ET ECCE STELLA

 

  [© de la fotografía aquí]

Las felicitaciones navideñas son una tradición en Oppida Imperii Romani y, excepto en 2016, no han faltado desde que el blog echase a andar en 2008. Muchas veces con el insuperable sarcófago de Castiliscar como motivo -en 2008, en 2012 y aun en 2018-, otras veces con motivos tomados del hermoso románico de la Comarca de Cinco Villas -como en 2011- o del que obra en tantos rincones de la Navarra Media -como en 2010-, en alguna ocasión con el simpático Belén con del Departamento de Historia, Historia del Arte y Geografía de la Universidad de Navarra -como aquél con el que esta institución saludó el bimilenario de la muerte del emperador Augusto en 2014- pero, casi siempre, con escenas tomadas de la primitiva iconografía cristiana como en 2019, 2017, 2015 o 2013. Siempre, como sabrá el lector más asiduo, esas felicitaciones se cierran con una recomendación musical y siempre, también, se articulan en torno a una escueta -y se intenta que incisiva- reflexión sobre algún versículo del Nuevo Testamento, del que se toma la secuencia que da título al post

En este año, el versículo escogido es el noveno del capítulo 2 de Mateo (ver texto latino aquí y versión castellana aquí) y el motivo iconográfico que encabeza la entrada está, a su vez, tomado de un hermoso sarcófago del Musée Départemental Arlés antique, en Francia, del siglo IV d. C. . En él aparecen, en la misma escena pero en registros diferentes, el Misterio -en la parte superior, con una de las más antiguas figuraciones de la mula y el buey, tomadas de los apócrifos- y los Magi en camino -en el registro inferior- éstos todavía con la clásica iconografía de corte romano: gorros y capas frigias y braccae bárbaras (para una buena colección de iconografía de la escena de la Natividad en los primeros siglos del arte cristiano, puede verse este post del blog El diario de Studiolum de igual modo que sobre esos Magi, publicamos un visitadísimo post en nuestro blog para abrir el año 2020, cuya lectura volvemos a recomendar).

Tras unas semanas marcadas por la absurda polémica -que, los de siempre, con el nauseabundo oportunismo de siempre, han tratado de aprovechar- sobre si conviene más decir "feliz Navidad" o imponer un neutro "felices fiestas" (polémica en la que no entraremos por ser conocida nuestra postura y porque plumas más autorizadas que la nuestra han resuelto el tema con notable acierto, como en estos artículos publicados en estos últimos días en La Razón o -éste segundo sencillamente magistral y que suscribimos en su totalidad- en Diario de Noticias de Navarra) y casi como la stella del texto evangélico -en el que Mateo dice et ecce stella, quam uiderant in Oriente, staret supra ubi erat puer: "he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente (...) se detuvo donde estaba el Niño"- la Navidad irrumpe en nuestras vidas, se detiene en ellas y a la vez, las detiene, las paraliza, como si quisiera que todos contemplásemos el Misterio de lo que en ella se celebra por más que muchos quieran paganizarla y desproveerla de su sentido primitivo, perenne y universal que es, precisamente, el que celebramos. Ése y no otro. 

Aprendiendo de ese texto y, también, de tantas y tantas escenas de la primitiva iconografía navideña, se hace necesario, por tanto, en estos días, recuperar la serenidad y detenernos para disfrutar con los nuestros y, sobre todo, para -se sea creyente o no- seguir admirándonos con un acontecimiento histórico que cambió la Historia de la Humanidad y que la sigue cambiando, sin duda, cada año devolviéndonos, de hecho, la ilusión. Al igual que los Magi del sarcófago que encabeza este post miran hacia la estrella y la estrella -representada de modo sumario como una hermosa roseta en el lateral superior izquierdo del sarcófago- se detiene sobre el Misterio del pesebre, la Navidad nos urge a seguir su singular espíritu no sólo en estos días, sino durante todo el año y, también, a detenernos ante Belén, como reclamábamos aquí hace algunos años partiendo del convencimiento de la auténtica cátedra de valores que constituye el Nacimiento.

