TITVLI AETERNI



Hace algunos años inauguramos un paralelo espacio de "Oppida Imperii Romani" en Flickr en el que, a propósito de dos, ya antiguos, posts del blog -uno sobre el proceso material de las inscripciones latinas y otro sobre la reapertura, en la primavera de 2014, del Museo Arqueológico Nacional de Madrid- ofrecíamos acceso a dos álbumes de fotos complementarios de ambas entradas y con abundante material gráfico y descriptivo: "Un quadratarius en el siglo XXI: el proceso material de una inscripción romana" y "La Epigrafía Latina en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid" respectivamente, el primero de ellos ya con un buen número de visitas.

Quienes tenemos responsabilidades de gestión del patrimonio arqueológico en paralelo a nuestra dedicación investigadora cuando visitamos yacimientos arqueológicos -pero, también, Museos- solemos ser especialmente curiosos sobre las fórmulas de puesta en valor de enclaves arqueológicos que colegas nuestros ensayan en otras partes del mundo y, en particular, en Europa y, también, sobre los principales retos de dichas fórmulas para ser a la vez atractivas y sostenibles teniendo en cuenta las exigencias de la moderna gestión del patrimonio cultural (ver la reflexión "Ex Sicilia testes", muy sistematizada al respecto en un viejo post de Oppida Imperii Romani). En esas respuestas museográficas la exposición pública de las inscripciones romanas -parte fundamental del patrimonio arqueológico romano, como sabemos bien en Los Bañales de Uncastillo y en Santa Criz de Eslava donde el repertorio epigráfico, de hecho, ha estado en el germen de los Museos Virtuales de ambos yacimientos- se presenta siempre compleja por diversas razones. En unas ocasiones por la envergadura de las propias inscripciones -que difícilmente se concilia con la escasez de espacio de tantos y tantos Museos-, en otras por su inteligibilidad -todavía hoy, por el desconocimiento general de la cultura y de las lenguas clásicas las inscripciones romanas suelen ser percibidas como objetos ininteligibles desde el punto de vista textual, aunque no sólo- y, finalmente, también, por la dificultad para, en relación a esa escasez de espacio, reconstruir el contexto primario en que esos monumentos interactuaron, en su día, con quienes fueron sus espectadores originales lo que, sin duda, incide, a la postre, en la inteligibilidad de estos sensacionales documentos históricos que son las inscripciones romanas, que tanta presencia tienen en este blog, en la sección Epigraphica.

Pese a esas dificultades -que, en realidad, constituyen retos- en recientes viajes por Europa, casi siempre en razón de nuestra participación en Congresos o en estancias de investigación hemos observado, sin embargo, algunas buenas prácticas que, nos parece, pueden convertirse en referencia respecto de cómo dinamizar, hacer atractivas y explicar, las inscripciones romanas en museos y colecciones arqueológicas de diverso signo. Y esas buenas prácticas queremos compartirlas aquí con abundante aparato gráfico (reunido en un nuevo álbum de Flickr, que insertamos más abajo) procedente de piezas o recreaciones relacionadas con la Epigrafía Romana vistas en el Römermuseum de Güglingen, en Güglingen; en el Archäologische Landesmuseum de Baden-Württemberg, en Konstanz; en el LVR-LandesMuseum en Bonn; en el Römisch-Germanisches Zentralmuseum, en Mainz; en el Kürpfälzisches Museum der Stadt Heidelberg, en Heidelberg; en el Römermuseum Osterburken, en Osterburken -todos ellos en Alemania-; y, en tierras francesas, en el sensacional y recomendabilísimo -todos lo son, en realidad- Musée de la Romanité, de Nîmes. Lo hacemos con el objetivo de ilustrar sobre posibles fórmulas museográficas que contribuyan, de verdad, a poner en valor y hacer atractivos objetos tan sugerentes como las inscripciones romanas, esos tituli aeterni, en expresión tomada de una inscripción cristiana, versificada, de Roma (ICVR, VII, 19742).

