OMNES LIBELLOS


[Con motivo del Día del Patrón de la Facultad de Filosofía y Letras, celebrado el 24 de febrero pasado, tuvimos el honor de contar en la Universidad de Navarra con Irene Vallejo que mantuvo un interesante encuentro con alumnos de los Grados en Filología y en Literatura y Escritura Creativa y del Diploma de Arqueología y, después, una conversación a tres sobre la importancia de la lectura y sobre la actualidad de la cultura clásica para cuya preparación nació este post de Oppida Imperii Romani que quiere ser, también, un homenaje a la genialidad de esta ensayista y filóloga clásica aragonesa. Sobre el evento, puede verse la nota publicada por Diario de Navarra. Foto superior: Manuel Castells]

Hace algunos meses, tanto en Oppida Imperii Romani como en el portal BeBrave de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, publicamos una reflexión en torno al poder evocador del mundo clásico como fuente de inspiración y de atractivo constante. ¿Qué tiene el mundo antiguo?, nos preguntábamos. Esa reflexión, que pretendía responder a esa misma cuestión, precisamente, la abríamos dando el dato de que el ensayo El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo, de Irene Vallejo (Siruela, Madrid), publicado en septiembre de 2019, se había convertido en el libro más leído durante el confinamiento que la irrupción del Covid-19 impuso a los españoles durante la pasada primavera. La crítica también se encargó, poco después, de subrayar el acierto del libro otorgando a esta Doctora en Filología Clásica -con quien tuvimos el privilegio de compartir profesores, pasillos y momentos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza en los últimos años noventa del pasado siglo- el Premio Nacional de Ensayo en 2020 y desatando lo que ha dado en llamarse, con acierto, el "fenómeno Irene Vallejo", como lo ha calificado no hace mucho el diario El País, el fenómeno de una filóloga clásica, que, con ese perfil "refuerza su otra condición, la de escritora, en lugar de anularla o rebajarla", como con acierto ha escrito Luis Alberto de Cuenca en ABC Cultural donde ha dado a El infinito en un junco el acertado apelativo de un "diálogo con el lector en una fiesta literaria".

Con un "lenguaje evocador y preciso", como lo calificó el artículo antes citado de El País, El infinito en un junco es, como su autora lo ha definido, "un ensayo de aventuras", que, de hecho, la propia autora afirma que ha sido recibido por sus lectores -ya con más de veintidós ediciones mientras se escriben estas líneas- como "un viaje liberador" (ver entrevista en la web de TVE), el apasionante viaje a través de la historia del libro escrito en el mundo clásico, en Grecia y en Roma. De él se han escrito sonrojantes elogios por parte de alguna de las plumas más reputadas de la crítica literaria en nuestro país y su éxito ha consolidado ese innegable atractivo que el mundo antiguo, tan aparentemente denostado en nuestra sociedad, sigue teniendo después de 2.000 años. Así Jordi Mat, en el digital Cine y Literatura, ha afirmado que "si sólo pudiera conservar un libro, éste sería el elegido" -acaso por ser, en realidad, una historia del origen de los libros-, Ignacio F. Garmendia, en Diario de Sevilla, ha descrito El infinito en un junco como "una patria de papel", expresión empleada por la misma Irene Vallejo a propósito de la Biblioteca de Alejandría (p. 250), presentada como un gran espacio de tolerancia intelectual como "insólito espacio de armisticio donde las hostilidades cesan" (p. 213) como, en el fondo, lo son todas las bibliotecas. Por su parte, Juan Marqués, en The Objective ha dicho que es "un libro que presume de la Humanidad", como "declaración de amor a la literatura", lo ha calificado Sonia Asensio en InfoLibre, y como "el libro del año" lo ha sentenciado Héctor Abad en El Espectador por citar sólo algunas de las valoraciones que el libro ha cosechado. Y es que, efectivamente, con la creencia que la autora ha manifestado en varias ocasiones -como en Heraldo de Aragón, el diario de su tierra- sobre la capacidad que tienen los libros para aliviar la angustia, El infinito en un junco consigue "susurrar la historia (del libro) al oído de los lectores", tal como era el deseo de la autora, según confesaba en otra entrevista publicada no hace mucho en La Vanguardia. Una historia en la que el gran protagonista es el libro, ese libro que, como la propia Irene Vallejo escribe "ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo" (p. 20) convirtiéndose en "nuestro aliado, desde hace muchos siglos, en una guerra que no registran los manuales de historia, la lucha por preservar nuestras creaciones valiosas: las palabras, que son apenas un soplo de aire"

Pero, al margen del indiscutible acierto literario de "un ensayo en el que el lector se disuelve al leerlo", como lo calificaba Emilio del Río en Nueva RevistaEl infinito en un junco merece un espacio en Oppida Imperii Romani por la misma razón por la que, en ocasiones anteriores, todas ellas recientes, lo han merecido otros libros relacionados con el mundo antiguo, bien de carácter más bien disciplinar (como ¿Por qué importa el mundo clásico?, de Neville Morley, Alianza Editorial, Madrid, 2019) bien de aspecto más novelesco pero riguroso (como Un día en Pompeya, de Fernando Lillo, Espasa/La Esfera de los Libros, Barcelona, 2020 o El primer senador de Roma, de Juan Torres, La Esfera de los Libros, Madrid, 2020) y, en los tres casos, además -como también en éste- con enorme valor pedagógico y didáctico. El libro que ahora reseñamos constituye un volumen que, en primer lugar es, en palabras del ya citado Emilio del Río, una "reivindicación práctica de los clásicos grecolatinos", reivindicación consustancial al quehacer literario de Irene Vallejo que ha recordado constantemente los valores democráticos presentes en el pensamiento humanista (ver esta entrevista en El Confidencial Digital) y que ha hecho de su defensa de los clásicos un eje constante de sus múltiples y semanales colaboraciones en la prensa española, colaboraciones que recoge y comparte sistemáticamente en su más que recomendable página de Facebook. El infinito en un junco es un libro que, además, como la autora suponía (ver este sensacional artículo "La cara oculta de El infinito en un junco", publicado por Borja Hermoso en El País Semanal), da respuestas a muchas de las cuestiones que hoy, todavía, nos planteamos sobre nuestra propia identidad cultural una vez que -como la propia Irene Vallejo recordaba no hace mucho en una entrevista en El Cultural)- estimula la conversación entre el mundo clásico y los lectores, conversación totalmente ininterrumpida, de siglos y que, sin duda, está detrás de la consideración de esos autores antiguos como "clásicos". Y, por último, y especialmente, nos parece, que, en la parte relativa a Roma ("Los caminos de Roma", pp. 251-398), El infinito en un junco tiene la sensacional habilidad de hacer simples y atractivos para el gran público temas complejos que, todavía, están abiertos para la investigación haciendo que sea justo que a Irene Vallejo se la haya calificado como la Mary Beard de las letras españolas (nosotros nos atreveríamos a ir, incluso, más allá, poniendo su trabajo a la altura de muchos otros de Richard Jenkyns, del propio Neville Morley o hasta de Luciano Canfora y alguno se citará más adelante). Y es que, efectivamente, a partir del repaso si no de todos los libros publicados en el mundo antiguo -omnes libellos, expresión tomada de las Epistulae de Cicerón (Fam. 61) y con la que hemos querido encabezar este post- si de algunos de los más representativos, Irene Vallejo, con una pluma inigualable, un envidiable conocimiento de la producción literaria clásica y siempre con constantes guiños al presente que acentúan la pervivencia de los valores del mundo clásico, consigue definir cuestiones nada simples -pero que ella las convierte en accesibles- y que pretendemos, sin ánimo de exhaustividad, comentar en este post a modo de reseña instrumental de este libro, ya imprescindible y que, me parece, el tiempo va a convertir pronto en un clásico. 

