STVDERE VOLO

 

[The love letter/Le billet doux, lienzo historicista de 1913 del pintor John William Godward]

Desde hace varios años, por razones que fueron explicadas en este espacio hace exactamente un año, viene siendo tradicional que uno de los primeros posts del curso académico en Oppida Imperii Romani tenga que ver con palabras dirigidas por el autor de este blog a estudiantes universitarios de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra en el inicio del nuevo curso o en el comienzo, de hecho, de su andadura universitaria como estudiantes de primer año. 2024 no va a ser una excepción de modo que esta entrada, la segunda del curso académico en el blog, recoge y, a su vez, ordena, las reflexiones que compartimos con estudiantes de 1º de los Grados en Historia (Historia, Historia y Arqueología, Historia y Periodismo e Historia y Relaciones Internacionales) que ofrece el centro universitario en el que profesamos desde hace ahora -se cumplirán en estos días- diez años.

Acaso porque, en frase atribuida a Iván Pávlóv, "si quieres tener nuevas ideas, lee libros viejos", si, como podrá ver el lector curioso, en anteriores ocasiones fueron textos de Quintiliano ("Oratores boni uiri"), Valerio Máximo ("Industria et studium") o, el pasado año, fundamentalmente, de Flavio Josefo ("Necessaria...inania"), los que inspiraron y articularon nuestra reflexión en forma de consejos y de vademecum para los estudiantes universitarios, en esta ocasión hemos optado por un texto menos conocido pero absolutamente delicioso. Se trata de uno de los llamados Hermeneumata un género singular de copias medievales de textos escolares latinos clásicos que, fechado en el siglo IV d. C., sorprende en su viveza, actualidad y profundidad.

El aquí recogido es uno de esos Hermenumata, en concreto el denominado Colloquium Celtis, así llamado en honor al gramático y humanista renacentista alemán, de Heidelberg, Conrad Celtis, que firmó la única copia superviviente del documento hasta la fecha. Lo reproducimos aquí en su versión latina y en su traducción, en parte nuestra. La versión latina procede de la edición canónica de Cambridge (Cambridge, 2015) The colloquia of the hermeneumata pseudositheana. 2. Colloquium Harleianum, Colloquium Montepessulanum, Colloquium Celtis and fragments, preparada por Eleonor Dickey que también se ocupa, en concreto, del colloquium Celtis, en su sensacional volumen Learning Latin the ancient way. Latin textbooks from the Ancient World (Cambridge, 2016), pp. 11-78, accesible online desde aquí y que recoge el texto completo, traducido y comentado. Lo que nosotros ofrecemos es, naturalmente, una selección del mismo en nueve bloques. En la red existe otra edición comentada de este singular pasaje en MAREK, B., Acta Uniuersitatis Carolinae Philologica, 2, 2017, pp. 127-152


[I, 1a-2] Conuersatio, usus cotidianus, debet dari omnibus pueris et puellis, quoniam necessaria sunt minoribus et maioribus, propter antiquam consuetudinem et disciplinam sic incipiam scribere, ab exordio lucis usque ad uesperum.

La conversación, costumbre cotidiana, debería facilitarse a todos los niños y niñas, ya que es necesaria tanto para los más jóvenes como para los mayores como prueba la antigua costumbre y la disciplina del aprendizaje. Así comenzaré a escribir, desde el comienzo de la luz diurna hasta el atardecer.

[II, 2a-2f] Ante lucem uigilaui de somno; surrexi de lecto, sedi, accepi pedules, caligas; calciaui me. Poposci aquam ad faciem; lauo primo manus, deinde faciem laui; extersi. Deposui dormitoriam; accepi tunicam ad corpus; praecinxi me; unxi caput meum et pectinaui; feci circa collum pallam; indui me superariam albam, supra induo paenulam. Processi de cubiculo cum paedagogo et cum nutrice salutare patrem et matrem ambos salutaui et osculatus sum, et sic descendi de domo.

