PRISCA INSTITVTA



[Hermoso entalle procedente de la Bursao romana, sobre él véase Cuadernos de Estudios Borjanos, 4, 1979, pp. 89-95]

Hace apenas tres años, en el marco de las II Jornadas Azuarinas de Patrimonio quien sustenta este blog, fue invitado por el Ayuntamiento de Azuara a explicar las que habían sido las claves de eso que, algunos, llaman el "éxito" del proyecto de Los Bañales de Uncastillo. Allí tuve la suerte de coincidir, como ponente también invitado, con Francisco Javier Gutiérrez González, "Guti", como todos le conocemos, un arqueólogo aragonés de larga experiencia y con quien tuvimos la fortuna de colaborar en 2015, en una inolvidable campaña en Los Bañales. Una de esas personas con las que se sintoniza apenas con la mirada, a primera vista y con la que, siempre, se aprende. En aquellas Jornadas de Patrimonio en Azuara la localidad estaba comenzando a trabajar en la recuperación de una de las joyas arqueológicas del Aragón romano, la villa romana de "La Malena", descubierta en los años ochenta del pasado siglo y que, tras estar anclada en el olvido durante décadas, tras su excavación sistemática por José Ignacio Royo Guillén, ha logrado volverse a convertir en un atractivo arqueológico del valle del Ebro, como, de hecho, el enclave merecía y venía demandando durante décadas. 

En aquéllas jornadas, tanto en la charla que nosotros impartimos como en la que impartió "Guti" quedó claro que el éxito de un proyecto arqueológico descansa siempre sobre tres pilares fundamentales: el liderazgo -y liderazgo es sinónimo de compromiso, pasión y generosidad- de quien lo conduce, el soporte económico y el compromiso de la institución que lo sustenta y lo promueve y, por último, el eco y respaldo social con que éste cuenta. Son tres piezas clave -estériles e inservibles si no caminan juntas- de las que, de hecho, ya hemos hablado en varias ocasiones en la etiqueta Disputationes de este blog y, recientemente, al menos, en un post sobre la Arqueología y la pandemia del Covid-19 y en otro sobre el proyecto de Santa Criz de Eslava.

Si "La Malena" de Azuera fue uno de esos prisca instituta -como llamaba Valerio Máximo a las viejas instituciones de la Roma antigua (Val. Max. 2, 1)-, un "clásico", diríamos hoy, de la Arqueología aragonesa de los años ochenta, otro enclave mítico en la Arqueología que se hacía en Aragón en los albores del estado autonómico fue Borja, ciudad de la Comarca del mismo nombre, solar de la Bursao celtibérica -que acuñó moneda con rótulo burzau- y de la Bursau romana, una ciuitas stipendiaria en los listados de Plinio (Nat. 3, 24) que, verosímilmente, se convertiría en municipio de Derecho Latino en época flavia (véase ANDREU, J., "Incidencia de la municipalización flavia en el conuentus Caesaraugustanus", Salduie, 3, 2003, pp. 163-185, esp. p. 174; para las fuentes sobre el lugar puede verse ANDREU, J., "Las Comarcas de Borja y el Moncayo en época celtibérica", Cuadernos de Estudios Borjanos, 41-42, 1999, pp. 111-238, esp. pp. 143-148). El liderazgo, en aquellos años, del joven Isidro Aguilera Aragón, hoy director del Museo de Zaragoza y el soporte social e institucional de la comunidad y, sobre todo, del Centro de Estudios Borjanos de la Institución Fernando el Católico auspiciaron una intensísima investigación arqueológica en la zona de la que se hizo frecuentemente eco la prensa de la época y que generó, además, no pocas publicaciones, tanto sobre el horizonte celtibérico de la ciudad como sobre el romano. Ya hablamos sobre Bursau en un antiguo post de este blog, al que remitimos para, bibliografía -especialmente en Cuadernos de Estudios Borjanos, 3, 1979, pp. 35-86; 7-8, 1981, 25-74 y 75-108, trabajos disponibles en abierto en el perfil de Isidro Aguilera en Academia.edu-, para más información y para todo tipo de recomendaciones (véase, también, con abundantes recursos y excelentes fotografías, la síntesis que ha preparado M. Gracia, del Centro de Estudios Borjanos, en estos últimos días y la ficha sobre Bursau-Borja en el Buscador de Patrimonio Cultural de Aragón, del Gobierno de Aragón