Apenas comienza el bloque dedicado a Roma -tras un trepidante repaso a la literatura griega con el hermoso pretexto del acopio de libros por Ptolomeo III y Demetrio de Falero para la Biblioteca de Alejandría (esp. pp. 25-64) que incluye también algunas referencias a las bibliotecas mediorientales de Hattusa o de Nipur (pp. 69-71) y que, obviamente, traza una condensada historia de la Literatura griega (pp. 165-218)- Irene Vallejo explica de un modo muy plástico el carácter ecomiástico de parte de la historiografía y de la mitología romanas cuando define a la Roma de la monarquía como "una ciudad con mala reputación" (p. 253) o a sus habitantes como "pueblerinos secuaces de Rómulo" (p. 259) y subraya la particularidad de que esa leyenda negra plagada de crímenes la habrían inventado los mismos Romanos, un asunto que está especialmente de moda ahora que se quiere tachar de políticamente incorrectos a algunos de los hitos clave de la literatura clásica (ver noticia al respecto aquí). De esa afirmación, la autora pasa a una inigualable descripción del imperialismo romano, de "la creación del gran Imperio mediterráneo" (pp. 256-268), como, en expresión muy asumida por la historiografía, define la autora a los años centrales de la República Romana. Es en ese capítulo en que Irene Vallejo aporta una excelsa definición de la globalización cultural de Roma -sobre la que vuelve constantemente en su trabajo- globalización definida como "hormigueo de gente yendo y viniendo como nunca se había visto antes en el mundo antiguo (...), hervidero de hombres de negocios que sacaban tajada de las oportunidades comerciales abiertas por la conquista" (p. 258). Pero, como en toda expansión imperial -tal como la autora recuerda con guiños tanto al expansionismo nazi alemán como al imperialismo americano de pasados siglos- la autora tiene el acierto de señalar que "los romanos consiguieron su extraordinaria sucesión de victorias gracias a una mezcla muy eficaz de violencia y de capacidad de adaptación, en la mejor tradición darwiniana" (p. 259), mezcla en la que la incorporación de los rasgos más meritorios de los pueblos incorporados resultó fundamental. Si acertada es la expresión de Mary Beard, "Grecia lo inventa, y Roma lo quiere", inspirada en Horacio (Graecia capta intulit agresti Latio, escribió Hor. Epist. 2, 1, 156) y que la propia Vallejo trae a su volumen, a un nivel aun más explícito está la descripción que la autora de El infinito en un junco hace del proyecto de la Graecia capta cuando afirma que "los miembros más lúcidos de las clases dirigentes (romanas) comprendieron que toda gran civilización imperial necesitaba fabricar un relato unificador y victorioso sostenido por símbolos, monumentos, arquitecturas, mitos forjadores de identidad y formas sofisticadas de discurso" (p. 259) que, en parte, encontraron en Grecia de ahí que la creación cultural y literaria romana se defina, incluso, y con acierto, como "esquizofrénica" (pp. 360-361) dado su enorme parecido con la literatura griega de la que Roma copió uno a uno la mayor parte de sus géneros (cabe preguntarse si nuestra sociedad no vive, también, bajo esa aparente esquizofrenia de negar el peso de los clásicos a la hora de articular los currículos de Secundaria y, sin embargo, depender constantemente de ellos y buscarlos ávidamente como el éxito de ventas de este libro parece demostrar). El círculo cultural de los Escipiones y los anhelos coleccionistas de libros de Sila o de Lúculo, o incluso del propio César, que se ponen en El infinito en un junco a la altura del coleccionismo imperialista del naciente capitalismo estadounidense de los Gatsby, los Guggenheim o los Getty (p. 265), sirven de este modo a la autora para marcar el cénit de ese proceso de incorporación de la cultura griega al acerbo cultural romano como ejemplo de una relación de fusión cultural -"también lo que adoptamos de otras partes nos hace ser quienes somos" (p. 267)- no desprovista de sugerentes fenómenos de alteridad respecto del modo como los romanos miraban a Grecia, que también se describen de manera muy atinada (p. 265) y como culmen, también, de un proceso de rediseño de los mapas culturales a partir de la transformación de los mapas políticos (p. 267). De Atenas a Alejandría y de Alejandría a Roma, podría decirse. Pero, más allá de esa fusión cultural y de esa difusión de unos valores que han conformado la tradición clásica -en torno al propio concepto de "lo clásico" también dedica unas páginas soberbias Irene Vallejo (pp. 364-366)-, el gran mérito de Roma, como la autora destaca casi al final del libro, estuvo en el modo como "los arquitectos e ingenieros de Roma urbanizaron a conciencia Occidente, sustituyendo las aldeas nativas por una red de ciudades, pequeñas y grandes, dotadas de alcantarillado, acueductos, templos, foros y termas. En ellas tuvo que haber libros. Durante aquellos años la cultura escrita, aunque no tan arraigada como en el mundo griego, se expandió en las comunidades romanizadas" (p. 337) contribuyendo a crear una "iconografía global" (p. 387), otra de esas acertadas expresiones de El infinito en un junco que, seguro, tendrán éxito incluso más allá del ámbito literario. Gracias a ella, "sentirse romano consistía en habitar ciudades de anchas avenidas que se cruzaban en ángulo recto; en tener acceso a gimnasios, termas, foros, templos de mármol, bibliotecas, inscripciones en latín, acueductos, alcantarillado; en saber quiénes eran Aquiles, Héctor, Eneas, Dido; en contemplar sin extrañeza los rollos y los códices como parte del paisaje cotidiano; en pagar impuestos a los temidos recaudadores; en haber estallado en carcajadas por un chiste de Plauto en las gradas de un teatro; en conocer los episodios de la Roma primitiva contados por Tito Livio en Ab urbe condita; en haber escuchado a un filósofo estoico hablar de autodominio; en conocer -o incluso haber servido en- la imparable maquinaria bélica de las legiones" (p. 388) aspectos que daban unidad a esas "decenas de millones de provincianos" (p. 385) como Irene Vallejo define a los habitantes del Imperio beneficiarios de la extensión de ciudadanía romana por Caracalla en el 212 d. C. Leyendo, desde luego, esa descripción de en qué consistía "sentirse romano" uno puede comprobar que, en realidad, al promocionar los estudios clásicos conseguimos extender ese sentimiento de pertenencia que está en la base de nuestra cultura occidental. 