Antes del amanecer, me desperté del sueño; me levanté de la cama, me senté, cogí los zapatos, las sandalias; me calcé, pedí agua para la cara; me lavé primero las manos, luego me lavé la cara; me sequé. Me quité la ropa de dormir; cogí una túnica para mi cuerpo; me puse el cinturón; me perfumé la cabeza y me peiné (el pelo); me puse alrededor del cuello un manto; me puse una prenda exterior, blanca encima. Me puse una capa con capucha. Salí del dormitorio con mi pedagogo y con mi nodriza para saludar a mi padre y a mi madre. Los saludé y los besé, y luego bajé de la casa.

[III, 7a-10a] Post haec graphium requisiui, et membranam; et hace tradidi meo puero. Paratus ergo in omnia, processi bono auspicio, sequente me paedagogo, recte per porticum quae ducebat ad scholam. Sicubi mihi noti occurrerunt, salutaui eos; et illi me resalutauerunt. Ut ergo ueni ad scalam ascendi per gradus, otio, ut oportebat et in proscholio deposui birrum; et demulsi capillos. Et sic eleuato centrone introiui, et primum salutaui praeceptores, condiscipulos.

"Después pedí un lápiz y un libro, y se los entregué a mi esclavo. Así que, preparado ya con todas las cosas, salí con buen presagio, con mi pedagogo siguiéndome, recto por el pórtico que conducía a la escuela. Si me encontraba conocidos en cualquier parte los saludaba, y ellos me saludaban a su vez. Cuando llegué a la escalera, subí peldaño a peldaño, sin prisas, como es debido. Y en el vestíbulo de la escuela deposité mi capa; y me alisé el pelo. Y así, levantando la cortina, entré, y primero saludé a los profesores y a mis compañeros".

[IV, 4a-5d] “Ave, Domine praeceptor; bene tibi sit. Ab hodie studere uolo. Rogo te ergo, doce me Latine loqui.” “Doceo te, si me attendas.” “Ecce, attendo.” “Bene dixisti, ut decet ingenuitatem tuam. Porrige mihi, puer, manuale cito ergo porrige librum, reuolue, lege cum uoce, aperi os, computa. Modo bene fac locum, ut scribas dictatum".

“Hola, señor profesor; que le vaya bien. A partir de hoy quiero trabajar duro. Así que, por favor, enséñeme a hablar Latín”. “Te enseñaré si me prestas atención”. “Míreme, estoy prestando atención”. “Has respondido bien, como corresponde a tu noble cuna. Pásame, muchacho, el atril. Rápidamente pásame el libro, colócate en el lugar correcto, lee en voz alta, abre la boca, cuenta. Ahora marca bien el lugar para que puedas escribir y ejercitarte”.

[V, 2h-2r] Porrexit mihi puer meus scriniarius tabulas, thecam graphiariam praeductorium. Loco meo sedens deleo. Praeduco ad praescriptum; ut scripsi, ostendo magistro; emendauit, induxit. Iubet me legere. Iussus alio dedi. Edisco interpretamenta, reddidi (….) Deinde ut sedimus, pertranseo commentarium, linguas, artem. Clamatus ad lectionem audio expositiones, sensus, personas. Interrogatus artificia respondi: “Ad quem dicit?” “Quae pars orationis?” Declinaui genera nominum, partiui uersum.

"Me entregó a mi esclavo, que lleva el estuche de los libros: tablillas para escribir, una funda con un estilo, una regla. En mi lugar, sentado, borro la escritura anterior en las tablillas, trazo líneas siguiendo el modelo; cuando he escrito muestro mi trabajo al maestro; él lo corrigió, lo tachó. Me ordenó leer. Cuando me lo pide, le doy el libro a otro compañero. Aprendo a fondo los Hermeneumata, los elaboro (...) Luego, una vez que estamos sentados, repaso el comentario, las listas de palabras, la gramática. Cuando me llaman para hacer una lectura, escucho las explicaciones, los significados, las personas. Cuando me hacen preguntas gramaticales, respondo: «¿A quién se refiere?» «¿Qué parte de la oración es esa?» Decliné los géneros de los sustantivos. Analicé un verso".

