SORIONEKU (Epílogo)



Fotos: © Gobierno de Navarra, tomadas de la siguiente galería

Hace apenas unas semanas inaugurábamos el año 2025 en Oppida Imperii Romani con una reflexión sobre los últimos episodios de la denominada "controversia vascónica" surgidos al hilo de conferencias y eventos académicos en los que, por nuestra dedicación a la cuestión, tuvimos el privilegio de participar en los últimos meses de 2024. En esa entrada, que -con número redondo- constituía la décima entrega de la serie "Sorioneku" de este blog, cerrábamos anotando la noticia que se produjo el 17 de diciembre de 2024 y que, en cierta medida, como bien señaló uno de los estudiosos de la mano de Irulegi, el Catedrático de Filología Latina de la Universitat de Barcelona, Javier Velaza, suponía la "culminación de un proceso que comenzó en julio de 2021 con el hallazgo de la pieza, continuó durante buena parte de 2022 con su restauración y estudio científico y tuvo en noviembre de ese mismo año su momento más conocido con la presentación pública". Nos referimos a la incorporación a la exposición permanente del Museo de Navarra, en Pamplona, de, precisamente, este sensacional documento epigráfico, "tan extraordinario como problemático", como afirmó en el acto el propio Javier Velaza y que, por seguir con sus palabras, y como hemos comprobado en este blog, ha venido a revitalizar nuestro "conocimiento, todavía precario pero ahora más consistente, sobre la Navarra antigua" aunque, también, contra lo que podría pensarse, a confirmar que eran correctas muchas de las cosas que, sobre ese asunto, se habían venido escribiendo en los últimos años.  Aunque en YouTube sólo es fácil encontrar una versión resumida de la citada presentación -que traemos más abajo en estas mismas líneas, insertándolas- el evento de diciembre fue retransmitido íntegramente en directo por parte del canal de vídeos del Gobierno de Navarra y todavía puede verse completo, pero en oculto, aquí. Como anticipábamos en "Sorioneku (y X)" y, precisamente, por el carácter de culminación que tuvo el citado acontecimiento, nos pareció que -siguiendo el trabajo que hemos venido haciendo sobre la cuestión en estos largos últimos meses (en realidad, dos años)- un análisis en Oppida Imperii Romani de lo que en él se dijo nos serviría para calibrar en qué medida algunos de los elementos que han salpicado el debate sobre este singular documento epigráfico han venido, efectivamente, para quedarse y cuáles, sin embargo, han sido apartados, acaso intencionalmente, de la discusión científica, social y, también, política, que ha seguido al asunto y de la que, de hecho, junto a nuestro discípulo Javier Larequi, hablamos no hace mucho, en 2023, en una conferencia en la Semana Romana de Cascante, que dejamos también colgada en las líneas que siguen y que complementará a las que hemos ido compartiendo en esta serie de reflexiones que tenemos el propósito de cerrar con esta suerte de epílogo.



Las primeras palabras del acto corrieron a cargo de María Chivite, Presidenta del Gobierno de Navarra, que se refirió a la mano de Irulegi -y en cierta medida también al hombre de Loizu, un enterramiento prehistórico del periodo epipaleolítico también incorporado a la exposición permanente del Museo de Navarra en el mismo acto y en la misma sala, la de Prehistoria- en los siguientes términos: 

"Vestigio fundamental para conocer nuestro pasado, la mano de Irulegi, que los arqueólogos, liderados por Mattin Aiestarán, desenterraron en el yacimiento de Aranguren (...) con su inscripción en signario vascónico que supuso también una auténtica revolución hace tres años. Todo lo que hemos ido conociendo sobre ella desde entonces es igual de fascinante. Todavía no tenemos claro, no sabemos con seguridad, qué quiere decir ese sorioneke que se intuye en la propia mano pero sí que nos ha ayudado a conocer más sobre el pueblo vascón y lo complejo de su entramado cultural y su sistema de creencias (...) Desde hoy (...) la mano de Irulegi queda al servicio de la ciudadanía, queda para el disfrute de la ciudadanía que quiera venir a visitarla porque van a permanecer expuestos en este Museo de Navarra, debidamente contextualizada (...) Por eso esta sala de Prehistoria (...) se ha renovado para conocer esta pieza (...) Desde hoy podemos enseñar al mundo una parte más de nuestra Historia y esto es fundamental como sociedad navarra porque entender el pasado nos ayuda a comprender nuestro presente y nos proyecta al futuro (...) Ahora es nuestra responsabilidad, de todos y de todas, acercarnos al Museo y preocuparnos no sólo de la foto sino también de aprender, de saber qué significan esta pieza, qué dice de todos nosotros y nosotras (...)".