En estos días, el Ayuntamiento de Borja ha anunciado su intención de comprometerse con la recuperación, precisamente, de uno de los espacios arqueológicos de la Bursau romana, acaso el más prometedor de cuantos se han atestiguado hasta la fecha: el de la Torre del Pedernal (sobre él puede verse una síntesis en el excelente blog del Centro de Estudios Borjanos y, también, en la publicación original de la excavación de los años ochenta: AGUILERA, I., "Las excavaciones en la Torre del Pedernal", Boletín Informativo del Centro de Estudios Borjanos, 41, 1986, s. pp) ubicado justo al pie del espacio que debió ocupar el oppidum celtibérico. En dicho lugar se excavaron en 1986 y 1987 lo que se interpretó, en su día, como los restos de la parte trasera de una vivienda romana con varias estancias dispuestas en torno a un espacio de posible viridarium y notables elementos suntuarios incluyendo pinturas murales y mosaicos así como molduras de mármol, si bien recientemente se ha dejado abierta la posibilidad de que se tratase, mejor, de una suerte de mutatio o de establecimiento de servicio a la vía lo que, de confirmarse, nos parece aun daría más valor al lugar (ESPINOSA, N., Circulación e información en las vías romanas del Nordeste hispánico: estudio de las estaciones viarias a lo largo de la vía Augusta, Zaragoza, 2013, p. 265, n. 4, a partir de URIBE, P., La arquitectura doméstica urbana romana en el valle medio del Ebro (II a. C.-III d. C.), Burdeos, 2015, pp. 134-135 y 241-244, con planimetría actualizada). El conjunto debió construirse a finales del siglo I d. C. estando en uso hasta el siglo III d. C.

Hace apenas unas semanas tuvimos la oportunidad de visitar ese espacio coincidiendo con quien, como primer paso del citado proyecto de recuperación, ha dirigido en estos días los trabajos de limpieza acometidos, Francisco Javier Gutiérrez, y con quien dirigió la intervención en en lugar en los años ochenta, José Ignacio Royo, ya arriba citados (el lector encontrará fotografías de la marcha de los trabajos en el perfil de "Guti" en la red social Facebook). Pero, especialmente, resultó grato charlar sobre el lugar, y sobre el proyecto del Ayuntamiento para el mismo, con el alcalde del municipio, Eduardo Arilla. En una breve pero interesante conversación surgieron varios elementos que ilustran muy bien las que deben ser las claves de éxito de cualquier proyecto arqueológico en el ámbito rural. 

En primer lugar, el alcalde tenía claro que Borja, que cuenta con un patrimonio artístico sensacional, debía decidirse por poner en valor los restos de su ilustre pasado celtibérico y romano. Ya se hizo un intento hace algunos años, en el marco del Proyecto Arqueológico Bursau-Borja, con apoyo municipal y coordinado por Begoña Serrano Arnáez, Óscar Bonilla Santander y Ángel Santos Horneros, proyecto que tuvo un notable eco social pero, ahora, se quería potenciar este espacio romano, seguramente más monumental y más atractivo para el visitante que el de la Bursau celtibérica, encaramada en el cerro de La Corona que aun hoy marca la silueta característica de Borja. En segundo lugar, Eduardo Arilla se había dedicado, en estos últimos meses, a visitar proyectos arqueológicos que habían buscado convertir el patrimonio arqueológico en motor de desarrollo rural, no sólo a través de los restos monumentales que éstos aportaban al patrimonio local sino, especialmente, a través de la atracción de visitantes estimulados por conocer esos restos y, también, a través de la dinamización que, en el propio medio rural, tiene la puesta en marcha de un proyecto arqueológico en el que, como me comentaba, se valora que, en el futuro, puedan participar estudiantes. El alcalde nos hablaba de los albergues de la localidad y del impulso que unas excavaciones continuadas darían a la economía local como no hace mucho, y durante varias campañas, se hizo en la excavación del poblado metalúrgico de El Calvario, en el vecino pueblo de Tabuenca, también en la Comarca del Campo de Borja y también bajo la dirección de Begoña Serrano Arnáez, Óscar Bonilla Santander y Ángel Santos Horneros. Además, Eduardo Arilla conocía de primera mano intervenciones patrimoniales de protección de restos arqueológicos positivamente celebradas en Aragón como la cubrición de las termas de Labitolosa, en La Puebla de Castro, en Huesca, o la de, precisamente, la villa romana de La Malena, en Azuara, en la provincia de Zaragoza. Por último, hablaba de cómo podría constituirse una ruta visitable en torno a la Borja arqueológica generando un flujo de visitantes entre el enclave de la Torre del Pedernal y el recomendabilísimo Museo Arqueológico de Borja, acaso una de las colecciones arqueológicas municipales más cautivadoras del Aragón Romano (sobre él y sobre otros museos de la localidad, puede verse este recentísimo reportaje de Heraldo de Aragón). 

