LARRAHE

 


Cada año aparecen en España alrededor de 700 inscripciones latinas de época romana. 915, por ejemplo, recogía el último número de la revista Hispania Epigraphica que inventariaba las aparecidas o que fueron objeto de revisión entre 2016 y 2017. Estadísticamente, podría decirse que aparecen casi 2 inscripciones al día en España. Y, cada uno de esos nuevos hallazgos, tal como afirma el encabezamiento de Oppida Imperii Romani, hace latir más deprisa el corazón de los historiadores de la Antigüedad. La palabra escrita, como hemos subrayado no hace mucho en el proyecto de transferencia "Valete uos uiatores: travelling through Latin inscriptions across the Roman Empire", tuvo muchísima fuerza como medio de comunicación durante la Antigüedad y hoy, cuando ésta se muestra a partir de un nuevo hallazgo, nos posiciona ante una historia que, como epigrafistas -y por tanto, también como historiadores- hemos de ser capaces de contar, siempre desde el rigor y desde la exactitud pero tratando de dar vida, en cierto modo, a los protagonistas de dichos textos. De este modo, y como explicábamos no hace mucho en este mismo blog, la Epigrafía, la ciencia de las inscripciones, se convierte en una suerte de storytelling y los historiadores tratamos de leer, tras las letras grabadas sobre el soporte en cuestión -generalmente la piedra- historias, acontecimientos, emociones, creencias, memorias...

En Oppida Imperii Romani, y en particular en su serie "Epigraphica", hemos celebrado en muchas ocasiones los nuevos hallazgos epigráficos y nos hemos permitido comentarlos y destacar lo que aportan para aspectos bien variados de la Historia de la Antigüedad. El lector más asiduo recordará, por ejemplo, la extensa serie de artículos -agrupados bajo la etiqueta "Sorioneku"- que motivó el hallazgo, presentación pública y estudio científico de la mano de Irulegi, sin duda el documento en lengua paleohispánica más mediático de la historia de la paleohispanística. Pero, también nuevas y sugerentes inscripciones pompeyanas -como los grafitos de la regio V o el sepulcro de Marcus Venerius Secundio-, nuevos documentos jurídicos que cruzan la historia de Roma con la de los territorios peninsulares -como la tabla de bronce Ursonense que se viralizó en los tiempos pandémicos- y nuevos tituli hispanos -como los descubiertos, no hace mucho, en Cartima o en Marchena- y el impacto en prensa, y social, de su hallazgo, han desfilado por este espacio con el objeto de presentar la Epigrafía Latina como una disciplina viva, siempre al albur de los nuevos hallazgos y generadora de una buena dosis del conocimiento que tenemos sobre aspectos esenciales de las sociedades clásicas y, en particular, de la romana. En dichas entradas, de hecho, hemos enlazado a trabajos ya clásicos en los que destacados epigrafistas, o nosotros mismos, reflexionamos sobre lo que las inscripciones aportan a nuestro conocimiento de la Antigüedad. A ellas remitimos, de nuevo, sin volver aquí a enlazarlas si bien el lector más apresurado podrá entender el interés de la documentación epigráfica para nuestro conocimiento de la antigua Roma a partir de una reciente contribución nuestra al libro de 2019 Siste uiator! La Epigrafía en la antigua Roma donde se ofrece más bibliografía al respecto.

