[Recreación del circo Máximo con los obeliscos de la spina, según World History Encyclopedia]
Para quien viaja a Roma -que, sorprendentemente, no tiene en Oppida Imperii Romani la presencia que debería tener y que ojalá seamos capaces de generarle en adelante- uno de los elementos que resulta más sorprendente es la presencia, en varias de sus plazas, de obeliscos egipcios. Los hay en la Plaza de San Pedro, en la Piazza del Popolo o en la, más recogida, de Montecitorio justo frente a la sede del Parlamento italiano. Todos portan inscripciones en caracteres jeroglíficos y varios de ellos llevan, también, en su base, inscripciones latinas. En total, en Roma hay trece obeliscos que ya han interesado y preocupado a otros blogueros, por ejemplo a quien gestiona el blog Roma caput mundi que, en esta entrada, realiza un inventario muy detallado de los mismos y de la Historia, y las historias, que cada uno de ellos encierran.
Entre todos ellos, destaca, por su altura y por su antigüedad, el que se ubica hoy en la trasera de la basílica papal de San Juan de Letrán, en el límite sur de la Roma antigua, a escasos metros del muro aureliano, en la cúspide de la colina del Laterano, próxima a la del Celio, una de las siete de la Roma histórica. Como indica la ficha a él dedicado en la página de Turismo del Comune di Roma, el monumento -que se alza majestuoso en la ahora llamada plaza de San Juan Pablo II- mide casi 50 metros (45,7), pesa casi 500 toneladas (455) y, por sus inscripciones en jeroglífico, sabemos que data del reinado de Tutmosis III y Tutmosis IV, por tanto, del siglo XV a. C., de la clásica XVIII dinastía del Reino Nuevo faraónico lo que le convierte en el más antiguo de los obeliscos egipcios repartidos por Roma. Su porte destaca en un espacio extraordinariamente transitado de la Roma moderna casi señalando a la vía Merulana que se dirige a otra de las basílicas pontificias romanas, la de Santa María la Mayor, justo frente a los restos que quedan del acueducto de Claudio-Nerón, algunas de cuyas arcuationes pueden verse justo frente a la plaza en que se ubica el obelisco.
El pedestal que sustenta el obelisco, ofrece al visitante actual las siguientes inscripciones de las que aquí ofrecemos lectio y traducción al castellano:
Lado oeste: Flavio Constantino Caesari Augusto / victor et fidei defensori / quem transferre a Thebana civitate / Amonis in honorem, fluvioque Nilus / deponere in Alexandriam / iussit, ut novae Romae ornamentum foret, es decir "Flavio Constantino, César Augusto, vencedor y defensor de la fe cristiana, hizo transportar este obelisco desde la ciudad de Tebas, donde había sido erigido en honor al dios Amón, a través del río Nilo hasta la ciudad de Alejandría, con el propósito de adornar la nueva Roma que estaba construyendo".
Lado norte: Flavio Constantio Caesari Augusto / Constantini filio, qui pridem a Theba / obeliscum patri suo, postquam diu mansit / in Alexandria, remisit navis trecenta / remis portante, qui Romam Circum Maximum / sollemni ponendum erexit, es decir "Flavio Constancio, César Augusto, hijo de Constantino, tomó el obelisco que su padre había trasladado desde Tebas, y que había permanecido durante mucho tiempo en Alejandría, lo embarcó en una nave con trescientos remeros, y lo transportó por mar hasta Roma, donde lo erigió en el Circo Máximo con gran solemnidad".
Lado este: Constantinus, cruce intercessione victor / in hoc loco sancto per Sanctum Silvestrum / gloriam crucis diffudit, es decir "Constantino, vencedor por la intercesión de la Cruz, en este lugar consagrado por San Silvestre, difundió la gloria de la Cruz".
Lado sur: Sixtus V, summus pontifex / hoc obeliscum, tempestate vastatum / restituens magno labore atque sumptu / in hoc loco posuit, invictae cruci dedicavit / anno pontificatus MDLXXXVIII, es decir "Sixto V, Papa Máximo, restauró este obelisco, que había sido dañado por las calamidades de los tiempos, y lo erigió en este lugar con gran esfuerzo y gasto, dedicándolo a la Cruz Invencible en el año 1588 de su pontificado".