[VI, 11a-14b] Scripsi ergo meum nomen; et ita steti, donec antecedentes reddiderunt, et attendi pronuntiationes praeceptoris et condiscipuli. Etenim inde proficimus attendentes aliis, siquid ipsi nonentur. Audacia hinc fit, et profectus ut ergo meo loco accessi, sedi, protuli manum dextram, sinistram perpressi ad uestimenta. Et sic coepi reddere quomodo acceperam ediscenda (…) Dum reddo emendatus sum a praeceptore, ut et uocem praeparem propiorem.

"Así que escribí mi nombre; y me quedé así hasta que los que iban delante de mí hicieron su trabajo, y presté atención a las pronunciaciones del profesor y a las de mis compañeros. Pues es a partir de esto que progresamos, prestando atención a los demás si se les aconseja algo. De ahí surge la confianza en uno mismo y el progreso. Así que cuando llegué a mi sitio, me senté, extendí mi mano derecha, la izquierda la apreté contra mi ropa. Y así empecé a producir mi obra tal como la había recibido para ser aprendida (…) Mientras recitaba, el profesor me corregía para que también desarrollara la facultad de hablar más cercana posible a la norma".

[VII, 16a-17c] Post haec dimissus consedi meo loco. Librum accepi, scripsi cotidiana. Interrogaui et emendatus legi  lectionem meam, quam mihi exposuit diligenter, donec intellegerem et personas et sensum uerborum auctoris.

"Después, una vez despedido, me acomodé en mi asiento. Cogí el libro y escribí frases hechas de uso cotidiano. Hice preguntas y, después de que me corrigieran, leí mi lectura, que el profesor me explicó detenidamente, hasta que comprendí tanto los personajes como el significado de las palabras del poeta".

[VIII, 18a-19d] Haec acta sunt per singulos et uniuersos, iuxta unius cuiusque uires et profectum, et tempora, et aetatem condiscipulorum. Sunt enim et naturae uariae studentium, et dificiles uoluntates ad laborem literarum, in quibus cum multum proficias, plus superest ut ad summum uenias profectum.

"Estas cosas se hacían individualmente y para cada uno, de acuerdo con las habilidades y el progreso de cada uno, y los tiempos apropiados, y las edades de mis compañeros. Porque también hay diferentes naturalezas de los que estudian, y disposiciones difíciles con respecto al duro trabajo del estudio literario, en el que, incluso cuando se hacen grandes progresos, todavía queda más para llegar a la cima del mismo".

[IX, 39e-43] Fit dimissio: dimittimur circiter horam septimam.

"La despedida llega: nos despiden a la séptima hora".