Aunque el asunto cultural, por la temática esencialmente libraria de El infinito en un junco, vertebra en gran medida las reflexiones de este ensayo en el que se define a los libros como dotados de "la sutil capacidad de trazar un mapa de los afectos y las amistades" (p. 301) y como uno de los pocos objetos reconocibles que el Bilbilitano Marcial encontraría en nuestros domicilios (p. 316), también Irene Vallejo demuestra una habilidad extraordinaria para caracterizar algunos de los procedimientos clave de la sociedad romana procedimientos que, sin embargo, ha resultado difícil abordar a décadas de investigación en Historia Antigua. Así, contra esa imagen mitificada y amplificada por las elites romanas de que cualquiera podía promocionar en Roma (véase, por ejemplo, ALFÖLDY, G., Historia social de Roma, Sevilla, 2012), se caracteriza con acierto la omnipresencia en la vida cotidiana romana -aunque la afirmación sería extrapolable a todas las sociedades antiguas mediterráneas- de lo que se define como "el umbral invisible de la esclavitud (...), el monstruo que acechaba bajo la cama, el terror que siempre reptaba cerca" (p. 270) esclavos que, por supuesto (p. 274) tuvieron una notable función en la producción de obras literarias con labores que incluían "desde enseñar a escribir hasta a elaborar copias" que, ocasionalmente, caían en las manos de las hijas de la aristocracia sobre cuya esmerada educación también se destilan sabrosas reflexiones en este ensayo (pp. 281-282). Un comportamiento fundamental de la sociedad romana, aunque exclusivamente en su dimensión de promoción de la difusión de los uolumina y de construcción de bibliotecas -en las que, como "las estrellas del paseo de la fama de Hollywood" (p. 331) figuraban las estatuas de los promotores- el evergetismo, es definido por la autora aragonesa como el resultado de "esa obligación no escrita que pesaba sobre los ricos de gastar parte de su riqueza en la comunidad: financiar juegos circenses, construir anfiteatros, pavimentar caminos o levantar acueductos" (p. 336). La importancia de las letras en esa sociedad romana se retrata, además, con extraordinario acierto, cuando se glosan las noticias de Marcial o, muy especialmente, de Séneca (Sen. Ep. 56, 1-2) sobre el éxito y, en especial, la quietud de algunas bibliotecas instaladas en "los abarrotados baños romanos" (p. 334), acertadamente descritos por la autora como "palacios del agua" (p. 329), cuando se aporta la noticia, transmitida por Plinio el Joven (Plin. Ep. 2, 3, 8), del primer fan de un escritor -en concreto de Tito Livio- atestiguado en el mundo romano y que, además, era Gaditanum quendam, natural de Gades (pp. 338-339), cuando, a propósito del Ars amandi y de las Tristia de Ovidio (pp. 347-350) se retratan las hieles de la temible censura o cuando se atribuye al Calagurritano Quintiliano (p. 361) y a su Institutio oratoria, el ser "uno de los primeros defensores de la educación continua" al "buscar que el aprendizaje fuese un proceso casi autónomo del alumno que hiciera superfluo al maestro". Es precisamente con este tipo de pedagógicos guiños -y con su capacidad para intercalar no sólo analogías históricas sino, también, noticias de rabiosa actualidad que sorprendían a la autora durante el periodo en que se fraguó su esfuerzo creativo (p. 109, cuando se pone a Bob Dylan y su Premio Nobel como ejemplo de premiar la misma oralidad de los aedoi helenos)- con el que Irene Vallejo contribuye a dar actualidad, a devolver a la vida, a los clásicos y a rememorar su verdadera patria, la Antigüedad. 

Por razones lógicas, en esa llamada de atención que Irene Vallejo hace a la omnipresencia del texto escrito en la sociedad romana, no podíamos dejar de subrayar el modo cómo es tratada en el volumen la cultura epigráfica de los romanos que tantos posts -etiquetados en la sección Epigraphica- protagoniza últimamente en Oppida Imperii Romani. Así si la producción literaria buscaba, principalmente, "expandir (las) ambiciones sociales y políticas, aumentar (la) fama y (la) influencia y fabricar una imagen pública a la medida de (los) intereses" de quien la cultivaba (p. 279) -pues nadie se hacía rico con ella- la producción epigráfica se convierte en un claro indicador del extraordinario grado de alfabetización del Mediterráneo en época romana. Aunque, con los clásicos trabajos de William V. Harris, Irene Vallejo se atreve a cuantificar en unos 2.000 o 3.000 los pompeyanos que sabían leer y escribir -sobre una población de unos 15.000 habitantes que es la estimada para la colonia Pompeiana en la época previa a su destrucción por la erupción vesubiana- esas cifras, que podrían parecer escasas, "revelan un nivel de educación nunca antes alcanzado, y un acceso a la cultura más abierto que en ninguna época anterior" (p. 284) como demuestran, además, los ecos literarios de la Eneida presentes, por ejemplo, en las paredes de alguna de las fullonicae pompeyanas (p. 376) donde, como vimos en un anterior post de este blog, no faltaban mensajes imbuidos del  más puro estoicismo romano. Entre esas manifestaciones del hábito epigráfico la autora habla, a través del repertorio de Vindolanda, de las tabula ceratae (p. 286) y las describe como formalmente antecesoras de los codices -sobre cuyo origen también se detiene la autora (pp. 323 y ss.)- al tiempo que nos recuerda las advertencias de Ovidio a quienes las usaban para trazar en ellas sucesivos mensajes de amor (Ov. Ars am. 2, 395) y, también, explica con precisión el por qué de la relación entre el texto escrito y la conmemoración funeraria, por ejemplo. Así, se afirma que "los griegos y los romanos creían que todo texto escrito necesita apropiarse de una voz viva con el fin de complementarse y de alcanzar su plenitud. Por eso, el lector que paseaba su mirada por las palabras y empezaba a leerlas sufría una especie de posesión espiritual y vocal: su laringe era invadida por el aliento del escritor. La voz del lector se sometía, se unía a lo escrito" (p. 275) de ahí que se considerase que al pronunciar algo escrito, en cierta medida, se estaba renovando su mensaje de igual modo que, en el Próximo Oriente Antiguo, se formulaban maldiciones para quien dañase estatuas dinásticas o borrase tablillas con disposiciones estatutarias de diverso signo (p. 69).