Una visión tan clara, sobre un yacimiento arqueológico y sobre el valor de un proyecto arqueológico como medio de dinamización del ámbito rural y de desarrollo del territorio (pueden verse algunas ideas en esta conferencia nuestra, de 2017, que recogía parte del espíritu de lo presentado en Azuara, sólo que aplicado al patrimonio arqueológico de Navarra y, también, en este vieja "clase" sobre gestión del patrimonio arqueológico, filmada en Los Bañales, en 2013), sólo es posible como resultado de años de constante sensibilización social en materia de patrimonio arqueológico en la zona -acaso, con la vecina Comarca de Tarazona y el Moncayo, en ésta gracias al empuje del Centro de Estudios Turiasonenses, una de las más dinámicas, desde los años ochenta, en tareas de difusión y promoción del patrimonio cultural-, del esfuerzo, con éxitos pero también con dificultades, que en Aragón han venido desarrollando diversos proyectos arqueológicos marcados con la, hoy admirada, etiqueta de la "Arqueología Pública" -esa "Arqueología para todos los públicos", como la ha llamado con acierto Jaime Almansa Sánchez- y que han contribuido a poner de moda la Arqueología y a posicionarla como una potencial herramienta para el desarrollo territorial; y, por supuesto, gracias, en este caso, a haber dado con el liderazgo científico y técnico y con la demanda social -a las que nos referíamos más arriba- que cualquier proyecto arqueológico necesita para arrancar, consolidarse, y generar valor.

Tocará estar muy atentos, en los próximos meses, a lo que se mueva en la Arqueología de la Bursau romana, sin duda, ello será un buen pretexto para redescubrir no sólo la propia Bursau sino, también, las vecinas ciudades de Cascantum -con la que Bursau compartió avatares históricos en la guerra sertoriana-, o de Turiasu.




RERVM GESTARVM MEMORIA



Nota preliminar: una versión abreviada y aligerada de este post, puede verse aquí, en el microsite BeBrave de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra.

"El espléndido edificio (de las creaciones de Roma) sucumbió con el tiempo, como todas las creaciones humanas, por la ley de la decadencia, pero es único en la Historia, y su recuerdo y sus ejemplos no morirán ni pueden morir"
(Cyril Bailey, El legado de Roma, Madrid, 1956, pág. 2) 