Aunque como hemos comentado siempre en anteriores posts estamos convencidos de que la Navidad tiene mucho de pop por su irrupción como motivo en la cultura, la literatura, el cine y la música popular de las últimas décadas, este año nuestra recomendación musical tiene algo de litúrgico y nos evoca algunos días de la Navidad de 2019, ya en torno a la fiesta de Epifanía -por tanto en los primeros días de 2020-, que pudimos pasar en Alemania en el marco de una estancia en el Seminar für Alte Geschichte und Epigraphik de la Universität de Heidelberg preparando el volumen Liberalitas Flauia que, de hecho, y por cierto, está a punto de, finalmente, ver la luz en la aclamada serie SPAL Monografías de Arqueología, de la Universidad de Sevilla. Se trata del villancico "Stern über Betlehem" que, usualmente, entonan los niños en la Navidad católica alemana, un villancico que pide, de hecho, a la estrella de Belén, a esa misma stella que es la protagonista de nuestro post navideño de este año, zeig uns den Weg, "muéstranos el camino"

¡Feliz -y por tanto serena, y hasta contemplativa- Navidad preludio de un 2022 cargado de alegrías para todos los lectores de Oppida Imperii Romani!

LONGARVM REGINA VIARVM


[Sobre estas líneas, vista general de la vía, en el inicio del recorrido desde la Villa dei Quintili; monumento de los Rabirii -CIL VI, 2246- y dintel arquitectónico de la tumba, perdida, del liberto T. Fidiclanius Apella -CIL VI, 17921-]

Seguramente, quienes, de niños, hemos forjado parte de nuestro imaginario -real o no- sobre el mundo romano a través del "peplum", del "cine de Romanos", tenemos en nuestra mente dos imágenes especialmente icónicas de dos episodios históricos y, en parte, también legendarios de la antigua Roma, de la República romana uno, de la época julio-claudia, y por tanto imperial, el otro. Los dos tienen un escenario topográfico, netamente romano, común, la más romana de todas las vías romanas, la vía Appia. El primero, la crucifixión de los insurrectos de Espartaco decretada por Pompeyo en el año 71 a. C. al sofocarse la célebre revuelta, que recogía el Espartaco de Stanley Kubrick (1960, película sobre la que hablamos hace algunos años en otro post de Oppida Imperii Romani) y que, según parece, tuvo lugar a ambos márgenes de esa calzada que, además, constituía la arteria que ponía en relación el Latium con la Campania y que, por tanto, conducía al espacio de las grandes explotaciones fundiarias, y esclavistas, de la aristocracia romana. El segundo, la emotiva escena final de la película Quo Vadis?, de Mervyn Le Roy (1951) en la que se recrea el inspirado momento de la alocución de San Pedro en el año 67 d. C. -y recogida en los Hechos de Pedro (35), un apócrifo del siglo II d. C.- que llevó a Pedro a volver a Roma y encontrar el martirio en el marco de la persecución de Nerón. En estos días, además, esa vía -quizás la más icónica de las vías romanas (quizás la obra más reciente sobre ella sea el catálogo de MAMMUCARI, R. (cur.), Regina uiarum... Appia uia, camino solare, Roma, 2017)- ha vuelto a estar de próxima actualidad al ser destacada protagonista de un nuevo teaser -en realidad la intro- de la serie audiovisual derivada del proyecto de Europa Creativa Valete uos uiatores, del que hemos hablado en otras ocasiones en este blog y, también, de uno de los avances del videojuego que generará dicho proyecto, y que va tomando forma cada semana que pasa.