El infinito en un junco es, como la propia Irene Vallejo que no pierde ocasión de reivindicar lo mucho que las sociedades antiguas tienen que enseñarnos al tiempo presente, algo más que un ensayo sobre la invención de los libros en el mundo antiguo y sobre el papel que éstos tenían en la sociedad grecorromana. Es, además, como ha señalado parte de la crítica, una vívida reivindicación de los ideales de la cultura clásica, y, sobre todo -y así nos lo parece- un sensacional trabajo de Historia de la cultura clásica -que cuenta, además, con una envidiable, útil y actualísima bibliografía tanto temática (pp. 419-430 para el capítulo sobre Roma donde se demuestra el soberbio conocimiento que la autora atesora respecto de la literatura romana) como general (pp. 432-440) -casi un vademécum fundamental de los grandes títulos que han hecho Historia y configurado doctrina respecto del mundo clásico, respecto de su literatura, de su cultura y de sus valores, aunque no sólo de él- poniéndose al nivel de trabajos ya de referencia como -y la selección es nuestra, aunque algunos aparezcan citados en la bibliografía sectorial o general de El infinito en un junco- los de JAEGER, W., Paideia. Los ideales de la cultura griega, México, 1988; CAMBIANO, G., CANFORA, L., y LANZA, D. (dirs.), Lo spazio letterario della Grecia antica (vols. 1-3), Roma, 1993-1996; CAVALLO, G., FEDELI, P. y GIARDINA, A. (dirs.), Lo spazio letterario di Roma antica (vols. 1-6), Roma, 1998-2012; GARCÍA GUAL, C., Voces de largos ecos: invitación a leer a los clásicos, Barcelona, 2020; JENKYNS, R., Un paseo por la literatura de Grecia y Roma, Barcelona, 2015; BARCELÓ, P., y HERNÁNDEZ DE LA FUENTE, D., Breve historia política del mundo clásico: la democracia ateniense y la república romana, Madrid, 2017 o, precisamente sobre una de las cuestiones que Irene Vallejo resuelve con mayor acribia -también sobre lo que de globalización supuso el helenismo postalejandrino (pp. 51-52)-, PITTS, M., y VERSLUYS, M. J. (eds.), Globalization and the Roman World: world history, connectivity and material culture, Nueva York, 2015. 

El infinito en un junco termina, además, con una emotiva, inigualable y vibrante recomendación de los libros -de esos mismos que se viralizaban en Roma como copias individualizadas por parte de los librarii (p. 296)- como "hallazgos de los antiguos, esos que llamamos clásicos" sin los cuales, además "las mejores cosas de nuestro mundo se habrían esfumado en el olvido" (p. 397). Un libro imprescindible ahora y, pronto, necesario hito en la historiografía sobre la cultura grecorromana que, por algo, llamamos, y seguiremos llamando, "clásica" porque, como se sorprende la autora respecto de Alejandro de Macedonia, jamás abandonaremos a sus personajes "como un fósil de otros tiempos" (p. 38) y seguirá siempre habiendo "incondicionales" de ese mundo antiguo que, a muchos, nos apasiona y que, efectivamente, concebimos también como "briznas de hierba que vuelan en el aire y no permiten calcular la extensión de la pradera" (p. 140), como fuentes de información, siempre parcial pero siempre válida, de uno de los momentos más apasionantes de nuestra Historia, momento de cuya herencia cultural -como se ha escrito muy oportunamente en estas últimas semanas- parecemos renegar unas veces pero que siguen teniendo un atractivo singularísimo, inigualable, irresistible. El éxito de El infinito en un junco, así lo demuestra. Gracias, Irene, por hacerlo posible. 



MEDITATIO ET LABOR

 

[Captura de pantalla de la charla impartida por el autor de este blog, el pasado 15 de enero, en el Máster en métodos y técnicas avanzadas de investigación histórica, artística y geográfica que ofrece la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Nacional de Educación a Distancia-UNED. Para acceder al vídeo completo de la sesión, pincha aquí]

No es la primera vez que Oppida Imperii Romani ofrece un post que puede servir como instrumentum específico a quienes inician su andadura en la investigación en Antigüedad. Varios de ellos han sido recogidos en la etiqueta Instrumenta y, en especial, en uno de ellos ya ofrecimos un banco de recursos digitales para el trabajo con fuentes antiguas. Quizás sí es la primera vez en que el post tiene un carácter más reflexivo que instrumental una vez que va a detenerse en señalar algunos de los retos que, a nuestro juicio, deben presidir la labor investigadora. 

Ya hace algunos meses, la Profª Virginia García-Entero, del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la UNED, se puso en contacto con el autor de este blog para invitarnos a dictar una sesión en la que, desde la óptica de la Historia Antigua, presentásemos un proyecto de investigación en el que hubiésemos estado trabajando en los últimos años con el objetivo de que dicho proyecto, y el desgranado de sus peculiaridades y retos, sirviera como pretexto para que los estudiantes que se forman como investigadores en el Máster en métodos y técnicas avanzadas de investigación que ofrece la UNED, aprendiesen cuáles son los puntos clave en la planificación de cualquier proyecto de investigación en nuestra área de conocimiento y, también, se dieran cuenta de los principales retos a los que cualquier investigador debe hacer frente en materia de estudios sobre Antigüedad en general y sobre Historia Antigua en particular. Finalmente la sesión -a través de Zoom, herramienta que ya se ha convertido en cotidiana por la incidencia del Covid-19-, tuvo lugar el pasado 15 de enero e incorporó, también, presentaciones semejantes, de otros colegas, relativas a otras parcelas de la Antigüedad -como la Arqueología- y, también, a otras fases de la Historia generándose al respecto un repositorio ciertamente útil para quien quiera formarse en las destrezas de todo buen investigador. El seminario fue seguido por un buen número de alumnos del citado Máster y ha acumulado, en el repositorio generado al efecto, a posteriori, un buen número de visitas en las últimas semanas. 