Según informó hace unas pocas semanas TVE, el libro más vendido en España en los dos largos meses de confinamiento por la pandemia del Covid-19 ha sido El infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo, de Irene Vallejo (Siruela, 2019) que ha merecido, de hecho, el Premio Ojo Crítico de Narrativa (2019). Actualmente, el segundo libro en las listas de ventas editoriales en España es Y Julia retó a los dioses, de Santiago Posteguillo (Planeta, 2020) la segunda entrega de la serie que, sobre Julia Domna, nos ha regalado el reciente Premio Planeta (2018). Todavía sigue vendiéndose muy bien -y se ha hecho un hueco en millones de hogares de todo el mundo, siendo uno de los diez títulos más vendidos en categoría de no ficción de los últimos cinco años- el delicioso ensayo de la mediática Mary Beard SPQR: una Historia de la Antigua Roma (Crítica, 2016) al tiempo que siguen funcionando muy bien en el mercado títulos como Un año en la antigua Roma: la vida cotidiana de los Romanos a través de su calendario, de Néstor Marqués (Espasa, 2018), Latin lovers, de Emilio del Río (Espasa, 2019) o Un día en Pompeya, de Fernando Lillo (Espasa, 2020) -que reseñamos en este blog no hace mucho- todos con el mundo romano -y su perenne actualidad- como tema central. Si pensamos en novela histórica de cualquier época las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar (Círculo de Lectores, 1985) o el Yo, Claudio de Robert Graves (Plaza y Janés, 1979) son ya auténticos clásicos reconocidos como fuente de inspiración para los grandes del género -y aun para algunos narradores y guionistas cinematográficos- de igual modo que muchos jóvenes se han acercado por primera vez a la historia romana a partir de la Historia de Roma de Indro Montanelli (Plaza y Janés, 1993). El género cinematográfico del peplum -como se ha bautizado a las películas "de Romanos"- sigue siendo garantía de éxito y seguimos emocionándonos con las ensoñaciones de William Wyler al dar vida a un oligarca judío -el príncipe Ben-Hur- y a un envidioso tribuno -el terrible Mesala- en Ben-Hur (1959) -sobre cuyo valor pedagógico ya nos entretuvimos aquí no hace mucho- o con las aventuras del hispano Máximo Meridio que, en la mente de Ridley Scott, desafió, en Gladiator (2000), al emperador Cómodo, acaso, el último emperador de la "edad dorada" de Roma, como la bautizó Casio Dión (Cass. Dio, 72, 36, 4), películas Ben-Hur y Gladiator que, por cierto, son dos de las superproducciones más premiadas de la historia del cine. 

¿Qué tiene el mundo antiguo, y en particular, el romano, para ejercer esa particular y perenne fascinación? ¿Es verdad que Roma nunca ha muerto ni podrá morir? Al margen de la fuerza de algunos de sus personajes históricos -en los que, en muchas ocasiones, podemos vernos reflejados y encontrar modelos, y antimodelos, de comportamiento y respuestas a muchos problemas que hoy nos parecerían nuevos- Roma es atractiva por su actualidad, por su vigencia, que es, por tanto, clave en su singular eternidad. Hace sólo unos meses -puedes verlo en este breve vídeo- lo recordaba Santiago Posteguillo en la antesala de la masterclass que dictó en la Universidad de Navarra a los alumnos del Grado en Literatura y Escritura Creativa y del Diploma en Arqueología que ofrecen la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra."Somos Roma", decía y, por ello, "Roma es relevante para ver de dónde venimos". Y lo hacía tras una presentación en que, quien escribe estas líneas reivindicó algunos de los méritos de Roma a partir de distintos pasajes del volumen El legado de Roma del filólogo oxoniense, después profesor en Berkeley, Cyril Bayley. Nos queda mucho de Roma, sin duda -y ya recopilamos parte de este legado hace algunos años en un visitado post de Oppida Imperii Romani- y a Santiago Posteguillo, desde luego, no le faltaba razón alineándose con la vieja afirmación de Montanelli que recordaba en el prólogo a su edición italiana de 1957 de la Historia de Roma que "lo que hace grande a la Historia de Roma no es que haya sido hecha por hombres diferentes a nosotros sino que haya sido hecha por hombres como nosotros". Miramos a Roma y nos vemos a nosotros mismos, leemos a los historiadores romanos y sentimos que los juicios que ellos hacían sobre cómo Roma gobernaba el mundo y sobre cómo ese gobierno era percibido por los demás pueblos del Mediterráneo -tan diversos- valdrían, también, para juzgar las luces y sombras de nuestro propio tiempo sacudido ahora por problemas que, lo sabemos por Marco Aurelio, no tienen nada ni de nuevo ni de sorprendente