Tres elementos, que hemos marcado en negrita, nos resultan sugerentes y queremos detenernos sobre ellos pues no nos parecen, precisamente, inocuos o al menos no con lo muchísimo que se ha opinado sobre los vascones y sus singularidades culturales e históricas en este último tiempo precisamente a tenor del descubrimiento de la mano de Irulegu. En primer lugar, la alusión al "signario vascón", en segundo lugar la referencia a los Vascones como "pueblo vascón" y, por último, la calificación como "complejo" del entramado cultural y de creencias de esta etnia. 

Como hemos recogido en otras ocasiones -especialmente en "Sorioneku (y IX)"- cuando se presentó la mano en el Palacio de Góngora en noviembre de 2022 se habló claramente de que uno de los elementos que apuntaban a su carácter vascónico y que llevaban a interpretar la lengua en que estaba escrita desde la óptica de la ahora denominada "lengua vascónica" -entonces paleovasco o vasco antiguo- era, sin duda, la comparecencia en ella de una serie de adaptaciones -"subsistema", se llamó entonces- del signario ibérico creadas, de hecho, para representar sonidos que eran exclusivos de la lengua vascónica pero que no existían en la lengua ibérica de la que los Vascones, según parece, habrían tomado el sistema gráfico. Con el paso de los meses, sin embargo, se ha impuesto el término "signario vascónico" y, ahora, se habla, incluso, en una evolución más intencionada, de "signario vascón". Nos parece que, en este sentido, habría que ser prudente. El "vascónico" no es la única lengua de los Vascones pues consta que en otros ámbitos que estos ocupaban se habló y se escribió también el celtibérico y, seguramente, el ibérico. De igual modo, y sin ser lingüistas, erigir en signario propio lo que es, en realidad, una adaptación del signario, prestado, de los iberos, parece muy optimista y, de hecho, sólo ha llevado a que, desde el hallazgo de la mano, parece que estemos obligados a interpretar desde la "lengua" -y, también, deberíamos decir, con arreglo a esto, desde el "sistema gráfico vascónico"- cualquier inscripción aparecida en lo que, a partir de las fuentes antiguas, se considera "territorio vascón" como vimos en "Sorioneku (y X)" que se ha hecho con la nueva inscripción de la mina de Lanz. Ya vimos en "Sorioneku (y IX)" que, sin embargo, cuando se presentó, en 1993, el "bronce de Aranguren", se insistió, más bien, en una hibridación cultural, en un multilingüismo para la zona, que, desde luego, no nos parece que hablar de "signario vascón" parezca respetar. De igual manera, en este sentido, nos parece que hablar de un "complejo entramado cultural y de creencias" para los Vascones es, sencillamente, hacer una descripción que, a nuestro juicio, oculta el término esencial y que mejor describiría ese entramado cultural e ideológico. Éste no es otro que "diverso" pues si algo define bien la propia mano de Irulegi -como, de hecho, uno de sus estudiosos volvió a poner de manifiesto en esta presentación en el Museo de Navarra, tal como más abajo veremos, lo veremos más adelante- es que tras ella subyace una mezcla de sistemas gráficos, de estructuras lingüísticas, y de implicaciones culturales y materiales que hoy -como se puso de manifiesto en el volumen colectivo de Fontes Linguae Vasconum (136, 2023) que recogía gran parte de la discusión científica sobre la materialidad, la lengua y la epigrafía de la pieza- parece fuera de toda duda. Teniendo todo ello en cuenta, decir "complejo" nos parece que no pone suficientemente de manifiesto -cuando no oculta- el carácter mezclado, heterogéneo y mestizo -como en toda la Hispania prelatina, por otra parte- de esos a los que las fuentes antiguas denominaron "vascones". Por último, aunque la Real Academia de la Lengua Española define pueblo como "conjunto de personas de un lugar, región o país", dado que ésta también incluye como acepción "país, nación, estado, patria", nos parece que habría sido deseable hablar sencillamente de "los vascones" o, aunque el término tiene también problemas, hablar de etnia o, en su defecto, como se ha hecho tantas veces, de "etnia histórica". Elevar a los Vascones a un carácter grupal como pueblo -con un linaje, una patria o un territorio común que son los elementos que, a renglón seguido, se esperan de un "pueblo"- es la antesala de volver a sacralizar a las etnias antiguas y de volver a hacer a los Vascones ancestros directos de los navarros desde una siempre desaconsejable mirada esencialista. Somos conscientes de que no es fácil elegir los términos adecuados y de que el acto en el Museo de Navarra no es un congreso científico sino un feliz acto de política cultural pero también queremos señalar que los términos que aquí se han elegido no son, quizás, los más acertados y, desde luego, ni para la cuestión del signario, ni para la de la complejidad ni para la del carácter étnico, resultan, mucho nos tememos, los más inofensivos. 