Como no podía ser de otro modo, el proyecto sobre el que disertamos en dicha sesión fue el que dio título a nuestra charla ("Problemas de sostenibilidad económica en los municipios de Derecho Latino en la Tarraconense en época medio-imperial") y que, como sabrá el lector de este blog, fue financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad/Ministerio de Ciencia e Innovación en el marco de los Proyectos I+D+i de la modalidad de "generación del conocimiento" para el periodo 2016-2019 (Ref.: HAR2016-74854-P) un proyecto orientado al estudio de la crisis medio-imperial de las ciudades romanas de Derecho Latino, especialmente las de estatuto municipal, sobre el que hemos venido haciendo transferencia de resultados en este blog tanto en la etiqueta oppida labentia como, más recientemente, en la de parua oppida.  

Más allá del contenido temático del proyecto, que, acaso, podrá resultar interesante para quien quiera conocer los avatares de muchas de las ciudades que inspiraron, hace más de una década, la génesis de Oppida Imperii Romani, para cumplir el encargo, de perfil metodológico, que se nos había sugerido, quisimos poner el acento en cinco elementos clave de la actividad investigadora en Historia Antigua, que queremos dejar por escrito en este nuevo post con la esperanza de que puedan resultar, cuando menos, inspiradores y útiles para quien se inicie por los procelosos -¡pero apasionantes!- mundos de la investigación en Historia Antigua (sobre algunos de los principios de los que nace nuestra visión de la disciplina pueden verse estos antiguos trabajos nuestros, de 2006 y de 2012).

[1] Transversalidad y enfoque holístico. Está claro que el conocimiento en Historia Antigua -y, acaso, de modo especial en Historia Antigua de la península ibérica- ha nacido y sigue naciendo de una aproximación holística a las fuentes, de una obsesión por utilizarlas todas, sin descartar ninguna, y por hacer que todas puedan -con sus potencialidades y con sus limitaciones- contribuir a la generación de conocimiento histórico. Es por eso que, quizás, dedicarse a la Historia Antigua resulta especialmente exigente pues en ese tipo de fuentes no debemos contar sólo con las primarias -los textos literarios de la Antigüedad pero también las fuentes materiales o los documentos epigráficos, numismáticos o papirológicos, si los hay- sino que hemos también de hacer una aproximación lo más global posible a la producción historiográfica sobre un determinado tema, a las denominadas fuentes secundarias siendo, también aquí, absolutamente exhaustivos. De hecho, además, si es conveniente leer las primeras siempre de forma original, como si las estuviéramos escrutando por primera vez, de nuevo, para cada problema, también conviene no acostumbrarse a revisar las secundarias al hilo, además, de los nuevos enfoques y del mejor conocimiento que, también, año a año, vamos teniendo sobre la historiografía generada en torno a un tema por mucho que algunas de sus aportaciones hoy nos puedan parecer superadas. 

[2] Tradición e innovación. Suele repetirse la frase atribuida a Bernardo de Chartres de que, en este mundo, somos como enanos a hombros de gigantes. Nada es más real en la investigación histórica en general y en la investigación en Historia Antigua en particular. Como se ha dicho antes, cualquier aproximación previa a un tema de estudio -aunque sólo converja tangencialmente con el nuestro- y el contexto en que aquélla se ha producido debe ser contemplado en nuestros trabajos y debe ser objeto de nuestra reflexión como historiadores. Se hace, pues, necesario, en cualquier proyecto investigador, venerar -y la palabra está intencionalmente escogida- la traditio investigadora previa que es la que, al final, ha legado un asunto determinado al presente y, en muchas ocasiones, lo ha prefigurado en el modo en que hoy lo conocemos y lo entendemos sea ése modo acertado o errado, siga siendo vigente o esté ya superado. Normalmente, la validez de un proyecto investigador se reconoce, en gran medida, a partir de la consulta de su bibliografía. Si ésta es actual pero desoye los trabajos de referencia, los grandes milestones, los inexcusables hitos de la investigación es evidente que se está llevando a cabo con paso cambiado y, por tanto, eso, tarde o temprano, chocará con la mainstream dominante en una determinada cuestión, mainstream que nace del nuevo replanteamiento de cuestiones que, en muchas ocasiones, fueron abordadas -con aciertos o errores pero abordadas- en el pasado y que generaron un conocimiento sobre el que siempre es bueno volver con luces nuevas (estas viejas reflexiones del Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Barcelona José Remesal, publicadas en 1988, siguen estando, en este sentido, de total actualidad).

[3] Empirismo y justificación. Cualquier proyecto investigador en Historia Antigua debe nacer de un indicio y éste, sea intuitivo o deductivo, debe descansar en las evidencias y, en muchas ocasiones, de ahí lo indicado en el primer punto, esas evidencias proceden del ámbito material cuyo incremento es siempre, más intenso, que el que de las fuentes estrictamente literarias. Pero, por específica que sea nuestra intuición o nuestra deducción, en Ciencias de la Antigüedad rara vez existen los unica. Nuestras disciplinas son absolutamente comparativas e incluso cuando estamos trabajando en un determinado ámbito geográfico o cronológico que nos parece suficientemente acotado la interdependencia de los procesos en el mundo antiguo no debe pasarse por alto. Hacer que esas evidencias dialoguen con las fuentes entendiendo, además, la naturaleza tanto de las primeras como de las segundas es una de las tareas más apasionantes de la investigación. El historiador de la Antigüedad de hoy en día no debe dejar de ejercer su espíritu crítico para, no sólo auparse sobre la traditio investigadora previa sabiendo hasta donde, ésta, puede ser llevada, sino, también, para -como ha sido tradicional en la investigación sobre Antigüedad- saber qué credibilidad puede dar a según qué tipo de autores -antiguos y modernos- y, también, qué validez debe conceder a según qué tipo de indicios, normalmente, procedentes de esos mismos autores, de otro tipo de fuentes, bien sean materiales bien textuales o, en algunos casos, de nuevos documentos recuperados en la investigación de campo o de archivo. 