Ya para los grandes historiadores grecorromanos que, en tiempos de la República, como Polibio, o en tiempos del Principado, como Tito Livio, acometieron la hercúlea empresa de enfrentarse a la Historia de Roma percibieron la fuerza que esta civilización tenía como objeto histórico. Polibio, por ejemplo, decía que la Historia de Roma, ya en el siglo II a. C., estaba dotada de "un principio conocido, una duración delimitada y un resultado notorio" (Polyb. 3, 1, 5) y, eso, la hacía atractiva, tangible y sugerente para el investigador. Y es cierto. Manejando conceptos historiográficos muy modernos, este historiador griego de Megalópolis pero reconvertido a ensalzar la grandeza de Roma, el gran defensor de las bondades del imperialismo romano, sentenciaba que la civilización romana fue la primera en hacer de la Historia algo "orgánico" (Polyb, 1, 3, 4) pues, bajo su mandato "los hechos de Italia y África se entrelazan con los de Asia y con los de Grecia y todos comienzan a referirse a un único fin", el de la difusión global -con un alcance sin precedentes hasta entonces- de un modo de vida "en la vida privada y en la administración pública", como el propio Polibio decía (Polyb. 3, 4, 6), y del que, en gran medida, somos herederos, un modo de vida que fue "envidiable para los contemporáneos e insuperable para los hombres del futuro" (Polyb. 1, 2, 7), razón ésta, también, de su innegable atractivo que, a todos, nos habrá seducido poderosamente en alguna ocasión con más o menos fuerza.

Pero, además de su delimitada acotación temporal -susceptible de una aproximación evolutiva pero, también, para algunos periodos, totalmente sincrónica- los acontecimientos de la Historia de Roma están, siempre, abiertos a discusión lo que, a nuestro juicio, convierte al mundo clásico, y en particular al periodo romano, en una aventura totalmente estimulante para el conocimiento. Efectivamente, la realidad de la Historia de Roma, el "conocimiento de los hechos pretéritos" (Polyb. 1, 1, 1) ya estuvo en discusión en la propia época romana cuando, como afirmaba Tito Livio "aparecen continuamente nuevos historiadores con la pretensión, unos, de que van a aportar en el terreno de los hechos una documentación más consistente, otros de que van a superar con su estilo el desaliño de los autores antiguos" (Liv. Praef. 2). Enfrentarse a una Historia que, como suelo explicar a mis estudiantes al comienzo de cada curso en la asignatura de "Mundo Clásico", está constantemente en construcción, a una Historia de la que, efectivamente, sabemos mucho pero de la que es mucho más -y seguramente más apasionante- aquello que ignoramos constituye no sólo una escuela "que nos capacita para soportar con entereza los cambios de fortuna" -como afirmaba Polibio en su elogio de la Historia (Polyb. 1, 1, 1)- sino, también, que abre ante nosotros un itinerario apasionante. En él comprobamos cómo cada nueva lectura de un autor clásico, cada nueva luz aportada por un historiador moderno o cada revisión de algún estudioso de hace varios siglos -unidos a los nuevos materiales con que, constantemente, nos obsequian las excavaciones arqueológicas y los estudios epigráficos y papirológicos- se revelan decisivos para conocer con más detalle "cuál fue la vida, cuáles las costumbres, por medio de qué hombres, con qué política en lo civil y en lo militar fue creado y engrandecido el Imperio de Roma", en palabras de Tito Livio (Liv. Praef. 8) que resumen algunas de las cuestiones que, todavía hoy, siguen atrayendo a legión de estudiantes y, también, de lectores a juzgar por el verdadero renacimiento de las Humanidades Clásicas en que nos encontramos y por los datos de ventas con que arrancábamos esta reflexión.

Es precisamente la intensa actividad investigadora que se desarrolla en tantas Universidades y centros de investigación del mundo entero en torno a la época romana, y la adecuada transferencia que, usando los canales propios de la generación de los millennials, se hace de esa investigación la que explica esa constante, y nunca decadente, fascinación por el mundo antiguo que, efectivamente, puede trasladarnos, a partir de fuentes fragmentarias pero siempre elocuentes, a ese "infinito" que Irene Vallejo reivindica en el libro con el que abríamos este post. No sólo nos queda mucho de Roma y, por ello, podemos decir que Roma está viva y seguimos siendo Roma, sino que, además, la investigación sobre la Historia de Roma contribuye a incrementar, si cabe, esa vivacidad que convierte a los siglos centrales del mundo romano en un periodo cambiante, irresistible, fabuloso, impactante, fascinante, eterno. Así lo ha recordado, de hecho, también recientemente, la ya citada Mary Beard cuando, en las primeras líneas de su SPQR sentencia que "la Historia de Roma se reescribe constantemente y siempre ha sido así" -el propio Tito Livio lo recordaba en el praefatio de su monumental Historia de Roma- por lo que "en cierto modo, sabemos hoy más sobre la antigua Roma que los propios romanos. La Historia de Roma aún está en desarrollo". Precisamente eso, la seguridad de que cada nueva reflexión, cada nueva aproximación al pasado y cada nuevo hallazgo o evidencia que hace aquélla posible trasforma y reactiva nuestra percepción del pasado, hace que, de verdad, el estudio de la Historia Romana siga siendo una obra para siempre, y siga, de forma arrebatadora, apasionando a tantos y tantos investigadores y, cada vez, a más estudiantes que, desde luego, encontrarán en Roma, en sus personajes y en sus avatares, en su grandeza y en su miseria, una auténtica, constante y, sí, como sentenciaba Bailey, eterna fuente de inspiración. 

