Optimizando el espacio al máximo -pues la planta calla de la hermosa casa ansotana en que la muestra se alberga, a la entrada del agradable parque zaragozano José Antonio Labordeta, no da para mucho más- la muestra, tal como deja ver el folleto que se ha elaborado para la ocasión -y que puede descargarse desde la red- se entretiene en la lengua celtibérica, la lengua ibérica y los retazos que, de ambas, quedan ya en la primera manifestación escrita de la lengua latina. Los textos que explican cada una de las tres secciones son tan escuetos como claros con el objetivo, sin duda, de dirigir la atención a las singulares piezas que -originales o réplicas- se exhiben en las tres peanas creadas para cada una de esas tres secciones. Del celtibérico se dice que tuvo un signario propio "basado en la adaptación del ibérico" del que, en el Valle del Ebro está atestiguado, especialmente, "el signario oriental compuesto por sonidos silábicos y alfabéticos" del que se conservan "un par de centenares de inscripciones". Por su parte, del ibérico se subraya su "origen muy discutido" haciéndose eco de que pudiera tener que ver "con el aquitano y el vasco". Al Latín se le hace responsable de "la extinción de las lenguas indígenas que raramente perduraron más allá de fines del siglo I d. C.".
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A priori, analizando esa sistematización y teniendo en cuenta la consabida condición del Valle Medio del Ebro como trifinio paleohispánico en la Antigüedad, expresión acuñada hace décadas por
Guillermo Fatás (1998), sobre la que, no hace mucho, volvió
Juan Santos (2014) y que también motivó
un reciente artículo nuestro en The Conversation (2022), llama la atención la ausencia en la muestra de la lengua vascónica de la que, en cualquier caso, sí se habla en la presentación de la muestra que, en el folleto que acompaña a la misma y que antes enlazábamos para su descarga,
Isidro Aguilera, director del Museo de Zaragoza:
"El territorio que hoy es Aragón se sitúa en una zona que, antes de la conquista de Hispania por los romanos, era compartida por varios pueblos que utilizaron tres lenguas paleohispánicas bien diferentes: celtibérico, ibérico y vascónico que, sin embargo, no parece que supusieran una barrera infranqueable. El uso de la escritura por estos pueblos (...) nos permite acercarnos a esas lenguas, si bien nuestro conocimiento actual de ellas es limitado. El signario (...) fue el ibérico, si bien hubo adaptaciones para recoger algunas particularidades (...)". Y llama la atención porque, efectivamente, como hemos subrayado en bastantes ocasiones -por ejemplo
en este antiguo artículo que encontró una notable difusión a través de las redes académicas- y como ha sido
communis opinio en la investigación desde, prácticamente, los primeros años ochenta -también hemos valorado el asunto, con actualización de datos en
nuestra revisión de las I Jornadas de Estudio sobre las Cinco Villas que se tradujeron en un volumen reciente en el cuarenta aniversario de aquéllas- hay una singular concentración de antropónimos vascónicos en la zona más occidental de la provincia de Zaragoza, con ejemplos no sólo en algunos de los
Segienses del
Bronce de Áscoli (
CIL I
2, 709), sino, también, en
Cabezo Ladrero de Sofuentes -
Altus Dusanharis (
ERZ, 40)- o en Valpalmas -
P. Calpurnius Serhuhoris (
AE 1997, 934)- y en la zona occidental de la Jacetania, en el
Forau de la Tuta de Artieda de Aragón donde, además del ya conocido
Ausagesius Agernis f(ilius) (
AE 1989, 471) recientemente, se han atestiguado un
Hyhagenis f(ilius) (
Revue des Études Anciennes, 126, 2024, pp. 45-89). Salvedad hecha de estos últimos, recién dados a conocer, estas evidencias han sido habitualmente cartografiadas al estudiar la dispersión de la onomástica vascónica en época imperial, como recientemente ha hecho
Joaquín Gorrochategui en un artículo en el recomendabilísimo vigésimo número de la
revista Palaeohispanica, de la
Universidad de Zaragoza (
Palaeohispanica, 20, 2020, pp. 721-748), mapa que reproducimos a continuación.
