relación ciudad-territorio en el mundo romano -eje de la parte académica de esa Semana Romana que este año, prácticamente, muta en "verano romano" cerrándose con un sugerente ciclo de conferencias antes enlazado- y, también, sobre las frágiles, por primarias, bases económicas de muchas de estas comunidades susceptibles de ser catalogadas como parua oppida. La conferencia (disponible en el vídeo que encabeza este post desde el minuto 36 en adelante) puede considerarse, casi, una continuación de la que, en 2017, se pronunció en el mismo foro bajo el título "Ciuitates intermortuae: luces y sombras en la administración de las ciudades durante el Imperio Romano", y también disponible en red gracias al trabajo de los amigos de Riberavisión. Ojalá resulte inspiradora y contribuya, como hemos tratado de hacer con el tema de los oppida labentia en estos últimos años, a suscitar debate y reflexión. Al respecto, de hecho, un nuevo volumen sobre el tema, que hará el número 3 de la "Serie de Monografías Los Bañales" verá pronto la luz, como se indica en la charla y dedicado de forma monográfica, y con un buen número de estudios locales de casos, a la cuestión del despegue urbano en las ciudades de la Tarraconense entre Augusto y los Flavios. 


ABOLENDAE STATVAE




[Grafito de la tumba romana de Via Paisiello, en la uia Salaria de Roma, fin del siglo IV d. C.]

Tras la muerte, el pasado mes de mayo, en Mineápolis, de Georg Floyd, se ha desatado por todo el mundo, de modo especial en América pero también en Europa e, incluso, con cierto debate político, en España, toda una incomprensible, pero muy interesante en estos tiempos de revisionismos histórico, actitud iconoclasta que, de hecho, ha convertido, prácticamente, en trending topic el término vandalización. Todo ello en medio de la situación creada por la pandemia del Covid-19

Así, en estas últimas semanas se han derribado o vandalizado, como ahora se dice, estatuas de Winston Churchill en Londres, de Junipero Serra en Los Ángeles y en otras ciudades, de Edward Colston, en Bristol, de Cristóbal Colón en Minnesota y aun de Miguel de Cervantes en San Francisco (ver otros casos, y galería de imágenesaquí) o, muy a propósito del paralelo que se ofrece en este post, de Constantino en York. Quienes ya pasamos de los cuarenta, recordamos movimientos semejantes, quizás de un simbolismo aun mayor y, además, acometidos sin apenas distancia histórica entre los personajes damnificados y el momento de la vandalización de sus imágenes, como los que se desataron a finales de los años 80 y en los primeros años 90 del pasado siglo en la entonces languideciente Rusia soviética -en la que también se "vandalizaron" imágenes de, entre otros, Lenin, por ejemplo en Kiev- o, una década más tarde, en Irak o en Libia donde también las estatuas de Sadam Hussein o de Gadafi acabaron derribadas. Se trata de episodios que podemos reconstruir con unas imágenes que forman ya parte de la memoria de quienes vivimos esos acontecimientos y que recuerdan mucho, por ejemplo, a la llamada "revuelta de las estatuas" del 387 d. C., especialmente intensa en Antioquía o a otros episodios iconoclastas contra las imágenes imperiales o, ya con la extensión del cristianismo, contra la de los ídolos paganos, como la que encabeza nuestro post, un auténtico unicum paleocristiano -aunque no faltan representaciones de este motivo en el arte cristiano medieval- extraordinariamente sugerente y poco conocido y cuyo conocimiento debo al investigador Jerónimo Sánchez

En esta fiebre iconoclasta, en estos días se ha viralizado la noticia de la vandalización, en Zottegem, en Bélgica, en la región de Flandes, de una estatua de Julio César que ha sido dañada por un grafiti en su pedestal en el que se acusa de "krapuul", "ladrón" al célebre imperator romano, acontecimiento que ha motivado en estos días una sabrosa reflexión de Emilio del Río, en la sección "Verba volant" que este mediático y tuitero filólogo clásico conduce semanalmente en Radio Nacional. Ni los personajes de la Antigüedad Clásica que tanto aportaron al desarrollo de muchos territorios de la vieja Europa, tampoco César -que incluso ponderó notablemente las cualidades de los Belgas señalándolos como los más genuinos y más bravos de entre los Galos dado su proverbial aislamiento (De Bello Gallico, 1, 1, 3) y que fue conquistador de la Galia y, en ella, de la llamada Galia Bélgica- han podido sustraerse a esta singular, vandálica, pero profunda, praxis de raíces, además, extraordinariamente romanas, de ahí que atendamos a ella en este post ya veraniego de Oppida Imperii Romani.