COVID OR NOT COVID



"Archaeology is sexy" decía cierta campaña viral de hace algunos años. Y, efectivamente, uno de los ámbitos en que mejor se percibe el "appeal" de la Antigüedad y de la Arqueología -como se le ha llamado con acierto en un libro imprescindible, en el que nos detuvimos ya hace algún tiempo, en Oppida Imperii Romani- es en su recurrente presencia en los medios. Estos largos meses de confinamiento impuestos en medio mundo por la crisis del Covid-19 lo han vuelto a demostrar. Ante la avidez de contenidos culturales por parte de los lectores la prensa española nos ha sorprendido con sugerentes reportajes relacionados con la Antigüedad y abordando desde interesantes comparativas pasado/presente -como éste de El País, sobre fake news en la Antigüedad-, a recomendaciones para el ejercicio físico en torno al patrimonio arqueológico en las primeras semanas del desconfinamiento -como éste de La Razón, sobre calzadas romanas- y, también -motivo de este nuevo post de la serie Disputationes de nuestro blog- con diversos reportajes sobre el estado actual de la Arqueología ante la crisis sanitaria y la crisis económica y social de ella derivadas. 

Hasta donde hemos podido seguir, esos balances sobre la situación de la Arqueología se han publicado, al menos, en El MundoLa Razón y en El País -con carácter más global- y, también, a escala local, en Heraldo de Aragón habiéndose viralizado todos, notablemente, a través de las redes sociales, tan activas y útiles en estas últimas semanas. El común denominador de todos ellos -marcados por un notable pesimismo que, es cierto, algunos preferirán llamar realismo- es uno: el Covid-19 se lleva por delante la investigación arqueológica estival pero, también, sume al sector en una crisis de consecuencias irreparables, según parecen recordar todos ellos. En este post de Oppida Imperii Romani -y con nuestro trabajo en Los Bañales, en la XII Campaña de Excavaciones Arqueológicas, ya en marcha gracias a una diligente colaboración de la Dirección General de Patrimonio Cultural de Aragón- queremos reflexionar sobre el contenido de esos reportajes y sobre esa -aparentemente irreparable y nueva- crisis de la investigación arqueológica. 

Una primera reflexión tiene que ver con la oportunidad. Sin entrar en la Arqueología profesional -de la que el diagnóstico que hacía el Colegio de Arqueólogos de la Comunidad de Madrid resulta decisivo, determinado y clarísimo y del que, esencialmente, se ha hecho eco, con muchos datos, el reportaje de El Mundo- y centrándonos en la Arqueología de investigación, al margen del ya citado atractivo social de la Arqueología, ¿realmente los problemas que ahora se señalan para el sector guardan estricta relación con la pandemia que nos ha afectado en estos últimos meses?, ¿o estamos más bien ante problemas endémicos que, sencillamente, ahora adquieren más virulencia ante los desalentadores datos de las previsiones económicas más pesimistas? ¿Es realmente el Covid-19 el punto final de la investigación arqueológica en este verano y en los venideros?, ¿o hay en estas reflexiones un cierto afán de justificación de la falta de inacción que ha caracterizado, en muchos sectores, la investigación arqueológica de los últimos quince años y, por supuesto, de la falta de acompañamiento, ordenado y estratégico, proactivo, y con vocación de servicio de gran parte de las administraciones públicas, lamentablemente forzadas a cerrar a cal y canto durante estos meses, bajo el pretexto de un ya demasiado prolongado estado de alarma?