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Una primera razón de la ausencia del vascónico en esta muestra es clara: el límite cronológico de la misma se sitúa en el siglo I a. C. y no se incluyen, por tanto, evidencias altoimperiales criterio que sólo lo rompe, de hecho, una inscripción latina de
Bilbilis (Calatayud) (
ERZ, 8) en la que se cita a un
Mandius Mandicus, de onomástica claramente céltica pero de cronología ya altoimperial, como también lo son las hasta aquí citadas excepción hecha de los nombres vascónicos del Bronce de Áscoli. Compensa, en cualquier caso, una reflexión cuantitativa que puede resultar esclarecedora, especialmente si la comparamos con el modo cómo las lenguas paleohispánicas han sido tratadas en estos últimos dos años en la Comunidad Foral de Navarra a propósito de hallazgos como
la mano de Irulegi, el
altar dedicado a la divinidad vascónica Larra en Larunbe o la escueta
inscripción rupestre en signario paleohispánico de la cueva de Aierdi en Lantz y a las que hemos dedicado notable atención tanto en
la serie "Sorioneku" -para la primera y la última- como en
la entrada específica "Larrahe" para la segunda.
Desde hace varios años, para el estudioso de las lenguas y culturas prelatinas peninsulares existe un sensacional aliado en internet que es
Hesperia, el banco de datos de lenguas paleohispánicas que, fundado por
Javier de Hoz, se gestiona desde la
Universidad Complutense de Madrid con colaboraciones de la
Universidad del País Vasco, la de Zaragoza, la de
Barcelona y la
Universidade de Lisboa, en Portugal. Provisto de diversos motores de búsqueda -epigráficos, numismáticos, onomásticos cartográficos...- uno de ellos, el
buscador avanzado, permite el rastreo de la documentación disponible por provincias actuales y su sectorización en una gran variedad de campos que incluye, también, la elección de la lengua, interfaz de búsqueda que capturamos a continuación.
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Los números son bastante representativos si realizamos búsquedas en dicho motor y analizamos los resultados que, en cualquier caso, como la propia base de datos advierte, obvian los rótulos monetales. Así, en la provincia de Zaragoza, Hesperia lista un total de 109 inscripciones paleohispánicas que, después, si aplicamos los criterios de cribado lingüístico, 25 son celtibéricas y 21 ibéricas. En la provincia de Teruel, Hesperia aporta un listado de 116 inscripciones prelatinas distribuidas en 20 celtibéricas y 64 ibéricas quedando como indeterminadas el resto, al igual que sucedía en el listado de Zaragoza. En Huesca, sin embargo, las inscripciones localizadas -un total de 5- remiten todas ellas a la lengua ibérica como es nota dominante en las tierras más orientales del Valle Medio del Ebro. Aunque las cifras puedan parecer generosas piénsese que tanto en Zaragoza como en Huesca como en Teruel hay algunos conjuntos que han aportado diversos textos varios de los cuales, de hecho, han tenido mucho que ver con lo que, en los últimos años, se ha avanzado en el conocimiento de la lengua celtibérica y de la lengua, y el léxico, ibéricos. Nos referimos a enclaves como Botorrita -con sus
tres bronces en lengua celtibérica-, Peñalba de Villastar -con su
elenco de inscripciones rupestres en celtibérico-,
La Caridad de Caminreal, en Teruel, o
La Vispesa, en la litera oscense, con algunos textos sobre piedra en lengua ibérica. Como resume la muestra que aquí se comenta, y como hicieron en 2020, en sendas publicaciones sobre el celtibérico
Francisco Beltrán y
Carlos Jordán (
Palaeohispanica, 20, 2020, pp. 631-688) y sobre el ibérico
Noemí Moncunill y
Javier Velaza (
Palaeohispanica, 20, 2020, pp. 591-629) la cartografía de la distribución es nítida y así se ha reproducido también -aunque los mapas que siguen proceden de las publicaciones de la vigésima entrega de
Palaeohispanica- en los libros
BELTRÁN LLORIS, F., y JORDÁN, C., Celtiberian: language, writing, epigraphy, Zaragoza, 2017 y
MONCUNILL, N., y VELAZA, J., Ibérico: lengua, escritura, epigrafía, Zaragoza, 2016 cuyos contenidos, en cualquier caso, se ofrecen también en los trabajos de
Palaeohispanica enlazados en este mismo párrafo.