[4] Cooperación e interrelación. Suele decirse que un epigrafista, quien trabaja con las fuentes epigráficas, es, esencialmente, un historiador pero debe ser, además, un poco filólogo y un poco arqueólogo. Realmente, esa afirmación se podría extender a cualquier profesional de la Historia Antigua que, efectivamente, debe, sobre todo, manejarse bien con los textos antiguos -y con las reflexiones historiográficas que éstos han suscitado- pero, además, en aras de ese necesario enfoque holístico que más arriba consignábamos, debe ser capaz de dar entrada en su discurso a los datos procedentes de disciplinas con las que, tradicionalmente, por afinidad, ha colaborado el historiador de la Antigüedad (la Epigrafía, la Arqueología o la Numismática) pero, también, cada vez más, con otras disciplinas humanísticas y sociales que deben validar los nuevos enfoques de la investigación: la Geografía, la Sociología, el Derecho, la Filosofía... Sólo de un adecuado diálogo, también transversal, como transversal vimos que debía ser el recurso a las fuentes, pueden nacer, sobre determinadas cuestiones, conclusiones de carácter original (en esencia, esto ya lo señaló Géza Alföldy en otro trabajo disciplinar antiguo pero todavía de referencia, disponible en red). 

[5] Servicio. De un proyecto investigador siempre debe intentarse que surjan dos cosas: otra idea con la que poder seguir haciendo avanzar la investigación si acaso el proyecto tiene un carácter conclusivo y, también, una aportación al debate disciplinar e historiográfico que trate, en cierto modo, de enriquecerlo. Esa segunda aportación no necesariamente habrá de pertenecer al ámbito teórico. También la hermenéutica, la ordenación y registro metódico de las fuentes configurando repertorios o corpora temáticos supone, muchas veces, una excelente aportación a la investigación, aportación que, además, resulta útil para el cumplimiento del primero de los puntos que en este post se indicaban y más dado el carácter comparativo de nuestros studia Antiquitatis (véase al respecto un post de hace un año en este mismo blog). 

Está claro, por tanto, que, recogiendo una conocida cita de Tácito (Ann. 4, 61), meditatio et labor in posterum ualescit, todo trabajo -en el sentido etimológico del término, todo "esfuerzo"- y toda reflexión sobre fuentes antiguas que se desarrollen sin perder de vista estos prismas metodológicos, servirá a la posteridad y ayudará, por tanto, a que nuestro conocimiento del pasado, siempre acumulativo, se incremente paso a paso. Queda ahora que, si es el deseo del lector de Oppida Imperii Romani, la visualización del vídeo de la conferencia que inspiró este post despierte también en él el esa curiositas que es consustancial al avance de la ciencia. 



LOQVVNTVR SAXA



[Pedestal descubierto en las excavaciones en el casco urbano de Cártama, Málaga, a finales de 2020, Foto: © Diario Sur]

Como reza, en expresión de Géza Alföldy, el encabezamiento de Oppida Imperii Romani, el hallazgo de nuevas inscripciones romanas, en tanto que auténticos documentos históricos, hace latir más deprisa el corazón de quienes nos dedicamos a la Antigüedad. Bien lo sabemos, de hecho, quienes hemos tenido la fortuna -seguramente inmerecida, fruto del azar, aunque también de nuestra pasión y trabajo- de formar parte del equipo que, en Los Bañales de Uncastillo, ha vivido, en 2011, 2012 y 2015, extraordinarios descubrimientos epigráficos que han marcado, de hecho, la historia reciente de la investigación en el lugar. Quienes nos dedicamos a la investigación en Antigüedad, además, solemos conceder a los documentos epigráficos una validez especial una vez que, efectivamente, son fuentes extraordinariamente objetivas que nos aportan, además, luces sobre cuestiones que, en muchas ocasiones, no llamaron la atención de los textos literarios antiguos. Decimos, de hecho, casi con ecos evangélicos, que cuando aquéllos callan, son las piedras las que hablan (véase, por ejemplo, ANDREU, J., "¿Para qué sirve estudiar la Epigrafía Latina", en ALVAR, J. (coord.), Siste uiator! La Epigrafía en la Antigua Roma, Alcalá de Henares, 2019, pp. 27-34, pero también cualquiera de las otras aportaciones de ese volumen) y en alguna ocasión nuestros colegas portugueses, siempre menos prosaicos y más poéticos que nosotros, han empleado ese matiz "parlante" de las "piedras" como imagen para títulos de importantes obras ya de referencia (CARDIM, J. (coord.), Religiões da Lusitânia. Loquuntur saxa, Lisboa, 2002 o ENCARNAÇÃO, J., d'., Epigrafia. As pedras que falam, Coimbra, 2010). 

El tristemente recordado año de 2020, como anotábamos en el primer post de este ya entrado 2021, parece que guardó para sus últimos días impactantes noticias sobre hallazgos epigráficos. Aunque, entre el 26 de diciembre y final de año el protagonismo mediático -y en la web social- se lo llevó el hallazgo del nuevo thermopolium de la regio V de Pompeya -sí, como vimos, también con regalo epigráfico en forma de grafito, de titulus scariphatus en el mostrador del citado establecimiento de comida rápida romano- quienes estamos más o menos familiarizados con la epigrafía hispana asistimos con extraordinaria alegría a la noticia, cierto que poco difundida (lo que unido a la fecha de publicación de la misma nos ha obligado a cerciorarnos de que no estábamos asistiendo a una inocentada propia del día de los Santos Inocentes), del hallazgo en Cártama, en Málaga, solar del antiguo municipio flavio de Cartima, de un hermoso e imponente pedestal romano alusivo al ciudadano romano Caius Fabius Fabianus y a una -como él- "vieja conocida" de la epigrafía romana de la Bética, la mujer Iunia Rustica. La noticia, hasta donde hemos podido constatar, apenas apareció en la versión digital del Diario Sur, aunque se hizo relativamente viral en grupos sobre Antigüedad Clásica en las redes sociales gracias al post de esa misma fecha publicado en la página de Facebook del citado diario, noticia que, además, se une a la, más reciente, del redescubrimiento de otras antigüedades en el municipio -entre ellas un hermoso mosaico de los Trabajos de Hércules- que eran conocidas por la traditio histórica del siglo XIX, fundamentalmente gracias a Manuel Rodríguez Berlanga -el que, a la sazón, fuera el editor princeps de la lex Malacitana (CIL, II, 1963) y uno de los colaboradores del volumen II del Corpus Inscriptionum Latinarum el gran proyecto decimonónico, aun vivo, de recopilación de inscripciones romanas- pero que se habían dado por perdidas (sobre antiguas excavaciones y antiguos hallazgos en esta ciudad romana, desde comienzos del siglo XIX, debe verse RODRÍGUEZ OLIVA, P., y BAENA, L., "Excavaciones arqueológicas en Cártama durante los años 1833 y 1834", Baetica: Estudios de Arte, Geografía e Historia, 34, 2012, pp. 165-220).