De esa emblemática vía romana podemos aprender mucho a través de la documentadísima voz "Vía Appia" en SMITH, W., Dictionary of Greek and Roman Geography, Londres, 1870 (ver aquí) y de la atención que le prestan PLATNER, S. B., y ASHBY, Th., A topographical dictionary of ancient Rome, Cambridge, 1931 (ver aquí en la versión que ofrece la Perseus Digital Library y aquí en un escaneado de las páginas 559-560 originales), obras ambas que tienen el mérito de trazar su Historia y recoger sus muchas singularidades. Gracias a los autores romanos sabemos que fue construida en la censura de Apio Claudio no sólo porque lleva su nombre sino porque así lo narra Tito Livio (9, 29) cuando, en su crónica del año 312 a. C., dice de él que su nombre fue de los más felizmente recordados ad posteros, "por sus sucesores"quod uiam muniuit, "porque construyó la vía". Sin afán de exhaustividad, las fuentes, que gracias a Diodoro de Sicilia (20, 36), nos informan de que, a lo largo de más de 100 estadios -unas 115 millas, 185 kilómetros- esta calzada enlazaba Roma y Capua; también nos cuentan que ése era el camino que Cicerón recomendaba a su amigo Ático que siguiera para acudir celeriter -"rápidamente"- a Brundisium (Cic. Att. 8, 11C); en las Siluae, Estacio la proclamó como longarum regina viarium (Stat. Silu. 2, 2, v. 12), "reina de todas las largas calzadas" al describir la uilla Sorrentina de Pollius Felix; y, en su elogio de la uia Domitiana (Silu. 4, 3) rememoró algunos detalles de la singular técnica constructiva de la Appia: establecer las trincheras laterales (incohere sulcos), tallar los costados del firme para delimitar su anchura y establecer las cunetas (rescindere limites), remover la tierra (cauare terras) para garantizar su asiento, rellenar ese espacio con zahorra y gravas cada vez más finas (replere fossas) que debían hacer de base para las rocas del pavimento (pressis saxis) luego igualadas por bloques (alligare gomphis) y, finalmente, ligar ese pavimento con gravas, tufo y arcillas (saxa ligant; cocto puluere sordidoque tofo) obra que, como él afirmaba, exigía del trabajo de "abundante mano de obra", quantae manus (ver elocuentes sección y diagrama a partir de una vía hispana aquí). En esa misma época, Marcial, el célebre poeta de Bilbilis, cuenta a la vía Appia, "la más celebrada de las vías de Italia" -Ausoniae maxima fama uiae- las hazañas del emperador Domiciano (Mart. 9, 101) (sobre esa técnica constructiva que tan detalladamente explica Estacio volvemos en este blog a recomendar el volumen de MORENO, I., Vías romanas: ingeniería y técnica constructiva, Madrid, 2004, en parte disponible en red, y cualquiera de las conferencias que, sobre vías, tiene el autor en su Canal de YouTube). También las fuentes epigráficas son generosas en alusiones a la Appia documentando la existencia de curatores uiae Appiae (AE 1956, 167 de Betria o AE 2006, 1773 en Dougga, en la Proconsularis) y aludiendo a labores de munitio y stratio ("reparación" y "nivelación", acordes al proceso antes descrito de acuerdo con el poeta Papinio Estacio) en varios miliarios que también citan, a partir del siglo II d. C., actuaciones de restauración y adecentamiento longa uetustate, "por su dilatada edad", de esta arteria de comunicaciones itálica (ver catálogo de éstos en CAMPEDELLI, C., L'amministrazione municipale delle strade romane in Italia, Bonn, 2014). Existen también algunas inscripciones funerarias -como CIL XI, 3715- u honoríficas -como CIL VI, 10231-1- donde se la cita, respectivamente, como referencia topográfica a propósito de la ubicación de un monumento funerario y como lugar de situación una propiedad colegial.