"Valete uos uiatores!": Epigrafía Romana y Museografía

Si echamos mano de los manuales al uso sobre Epigrafía Romana -y es algo en lo que insistimos, en su día, en nuestro Fundamentos de Epigrafía Latina (Madrid, 2019)- tres son los ámbitos en que cualquier epigrafista, y cualquier historiador, debe moverse respecto de cualquier documento epigráfico: el soporte [I], el texto [II] y el contexto [III]. Y, lo cierto es que esos tres elementos también, nos parece, han de ser tenidos en cuenta a la hora de exponer y "animar" documentos epigráficos en museos y centros de interpretación.

[I.] El soporte. Que el hecho epigráfico y la escritura lo inundaron todo en el mundo romano es algo que, en muchas ocasiones, ignora el gran público. Los tópicos sobre el grado de alfabetización de las sociedades antiguas o esa tradicional imagen de las inscripciones romanas como, exclusivamente, vinculadas a grandes obras públicas, a monumentales edificios o, en todo caso, a epitafios contribuyen a enmascarar esa realidad que, sin embargo, urge reivindicar para poner el acento en la auténtica globalización que supuso la adopción del medio escrito por las poblaciones del Mediterráneo entre los siglos I a. C. y III d. C. Los modos de subrayar esa idea, obviamente, son variados pero, uno que se antoja recomendable es el de exponer en las vitrinas de nuestros Museos no sólo las 'grandes' inscripciones sino, también, aquellos tipos epigráficos menos conocidos -los signacula metálicos, por ejemplo, o los distintos tipos de tituli que recibieron, antes de la cocción y, particularmente, post cocturam, las cotidianas cerámicas de la vajilla romana- tipos en los que, en muchas ocasiones, además, el espectador suele descubrir más parecidos con el uso que todavía hoy damos al medio escrito en nuestra sociedad y a través de los que, de hecho, descubre esa omnipresencia del texto escrito, como vehículo de comunicación, en la sociedad romana. Para incidir, además, en esa omnipresencia del hecho epigráfico en Roma conviene también -y rara vez se hace- explicar el proceso de fabricación de las inscripciones romanas incidiendo no sólo en el papel de los scriptores y, también, en las que fueron sus principales herramientas -no muy alejadas de las empleadas por los canteros entonces y en los siglos venideros- sino dejando claro que el grabado de inscripciones fue una actividad artesanal cotidiana en, prácticamente, todas las ciudades romanas conozcamos mejor o peor sus pormenores. Aunque, ocasionalmente, algunos detalles de las inscripciones a exponer -la presencia de líneas guía, de huecos para su fijado, de errores de los artesanos- o el recurso a audiovisuales -como éste que hace algunos años compusimos para el Canal UNED- puedan prestarse de manera más adecuada a ello, generar, también, recursos museográficos -como maquetas (fíjate en ésta o en ésta, sensacionales) o recreaciones- que puedan llamar la atención de lo cotidiano que supuso, en el mundo antiguo, grabar una inscripción son fórmulas que se han ensayado en algunos de los museos antes citados y que traemos aquí a nuestro particular álbum de buenas prácticas.

[II.] El texto. Obviamente, el elemento central de cualquier inscripción -por más que el soporte haya de ser tomado en consideración- es el texto. Que éste resalte en una exposición ya no es, exclusivamente, patrimonio exclusivo de la rotulación de las piezas expuestas o del estado de conservación del campo epigráfico de la inscripción en cuestión. El recurso a la realidad aumentada o al 3D pero, sobre todo, un adecuado uso de la iluminación puede ayudar no sólo a que el visitante lea con mayor facilidad los textos de las inscripciones -o perciba su existencia cuando el monumento parece acaparar todo el protagonismo- sino, también, a dar vida, en sentido real, a los monumentos -figurando el aspecto que los tituli tendrían en su contexto original- o a, destacando el titulus por medio de la iluminación e incorporando, con ella, también la traducción, llamar a su vez la atención de la importancia de los soportes en las inscripciones al quedar en penumbra sus partes esenciales. Obviamente, aunque estas soluciones lumínicas pueden resultar útiles y, a buen seguro, acabarán por imponerse en muchos Museos, se sigue echando todavía en falta -aunque cada vez se ve más, ciertamente- el recurso a presentar réplicas de las inscripciones debidamente coloreadas -en su texto pero también en su soporte- en un aspecto parecido al que como sabemos, tenían estos monumentos tan singulares como apasionantes histórica y arqueológicamente. Lógicamente, si queremos reinvidicar el carácter de la Epigrafía como ciencia fundamental para el estudio de las sociedades antiguas resulta fundamental poner en relación a los personajes citados en los documentos epigráficos con las historias que puedan generar otros discursos del propio Museo, como hicimos, por ejemplo, no hace mucho, en el Centro de Interpretación De Agri Cultura/Paisaje Rural Romano en Layana (Zaragoza), muy cerquita de Los Bañales.