La primera clave, ab exordio lucem usque ad uesperum, presente en el primer texto de nuestra  selección [I] pero que, también, se recoge en el de la última, en que se alude a la finalización, al atardecer (hora septima), de la jornada laboral del escolar romano [IX] apunta a un elemento fundamental en la dedicación al estudio de un universitario: la profesionalidad. La dedicación al aprendizaje, a la vida intelectual, en definitiva -que va más allá de la simple adquisición de una serie de destrezas o habilidades- exige una dedicación horaria exigente, continua, equivalente a la de una jornada laboral. Resulta singular que los jóvenes de la Antigüedad Tardía que, entre los siglos IV y V d. C. emplearon estas composiciones para aprender Latín o Griego -aunque, como parece, ese modelo de aprendizaje se debió emplear ya desde época republicana- abandonasen su casa temprano, con la primera luz del sol y no regresasen a ella hasta el atardecer. Tan exigente resultaba el aprendizaje de una lengua y tan necesaria la relación con los maestros y formadores en que aquél se fundamentaba. Por tanto, el primer consejo que debe acoger un estudiante universitario es el de hacer de su paso por la Universidad una dedicación profesional, "de jornada completa". Más allá de las horas de clase y de las horas de estudio, la convivencia con profesores y estudiantes, las horas pasadas en eventos culturales o conferencias, ¡también las pasadas en al cafetería departiendo con otros estudiantes!, el tiempo empleado en lecturas o actividades complementarias generan un gusto por la vida intelectual que es el primer hábito que, si el estudiante no ha incorporado ya en la Educación Secundaria y en el Bachillerato, debe hacer lo posible por adquirir durante el primer año de su paso por las aulas universitarias. La Universidad no es, sencillamente, ir a clase y regresar a casa, exige una dedicación horaria que, muchas veces, irá más allá de la que marque el horario lectivo. Lo exigente de dicho horario será un buen termómetro del grado de implicación del estudiante.

Alfonso X el Sabio definía la Universidad como el "ayuntamiento de profesores y de estudiantes". El Colloquium que hemos transcrito más arriba también, en un par de pasajes [III y VI], apunta a esa realidad. El aprendizaje universitario, la formación de un intelectual, y más en los estudios humanísticos, no se puede hacer en solitario, debe hacerse en cooperación. Apenas llegan a la escuela, los niños romanos, según leemos en el texto, no comienzan a trabajar sin antes salutati praeceptores, condiscipulos, sin antes "saludar a sus tutores y a sus compañeros". Más aun, más adelante, se afirma que la clave del aprendizaje es la atención pronuntiationes praeceptoris et condiscipuli llegando a concluirse, incluso, que proficimus attendentes aliis, es decir que "progresamos atendiendo a los otros", escuchándoles y ese "otros" incluyo no sólo a los profesores (praeceptores) sino también a los compañeros (condiscipuli). El segundo consejo debe, pues, incidir en que la formación universitaria es imposible adquirirla en solitario. El ser universitario es, necesariamente, un ser-con-otros. Sobre la convivencia con los profesores -especialmente en entornos informales, a veces separados de las aulas y de las rigideces de los formalismos académicos que, como se dirá más adelante, siguen siendo necesarios, sin manierismos extraños- pero, muy especialmente, con los compañeros, se construye también el conocimiento y, sobre todo, se adquieren competencias de relación interpersonal, de tolerancia y de cooperación que trascienden del aprendizaje formal de las aulas. Esto es especialmente tangible en una Universidad como la de Navarra en la que 1/3 de los estudiantes son internacionales, 1/3 procede de distintos rincones de la geografía española y 1/3 viene de Navarra. La oportunidad para abrir horizontes universales -término que, no en vano, está emparentado con el de Universidad- se sirve en bandeja en nuestra Universidad.

Hasta ahora, se ha hablado de profesionalidad y de compañerismo, de relación interpersonal, en definitiva. Pero, apenas llegaban los estudiantes al aula, tras saludar al profesor, lo que hacían era manifestar, con una tan clara como comprometida sentencia -ab hodie studere uolo- su voluntad de aprender, de esforzarse por aprender, al menos [IV]. Esa voluntad, que impregnaba el compromiso del estudiante romano, no sólo formaba parte de lo que de él se esperaba, según estos simpáticos soportes para la ejercitación lingüística,  sino que descansaba, también, en un reconocimiento de la diversidad de actitudes, y de aptitudes para el aprendizaje que existían, y existen, en todo grupo de estudiantes. Así, se habla [VIII] de naturae uariae studentium y se establece que son esos "diversos géneros de estudiantes" los que obligan a los preceptores -por tanto a los docentes- a articular el aprendizaje "de acuerdo con las habilidades y el progreso de cada uno". En este punto es evidente que, como se afirmó más arriba, la relación profesor-estudiante ha de constituir una base esencial del aprendizaje del joven universitario que, si está comprometido con esa voluntad de aprender, con esa uoluntas ad laborem de que se habla en este pasaje en concreto -"motivación hacia por el esfuerzo", podríamos traducir- , buscará ocasiones para solicitar el asesoramiento de los docentes y, también, el de los compañeros de cursos superiores, práctica ésta recientemente formalizada en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra a través del Programa Atenea. De ese modo no sólo se hará realidad el "ayuntamiento de profesores y estudiantes" propio de la esencia misma, fundacional, de la Universidad sino que, también, se generarán oportunidades de convivencia y de enriquecimiento mutuo -de aprendizaje, en definitiva- seguramente más transformadoras que las, valiosísimas, en cualquier caso, que seguirán al aprendizaje reglado.