Sin embargo, pese a que el lugar está muy promocionado en la página oficial de Turismo de Roma -que recoge, de hecho, todos los monumentos que pueden visitarse en su entorno- y a pesar de que existen centros de recepción de visitantes en los tramos inmediatamente próximos a la ciudad (ver sugerencias aquí) nuestra experiencia en Roma -la última con motivo de los trabajos del proyecto Valete uos uiatores, de Europa Creativa- nos dice que es uno de los espacios arqueológicos menos accesibles para el turista que se acerca a la Città Eterna. Ir en Roma hasta  la iglesia del Domine, quo uadis? o el Mausoleo de Cecilia Metella, por ejemplo -desde las Termas de Caracalla o desde el Circo Máximo (note el lector que cada uno de estos monumentos ha sido aquí citado con enlace a páginas distintas con utilísima información turística y arqueoturística sobre Roma que no deben obviarse) no garantiza tener el panorama que todos, desde niños, hemos forjado de esa singular vía, madre de todas las calzadas romanas y tampoco el que más relación guarda con la dimensión epigráfica de las vías romanas que, lógicamente, interesa especialmente al autor de este blog (véase al respecto, por ejemplo, el sensacional libro de KOLB, A., Tod in Rom: Grabsinschriften als Spiegel römischen Lebens, Bonn, 2008 o, en castellano, algunos capítulos de ALVAR, A. (dir.), Siste uiator! La epigrafía en la antigua Roma, Alcalá de Henares, 2019). Aunque ese trayecto entre el centro de la Roma antigua y la iglesia del Domine, quo uadis? puede suponer, en autocar, unos 20 minutos, desde dicho lugar quedan, todavía, casi 50 minutos de camino -algo menos, otros 20 o 25 minutos si se viaja en autobús urbano o en coche- hasta la zona más monumental del Parco Archeologico dell'Appia Antica. que es la que aquí recomendamos recorrer y que reproduce la esencia misma de las grabenstrassen romanas, las vías funerarias. Para llegar a ella -como se recuerda en una poco conocida publicación sobre el lugar que justifica este post (PARIS, R., y FRONTONI, R., Via Appia, villa dei Quintili, Santa María Nova, Milán, 2019)- lo mejor es dirigirse, precisamente, a la Villa dei Quintili y, tras visitar un espectacular complejo residencial de una importante familia del ordo senatorius romano, acceder, directamente, a la zona más impactante de la vía Appia (como indica la sección específica de esta uilla en la homepage del Parco Archeologico dell'Appia Antica, el autobús 664 lleva al lugar desde varias paradas en el centro de Roma; otras alternativas en este reportaje de elDiario.es). 

Así, aunque el paseo hasta, por ejemplo, las Catacumbas de San Calixto, es de algo menos de dos horas, realizarlo a pie -y, si es posible, al atardecer- resulta uno de los más recomendables itinerarios que pueden hacerse visitando la Roma antigua. Mientras uno anda pisando una vía con tanta Historia ve constantemente, a sus lados, los restos orgullosos de centenares de monumentos funerarios volcados a la vía y que competían, de hecho, como se puede ver fácilmente, por disponer de esa visibilidad que garantizaba la celebritas, el "recuerdo fúnebre", de los finados que habían encargado erigir los monumentos en cuestión, una celebritas que, como recuerda la propia práctica epigráfica, nacía de conseguir que los nombres de los tituli fueran leídos, y, por tanto, pronunciados, por los propios viandantes a los que, de hecho, como sabemos, los propios monumentos interpelaban con la fórmula uale uiator -"hasta luego, caminante"- u otras (se remite, al respecto al post inicial de este blog, del ya lejano 2008). De ese modo, ese ejercicio se convierte casi en un repaso a los principios de la auto-representación, ese comportamiento que define, de modo nítido, la humanissima ambitio -como la llamaba Plinio el Viejo (Nat. 34, 17)- que caracterizó la revolución epigráfica de griegos y, en particular, de romanos: disponer de inscripciones propuestas al gran público que glosaran con exactitud los rasgos del personaje que las había encargado o al que se rendía homenaje en ellas (sobre ese hábito, además de las entradas que se han ido recogiendo en los posts con la etiqueta Epigraphica de este blog, pueden ser útiles los trabajos de ALFÖLDY, G., "La cultura epigráfica de la Hispania Romana: inscripciones, auto-representación y orden social", en Hispania: el legado de Roma. En el año de Trajano, Zaragoza, 1998, pp. 289-301 -pero cualquier otro de los trabajos suyos que fueron valorados en el homenaje que, en forma de post, le rendimos en Oppida Imperii Romani días después de su fallecimiento- y el de BELTRÁN LLORIS, F., "The epigraphic habit in the Roman World", en The Oxford Handbook on Roman Epigraphy, Oxford, 2015, pp. 131-148, y otros recogidos, precisamente, en el post en que reseñábamos el volumen que acoge este trabajo).