[III.] El contexto. Quizás, como se dijo más arriba, el mayor reto que un Museo, o cualquier exposición, tiene a la hora de mostrar material arqueológico en general y epigráfico en particular es el de la reproducción del que fuera el contexto original de las piezas. A veces se recurre a establecer en los Museos salas, de alto contenido didáctico e interactivo, que reproducen estancias completas de una domus, o rincones de unos baños públicos de época romana, por ejemplo. Por razones de espacio, obviamente, esto no siempre es posible por lo que nos parece que hay dos procedimientos que pueden resultar socorridos y que, no necesariamente, exigen de consumo de más espacio por parte de la exposición. El primero, colocar los monumentos epigráficos ante escenarios en que se recree su posición original, y que creen, en cierto modo, la ilusión de aquélla. Por ejemplo, disponer una serie de tituli sepulcrhales ante un panel que recree un funeral romano (como hemos hecho no hace mucho en la exposición "Santa Criz de Eslava, reflejos de Roma en territorio vascón", instalada en Eslava) o ante la ilustración de una vía sepulcral romana que también puede reproducirse, obviamente, con el recurso a maquetas de recreación en las que el visitante pueda encontrar representados completos los fragmentarios monumentos que puede ver en el Museo. El segundo procedimiento -quizás denostado en esa nueva tendencia museográfica que apuesta más por la interacción que por la acumulación de objetos y que, en cierto modo, rehuye de los lapidarios decimonónicos- es el de disponer las inscripciones ordenadamente creando una envolvente ilusión de interacción con el espectador semejante a la que aquéllas crearían en las citadas uiae sepulchrales romanas.

Son sólo unas pequeñas reflexiones, está claro que el lector podrá, además, interiorizar, visitando las fotografías del álbum en Flickr y leyendo los rótulos que se han incorporado a ellas y que inciden más en la dimensión epigráfica e histórica de las inscripciones seleccionadas. En Oppida Imperii Romani nos conformaremos con que estas líneas hayan resultado inspiradoras para quien comparta, con nosotros, preocupaciones por la gestión y dinamización del patrimonio arqueológico o para quien, sencillamente, sienta latir más deprisa su corazón ante la contemplación de cualquier monumento epigráfico de nuestro pasado clásico.

ROMA RENASCENS


En uno de los primeros posts de Oppida Imperii Romani en este 2020 que, entonces, todavía no imaginábamos marcado por el Covid-19, reflexionábamos sobre algunos interesantes proyectos de Arqueología Virtual que estaban devolviendo la antigua Roma -y el sensacional aspecto que ésta debió tener en época antigua- a la realidad, al menos a la realidad virtual. 

En el esfuerzo que, en las redes sociales de Los Bañales de Uncastillo y de Santa Criz de Eslava, hemos tenido que hacer estos meses de confinamiento para ofrecer contenidos novedosos que siguieran recordando que los proyectos arqueológicos están vivos incluso cuando no se puede trabajar ni en campo ni en laboratorio y que promocionar el patrimonio arqueológico es la mejor manera de conservarlo, el sensacional dúo que conforman Pablo Serrano e Iker Ibero -con quienes trabajamos, y aprendemos, en ambos proyectos- ha generado dos mini-vídeos de recreación de ambos yacimientos que nos parece, por su calidad y, sobre todo, por el futuro que anuncian, merecían un post monográfico de este blog