Contra lo que pudiera parecer, dichas inscripciones, pese a su factura, extraordinariamente clásica y a estar enriquecidas con apliques de bronce el modo de las litterae aureae, no son originales, no son romanas. Fueron compuestas en verso en el siglo XVI por el poeta italiano Giovanni Andrea Bussi, primer bibliotecario de la Bibliotheca Vaticana, entre otros cargos. Sin embargo, aportan noticias fidedignas sobre el obelisco, sobre su origen y sobre el contexto histórico de sus distintas vicisitudes en Roma y antes de llegar a Roma. Así, se indica la procedencia del obelisco, Tebas, que estaba dedicado al dios Amón y que Constantino se propuso trasladarlo por el curso del Nilo, primero, hasta el gran puerto del Egipto romano, Alejandría y, de ahí, a Roma para que sirviera de monumento de embellecimiento de la ciudad. En segundo lugar, se atribuye al hijo de Constantino, Constancio (Constantino II) -que le sucedió en el trono imperial a la muerte del primero, en el 337 d. C.- haber ejecutado la empresa planificada por su padre trasladando el obelisco de Alejandría a Roma con una nave dotada de hasta trescientos remeros. La tercera inscripción alude a la conversión de Constantino bajo el pontificado del Papa Silvestre I y, finalmente, la última, con un Latín que imita el de la Epigrafía clásica, alude a la colocación del obelisco, tras su invención y restauración, en el lugar que ahora ocupa coronado por una cruz, que todavía porta en su coronamiento, empresa, como se indica, debida al Papa Sixto V que fue el pontífice responsable, entre otras cosas, del inicio de las excavaciones arqueológicas en el circo Máximo, excavaciones que condujeron a la invención de tan insigne monumento.
Como se ha estudiado sobradamente -y una buena síntesis puede ser la que publicó hace algunos años el Catedrático de Topografía Antigua de la Universitá di Firenze Paolo Liverani, disponible en red aquí y recomendado como lectura en la sección dedicada a este monumento en la prestigiosa página del proyecto Judaism and Rome- el volumen VI del Corpus Inscriptionum Latinarum dedicado a las Inscriptiones Vrbis Romae Latinae (Berlín, 1801, p. 241) recoge el texto original (CIL VI, 1163) que portaba el obelisco Lateranense cuando fue descubierto, en febrero de 1587, según lo transmitió un testigo presencial del hallazgo, Arnoldus Mercator que, en sus notas, hizo constar, que el monumento apareció "nel giusto mezzo del cerchio massimo a dì 15 di febraro 1587 (...) sottoterra ventiquatro piedi" (CIL VI, p. 241). La inscripción original ofrece algunos datos interesantes sobre el origen del monumento, sobre su traslado a Roma y sobre su colocación en el mayor circo del Occidente Romano justo donde, de hecho, sabemos por las fuentes (particularmente Plinio, Nat. 36, 14) que Augusto habría colocado uno algo posterior, de época de Ramsés II, hoy trasladado a la siempre animada Piazza del Popolo (para su posición original puede consultarse la web del sensacional proyecto Digital Augustan Rome) mayor que el que empleó como horologium, como gran reloj solar, en el Campo de Marte, hoy en la citada Plaza de Montecitorio que fue el segundo de los obeliscos augústeos. Destacamos algunas de las informaciones aportadas por la inscripción original, a continuación.
ll. 7-9 (ll. 1-3 del lado norte): "Pero la preocupación por el transporte afligía grandemente al emperador, ya que ninguna inteligencia, esfuerzo ni mano habría podido mover la imponente mole" (quod nullo ingenio nisuque manuque moueri caucaseam molem)
ll. 11-14 (ll. 6 del lado norte y ll. 1-4 del lado oeste): "Ordenó que se moviera sobre la tierra una no pequeña parte de la montaña y depositó su confianza en el mar hinchado, y las aguas, con ondas plácidas, condujeron la nave a las playas del Occidente, para asombro del [Tíber]" (fluctu litus ad hesperium [Tiberi] mirante carinam Romam)
ll. 17-18 (ll. 5-6 del lado oeste): "(...) sino porque nadie creía que una obra de tanta envergadura pudiera elevarse hasta las auras celestes" (sed quod non crederet ullus tantae molis opus superas consurgere in auras).