Así, viendo monumentos de todo tipo, en forma de edícula, de casa, de torre, de obelisco...; comprobando cómo algunos pequeños cipos -que cumplían la función de la denominada indicatio pedaturae, "delimitación de la extensión"- preservaban la visibilidad de una inscripción frente a otras que pudieran añadirse delante más tarde restando visibilidad a la más antigua; repasando de qué modo la mampostería o el ladrillo del armazón arquitectónico se recubría en muchos con lujoso mármol; atestiguando la potentia arquitectónica que debieron tener acotados funerarios de los que hoy apenas queda su dintel arquitectónico o su inscripción; y comprobando la convivencia de grandes monumentos arquitectónicos con sencillos sarcófagos o cupae, uno recuerda la broma que Petronio hacía en el Satiricón a propósito del testamento de Trimalción testamento que, precisamente (71) solicitaba que se le construyera un monumentum con hasta cien pies de espacio reservado hasta la vía pública (in fronte pedes centum), con la advertencia de que éste no pasases a los herederos y, además, con un reloj solar en el centro, un horologium, para que, nomen meum legant, "lean a la fuerza mi nombre cuando miren la hora". Algunos monumentos, de hecho, con sus relieves decorativos con retratos funerarios y representaciones familiares recuerdan también a la decoración que, en la casa del propio Trimalción, Petronio nos cuenta que contaba, cum inscriptione, es decir "con letreros explicativos" (29) la biografía del personaje proponiéndola como ejemplo de promoción social. La generosísima acumulación de tituli, de inscripciones, permite, además, entender de qué modo la auto-representación fúnebre dio paso, con notable densidad ya en época del emperador Claudio (Cass. Dio 60, 25, 2-3), a la superpoblación de honras y de estatuas en memoria de hombres distinguidos no sólo en las áreas cementeriales sino, incluso, en las plazas públicas que, también, es valorada por Plinio el Joven en sus cartas a Trajano (Ep. 1, 17) y a la que, precisamente, como in omnium municipiorum foris statuae ornamentum, se refería el pasaje de Plinio el Viejo arriba citado. Contemplando, además, cómo han llegado a nosotros, prácticamente in situ, muchos de los tituli sepulchrales que jalonaban la Appia no es difícil imaginar con qué piedad -parecida a la que describe Sidonio Apolinar en una de sus Cartas (3, 12, 4-5, con traducción en la diapositiva 26 de esta conferencia nuestra de hace algunos años)- los familiares de los difuntos cuidarían estos sepulcros durante varias generaciones. Se trata, por tanto, de un escenario en que interactuar con difuntos -personajes históricos como nosotros, muchos de ellos prácticamente anónimos, otros más célebres- a los que, en cierta medida, cuando releemos sus nombres -cumpliendo el propósito de la célebre fórmula epigráfica praeteriens dicas (CIL VI, 12951, por ejemplo, de la propia vía Appia) o quicumque legis titulum (CIL VI, 5302, también de esta vía)- traemos de nuevo a la vida y propiciamos que, de verdad, la tierra les sea leve (como guía introductoria a este sensacional lapidario al aire libre compuesto de tituli funebres, puede leerse ANDREU, J., "La epigrafía funeraria", en Fundamentos de Epigrafía Latina, Madrid, 2009, pp. 321-364 o BALBÍN, R., "El culto a los antepasados: la epigrafía funeraria", en ALVAR, A. (dir.), Siste uiator! La epigrafía en la Antigua Roma, Alcalá de Henares, 2019, pp. 95-100).