El titulus, de muy cuidada ordinatio, no presente problema alguno para su lectio y sigue la gramática habitual de las inscripciones honoríficas, de las que hemos hablado, no hace mucho, en algunos de los ejemplos que recogemos en la lista "Epigrafía Romana" de nuestro canal de vídeos en YouTube. La dedicante es Iunia D(ecimi) f(ilia) Rustica (línea 4), el homenajeado es C(aius) Fabius C(aii) f(ilius) Fabianus, en dativo (líneas 1 y 2), y aquélla hace constar, además, su condición de uxor de éste (línea 5). Del esposo se expresa, además, su vinculación a la Quirina tribus (sobre ésta véase recientemente FERNÁNDEZ CORRAL, M., "La mención a la tribus Quirina en la Hispania Citerior: ciudadanía, autorrepresentación y cultura epigráfica", en ORTIZ DE URBINA, E. (coord.), Ciudadanías, ciudades y comunidades cívicas en Hispania (de los Flavios a los Severos), Sevilla, 2020, pp. 74-99), la tribu jurídica propia de los municipios flavios como lo fue Cartima, y se indica, también, su origo de Singilia Barba (línea 3) es decir, su patria municipal (sobre la origo puede verse nuestro trabajo en Gerión, 26-1, 2008, pp. 349-378) en esa ciudad tradicionalmente reducida al Cerro del Castillón de Antequera, también en Málaga, apenas a 70 kilómetros de Cártama. Cierra el texto, en la línea 6, la ambigua fórmula · D que puede interpretarse bien como d(ono) d(edit) -"la ofreció como obsequio"- o, más verosímilmente, por el alcance del monumento y por su sesgo público, d(ecreto) d(ecurionum), "con autorización de los decuriones", del consejo local rector de la administración municipal que habría tutelado el lugar concreto en que dicha estatua obraría en la ciudad (sobre la ambigüedad de esa fórmula, consustancial a muchas de las abreviaturas formulares de los textos epigráficos, es célebre el trabajo de ENCARNAÇÃO, J. d'., "Decreto decurionum: algumas notas sobre o mecanismo decisòrio municipal na Hispânia Romana", en Ciudad y comunidad cívica en Hispania, siglos II y III d. C., Madrid, 1993, pp. 59-64).

En Epigrafía Romana, existe un procedimiento metodológico, el prosopográfico, que trata de reconstruir la biografía de personajes de la Antigüedad Romana a partir del escrutinio de la información que, sobre ellos, se refleja en las inscripciones. Aunque, desde Ronald Syme, la prosopografía se ha empleado sobre todo para las biografías de miembros de las clases dirigentes de Roma, especialmente caballeros y senadores (sobre esta técnica debe verse, con bibliografía, la ya clásica síntesis de CABALLOS, A., "La técnica prosopográfica en Historia Antigua ante la pérdida de Sir Ronald Syme", Veleia, 7, 1990, pp. 189-207) existe también la posibilidad, si el corpus de inscripciones disponibles lo facilita, de aplicar dicho método al estudio de miembros de la elite local municipal. Y ése es, precisamente, el caso que nos ofrecen C. Fabius Fabianus y su esposa Iunia Rustica. Escrutando las inscripciones del entorno, del primero sabemos que era amicus del citado optimus et praestantissimus ciuis -"excelente y destacadísimo ciudadano"- M. Fuluius Senecio, ciudadano de Aratispi -otra ciudad romana de la actual provincia de Málaga, en Cauche el Viejo- y que como tal, en compañía de otros notables de la zona, le dedicó una estatua (CIL, II2/5, 733). Además, nos consta que en su patria, Singilia Barba -ahora confirmada por el nuevo documento descubierto en Cártama- pagó una estatua dedicada a la Libertas Augusta (signum cum basi, dice la inscripción: "la estatua con su pedestal", podríamos traducir) y lo hizo, además, "con su dinero" (pecunia sua) (CIL, II2/5, 771) razón que, acaso, le valió recibir un homenaje en la propia ciudad aunque se ignora la instancia dedicatoria pues la pieza, lamentablemente, está fragmentada (CIL, II2/5, 804). Existe otro C. Fabius Fabianus homenajeado por su padre, del mismo nombre, en Setenil de las Bodegas, no lejos de la antigua Acinipo, también en la provincia de Málaga (CIL, II, 1356). Por un pedestal conservado en el Museo Arqueológico Provincial de Málaga (CIL, II, 1956) sabemos que, como ahora se confirma, estaba casado con Iunia Rustica que le cita en dicho pedestal como uir suus, como "su esposo". Pese a que de Iunia Rustica sólo contábamos, hasta ahora -momento en que se añade la que encabeza este post-, con una única inscripción -precisamente el aludido pedestal del Arqueológico de Málaga- ésta constituye una de las más destacadas manifestaciones de munificencia cívica en la Hispania Romana y, desde luego, hasta donde recordamos, la más generosa -o una de las más generosas- de cuántas protagonizaron las mujeres. Como tuvimos oportunidad de explicar hace un par de años en una conferencia en la Semana Romana de Cascante (ver diapositiva 42 de esta presentación, también disponible en vídeo, íntegra) Iunia Rustica ejemplifica muchos aspectos de la dimensión pública de la mujer en el mundo romano. En primer lugar, por la inscripción, sabemos que fue la primera sacerdotisa -presumiblemente responsable de la promoción y dinamización del culto imperial local- del municipio Cartimitano -sacerdos perpetua et prima in municipio Cartimititano, dice el documento- que, como anotábamos, fue esposa de C. Fabius Fabianus y que tuvieron, al menos, un hijo del mismo nombre. Quizás, al marcar su filiación con la fórmula D(ecimi) f(ilia) -que también se repite, ahora, en el nuevo documento Cartimitano- puede ser que su padre fuera D(ecimus) Iunius Melinus que, en otra inscripción del repertorio local (CIL, II, 1955) aparece como el primer eques, el primer "caballero" del municipio estando, además, vinculado a la Galeria tribus, propia de ciudadanos Romanos que alcanzaron dicho privilegio antes de las reformas flavias. Pero es que, además, la gran generosidad que manifestó para con dicha comunidad alcanzó límites extraordinarios que la convierten, de hecho, en paradigma de las perfectissimae feminae de la elite local hispanorromana, como las ha denominado recientemente, con acierto, el inexcusable trabajo de NAVARRO, M., Perfectissima femina. Femmes de l'élite dans la Hispanie romaine, Burdeos, 2017 que, de hecho, en pp. 409-410, se entretiene en esta figura (sobre ella y sus donaciones debe verse MOLINA, Mª P., "Una sacerdotisa del municipium Flauium Cartimitanum: Iunia Rustica", en Historia(s) de mujeres en homenaje a Mª Teresa López Beltrán, Málaga, 2013, pp. 48-61, aunque su figura es recurrente en los siempre excelentes trabajos de Enrique Melchor Gil, del Departamento de Ciencias de la Antigüedad de la Universidad de Córdoba, sobre la generosidad pública de los notables locales de la Bética, la mayoría, además, en acceso abierto en su perfil en Academia.edu, al menos véase este trabajo publicado en NAVARRO, F. J. (ed.), Pluralidad e integración en el mundo romano, Pamplona, 2010, pp. 221-245 donde se habla expresamente de Iunia Rustica y de las formas de integración de la mujer en la escena pública local hispanorromana). Así, a juzgar por esa inscripción, conocida ya de antiguo, sabemos que Iunia Rustica restauró los pórticos de su ciudad -acaso del foro donde también colocó un signum aureum Martis, una "estatua de Marte en oro"-, pórticos que estaban deteriorados por su antigüedad (porticus uetustate corruptas refecit), además, liberó a la ciudad del pago de varios uectigalia -deudas derivadas de diversos arrendamientos de servicios públicos-, otorgó a la comunidad un terreno para la construcción de unos baños públicos (solum balinei) que, además, una vez construidos, adornó con una porticus, una piscina y una estatua de Cupido (cum signo Cupidinis), donaciones todas que, además, y seguramente para otorgarles visibilidad en la inauguración, acompañó de un banquete (epulo dato) y de la celebración (editio) de unos spectacula locales, de unos "espectáculos" lo que pudo suponer un notable desembolso económico para su, seguro, consolidada riqueza (para una traducción de la inscripción puede verse p. 52 del artículo de Mª P. Molina arriba citado; para conocer el foro de Cartima puede verse el trabajo de BERLANGA, Mª J., y MELERO, F., "Nuevos datos para el estudio del espacio forense de la ciudad de Cartima", Romula, 14, 2015, pp. 127-160).  