Como puede verse, el texto, que, en parte, como explica Paolo Liverani -que ultima, de hecho, actualmente, un sensacional proyecto europeo de investigación sobre la topografía antigua de este sector de la Roma clásica, el proyecto Rome Transformed- fue recompuesto con añadidos e interpolaciones que mediaron entre que fuera anotado por Mercator y, luego, recogido por Eugen Bormann y Wilhelm Henzen, los editores del correspondiente volumen del CIL, destaca, en un tono propio de la retórica imperial de la época, el reto que supuso el traslado del obelisco, el afán de exclusividad de la empresa y la simbólica conexión Nilo-Tíber que subyacía a la misma.
Hace algunos años, en Oppida Imperii Romani, con el objetivo de ofrecer al lector dos recursos digitales extraordinarios para el conocimiento de la topografía la antigua Roma -el proyecto Rome Reborn, de la University of California Los Ángeles-UCLA y la digitalización del New Topographical Dictionary of Ancient Rome (Baltimore-Londres, 1992)- publicamos una entrada, titulada "Decora Vrbis aeternae", que abría con un texto de Amiano Marcelino que, precisamente, también -como ya se hacía constar en la voz "obeliscus Constantii" del tradicional diccionario topográfico de Roma, de S. Ball Plattner (Londres, 1929)- aporta abundante información sobre este monumento pues si Mercator fue testigo del hallazgo de la pieza, Amiano lo fue del momento de su entrada en Roma y de su colocación en el circo Máximo. Los pasajes de las Rerum Gestarum de Amiano -obra cumbre de la historiografía tardoantigua-, rezan como sigue:
XVI, 10, 17: "Finalmente, tras reflexionar durante bastante tiempo acerca de qué podía hacer allí, determinó contribuir con algo a la belleza de la ciudad erigiendo en el Circo Máximo un obelisco, acerca de cuyo origen y forma trataré en el lugar apropiado".
XVII, 4: "Por orden del Augusto Constancio se determina la colocación de un obelisco en Roma, en el circo Máximo (obeliscus Romae in Circo Maximo subrectus) (...)". 4, 6. "En esta ciudad [Tebas] junto a magníficos baños y construcciones diversas que muestran imágenes de dioses egipcios, vimos numerosos obeliscos (obeliscos uidimus plures), algunos de ellos en pie y otros caídos y fragmentados. Se trata de grandes moles de piedra que los reyes de la antigüedad, bien después de derrotar a algún pueblo (bello domitis gentibus), bien para demostrar su orgullo por la prosperidad de su mandato (prosperitatibus summarum rerum elati), arrancaron de las entrañas de los montes, incluso en regiones muy alejadas. Luego las cortaron y erigieron esos obeliscos, dedicándolos a los dioses superiores de sus religiones". 4, 7. "Es, pues, el obelisco, una piedra de gran dureza, que se eleva gradualmente en forma de columna cónica hasta una gran altura y, como si fuera un rayo, va perdiendo grosor de forma paulatina, con una superficie cuadrada que va alargándose y haciéndose más estrecha junto a la cima, y pulido todo por manos artesanas (...)". 4, 10. "Pero [al inscribirlos] no seguían la práctica actual, en la que una serie determinada y sencilla de letras expresa todo lo que pueda concebir la mente humana (litterarum numerus praestitutus et facilis exprimit). Al contrario, en la escritura de los egipcios, cada carácter representaba un nombre o una palabra e incluso, a veces, representaban frases completas (...)". 4, 12. "Y, puesto que los aduladores de Constancio, según su costumbre, avivaban su orgullo y le repetían sin mesura que, mientras que Octaviano Augusto trabajo dos obeliscos desde la ciudad de Heliópolis -de los cuales uno fue situado en el circo Máximo y el otro en el Campo de Marte (unus in circo Maximo alter in Campo locatus est Martio)- el que habían transportado recientemente, ante el temor que provocaba la dificultad de su traslado, Constancio no había osado ni moverlo ni tocarlo siquiera. Sepan, pues, los que lo ignoren, que, aunque trajo algunos obeliscos, el emperador antiguo citado no quiso tocar éste, porque estaba dedicado como ofrenda al dios Sol y situado dentro de un ambicioso templo, que no podía ser profanado, donde sobresalía como la cumbre de todo". 4, 13. "Pero Constantino, sin preocuparse por esto, se trajo esta enorme piedra de aquel lugar, pensando correctamente que no perjudicaba en nada a la divinidad si arrebataba de un templo esta obra admirable y se la consagraba a roma, verdadero templo de todo el mundo (in templo mundi totius). Por ello, el obelisco permaneció tendido durante mucho tiempo, mientras se preparaba todo lo necesario para el traslado. Pero, una vez transportado por el cauce del río Nilo y llevado a Alejandría, se fabricó una nave de tamaño desconocido hasta entonces, que necesitaba trescientos remeros para avanzar". 