Imprescindible, pues, en tu próxima visita a la Vrbs si quieres vivir una experiencia única de confronto con el mundo antiguo y con su particular capacidad evocadora. 



ET PRODERIT TIBI

 


Seguramente, para muchos lectores de Oppida Imperii Romani el libro Camino, escrito por San Josemaría Escrivá, Fundador del Opus Dei y primer Gran Canciller de la Universidad de Navarra, es, cuando menos, un título conocido, uno de esos libros de espiritualidad -con más de cinco millones de ejemplares publicados, en casi cincuenta lenguas- de los que, aunque no se sea creyente, se ha oído hablar alguna vez o que, incluso, se ha hojeado. Desde hace algunos años, resuena en mi mente un punto -de hecho el penúltimo- de los 999 que componen su texto, que dice así: "¡Bendita perseverancia la del borrico de noria! -Siempre al mismo paso, siempre las mismas vueltas. -Un día y otro: todos iguales. Sin eso, no habría madurez en los frutos, ni lozanía en el huerto ni tendría aromas el jardín. Lleva ese pensamiento a tu vida interior". Y entiendo que todos, también, incluso quienes tenemos el privilegio de disfrutar mucho con nuestro trabajo, alguna vez hemos sentido esa monotonía de los días aparentemente iguales y nos hemos sentido "borricos de noria".

Estos días atrás se viralizó en las redes sociales -gracias a la labor de difusión y promoción del mundo antiguo que hacen simpáticas páginas de Facebook como la de Legonium y gracias, de hecho, a un post en concreto, de la misma (del que tomamos la imagen que cierra esta entrada)- un grafito de Roma -no hace mucho alguno inédito de Pompeya era centro de atención de de este blog- que resulta conocido para quienes, al menos, trabajamos a menudo con fuentes epigráficas y disfrutamos, además, con ellas. Aunque el post lo citaba como publicado en las Inscriptiones christianae Vrbis Romae (Roma, 1857-1997) el sensacional repertorio de inscripciones cristianas romanas anteriores al siglo VII d. C. incoado por Giovanni Battisa de Rossi y ahora disponible en red, dicha inscripción no aparece en ese repertorio sino que lo hace con el número 289 del volumen primero de los Graffiti del Palatino (Roma, 1966, pp. 223-224), del epigrafista finés Heikki Solin, estando recogida, también, por el carácter yámbico del texto, en los Carmina Latina Epigraphica con el número 1798a (toda la traditio puede verse recogida en la ficha del grafito en el Epigraphic Database Rome-EDR) e inventariada, más recientemente, en el volumen CANALI, L., y CAVALLLO, G., Graffiti Latini: scrivere sui muri a Roma antica, Milán, 1991, pp. 150-151 y que, como una reciente y muy recomendable publicación del aclamado proyecto europeo LatinNow (MULLEN, A., y BOWMAN, A., Manual of Roman Everyday Writing Vol. I. Scripts and Texts, Nottingham, 2021) recoge algunos de los más singulares textos escritos -grafitos parietarios, en este caso- de la Roma antigua, entre ellos varios del Paedagogium, una escuela de esclavos ubicada al pie de la colina Palatina de Roma y destinada a la formación de quienes iban a servir en la residencia imperial justo el espacio del que procede la inscripción que inspira estas líneas.