Seguidamente, fue el arqueólogo director de los trabajos en Irulegi, Mattin Aiestaran, de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, que también se ha hecho en estos días eco en su página web de la noticia de la incorporación del documento a la exposición permanente del Museo de Navarra, quien, en el mismo acto y tras las intervenciones de la directora del Museo de Navarra, Mercedes Jover, y del ya citado Javier Velaza, explicó el ya conocido contexto arqueológico en que fuera descubierta la pieza ya frente a la vitrina que va a acogerla en adelante. Lo hizo en los siguientes términos: 

"La mano de Irulegi, como sabréis, proviene del yacimiento de Irulegi, en el valle de Aranguren, a escasos 15 kilómetros de aquí (...) un yacimiento de la Edad del Hierro (...) un poblado fortificado (...) que tiene en torno a 1.000 años de Historia (...) La mano proviene de una fase final, de la fase final que sería del siglo I a. C. En el siglo I a. C. el poblado fue atacado por unas tropas romanas y quedó congelada esa imagen con todos los elementos arquitectónicos en el poblado, uno de ellos es la mano que va acompañada de otros tantos elementos. Y gracias a esa incidencia bélica que fue una tragedia para los Vascones del siglo I a. C. tenemos la suerte de contar con la mano aquí. La mano (...) apareció en la entrada de una de las viviendas de Irulegi. Estaría, probablemente, clavada en el vano de la puerta o en el poste del vano de la puerta (...) con el texto que los epigrafistas y lingüistas del grupo analizaron".

Ya en nuestra primera entrada de la serie en que se inscribe este epílogo ("Sorioneku"), en noviembre de 2022, llamamos la atención de cómo con la aparición de este documento epigráfico, con su presentación en sociedad y con el contexto de destrucción en que se produjo el hallazgo, seguramente por ese arraigado y antiguo tópico de unos Vascones irredentos ante Roma, algunos medios de comunicación volvieron a resucitar la idea de que el poblado de Irulegi fue "atacado por unas tropas romanas", como se vuelve a decir aquí. Obviamente, entendemos que en esta ocasión eso se afirma para subrayar que fue el bellum Sertorianum -el conflicto civil entre romanos que enfrentó al rebelde Sertorio y al Senado, liderado, en esta fase de la guerra, ya por Pompeyo y que asoló un buen número de comunidades urbanas de la provincia Citerior, como, de hecho, recientemente se ha recopilado en un muy recomendable artículo (GÓMEZ MARÍN, J., "Huellas del bellum Sertorianum en las ciudades de la Hispania Citerior", Saguntum, 56, 2024, pp. 277-296, que recoge la larga bibliografía sobre el tema)- el contexto en el que la vida del oppidum de Irulegi quedó totalmente detenida en el tiempo, como el propio Mattin Aiestarán sugiere, para bien de la investigación arqueológica actual. Sin embargo, no se olvide que, muy probablemente -aunque también hubo en esa guerra mucha política de "tierra quemada" dañando los ejércitos de uno y otro bando a comunidades neutrales sólo por infringir temor en los enemigos (algo que se estudia muy bien en el también recentísimo libro de ROMEO, F., La guerra de Sertorio. Hispania y el ocaso de la República de Roma, Madrid, 2024)- si Irulegi fue destruida por tropas romanas es porque romanos del bando opuesto al de los atacantes la habían convertido en un importante bastión defensivo o colaborador en relación a sus intereses. Además, como hemos subrayado abundantemente en toda esta serie de entradas de la serie "Sorioneku", la realidad es que un objeto como la mano que nos ocupa sólo se habría podido grabar en un contexto de muy intensa Romanización que habría aportado, entre otros elementos culturales, también el hábito de la escritura y, en concreto, el hábito epigráfico algo lógico si se tiene en cuenta la presencia de las águilas de Roma en el norte peninsular desde, al menos, el 195 a. C., y en el valle del Ebro, con notable intensidad, al menos desde la fundación de Gracchurris en el 178 a. C., casi cien años antes. Dado que todavía está arraigado en el imaginario colectivo popular la idea de una menor permeabilidad de los antiguos vascones a la Romanización, parece conveniente extremar la prudencia en expresiones como la que aquí se comenta pues para el gran público puede incitar a confusión contribuyendo a enfatizar un tópico tan falso como, tristemente, todavía acríticamente asentado en algunos sectores de la sociedad actual.