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Coincidiendo con la geografía que aportan los textos clásicos, los testimonios de la lengua celtibérica se concentran, sobre todo, en lo que respecta a Aragón, en torno del sistema ibérico y de la Ribera Alta del Ebro con sus afluentes el Jalón, el Queiles y el Huecha y en las áreas más occidentales de la provincia de Teruel. Sin embargo, el espacio más oriental del área central de la provincia de Zaragoza -la ahora denominada "Comarca central"- es de predominio ibérico anunciando lo que es nota predominante del territorio aragonés, la concentración de evidencias ibéricas que es notable al este de Teruel y en la práctica totalidad de la provincia de Huesca como los mapas del utilísimo
Atlas de Historia de Aragón de la Institución Fernando el Católico -especialmente el de
asentamientos ibéricos y el de
pueblos prerromanos- permiten constatar. La no comparecencia de la lengua vascónica, por tanto, en la exposición que aquí se comenta está plenamente justificada, por razones cuantitativas -son pocas las evidencias y éstas palidecen en número, desde luego, con las numerosísimas de las otras dos lenguas del ya citado trifinio cultural, la celtibérica y la ibérica- y, también, por razones cronológicas pues excepción hecha de los nombres del Bronce de Áscoli -del año 89 a. C.- los antropónimos de cariz vascónico que conservamos son, todos ellos, ya posteriores al siglo I d. C. en un momento en que el hábito epigráfico se había instalado notablemente en las poblaciones del, ya entonces, Aragón romano.
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Con todo lo que, en los últimos meses -y t
ambién en este blog- se ha hablado de la "lengua vascónica" en Navarra, si aplicamos el criterio de búsqueda que hemos empleado anteriormente a la comunidad foral el resultado, en términos cuantitativos arroja las siguientes variables. Navarra tiene recogidas en Hesperia un total de 28 inscripciones paleohispánicas que, por otra parte, aparecen cartografiadas en el mapa superior a estas líneas, extraído directamente de la cartoteca del propio motor de Hesperia. De esas 28 inscripciones, un total de 19 -es decir, el 65,5%- son celtibéricas -concentradas fundamentalmente en la Ribera de Navarra- y sólo 2 aparecen como ibéricas, el pavimento en
opus signinum de
Andelo y el bronce de Aranguren que, sin embargo, el primero con discusión, hoy se dan como vascónicos. Es cierto que Hesperia no tiene incluida, aun, en su repertorio, la mano de Irulegi, cuya
editio princeps es relativamente reciente, de finales del 2023, y que el banco de datos -como ya se ha dicho- no contabiliza las evidencias -normalmente antroponímicas o teonímicas- de época imperial romana que, en cualquier caso, tampoco alterarían mucho las cifras. Sin embargo, desde noviembre de 2022 el volumen de artículos de opinión, titulares en prensa, declaraciones políticas, publicaciones de todo tipo, que se han difundido en estos últimos meses haciendo de la mano de Irulegi -y de las otras inscripciones "vascónicas" que han ido apareciendo en cascada poco después- la prueba irrefutable de la vasconicidad y del carácter euscaldún de Navarra desde la Antigüedad ha sido apabullante. Saque cada cuál sus propias conclusiones. Los datos científicos son los que son: la lengua vascónica, efectivamente, ocupó un lugar en el elenco de lenguas que se habló en Navarra antes de la extensión del Latín pero, es obvio por el número de testimonios disponibles, no fue ni la mayoritaria ni, probablemente, la de la elite como tantas veces, citando a reputados especialistas, hemos repetido en charlas, artículos y conferencias. La exposición "Antes del latín", instalada en el Museo de Zaragoza, puede ser un buen ejemplo de cómo la moderación, la prudencia, y la fidelidad a la evidencia son mejores consejeras para la ciencia que los intereses políticos sean estos lingüísticos, culturales o territoriales. Así lo expresábamos de hecho, hace algunos días en una nueva tribuna cultural de
Diario de Navarra y en la primera que hemos publicado -seguro que no será la última- en
Heraldo de Aragón.
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