Como puede verse en la imagen que encabeza este post, en la parte superior, el grafito muestra el dibujo de un hermoso asno haciendo girar un molino -labor atribuida a este tipo de jumentos en las fuentes antiguas (VERG. G. 1, 273-275 y, especialmente, OV. Ars. am. 3, 290 -ut rudit a scabra turpis asella molat- y Fast. 6, 318 -et quae pumiceas versat asella molas- en alusión, en este último pasaje a los molinos de piedra volcánica tan usuales en el entorno vesubiano)- y, bajo las patas del mismo aparece el texto, en cursiva pero muy bien escrito, lo que dice mucho, efectivamente, de la formación cultural de quien lo compuso (CORRERA, L., "Graffiti di Roma", Bulletino della Comissione Archeologica Comunale di Roma, 22, 1894, pp. 89-94, esp. p. 92). El texto dice: labora Aselle quomodo ego laboraui et proderit tibi, que puede traducirse como "Trabaja, Asellus, como yo trabajé y te irá bien" (puede verse la traducción en la parte inferior de este post). La figuración del molino coincide claramente con el aspecto de los numerosos ejemplares giratorios que, como el representado en el documento que nos ocupa, se han hallado, por ejemplo, en Pompeya y que eran empleados, especialmente, para la molienda del grano tal como describe, de hecho, Varrón (Rust. 1, 20, 4) que habla de los asini ad molas en las labores agrícolas y de molienda de aquéllas derivadas (véase, por ejemplo, el clásico trabajo de MORITZ, L. A., Grain-mills and flour in Classical Antiquity, Nueva York, 1958; BENTON, J. T., "Banking, Roman", en Oxford Classical Dictionary, Oxford, 2016, s. pp., o la síntesis que ofrece la web Romae Vitam). La abundante presencia del cognomen Asellus en inscripciones cristianas tanto africanas (AE, 2003, 1948) como de Roma (ICUR, 3, 6566; 4, 10345; 6, 15984 o 9, 24847: ver selección a través de la búsqueda Aselle y Asellus en EDR) y, en cualquier caso, casi siempre en contextos serviles, sean éstos paganos o cristianos -una de las inscripciones en que el nombre aparece es en la tumba de Trebius Iustus en la vía Latina (AE, 2004, 304), con excelente aparato iconográfico- hace especialmente interesante, desde un punto de vista social el grafito. Se da, además, la circunstancia de que el término asellus es habitualmente empleado, en un contexto poético -y como diminutivo en -ellus de un sustantivo en -inus, asinus ("asno"), ya antes citado- para definir al asno doméstico, como ha recopilado de forma sensacional, con estudio de testimonios PASCUAL-BAREA, J., "Asinus y asellus: los dos tipos de asno doméstico en Latín clásico", Pallas, 101, 2016, pp. 279-291 de igual modo que se emplea ese término en Apuleyo para hablar de quien carga, a menudo, con muchas cosas (Apul. Met. 6, 26). Esto daría razón de ser, en un sentido alegórico, a la figuración del propio jumento, como una alegoría del trabajo realizado por el Asellus al que se cita en el titulus (sobre este procedimiento alegórico habitual en los grafitos romanos figurados o con elementos figurativos, es sensacional la reflexión que publicó a finales del siglo XIX CORRERA, L., "Graffiti di Roma", Bulletino della Comissione Archeologica Comunale di Roma, 21, 1893, pp. 245-260, esp. pp. 245-246 y 258, nota 1). El recurso, además, al burro como caricatura jocosa está bien constatado en la que, probablemente, sea la primera mofa de la fe cristiana que conservamos gracias al repertorio epigráfico esgrafiado de, precisamente, el mismo lugar en que se documenta el que aquí nos ocupa, el Paedagogium Palatino, el famoso grafito de Alexámenos en el que, como es sabido, se figura a un personaje postrado ante una cruz en la que el crucificado es un asno (debe recordarse aquí el texto paulino en Corintios 1, 22-23 sobre la gentibus stultitiam, la "necedad para los gentiles", que suponía la Crucifixión de Cristo). Resulta bonito que una segunda mano -quizás la del propio esclavo objeto de burla en el primer grafito- añadiera más tarde a la inscripción griega con el motivo caricaturesco el texto "Alexámenos es fiel" (sobre este hermoso documento epigráfico, inventariado como nº 246 en los Graffiti del Palatino, el mismo volumen en que aparece el grafito protagonista de este post, y su papel en la primera iconografía cristiana -el documento parece de época flavia- puede verse GONZÁLEZ SERRANO, P., "Genésis y evolución de la iconografía cristiana", en LÓPEZ, M., SANZ, I., y DE PAZ, P. (eds.), Los orígenes del cristianismo en la literatura, el arte y la filosofía, Madrid, 2016, pp. 307-321, esp. p. 313). Volviendo al de Asellus, el recurso al asinus, al asno, por tanto, parece bien constatado en este ambiente de chanza y burla que debió inspirar algunos de estos textos y muy probablemente, estos dos. No resulta difícil imaginar que en un contexto de duros trabajos como los que asumirían en este espacio los esclavos alguien -acaso incluso el propio Asellus (DE ROSSI, G. B., "Antichi mulini in Roma en nel Lazio", Annali dell'Istituto di Correspondenza Archeologica, 29, 1857, pp. 274-282, esp. pp. 275-276)- quisiera caricaturizarse o caricaturizar a un compañero con la imagen de un burro motivada por la naturaleza de los esfuerzos que formaban parte del día a día del Paedagogium pero, también, explicada por el nombre, Asellus, citado en el grafito y que significaba, precisamente, eso "asno doméstico".