Cuando hace diez años comenzamos nuestro trabajo en Los Bañales de Uncastillo -algunos viejos posts de este blog sirven para rememorar esos casi ya míticos comienzos- uno de nuestros primeros objetivos fue el de comprender el urbanismo de la ciudad al que, de hecho, intentamos aproximarnos con los primeros y preliminares trabajos de prospección superficial en el lugar (SPAL. Prehistoria y Arqueología, 17, 2008). La impresión de que el enclave era sólo un recinto recreativo y termal para dar cabida, con sus baños públicos, a una población eminentemente rural y absentista ocupada en la explotación agrícola del entorno y en la atención de sus uillae todavía tenía entonces notable peso en la historiografía aragonesa. Transcurridas ya hasta once campañas de excavación arqueológica en el lugar -la decimosegunda comienza cuando se publican estas líneas- es mucho lo que conocemos de la ciudad romana -también mucho lo que de ella aun ignoramos- y, sobre todo, son varios los edificios que hemos contribuido a conocer y, también, ya con un dilatado repertorio de trabajos de Arqueología Virtual, a recrear, siempre de la mano maestra de Pablo Serrano cuya técnica, además, se ha ido depurando en Los Bañales a través de estos años convirtiéndose, ya, en una referencia nacional en este tipo de trabajos de reconstrucción virtual de enclaves arqueológicos.

Pese a la perspectiva sincrónica del vídeo -pues, muy probablemente, cuando se edificó el espacio doméstico-artesanal contiguo a las termas el foro tendría un aspecto prematuramente decadente y no el que luce en el vídeo- que se ha adoptado por una razón práctica, el corto muestra con claridad, pese a ser una versión preliminar, el carácter central en la ciudad, en la parte intermedia y más baja de la ladera de El Pueyo de Los Bañales de dos edificios clave en la esencia misma de cualquier ciudad romana, las termas y el foro, flavias las primeras y augústeo, pero con reformas constantes hasta el inicio de su desmantelamiento entrado el siglo II d. C., el segundo. Una muestra clara del afán habitual de Roma por ordenar de manera conjunta, central y casi axial, los loca publica cívicos rodeándolos, en el caso de Los Bañales, como vamos sabiendo cada año al ritmo de las campañas arqueológicas, de espacios residenciales de diverso signo. 


Menos tiempo llevamos esforzándonos por hacer de la ciudad romana de Santa Criz de Eslava un yacimiento arqueológico conocido, que genere valor en su entorno y que, además, pueda ser objeto de una investigación plenamente científica (un juicio sobre alguno de los resultados de dicha labor de socialización y de investigación ha visto la luz recientemente en una reseña publicada en el último número de Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra: 28, 2020 además del balance que hicimos en un reciente post de este blog sobre Santa Criz). Eso, unido a la escasa proporción de la ciudad romana excavada, se nota en el vídeo que aquí recopilamos y que, efectivamente, es más imaginativo que realista pero, aun así, como ya se hizo en un documental de recreación más completo que estrenamos en febrero de 2018, con notable éxito, se perciben en él varios elementos que son perfectamente perceptibles, y están asumidos ya respecto de la urbanística de Santa Criz de Eslava. A saber, la articulación de la ciuitas en la ladera sur del cerro de Santa Criz con la necrópolis y el acceso desde la vía Iacca-Vareia/vía "de la Navarra Media" como elemento vertebrador del solar urbano en su parte baja; el urbanismo aterrazado condicionado por la propia topografía del terreno, a la que éste se adaptó de forma sobresaliente; la preponderancia de la mole forense, acaso al pie de un gran cardo de acceso desde el gran decumanus que constituyó el "Camino Viejo de Gallipienzo" que separaría la necrópolis del área urbana; y la arquitectura plenamente presumida y escenográfica de la ciudad hacia el norte, hacia el que constituyó el verdadero escaparate de esta urbe de la que, desde luego, resta aun mucho por saber (véase como primer avance nuestro reciente, y prometedor, trabajo en SPAL. Prehistoria y Arqueología, 29-1, 2020).