En la era de la imagen digital, sorprende que las estatuas sigan teniendo tanto poder simbólico y que se recurra a ellas para dañar, en cierta medida, a los personajes que representan. En época romana, de hecho, las estatuas disfrutaban de esa profunda carga simbólica y estaban sobradamente protegidas por la legislación, especialmente si se trataba de imagines imperiales que se consideraban receptáculo del numen, del "espíritu" imperial. Si alguien atentaba contra ellas incurría en un delito de maiestate de notable gravedad política como se ha encargado de recopilar, con abundante bibliografía y aparato crítico, Ángel Ventura, de la Universidad de Córdoba, en un capítulo que escribió para el volumen Oppida labentia (Uncastillo, 2017), segundo de la "Serie de Monografías Los Bañales" (ver también Gai Inst. 4, 18, 3). Esa protección que hacía de las estatuas públicas algo totalmente inviolable, sin embargo, se violaba por decreto senatorial cuando el Senado de Roma decidía proscribir la imagen pública de cualquier gobernante -normalmente emperadores pero también senadores e, incluso, gobernadores provinciales- como consecuencia de la consideración de aquél como negativo. A ese procedimiento, atestiguado en su resultado material -fundamentalmente por el martilleado de los nombres de los individuos por él afectados en las inscripciones de los pedestales que sostenían sus estatuas, aunque no sólo en ellas, también en miliarios y en cualquier otro tipo de documento de carácter público- se le ha denominado habitualmente, en la investigación epigráfica, damnatio memoriae, prácticamente un neologismo -aunque está atestiguado en la expresión memoria eius damnetur de Cod. Iust. 9, 8, 6, 2- que podríamos traducir por "condena del recuerdo" o "condena al olvido" ("negación de la memoria", según el trabajo de S. Quesada-García, Aldaba, 16, 2004) y que ponía de manifiesto de qué modo la celebritas, el recuerdo en mente ajena era valorado por la sociedad romana tanto a escala pública como a escala privada. Es cierto que, sin embargo, esa damnatio memoriae, al menos para los epigrafistas, ha otorgado una especial perpetuidad -así lo explicaban J. M. Pailler y R. Sablayrolles en un citadísimo artículo publicado hace ya algunos años en Pallas, 40, 1994- a los emperadores que, como Calígula, Nerón, Domiciano (sobre la de éste emperador ver un reciente post de Oppida Imperii Romani) o Cómodo, entre otros, la padecieron pues ha despertado innumerables estudios en torno a la -normalmente muy exhaustiva y meticulosa- incidencia de ésta en el registro epigráfico, y también escultórico, que ha llegado hasta nosotros (muy recomendable es, en este sentido, el volumen de VARNER, E. R., Mutilation and Transformation. Damnatio memoriae and Roman imperial portraiture, Leiden, 2004; sobre el uso político de esta herramienta jurídica por parte de la elite senatorial puede verse un trabajo de P. Fernández Uriel en el volumen Crisis en Roma y soluciones desde el poder, Madrid, 2016).

Son varias las fuentes que nos precisan las motivaciones y, también, el contenido de esa disposición que nos recuerda tanto a lo que estos días se vive por las calles y plazas de Estados Unidos y de parte de Europa. Así, por ejemplo, Suetonio, en su Vida de Domiciano se hace eco del decreto senatorial por el que se establecía eradendos ubique titulos abolendamque omnem memoriam (Suet. Dom. 23, 2) es decir, por el que se decretaba el borrado de todas las inscripciones, estuvieran ubicadas en el lugar en que estuvieran, y la abolición de todo recuerdo de ese personaje de ahí que algunos hayan preferido últimamente, mejor que el término damnatio memoriae la expresión abolitio nominis, más acorde a este pasaje de Suetonio. A la muerte de Cómodo, sabemos por la Historia Augusta (SHA. Com. 20, 5) que el decreto senatorial, prácticamente, se mantenía, cien años más tarde, intacto en su contenido: abolendas statuas y nomenque ex omnibus priuatis publicisque monumentis eradendum, abolición de las estatuas y obligación de borrar el nombre del emperador en todo género de monumentos del ámbito público y del ámbito privado. Si así rezaba la disposición en los años 96 y 192 d. C., el Código de Teodosio era aun más explícito cuando recopilaba el alcance de esta disposición (Cod. Theod. 9, 40, 17) con las palabras omnes statuas, omnia simulacra, tam ex aere quam ex marmore seu ex fucis quam ex quacumque materia quae apta est effigendis, ab omnibus ciuitatibus oppidis locisque priuatis ac publicis praecipimus aboleri que dejaban claro que ningún tipo de homenaje estatuario o epigráfico, fuera de mármol, de bronce o de cualquier otro material apto para la representación plástica y estuviera en la ciudad o en el lugar privado o público que fuera, podía escapar a esta tremenda condena que, desde luego, certificaba la caída en desgracia de un gobernante. 

Seguimos, efectivamente, siendo romanos, está claro y reproduciendo comportamientos propios de la sociedad que dirigió los destinos de Roma durante siglos. Si entonces era el Senado el que -cierto que también con caprichos y usando el procedimiento como ajuste de cuentas con gobernantes posicionados contra la nobilitas oficial- administraba la memoria cívica y, por tanto, resolvía sobre qué personajes merecían, o no, formar parte de ella, ahora es el pueblo el que, en sus atropelladas algaradas de protesta -encendidas a veces por desafortunadas declaraciones de nuestros políticos-, pone en cuestión los muchas veces indiscutibles méritos históricos de algunos de los personajes contra cuyas imágenes se atenta. Si el Senado lo hacía en caliente, apenas moría el personaje en cuestión o se decretaba la sentencia que condenaba su recuerdo -espíritu que, acaso, impregnó los episodios iconoclastas de las revoluciones de las últimas décadas del siglo XX-, hoy, sin embargo, lo hacemos con muchos siglos de diferencia juzgando primero, y después condenando al olvido o injuriando la memoria de personajes cuyas acciones, en muchas ocasiones -si no en todas- se sacan de contexto interpretándose como desafortunadas sin tener en cuenta que, también, aquéllas acciones tuvieron un contexto histórico que, como historiadores, no debemos perder de vista, contexto histórico que ha convertido a esos personajes en parte de nuestro patrimonio, de nuestra herencia histórica como sociedad.