Pues bien, la segunda semana del mes de junio ha estado marcada por dos hallazgos epigráficos -paleohispánico el uno, latino el otro- que han vuelto a poner de relieve el singular appeal de la palabra escrita, ya no sólo para los epigrafistas sino también para la sociedad que ha recibido esos hallazgos con una expectación inusitada. Del primero poco diremos pues se sale de los límites de nuestra especialización y de los intereses de este espacio pero sí nos parecía oportuno recuperar el ritmo de la etiqueta "Vascones" de este blog valorando el segundo. El primero es la constatación, sobre una pieza de pizarra de artesano descubierta en el yacimiento tartésico de El Turuñuelo de Guareña (Badajoz), de la presencia, en el contorno de la misma, de un signario completo en escritura tartésica cuya identificación, precisamente, se ha debido a la generosa observación de Joan Ferrer i Jané, de la Universitat de Barcelona uno de los epigrafistas expertos en escrituras paleohispánicas que se mostró más escéptico, o prudente al menos, respecto de la identificación como vascónica de la lengua de la mano de Irulegi. A ese particular bonus track de la investigación en este sensacional enclave del suroeste peninsular -como lo bautizó el diario ABC-, se ha unido, en la misma semana, la presentación, por parte de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, del hallazgo, en realidad en 2022, de un hermoso altar en piedra arenisca, en Larunbe, que ha protagonizado titulares hasta el momento, sobre todo, en la prensa navarra -tanto en Diario de Navarra como en >Diario de Noticias o en el digital Navarra.com- aunque, seguro, pronto saltará también a la nacional, de hecho ya ElDiario.es y Europapressle han prestado atención. Sólo el análisis de los titulares, y del tratamiento de la noticia que hacen el primer medio y el último y el que hace el Diario de Noticias, dan para una reflexión sociológica. Diario de Navarra y Navarra.com ponen el acento en el carácter latino, romano, del texto. El Diario de Noticias, sin embargo, obvia la latinidad en el titular y se centra más en lo vascónico e identitario y, en concreto en la nueva atestiguación de la divinidad Larrahe en el territorio de los antiguos Vascones. Nosotros mismos hemos opinado sobre lo que el hallazgo supone para la Historia Antigua de Navarra en una reciente tribuna en Diario de Navarra, que vio la luz el lunes 17 de junio y que dejamos aquí abajo si bien puede leerse, también en la versión digital de este medio de comunicación líder de la prensa navarra.

Con un texto clarísimo en cinco líneas y muestras de una preferencia arcaizante por escribir la E no en su forma estándar sino con dos trazos verticales -algo que también está atestiguado, por ejemplo, en un hermoso altar votivo, dedicado a otra divinidad indígena del área vascónica, ésta acaso netamente indoeuropea, Peremusta, recientemente dado a conocer en Santa Criz de Eslava- el texto, de finales del siglo I d. C. evidencia el voto (uotum) que, por haberlo merecido la divinidad (merito), una mujer de nombre Valeria Vitella, resolvió hacer de buen grado (lubens soluit) a Larrahe.

En las noticias que han difundido el hallazgo, y en los actos que para la presentación del mismo se han organizado en el concejo de Larunbe, en cuyo monasterio de medieval de Doneztebe, arrojada en un pozo se ha producido la invención de la pieza, el protagonismo se ha puesto en los tres elementos más estrictamente identitarios del epígrafe. Por un lado, en la propia divinidad, como se ha visto, "vieja conocida" de la religiosidad vascónica pero que, hasta ahora, sólo había comparecido en inscripciones recuperadas -y publicadas- en Muruzábal de Andión y en Irujo localidades todas que, por su posición geográfica, debieron pertenecer al territorium de la ciuitas vascona de Andelo, en Mendigorría. Por otro en la posición septentrional del documento que lo convierte en el más septentrional en lengua vascónica -que no vasca, como sobradamente hemos explicado en tantas entradas de la prolija serie "Sorioneku" de este blog-, algo que tampoco debe exagerarse una vez que Larunbe, por su posición, bien pudo pertenecer al territorium de Pompelo bien al de Aracilum, otra de las ciudades vasconas del listado de Plinio el Viejo. Y, por último, en la lengua a la que remite el teónimo que, como se ha dicho, sería esa lengua vascónica que ha experimentado, en su estudio y en su impacto social, una inusitada revitalización a partir del hallazgo de la mano de Irulegi. Se da la circunstancia, además, de que el mismo dativo en que está expresado el teónimo, Larrahi, es el mismo que comparecía en el sorioneke, mejor que sorioneku, del documento del valle de Aranguren. De esta divinidad, que aparece calificada como deus -en masculino- y no como dea -en femenino- en la inscripción de Irujo (HEp8, 378) sabemos que fue honrada por un tal Felix en dicho titulus y por un tal Manilius Martialis -ambos varones- en la pieza que, procedente de Mendigorría, primero documentó este singular teónimo (HEp3, 262) y que hoy puede verse en el Museo Arqueológico de Andelos, en Mendigorría (una entrada específica sobre la pieza puede verse en el inexcusable blog "Rutas arqueológicas en Navarra y más...", de Julio Asunción.