Alguien dijo que la Arqueología sólo servía si, de verdad, era capaz de "contar una historia". Es fácil criticar estas recreaciones por el extraordinario parecido que tienen con cualquiera con la que que las  comparemos (Ammaia, Capera, Baelo Claudia, Segobriga, Barcino...). Sin embargo, aunque algo de eso sea cierto -tan limitado es nuestro conocimiento del aspecto del alzado de muchos de los edificios que excavamos- también es verdad que en cada una de estas recreaciones, si están hechas con rigor, hay algo de Roma que, como rezaba la conocida leyenda monetal imperial que da título a este post, renace con ellas.



COLONIA POMPEIANA



Para quienes nos dedicamos al estudio de las sociedades antiguas, y en particular de la romana, y lo hacemos a partir de las inscripciones, la ciudad de Pompeya, esa afflicta ciuitas de la que habla Suetonio (Suet. Tit. 8, 9), se presenta como un escenario apasionante no sólo por sus indiscutibles atractivos arqueológicos e históricos -que ya tratamos y recopilamos en un antiguo post de este blog, con abundantes recursos y bibliografía- sino, también, por constituir una plataforma ideal desde la que poder documentar a sectores sociales que, acaso, han llegado a nosotros mucho menos representados en la vasta producción epigráfica de cualquier otro rincón del Imperio pero que, sin embargo, se muestran especialmente visibles en la singular epigrafía pompeyana. Ésta, de hecho -con atención especial a sus inscriptiones paretariae, que hace no mucho inspiraron otro post de Oppida Imperii Romani- permite que nos asomemos a sectores sociales bien diversos de esos Pompeiani que, transcurridos mil novecientos cuarenta y un años de la erupción del Vesubio que acabó con la ciudad -y sobre cuya fecha exacta, acaso mejor en octubre que en agosto, también ha habido novedades recientes-, siguen mostrando una extraordinaria viveza, muy próxima a la que la colonia Pompeiana -como se la cita en AE, 1912, 243- seguramente, vivió en las primeras décadas del siglo I d. C. antes de que el volcán la preservara para los arqueólogos e historiadores de los últimos siglos. 