Dejemos hablar a los reportajes, en boca de aquéllos a los que sus autores consultaron. En ellos se habla de "falta de subvenciones", se alega que "no tendrán presupuesto los ayuntamientos o las Juntas correspondientes", se recuerda que "habrá menos dinero" para la Arqueología y se sostienen quejas diversas del tipo "la financiación de las campañas se hace únicamente desde el sector académico y es muy limitado", "este año habrá que dedicar la campaña a otras cosas", "tenemos dinero de un par de proyectos pero no hay manera de justificar el pago del alojamiento para los alumnos", etcétera. Sin entrar en la autoría de esos comentarios -todos nacidos de apreciados y aun admirados colegas-, ¿son realmente estas cuestiones consecuencia de la crisis sanitaria? ¿no se arrastra esta situación desde, al menos, la crisis de 2008? ¿Qué han hecho las administraciones públicas en estos años para, en régimen de concurrencia competitiva y valorando resultados, calidad e impacto de la investigación, a partir, por tanto, de resultados obtenidos y justificados, financiar proyectos arqueológicos? Y, más aun, ¿qué hemos hecho los investigadores para paliar esa ocasionalmente desesperante inacción de las administraciones competentes en materia de investigación, difusión y protección del patrimonio arqueológico?

Es evidente que estos meses de confinamiento han hecho imposible la continuidad de muchos proyectos arqueológicos incluso de aquellos exigidos por ley al estar relacionados con proyectos de naturaleza inmobiliaria o de obras públicas y, por tanto, más vinculados a la Arqueología profesional, de empresa, siempre en manos de unos profesionales dotados de una capacidad de sacrificio admirable. Sin embargo, en materia de investigación arqueológica, hace años -y algo de eso ya se trajo a la sección de este blog en que se ubica esta reflexión- que está claro que los proyectos arqueológicos deben avanzar hacia una sostenibilidad que no los haga depender, exclusivamente, de los fondos públicos y que, cuando esto sea así, sean esos poderes públicos los primeros que entiendan que la rentabilidad del patrimonio arqueológico nace de su adecuada investigación pero, también, de su adecuada transferencia que, muchas veces, exige muchísima más dedicación que la investigación propiamente dicha. Sólo de ese modo, con actuaciones arqueológicas de carácter integral, se conseguirá, el deseo que algún colega expone con acierto en alguno de los reportajes arriba enlazados: "las Administraciones deberían mirar hacia la Arqueología como motor de desarrollo. Se tienen que poner en valor los yacimientos y el patrimonio histórico. Es una inversión que crea empleos y genera riqueza", "se nos tiene como un sector no digno de recibir ayudas" (esencial la consulta del modo cómo incide en esta idea, en esta entrevista en Hoy, Carlos Caballero, Coordinador de la Plataforma Estatal de Profesionales de la Arqueología y también de las sagaces reflexiones, de lo mejor leído en esta crisis, que hace Héctor Uroz, arqueólogo del proyecto arqueológico de Libisosa, en Lezuza, Albacete, en La Opinión de Murcia). Desde luego, la ausencia de fondos para investigación no es una consecuencia de la epidemia aunque, efectivamente, ahora volvamos a un escenario en que erróneamente se considerará al patrimonio -al que ya ni nuestro Presidente del Gobierno invoca cuando enumera, en sus constantes comparecencias públicas, los principales atractivos de nuestro país para el turismo internacional- como algo prescindible que, ni siquiera, se considera cultura. Esa carencia de fondos parte de una demasiado prolongada inacción de muchos de quienes gestionamos proyectos de investigación arqueológica para quienes, desde luego, es mucho más fácil esperar la subvención de turno que realizar campañas de comunicación para obtener desde ayudas externas que van desde el micromecenazgo hasta la participación de empresas en la financiación de proyectos arqueológicos en ejercicio de su responsabilidad social corporativa o que nacen de la generación, por parte de los propios proyectos, de sus propios recursos, al menos para hacer frente al gasto corriente derivado de los propios proyectos. Es más sencillo esperar que anticiparse y, seguramente, es también más sencillo quejarse que trabajar para evitar depender de una única opción de financiación haciéndolo, además, de aquélla que, por razones lógicas, resulta más inestable, como es la financiación pública que, obviamente, ahora sí podrá decir, y con razón, que tiene otras necesidades. Que se nos vea como un sector atractivo, "un sector digno de recibir ayudas", que se pueda decir hoy que "España no valora el patrimonio cultural" y que "cada vez que sobreviene una crisis la primera damnificada es la ciencia" es algo que no tiene nada que ver con el coronavirus y sí con nuestra falta de pasión y de originalidad, de generosidad y de compromiso para hacer de la investigación arqueológica una aventura apasionante que irradie valor -económico, social, identitario, académico, formativo- y que, por tanto, sea susceptible de ser financiada por más recursos que los que -cada vez con menos empeño- pueden dedicar las administraciones públicas. En algunos de los enlaces -los marcados en rojo- hemos dejado algunas experiencias e ideas, publicadas en estos últimos años, que, al menos, confiamos resulten inspiradoras.