4, 14. "Una vez realizados estos preparativos, tras la muerte del emperador citado [Constantino], disminuyó la urgencia de la empresa y, finalmente, después de mucho tiempo el obelisco fue colocado sobre una nave y traído a través de los mares y del curso del Tíber (per maria fluentaque Tibridis), que parecía asustado por el temor de aquello que le había enviado el casi desconocido Nilo (...) Con todo, el obelisco fue trasladado al barrio de Alejandro, situado a tres millas de la ciudad. Desde allí, tras ser colocado sobre una plataforma y llevado con cuidado a través de la puerta de Ostia y de la Piscina Pública (per Ostiensem portam piscinamque publicam), fue trasladado hasta el circo Máximo". 4, 15. "Después de esto, sólo faltaba erigirlo (erectio), algo que se suponía muy complicado y casi imposible. Pero lo consiguieron del siguiente modo: acumularon, elevaron y colocaron en vertical (ad perpendiculum) altos palos (de manera que parecía que estabas viendo un auténtico bosque de maquinaria). Ataron fuertes y largas cuerdas, semejantes a múltiples cintas, que, dada su densidad, llegaban a ocultar el cielo. A estos palos se ató esta auténtica montaña con caracteres escritos grabados sobre ella, mientras iba siendo elevada en el aire hasta las alturas. Después de quedar colgando durante bastante tiempo, se necesitó a muchos miles de hombres para hacer girar ruedas que parecían de molino (molendinarias rotantibus metas), y así quedó colocado en mitad del circo. Sobre él se colocó una esfera de bronce, brillante, con láminas de oro, pero al ser alcanzada por la fuerza del fuego divino [un rayo] fue reemplazad por una imagen de bronce de una antorcha, que tenía igualmente incrustaciones de oro y parecía despedir brillantes llamaradas". 4, 16. "En épocas posteriores se trajeron otros obeliscos, uno de los cuales fue colocado en el Vaticano, otros en los jardines de Salustio y dos en el mausoleo de Augusto (unus in Vaticanus, alter in hortis Salusti, duo in Augusto monumento)". 4, 17. "El significado de los signos grabados en el antiguo obelisco que vimos en el circo, vamos a ofrecerlo en letras griegas (...)" (a partir de ahí, en griego, transcribe el texto original compuesto en jeroglífico: lado sur: 4, 18, l. 1; 4, 19, l. 2; 4. 20, l. 3; lado oeste, 4, 21, l. 2; 4. 22, l. 3; lado este, 4. 23, l. 1).
Del largo texto de Amiano que aquí hemos transcrito -y que incluye, de hecho, en su parte final, aunque en lengua griega, una auténtica autopsia epigráfica por él realizada sobre las inscripciones jeroglíficas del obelisco- cabe destacar varios aspectos, fundamentalmente tres. En primer lugar, la asociación entre el obelisco y la legitimación política, la exaltación del poder personal. En segundo lugar la existencia -cuando se alude al poder de Augusto y a su capacidad para hacer llegar a Roma dos obeliscos- de una cierta competitividad entre los emperadores, y también entre las elites, en materia de construcción pública convirtiéndose ésta, y los retos que se afrontaban en ella, en herramientas de prestigio, de auto-representación. En tercer lugar el texto de Amiano muestra muy bien la sorpresa del escritor de Antioquía respecto de la exigencia y los retos técnicos de la empresa que, como hemos visto, también se exaltaron en los tituli que, originariamente, se grabaron en la base del monumento. Sabemos, de hecho, que desde la construcción del foro de César, el primero en que se emplearon fustes de columnas de carácter monolítico, ese ejercicio de poder se convirtió en un modo de impresionar a la población y constituyó un auténtico "tour de force" para la edilicia pública. Que Amiano se entretenga en explicar los pormenores técnicos que hicieron posible el traslado y la erección del obelisco en el circo Máximo va, sin duda, en esa línea aportándonos -como vimos en un vídeo incorporado hace algún tiempo a nuestro canal de vídeos en YouTube- deliciosa información sobre algunos de esos sistemas técnicos, acaso semejantes al que muestra un grabado de Natale Bonifacio -también artista contemporáneo a la invención del obelisco de Letrán- alusivo al obelisco Vaticano, hoy conservado en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, que reproducimos a continuación. Se trata de tres conceptos que, nos parece, pueden explicar muy bien la ideología de los procesos de transformación urbana vividos por la Roma imperial, como algunos títulos de la nota bibliográfica que cierra esta entrada desgranan.