Entre esos personajes hay algunos que ejemplifican prototipos concretos de la sociedad romana y que, desde luego, podrían inspirar cualquier relato novelesco al tiempo que nos sirven para conocer aspectos muy variados de la vida cotidiana romana a escala local, municipal (recuérdese, por ejemplo, el célebre libro de ÉTIENNE, R., La vida cotidiana en Pompeya, Aguilar, Barcelona, 1970 o ANDREWS, I., Pompeya, Akal, Madrid, 1990). Todos esos aspectos, y los materiales que los ilustran, a la vez suponen una fuente fundamental para el conocimiento de las sociedades antiguas (véase, por ejemplo, COOLEY, A.: Pompeii and Herculaenum, a sourcebook, Routledge, Londres, 2014CHIAVIA, C.: Programmata. Manifesti elettorali nella colonia romana di Pompei, Zamorani, Turín, 2002). Ese amplio espectro social "pompeyano" lo integran desde destacados candidatos electorales, benefactores cívicos -como Gaius Cuspius Pansa (CIL, IV, 72427777, 7900, 7919, entre otras, siempre como candidato a la edilidad), C. Iulius Polibyus (también notablemente atestiguado en los candidatorum programmata de la ciudad, por ejemplo en CIL, IV, 76217841, siempre pretendiendo el duunvirado local) o C. Heluium Sabinum (CIL, IV, 7862, por ejemplo, al que soportó como rogator de modo constante una tal Aegle en AE, 1912, 236)- a trabajadores de distintos sectores económicos, fundamentalmente primarios pues, no lo olvidemos, agraria fue la base económica del mundo romano. Estos incluyen desde panaderos, como el propio G. Cuspius Pansa, del que se dice en una de las proclamas electorales panem bonum fert: "hace buen pan" (CIL, IV, 429), o como, acaso Terentius Neo (CIL, IV, 871) que pide el voto para aquél; a banqueros como L. Caecilius Iucundus (CIL, IV, 3340) o profesores como G. Iulius Helenus, que dirige una turma en la ciudad (CIL, IV, 2437); pasando por tintoreros -en latín fullones- como los citados en CIL, IV, 7164 o el célebre Stephanus (CIL, IV, 7172)-; gladiadores -como Celadus (CIL, IV, 4297a y 4341) que es presentado, además de como retiarius y como thrax, como puellarum decus (ILS, 5142b) y puellarum suspirium (ILS, 5142a), "suspiro de las muchachas", dado su éxito entre las chicas de la ciudad; vendedores de estiércol y acaso, por tanto, campesinos, como Euphemus (CIL, IV, 1754)-; y, también, prostitutas como Asellina -y sus chicas, pues además de a ella sola (CIL, IV, 7873) se cita a unas Asellinas (CIL, IV, 7863)Fortunata (ILS, 6417c o CIL, IV, 2259) o Zmyrna (CIL, IV, 7864); o muy aclamados actores -como Actius, dominus scaenicarum (CIL, IV, 5399), "el amo de la escena"-, y ladrones profesionales, como Labicula (CIL, IV, 4776) a la que se insulta como fur, "ladrona", en varios graffiti de la ciudad o ludópatas, como el que se jactó de, sin trampas (fide bona) ganar alrededor de 900 sestercios en la vecina Nuceria jugando a los dados (CIL, IV, 2119). No faltan, lógicamente, los devotos de diversas religiones como Popidius Natalis (ILS, 6419), destacado miembro de los Isiaci, los cultores de Isis, cuyo templo, había sido restaurado en los comienzos del reinado de Vespasiano, poco antes de la erupción que supuso el final de la vida en la ciudad, en el 79 d. C. (CIL, X, 846). Esos graffiti -normalmente parietarios pero también pavimentales-, además, como ya se recopiló en un post de este blog citado más arriba, esconden parte de la sabiduría callejera -y de los ecos literarios- de la antigua Roma, desde los que ridiculizan los primeros versos de la Eneida de Virgilio (CIL, IV, 2361, entre otros) a los que ilustran procedimientos punitivos en el aprendizaje escolar (CIL, IV, 4208), recuerdan el gaudium que acompaña a cualquier lucro (CIL, X, 875) o se ríen de quien intenta dar agua por vino en las tabernas (CLE, 930), no libres, éstas, de los robos de vajilla por parte de los clientes, como sucede hoy (CIL, IV, 64).

Quien, lector de Oppida Imperii Romani, millennial o no, sea asiduo de la Antigüedad Clásica en internet y muestre cierto interés por la pedagogía de la misma a través de recursos digitales y audiovisuales, seguramente habrá oído hablar de Fernando Lillo Redonet, habrá visitado su utilísimo blog Latín, Griego y Cultura Clásica para el siglo XXI, o, incluso, se habrá asomado a algunos de sus libros -bien a los que se adentran en las posibilidades pedagógicas del "cine de romanos" (El cine de Romanos y su aplicación didáctica, Ediciones Clásicas, Madrid, 1994 o Héroes de Grecia y Roma en la pantalla, Ediciones Evohé, Madrid, 2010) bien a alguna de sus novelas (Los jinetes del mar. El secreto de Cartago, Ediciones Evohé, Madrid, 2018, por ejemplo)- o se habrá inspirado, y habrá aprendido, con sus numerosos artículos tanto de divulgación histórica como sobre recursos pedagógicos para la docencia de Lenguas Clásicas, en la que lleva trabajando ya varias décadas y de los que, también, da buena cuenta en la utilísima etiqueta "Talleres" de su blog