Los expertos que se han ocupado de esta deidad vascónica -que no vasca como ha subrayado algún medio de comunicación en estos días- han subrayado de qué modo el teónimo puede emparentarse con el vasco larre, que significa "pastizal" y han sugerido, así, para Larrahe un carácter de deidad protectora de los pastos (RAMÍREZ SÁDABA, J. L., y GORROCHATEGUI, J., "La religión de los Vascones, una mirada comparativa: concomitancias y diferencias con sus vecinos", Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra, 21, 2013, pp. 113-149, esp. p. 135) quizás, incluso, de un arraigo considerable en el territorio lo que habría llevado a que, en Irujo, el devoto que le rindió culto hiciera constar, expresamente, que se trataba de un deus (JIMENO, R., y TOBALINA, E., "Ara romana de Irujo (Guesálaz)", Príncipe de Viana, 215, 1998, pp. 617-624, esp. p. 621). También, se ha subrayado la alternancia fonética que exhibe el teónimo, que comparece bien como Larahe bien como Larrahi, en una diversidad que parece bastante habitual en la lengua aquitana con la que, sin duda, debe guardar relación la vascónica (ZALDÚA, L. M., "Los nombres de los dioses y diosas de Vasconia en la Antigüedad", Euskera ikerteta aldizkaria: Revista de investigación de la Real Academia de la Lengua Vasca, 68, 2023, pp. 185-211, esp. pp. 191-192).

Sin embargo, nos parece, como llamábamos la atención en la tribuna de Diario de Navarra, que, sin desmerecer del teónimo, la protagonista del voto merece algo más de atención. En primer lugar, como se ha dicho más arriba, por tratarse de una mujer y, en concreto, de la primera mujer que, en el repertorio epigráfico de alusiones a Larrahe, actúa como cultora de esta divinidad. En segundo lugar, por la singularidad de su cognomen que supone un hapax en la Epigrafía Latina de la Hispania Romana. Con el término hapax designamos a cualquier fenómeno que no está atestiguado desde una óptica onomástica en un territorio pero que, por el azar de la investigación, aparece por primera vez. Pues bien, Vitella, que, efectivamente, significa "ternera", es un hapax. Hasta hoy, no estaba presente en la epigrafía de la Tarraconense. Sí lo estaba, y en el corazón del territorio vascón, en su variante masculina, Vitulus, gracias al ya célebre Quintus Sempronius Vitulus de los pedestales del foro de la ciudad romana de Los Bañales, sobradamente estudiados. Pero, en su variante femenina, de hecho, sólo comparece en cinco ocasiones en todo el Occidente Romano, dos en la Gallia Narbonensis (CIL XII, 4781 y 5185, ambas de Narbo Martius, la colonia capital del sector más oriental y meridional de la Gallia) y tres en Roma (CIL VI, 18832, 35265 e ICUR 6, 16565). Es cierto que, como demostramos hace algunos años a propósito del repertorio epigráfico de Santa Criz de Eslava, entre los Vascones debió ser habitual que el cognomen -que no debe olvidarse era el nombre "de cuna" del individuo, el que sus padres le otorgaban al nacer- se tomase del campo semántico del mundo animal lo que haría, seguramente, más habitual de lo que la Epigrafía ha atestiguado hasta la fecha, ese cognomen Vitella que ahora se nos muestra por primera vez. No debe descartarse, sin embargo que, al estar el cognomen presente en un territorio próximo al vascónico, como es la Narbonensis, estemos ante una mujer procedente de un ámbito geográfico ajeno al de procedencia de la inscripción que, al llegar al territorio, por cumplir con los dioses del lugar y asumir lo que los Romanos llamaban la pax deorum, decidió ofrendar un voto a esta deidad que ahora ha vuelto a tener su particular epifanía después de las dos previas, en los años noventa del siglo pasado y que más arriba se han comentado. En este caso, el gentilicio de la dedicante, Valeria, podría ayudar a resolver si se trató de una mujer del ámbito local o de una inmigrante. Aunque Valerius es uno de los gentilicios más presentes en todo Occidente, también en las Hispanias, lo cierto es que no comparece ni en la epigrafía Pompelonense ni en la Andelonense. Sí está bien atestiguado en Santa Criz de Eslava y es abundantísimo en la Gallia Narbonensis. No podremos determinarlo con seguridad nunca pero podríamos estar no ante una mujer del ámbito netamente vascónico sino ante una inmigrante que, como se dijo, al llegar a la zona en que erigió el voto -que no tuvo por qué ser el lugar en que la pieza ha sido hallada, tirada en el fondo de un pozo de un monasterio medieval, lugar al que habría sido arrojada en época post-clásica indeterminada- quiso congraciarse con una deidad que, apreció, tenía un cierto arraigo en la zona. Como verá al lector, el estudio de cualquier inscripción romana es un ejercicio neto de storytelling.