A este respecto, surge una reflexión que, nos parece, debe hacerse también respecto del lugar en que ha venido a musealizarse la pieza: la sala de Prehistoria del Museo de Navarra, en la planta calle del citado centro. Es cierto que, como afirmó la directora del Museo, Mercedes Jover, "la presentación de la mano de Irulegi en la sala de Prehistoria es provisional en este espacio". Sin embargo, si hace un par de años, en mayo de 2022, se pudo hacer hueco al recuperado togado de Pompelo en una de las salas dedicadas a la Romanización -de hecho en la última de ellas- nos parece habría sido más conveniente que la mano de Irulegi hubiese figurado, por ejemplo, junto al pavimento en opus signinum de Andelo abriendo el relato en torno a la Romanización de las tierras de Navarra y a su alfabetización. Es cierto que como el oppidum de Irulegi no tuvo una continuidad en su ocupación en el resto del periodo romano se ha querido conectar, probablemente, la presencia de la mano en la sala de Prehistoria con que en ella figuran, también, en la última vitrina de la sala más inferior, algunos de los documentos escritos -todos ellos en lengua celtibérica- procedentes del enclave de La Custodia de Viana, también en Navarra, otro oppidum, en este caso en el límite entre Vascones y Berones, también destruido en el marco de la misma guerra sertoriana y, también, algunas de las monedas acuñadas por las cecas prelatinas que operaron en el territorio. Sin embargo, a espera de su ubicación definitiva, la inclusión de la mano de Irulegi en la sala de Prehistoria nos parece que, al menos para el profano, no hace sino potenciar el carácter vascónico, vernáculo, casi prelatino, del documento que, sin embargo, no lo olvidemos, sólo es explicable en el marco de esa acertadamente llamada "escritura en la frontera" (BELTRÁN LLORIS, F., "La escritura en la frontera: inscripciones y cultura epigráfica en el valle medio del Ebro", en Roma y el nacimiento de la cultura epigráfica en Occidente, Zaragoza, 1995, pp. 169-195) en la que, sin duda, Roma actuó como gran motor de aculturación y de la que el bronce de Irulegi es un extraordinario ejemplo.

Por último, fue Joaquín Gorrochategui, Catedrático de Lingüística Indoeuropea de la Universidad del País Vasco, quien, con notable acierto, resumió todo lo que, desde una óptica epigráfica y lingüística, se sabe hoy sobre la mano de Irulegi en una intervención, desde luego, tan sintética como útil y que, nos parece, constituye un extraordinario epílogo del status quaestionis sobre la pieza y sobre sus implicaciones: 