Los dos personajes citados en la inscripción ahora descubierta en Cártama, además, ilustran con notable claridad algunos de los rasgos típicos de la vida municipal hispanorromana. Como puede verse, y como destacaba, de hecho, el artículo de Diario Sur que enlazábamos más arriba, resultó frecuente la interconexión municipal a través de los lazos clientelares, y familiares -en este caso, conyugales- entre miembros de la elite local. Así no sólo Iunia Rustica, de Cartima, casó con un varón de Singilia Barba, C. Fabius Fabianus, sino que, además, éste tenía, a su vez, lazos de amistad con miembros de la elite de otra ciudad del conuentus Gaditanus, Aratispi. Además, la prosopografía de ambos personajes demuestra el peso de la gens, de la familia, en la elaboración de este tipo de biografías políticas a escala local una vez que sabemos que Iunia Rustica era, probablemente, hija del primer caballero de Cartima que habría ascendido a dicho rango en época julio-claudia y que casó con un ciuis Romanus, bien conectado, de nuevo cuño, como sería C. Fabius Fabianus que habría accedido a dicho rango en virtud de la municipalización obrada por las reformas flavias (sobre éstas véase, en este mismo blog nuestro clásico trabajo sobre la cuestión mejorable, ya, en muchos aspectos: pueden verse, al respecto, las actualizaciones realizadas por David Espinosa Espinosa o las que, pronto, se publicarán por parte de Enrique Paredes Martín). 

Sin embargo, aquí no acaba todo, además de las virtudes prosopográficas de este nuevo documento Cartimitano, a tenor de lo que sabemos de la Epigrafía de esta antigua ciudad romana (recogida sucintamente, pero con toda la bibliografía de referencia, en este trabajo académico de PÉREZ MONTIEL, I., Estudio de una ciudad romana a través de la Epigrafía: el municipium flavio Cartimitano (Cártama, Málaga), Sevilla, 2018 y que también puede seguirse a través de Hispania Epigraphica Online) la inscripción ahora descubierta se empeña en subrayar la importancia y la validez de los documentos epigráficos y su absoluta veracidad una vez que este pedestal da razón de ser a parte de la inscripción munificente de Iunia Rustica de la que hablábamos anteriormente. En esa inscripción, Iunia Rustica culminaba su cascada de actos en beneficio de la ciudad pagando con su dinero las estatuas a ella y a su hijo C. Fabius Fabianus, estatuas que habría decretado el senado local y, aun más, completó ese ciclo estatuario con una statua C(aio) Fabio Fabiano uiro suo, es decir, "con una estatua a Cayo Fabio Fabiano, su marido", estatua de la que, justamente, ahora se ha localizado el pedestal redondeando así nuestra imagen de una de las mujeres más ilustres de la vida municipal de la Bética romana y demostrando el papel que la mujer tenía como garante de la fama y el prestigio de una familia de notables. 

El hallazgo de este pedestal podría decirse que demuestra, a escala local, la veracidad de los documentos epigráficos y su extraordinaria utilidad como fuente histórica. Como documento histórico, e incluso artístico dada su indiscutible belleza, este titulus se convierte ya en una razón más para, en cuanto nos sea posible, visitar las ruinas de esta espléndida ciudad romana que, como nos recuerda la web de recursos Legión Novena Hispana, cuenta con no pocos atractivos visitables a los que se añade, ahora, este pedestal que, parece, va a formar parte del proyectado Museo arqueológico local cuya construcción está en marcha desde 2018. Ojalá pronto podamos dedicar a Cartima una entrada en Oppida Imperii Romani complemento de ésta en la que simplemente pretendíamos recordar que, efectivamente, en muchas ocasiones, las piedras 'hablan' y, además, dicen 'la verdad'.