Hace apenas unos meses, Fernando Lillo ha publicado, con Espasa/Planeta de los Libros, un nuevo libro, Un día en Pompeya (Barcelona, 2020). El libro, asequible en precio, manejable, extraordinariamente bien editado y con un repertorio de ilustraciones muy bien escogidas y cuidadas, relata un día cualquiera en la vida de Pompeya a partir de tres grandes secciones de corte cronológico: la mañana -"Pompeya se levanta y trabaja" (pp. 17-90)-, la tarde -"Pompeya se da un respiro" (pp. 91-112) y "Pompeya se divierte" (pp. 113-136)- y la noche -"Anochece en Pompeya" (pp. 127-174)-, cuatro capítulos por los que, con extraordinaria habilidad, Fernando Lillo va describiendo aspectos de la vida cotidiana de la sociedad pompeyana -y, por tanto, por el carácter paradigmático de ésta, también de la romana- que, con una pluma cautivadora y un rigor fuera de toda duda, harán las delicias de cualquier amante del mundo romano sea cuál sea el grado de conocimiento que tenga de éste. Así, el volumen, un magistral y envidiable híbrido entre el ensayo y la novela, convierte en protagonistas a muchos de los personajes arriba citados -y que desfilan por las inscripciones pompeyanas, especialmente por las parietarias- que cobran vida en el libro de Lillo y, que a partir de ellos, le permiten al autor introducir escenas de la vida cotidiana romana. Así, por ejemplo, la llegada de Euphemus a la ciudad sirve para un recorrido muy visual por los suburbia urbanos y por los principales edificios de la colonia (pp. 19-31) y la entrada en escena de G. Cuspius Pansa le sirve a Lillo para explicar cómo funcionaba la petitio, la campaña, electoral (pp. 32-44) de igual modo que la proclama de la condición de "buen panadero" de G. Iulius Polybius, que antes vimos, le ayuda a presentar con pormenores el mundo del trabajo y de la producción en Pompeya en uno de los capítulos más deliciosos (pp. 45-52) que entronca con otros dedicados, a propósito de Stephanus, a los fullones (pp. 76-81) o a las prostitutas, taberneras y empleadas de cauponae, negocios que se describen de la mano de las Asellinas, de Zmyrna o de Fortunata (pp. 93-101 y 139-147). Cuestiones poco conocidas del mundo romano, como el funcionamiento de la banca o las escuelas son introducidas a partir de las figuras de Caecilius Iucundus (pp. 53-62) y G. Iulius Helenus (pp. 63-75) al tiempo que otras más conocidas -como el funcionamiento de las termas (pp. 102-112), los ludi scaenici (pp. 130-136) y las uenationes y munera gladiatoria (pp. 115-129), los cultos orientales (pp. 82-89) o la vida en las uillae suburbanas (pp. 156-174), acaso el último capítulo de menor base epigráfica pero que rinde homenaje a uno de los atractivos arqueológicos del entorno vesubiano, la Villa dei Misteri aneja al Parco Archeologico di Pompeii- son introducidos a propósito de los ya citados Labicula, Celadus, Actius y Popidius Natalis. Por si fuera poco, además, el volumen cierra con un delicioso, magistral y documentadísimo capítulo, "Realidad y ficción" (pp. 197-226) donde, antes de la lista de personajes (pp. 227-232), el autor expone sus fuentes, recomienda útil y actualizada bibliografía -que recoge en un equilibrado pero actualísimo listado al final del volumen (pp. 235-243)- y siembra inquietudes en quien desee saber más dejando abiertas muchas cuestiones que, seguro, satisfarán a los más curiosos. 

En definitiva, un libro no sólo entretenido sino, además, sensacionalmente útil, muy bien documentado, capaz de generar inquietud por la investigación -y en particular por la investigación epigráfica y por los estudios sociales de la Roma antigua- en quien lo lea y en el que se perciben todas las cualidades que han hecho de su autor, Fernando Lillo, un indiscutible -¡pero siempre honesto!- referente en la divulgación y en la didáctica del mundo clásico. Resta sólo desear, recuperando el espíritu del post "fundacional" de Oppida Imperii Romani, ualeat qui legerit (CIL, IV, 1679). Totalmente recomendable como cada uno de los libros que traemos a la sección Volumina de este blog y como otros que, aunque no han figurado en esta sección, forman parte de la misma serie en que se inscribe el que aquí hemos reseñado, como el de MARQUÉS, N., Un año en la antigua Roma, Espasa, Madrid, 2018 o el de DEL RÍO, E., Latin lovers, Espasa, Madrid, 2019.