Una vez que, nos parece claro, muchos de los problemas aducidos en los reportajes analizados poco tienen que ver con la crisis sanitaria actual, volvamos ahora a aquellas declaraciones de los distintos reportajes en que se aborda la situación creada por la emergencia sanitaria en relación, directa, con las campañas de excavación estival que, como es sabido, constituyen una extraordinaria herramienta en materia de Arqueología de investigación.  "Vivimos (durante las excavaciones) en espacios reducidos y no se podrán aplicar las medidas sanitarias", "tendremos que hacer algo modesto y con menos gente, lo que retrasará los avances", "por responsabilidad lo lógico es que no excavemos". ¿Realmente es imposible excavar este verano? ¿somos irresponsables quienes, con la debida prudencia y con sentido común, lo hagamos? ¿desde cuando los resultados de una excavación arqueológica se miden en los avances en el tiempo? ¿no es cualquier hallazgo, por pequeño que sea, una fuente histórica y no son la paciencia, y la lentitud, los mejores aliados de la Arqueología de investigación?

Ya hemos visto que parte de las excusas anteriores esconden la necesidad de generosidad, originalidad, proactividad y compromiso que, desde hace años, necesita como competencias básicas cualquiera que quiera trabajar al frente de un proyecto de investigación arqueológica que quiera resultar sostenible y no depender, o al menos no depender exclusivamente, de los recursos públicos. Para hacer frente a las circunstancias impuestas por la normalidad a la que ahora deberemos enfrentarnos existe otra solución, a nuestro juicio aunque, lógicamente, ésta no puede improvisarse: creación de equipos y confiabilidad. En los últimos años, desde determinados ambientes, se ha criticado que en la excavación arqueológica de Los Bañales un alto porcentaje de los estudiantes participantes hayan sido, en los últimos seis años, alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra y, en particular, de su Diploma en Arqueología, como si no fuera lo habitual que las excavaciones arqueológicas resulten también espacios para la formación de los estudiantes, y futuros doctorandos, de sus directores científicos, en muchas ocasiones docentes universitarios. Pues bien, ese aspecto, tan criticado por absurdos complejos regionalistas se convierte ahora en la clave, en el mejor aliado, para afrontar una situación que, es cierto, nos obligará a trabajar con grupos más pequeños pero, precisamente, esos grupos podrán estar constituidos por alumnos confiables, por estudiantes conocidos cuyos hábitos conocemos y que, además, despiertan confianza y dan seguridad. Es cierto que las nuevas circunstancias exigirán prudencia pero, si una excavación arqueológica se ha convertido, durante años, en un espacio de formación y de fomento de las vocaciones científicas e investigadoras -el número de estudiantes de doctorado que ha generado, no sólo para la Antigüedad, la excavación de Los Bañales, aun nos sobrecoge a quienes la sacamos adelante- es más fácil, en estas circunstancias, constituir equipos seguros, de emergencia, para poder mantener la excavación activa, cumplir con la inversión que ha realizado, en nuestro caso, la Comarca de Cinco Villas y, en definitiva, devolver a ese mismo territorio la apuesta que hace por su patrimonio arqueológico contribuyendo, también, con el conocimiento generado por la campaña, a seguir motivando la atracción de millares de visitantes, cuando sea posible, y a lo largo de todo el año, al yacimiento.

Tras leer esto, sólo falta, como estamos haciendo últimamente en estos posts de la categoría Covid-19 de Oppida Imperii Romani, que sea el lector quien se plantee de nuevo la pregunta y la responda, quizás en los comentarios inferiores: crisis en la Arqueología, ¿Covid or not Covid?