El hallazgo y su repercusión merecen, también, otras consideraciones de carácter político, tanto de política partidista como de política cultural. Las primeras las ha expuesto de forma muy audaz uno de nuestros estudiantes, doctorando del Departamento de Historia, Historia del Arte y Geografía de la Universidad de Navarra, Javier Larequien su blog, al que remitimos. Sorprende que una inscripción descubierta en 2022 y que no tiene especial complejidad en su lectura, tarde dos años en ser presentada y cuando se haga con un boato y una visibilidad que ha seguido muy de cerca la trazada hace un par de años, precisamente, por la Sociedad de Ciencias Aranzadi y el Valle de Aranguren cuando se dio a conocer, en el otoño de 2022, la mano de Irulegi. Con la salvedad, bien advertida por Javier Larequi, de que en esta ocasión, en Larunbe, no ha habido representación oficial de la Institución Príncipe de Viana ni tampoco nota de prensa del Gobierno de Navarra dejando todo el protagonismo a Aranzadi. En tiempos de utilización política -y, en el caso de Navarra, también lingüística e identitaria- de cualquier hallazgo arqueológico, esta actitud resulta, cuando menos, imprudente. En segundo término, Diario de Noticias, en la noticia en que se hacía eco del hallazgo -que, como se ve más abajo, llegó incluso a ocupar media portada de la edición del sábado 15 de junio- afirmaba que este descubrimiento "confirma el buen momento que vive la Arqueología en Navarra". Si hemos de juzgar por los hallazgos y por su significancia, desde luego que sí -recientemente, de hecho, hemos tenido la suerte de protagonizar uno en Santa Criz de Eslavadel que dábamos cuenta no hace mucho en este blog y sobre el que volveremos pronto en un Curso de Verano de la UNED de Pamplona, previsto para el próximo septiembre-, que la Arqueología en Navarra vive un momento feliz. Sin embargo, si lo que se ha de valorar es la estrategia con que los poderes públicos están gestionando la investigación -y no hablemos de la inversión- en materia de arqueología el momento no puede ser más desgraciado: no existen grandes proyectos apoyados institucionalmente, se vive en una especie de reparto de la miseria que convierte a los Ayuntamientos -muchas veces seducidos de forma obscena por empresas de arqueología y arqueólogos autónomos- en los únicos promotores de la investigación que, además, rara vez trasciende de las páginas de Trabajos de Arqueología Navarra, una revista que, desde luego, está a la cola de los criterios modernos de cualquier revista científica y donde publicar es, prácticamente, un demérito. No se excava en área sino que se autorizan, exclusivamente, sondeos que, al concluirse, deben cubrirse sólo para que los poderes públicos no tengan que invertir en labores de restauración y de consolidación. Lógicamente, los hallazgos van a seguirse produciendo pues hay equipos trabajando en yacimientos de, prácticamente, todos los periodos históricos, pero, desde un punto de vista de estrategia cultural y de ambición el momento no puede ser más triste y más esperanzador. Ojalá que hallazgos como éste provoquen una seria -y necesaria- reflexión sobre hacia dónde queremos que camine la Arqueología -al menos la de época histórica- en Navarra.




2 comentarios:

Anónimo dijo...

No puedo estar más de acuerdo con el fabuloso análisis, Dr. Andreu.

Anónimo dijo...

Como siempre, Profesor, poniendo los puntos sobre las ies. Que suerte la de la Arqueología Navarra.