En cualquier caso, la interpretación de la elección del motivo y de su conexión con el mundo cristiano, con el servil o con, incluso, el militar, ha estado detrás de la discusión que ha provocado este singular y hermoso titulus scariphatus. Así, aunque la crítica histórica -principalmente a través de los autores citados hasta aquí- no se ha puesto de acuerdo sobre si el contexto del grafito es o no cristiano, lo cierto es que la reiteración del asno como motivo de burla contra los cristianos en el mismo espacio del Palatino del que procede el grafito, el carácter del nombre, acaso asumido por algún cristiano como manifestación de humildad (contra esta opción, aunque para otros cognomina, y no para el que nos ocupa, puede verse KAJANTO, I., "On the problem of "names of humility" in early christian Epigraphy", Arctos, 3, 1962, pp. 45-53), el propio fondo del mensaje cristiano de obediencia y aceptación de las contradicciones que encaja muy bien con la disciplina de un asno doméstico, y, también, el hecho de que la imagen del asno luego tuviera -a partir, al menos, de la obra de D. Heinsius, de 1629, Laus asini- una notable difusión en la literatura aurisecular bajo el tópico del "asno ilustrado" (ver ACEDO, Th., Exaltación artística del asno, Madrid, 2017, pp. 21-36 o FLASCHE, H., Geschichte der spanischen Literatur. III, Stuttgart, 1989, p. 95) como imagen del hombre sumiso y obediente a sus obligaciones, aunque fueran costosas, nos parece permiten refrendar la idea de que estamos ante un consejo dado por un esclavo, acaso cristiano, a sus compañeros en uno de esos espacios fascinantes de la Arqueología de Roma como es la escuela de esclavos del palatium imperial, el Paedagogium. No parece que San Josemaría -tan admirador de la ascética del cristianismo primitivo- tomase de este grafito del Palatino el asunto del punto con que abríamos este post pues, como ha explicado RODRÍGUEZ, P., Camino. José María Escrivá de Balaguer. Edición crítico-histórica, Madrid, 2004, pp. 1015-1016, la reflexión del Fundador del Opus Dei sobre la fidelidad del borrico de noria parece que se compuso en los últimos años 30 y el grafito, aunque se conocía desde finales del siglo XIX -como se ha mostrado con algunas de las referencias arriba incluidas- no se popularizó, como vimos, hasta mediados de los años 60 en que se recopilaron en un único volumen los graffiti del Palatino. 

En cualquier caso, la vigencia del mensaje de esta singular inscripción romana nos puede venir bien en esos momentos -¡que nunca faltan!- en que la vida nos presente obligaciones y deberes necesarios pero, acaso, no siempre ilusionantes y, muchas veces, monótonos. Tocará, entonces, trabajar y confiar en que, efectivamente, lo que hacemos, aunque resulte poco creativo, será para nuestro bien: proderit nobis.