Está claro, por tanto, que cuando se compusieron las inscripciones que -pese a no ser Romanas- admiran aun hoy, en el siglo XXI, al visitante que se acerca a San Juan de Letrán, el recurso a las fuentes antiguas -tanto epigráficas como, especialmente, literarias, dado el extraordinario relato de Amiano Marcelino- resultó fundamental y contribuyó a dar historicidad a este uso del modo clásico de grabar mensajes para la eternidad que es la Epigrafía Romana. Nos parecía que esa coincidencia entre Historia, Literatura e Historiografía Latinas, Epigrafía -aunque en este caso la lectio que hace Amiano sea de una inscripción en jeroglífico- y Recepción -y en parte resignificación- de la Antigüedad podía interesar a los lectores de Oppida Imperii Romani y abrir una serie en la que podamos presentar otros loca memorabilia en los que interactúen las fuentes literarias, las materiales y, sobre todo, las epigráficas algo de lo que, de hecho, los editores del CIL VI, se dieron cuenta incorporando en la ficha de la inscripción, también el texto, casi completo, del relato de Amiano Marcelino en una interpolación casi única en la Historia de esta obra monumental a la altura, sin duda, del monumento que portó la inscripción que los sabios alemanes recogieron en el fascículo sexto de dicha obra.
Nota bibliográfica sucinta.- El caso aquí tratado ofrece un singular ejemplo de una ocasión en que la Literatura Romana, en concreto el historiador Amiano Marcelino, ofrece utilísima información sobre una actividad edilicia imperial en Roma, tema tratado de forma excelente por SCHEITHAUER, A., Kaiserliche Bautätigketi in Rom. Das Echo in der antiken Literatur, Stuttgart, 2000 (la bibiografía, pp. 295-324 recoge los títulos clásicos sobre la topografía de la Roma antigua y sobre sus principales monumentos, en todos los idiomas) asunto también objeto de análisis desde ZANKER, P., Augusto y el poder de las imágenes, Madrid, 1992 y con actualizaciones y reflexiones sugerentes en DE KLEJIN, G., "The emperor and public works in the city of Rome", en The Representation and Perception of Roman Imperial Power. Proceedings of the third workshop of the international network Impact of Empire (Roman Empire, c. 200 BC-AD 476), Amsterdam, 2003, pp. 207-214. Nosotros nos hemos ocupado del tema también en los capítulos introductorios de ANDREU, J., Liberalitas Flauia. Obras públicas, monumentalización urbana y exaltación dinástica en el Principado de los Flavios (69-96 d. C.), Sevilla, 2022, pp. 11-17 a partir del clásico de KLOFT, H., Liberalitas principis. Herkunft und Bedeutung. Studien zur Prinzipatsideologie, Colonia, 1979. El acento que el texto de Amiano, de hecho, pone en las dificultades técnicas que implicó el traslado y la erección del obelisco de Letrán nos permiten, también, conocer aspectos concretos de la actividad edilicia romana desde un punto de vista técnico, siempre bien ilustrados en el clásico trabajo de ADAM, J.-P., La construcción romana: materiales y técnicas, León, 2002, inexcusable. También resulta un clásico, pese a su fecha, GARCÍA Y BELLIDO, A., "Roma como problema urbano", en Urbanística de las grandes ciudades del mundo antiguo, Madrid, 1966, pp. 105-144.
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