"Como todo el mundo sabe, la mano de Irulegi es una pieza arqueológica, en realidad un epígrafe paleohispánico singular. Esa singularidad la convierte, evidentemente, en una pieza de Museo extraordinaria. Pero a la vez la singularidad tiene como inconveniente la falta de paralelos y la dificultad en la interpretación. Ambas cuestiones, esta dualidad que tiene la pieza la hemos querido mostrarlas en este espacio expositivo (...) Es singular, dentro de todo el corpus paleohispánico por el soporte mismo en forma de mano, es singular también por el signario paleohispánico que utiliza, que no es un signario genérico ibérico noroccidental sino específicamente vascón, y es singular también por el proceso de ejecución de la escritura que se hizo en dos fases, una fase esgrafiada y otra fase punteada. Nada de esto tiene paralelos en lo que sabemos hasta ahora (...). Fue una sorpresa evidente la aparición de esta mano porque aunque ya existían algunos poquitos textos anteriores, paleohispánicos, en Navarra, eran todos ellos muy fragmentarios de tal manera que esto nos ha colocado, ha colocado a Navarra, dentro de un ámbito de escritura, de conocimiento de la escritura que, por cierto, muy recientemente ha sido ampliado por un pequeñísimo epígrafe que ha aparecido en la mina de Lantz. El texto es de difícil interpretación. Precisamente la falta de paralelos no ayuda mucho a su interpretación. Algunas cosas sabemos. Y es que no está escrita en la lengua celtibérica que era una de las lenguas que también eran limítrofes al territorio vascón. Por lo tanto, el ámbito en que tenemos que interpretar la inscripción, y así ha sido nuestro trabajo, ha sido el ámbito de la lengua vascónica incluso el de la lengua ibérica que también era una lengua limítrofe a la zona (...) Hemos privilegiado la versión esgrafiada (...) porque nos da un cierto indicio explicativo al entender la primera palabra, sorioneke, como una expresión de una entidad, posiblemente una divinidad, a la que está dedicada la pieza. Esto es así porque tiene un sufijo y una terminación que lo podemos comparar con los teónimos bien conocidos y bastante bien atestiguados en la Navarra de un poquito más tarde, es decir de un siglo o siglo y medio más tarde de la mano, y también en la Aquitania. Por lo tanto, eso le da el contexto lingüístico a la mano, en nuestra opinión. Como la mano tiene la fortuna de ser un texto completo, con inicio y con final, nada fragmentado, bastante bien leído, prácticamente leído en su totalidad, pensamos que el contenido del texto es un mensaje completo y que por lo tanto sería absolutamente esperable que hubiera en el texto un verbo. Dentro de todas las palabras de la inscripción, pensamos que aquella que tiene toda la posibilidad y todos los visos de ser un verbo es precisamente la última palabra, eraukon, que se puede comparar con formas del auxiliar vasco de los dialectos orientales (...) que antes de ser auxiliar tenía el sentido de 'dar'. Por lo tanto, pensamos que puede tratarse de una ofrenda donde está el verbo, que significa 'dar' y a una posible divinidad, sorioneke por su terminación final, y que si la comparación con el vasco sorion es correcta, sería la fortuna. Dicho esto (...) nada es perfectamente claro ni evidente, todo son propuestas que, por muy verosímiles que sean, tendrán que ser refrendadas en un futuro y solamente, creo yo, que con la aparición de nuevos testimonios. Pero, como decía el primer autor vasco-navarro, Etxepare, debile principium melior fortuna sequatur. Esperemos que haya más testimonios paleohispánicos de esta época que vaya dando luz a esta inscripción y a las otras que hasta ahora se han descubierto en Navarra".

Poco se puede añadir a lo que glosó en su magistral intervención el profesor Gorrochategui. Si en este  mismo acto su colega Javier Velaza -con quien ha firmado la editio princeps de la pieza (Palaeohispanica, 23, 2023, pp. 267-293)- afirmó que "colaboración, rigor y transparencia" habían sido los valores que habían presidido todo el proceso investigador abierto con el hallazgo de la pieza en el verano de 2021 y que culminaba, al menos socialmente, con su exhibición pública a partir de diciembre de 2024, Joaquín Gorrochategui destacaba aquí tres elementos como definitorios del documento desde una perspectiva, fundamentalmente, epigráfica. Aunque no cita esas palabras, o al menos no las tres, nos parece que estos pueden ser singularidad -de la pieza, del soporte, y del texto-, excepcionalidad -del hallazgo y de el hecho de que éste se presente completo- y, también, provisionalidad pues, como termina diciendo, las conclusiones a las que sobre este documento -y sobre la lengua en que está escrito- se ha llegado son precisamente endebles porque "tendrán que ser refrendadas en un futuro solamente (...) con la aparición de nuevos testimonios".

Ojalá con el paso de los años, nuevos hallazgos, en Irulegi o en otros puntos de la geografía del territorio vascón, contribuyan a seguir desenmarañando esta tan compleja como, sin duda, apasionante cuestión. 

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