Lógicamente, para que exista ese deseo de aprendizaje y el estudiante que llega a las aulas universitarias se de cuenta de a qué natura studentium pertenece y cuáles son, por tanto, sus retos como discente, es necesario cultivar el autoconocimiento, ser consciente, desde el primer día y, si no, desde el feedback que aporten las primeras evaluaciones o las primeras entrevistas de asesoramiento, de cuáles son las fortalezas y cuáles las áreas de mejora de cada uno para, de ese modo, trazar, siquiera de forma somera, un plan de acción que acerque al estudiante a los hábitos propios del trabajo intelectual y, por tanto, del universitario.

Sin embargo, ser universitario no es sólo eso, adquirir hábitos propios del trabajo intelectual y ejercitar una permanente curiosidad científica que hunda sus raíces en el deseo de aprender. Hay también elementos externos, de estilo que hacen, que configuran a un universitario. Resulta singular que en el inicio de la jornada laboral del estudiante romano, este pasaje de los Hermeneumata insista en que el paratus in omnia, el "preparado con todas las cosas" [III] con el que el estudiante salía de su casa incluyera, lógicamente, una atención al cuidado corporal, al dress-code, como ahora se le llama, al modo de presentarse en la escuela [II], en nuestro caso en la Universidad. Y es que éste no es indiferente pues, muchas veces, en tantas situaciones de la vida, nuestra apariencia externa cuenta más de nosotros mismos que muchas de nuestras acciones y de nuestras palabras. El estilo se concreta, también, como vemos en el texto, en la forma de vestir, en los útiles que se emplean para el aprendizaje e, incluso, en el orden de esos útiles que, como se ve en el texto, los jóvenes aprendices preparaban oportuna y cuidadosamente con sus asistentes y preceptores.

El último aspecto en que nos queremos detener a partir del texto elegido es muy sencillo. Avanzado el pasaje [V] el estudiante romano cuenta de qué modo cuando comienzan las lecciones (clamatus ad lectionem) el aprendiz no pierde detalle de las expositiones y de otros elementos que integran la lectio en cuestión apuntando, además, de qué manera esa labor se ve apoyada [VII] con una scritura cotidiana que indica la importancia de la escritura para el aprendizaje y para la vida intelectual -y, si es posible, como tanto se está reivindicando últimamente, de la escritura a mano- y también se ve refrendada con un seguimiento diario del trabajo visto en clase, de esas lectiones y de todos sus detalles y pormenores. Si, como decíamos al principio, la actividad del aprendizaje universitario es -debe ser- una dedicación profesional qué duda cabe que el mejor modo de hacer ésta real es convertirla en una pulsión cotidiana, hecha de pequeños detalles diarios, y comprometida con la excelencia. 

Ojalá estos consejos, refrendados en siglos de tradición educativa y avalados por el peso de la tradición clásica, resulten útiles para todos los que, en estos días, inician, en las aulas de la Universidad de Navarra o de cualquier otro centro de educación superior, su inolvidable experiencia universitaria.

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