Quienes nos dedicamos a enseñar Epigrafía Latina -esa ciencia que, como dice el título de nuestro
post, hace que, efectivamente, "hablen las piedras- y sería deseable que así fuera también entre quienes la estudian en las aulas universitarias o la emplean como fuente de información para conocer el mundo antiguo, estamos muy acostumbrados -aunque no haga tanto tiempo de su implantación en el lenguaje de la academia- a manejar tres conceptos a veces difíciles de distinguir pero que, en cualquier caso, definen muy bien -desde una óptica cultural- uno de los grandes "milagros" de Roma, el de ser capaz de -a través de unos complejos procesos de aculturación- convertir las inscripciones en "medios de masas" (en expresión del autor del volumen que aquí reseñamos, p. 16) y, por tanto, en un elemento esencial de la cultura escrita de la sociedad romana y, después, también de aquéllas que interactuaron con ella. Se trata de los conceptos de hábito epigráfico (
epigraphic habit), la costumbre, la rutina de grabar inscripciones (
MAC MULLEN, R.: "The epigraphic habit in the Roman Empire", American Journal of Philology, 103.3, 1982, pp. 233-246 o
MEYER, E. A.: "Explaining the Epigraphic Habit in the Roman Empire: the Evidence of Epitaphs", Journal of Roman Studies, 80, 1990, pp. 74-96; de cultura epigráfica (
epigraphic culture), el modo en que el hábito epigráfico tomó forma en función de una serie de condicionantes culturales y etnográficos variadísimos (éstos últimos extraordinariamente bien tratados en el volumen que nos ocupa: pp. 41-50) (
WOOLF, G.: "Monumental Writing and the Expansion of Roman Society in the Early Empire", Journal of Roman Studies, 86, 1996, pp. 22-39, por ejemplo, además de este útil vídeo/entrevista a Géza Alföldy, que tanto trabajó sobre esta cuestión: pincha
aquí); y, por último, el paisaje epigráfico (
epigraphic landscape), el aspecto que las
ciuitates y los
territoria -y en general cualquier espacio susceptible de ser escenario para la instalación de una inscripción- adquirieron a propósito de la colocación de inscripciones y el modo cómo éstas y aquéllos interaccionaron durante la Antigüedad (por ejemplo, el coloquio COOLEY, A. (coord.):
The Epigraphic Landscape of Roman Italy, Londres, 2000 o, a nuestro juicio uno de los trabajos más ilustrativos sobre la cuestión, el de CORBIER, M.:
Donner à voir, donner à lire. Mémoire et communication dans la Rome ancienne, París, 2006). Los tres están completamente entrelazados -y son manejados, además, de un modo extraordinariamente solvente- en el volumen que aquí valoramos, una nueva entrega de una de las series editoriales -junto con
Instrumenta, de la Universitat de Barcelona- a las que hay que estar siempre atentas, respecto del mundo antiguo, en el mercado editorial español.
La complejidad de esos conceptos y el hecho de que, habitualmente, el polisémico fenómeno de las inscripciones haya sido estudiado de manera parcial -"míope", podría decirse- y sin atender suficientemente a lo que de "globalización cultural" supuso, convierte ya en un acierto -por su oportunidad y por su enfoque metodológico- el trabajo que reseñamos en esta aun naciente sección
Volumina de
Oppida Imperii Romani, un volumen extraordinariamente bien editado -como todos con los que nos obsequia esta colección puesta en marcha, con extraordinaria prolijidad, por el
Prof. Dr. D. Sabino Perea- que trata de responder a la cuestión de "con qué finalidad emplearon los distintos grupos sociales las inscripciones y de qué forma se conformó el espacio epigráfico urbano" (p. 11) tratando de explicar por qué se grabó una inscripción en época antigua, con qué objetivo y con qué propósitos y, además, si esas motivaciones fueron comunes o no a los distintos grupos sociales que emplearon las
lapidariae litterae (Petron.
Sat. 58, 7) como vehículo de comunicación y, muchas veces, como medio de auto-representación social. Un propósito semejante -totalmente ambicioso- sólo podría abordarlo alguien capaz -desde que comenzó su formación en las aulas de la
Universidad de Navarra y la ha madurado como miembro del Equipo Técnico de la revista
Hispania Epigraphica y de su imprescindible versión
online: pincha
aquí- de moverse con éxito y soltura entre las evidencias -debidamente procesadas y organizadas a partir del método estadístico y analítico- que caracterizan fenómenos concretos del ya referido hábito epigráfico, en el caso del volumen que nos ocupa, del que se atestigua en los territorios de las antiguas provincias hispanas, territorios, además, absolutamente desiguales en su sustrato cultural, en la incidencia del fenómeno de la urbanización y, por tanto, atractivos como escenario para valoraciones comparativas, algunas extraordinariamente bien valoradas en las páginas que integran este trabajo (pp. 41-48, por ejemplo, ¡muy esclarecedoras respecto del diferente uso del monumento epigráfico en zonas de tradiciones culturales, étnicas y lingüísticas diversas!). Y es evidente que Ángel A. Jordán ha acreditado suficientemente, hasta la fecha, a través de un ya dilatado
curriculum investigador (pincha
aquí), su capacidad para escudriñar con acierto la documentación epigráfica y, sobre todo, su audacia para plantear explicaciones a cuestiones que, en ocasiones -y muchas afloran a lo largo de las páginas de este libro cuya lectura, como casi todo lo que este autor firma, no deja indiferente- se han respondido sin tener demasiado en cuenta lo que el ordenamiento de la evidencia documental permite suponer, un planteamiento éste que puede parecer positivista pero que el autor demuestra que es, esencialmente, útil (pp. 55 y ss., por ejemplo). De hecho, algunas de las últimas y brillantes publicaciones del todavía joven Ángel A. Jordán -accesibles desde su completo perfil en
Academia- demuestran su extraordinario conocimiento del modo cómo se fue conformando, en diversas zonas de la Península Ibérica pero de modo especial en la Tarraconense y, más concretamente, en el
conuentus de la colonia Caesar Augusta, la concepción epigráfica de la sociedad que pobló dichos espacios o de la manera cómo evolucionó el hábito epigráfico en dicho ámbito geográfico y, también, sobre qué condicionantes culturales e ideológicos lo hizo (véanse, por ejemplo, sus trabajos en
Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra, 21, 2013, pp. 81-111, o el capítulo con el que contribuyó a
Hispaniae. Las provincias hispanas en el mundo romano, Tarragona, 2009, pp. 125-138 en el que se manejan, además, conceptos sobre los que se vuelve, de nuevo, en el libro que aquí comentamos). Y esa acreditada capacidad de manejar una tremendamente ingente documentación epigráfica -alrededor de 25.000 inscripciones conservamos del pasado romano de la Península Ibérica- no es, sin duda, cuestión baladí pues el autor ha sido capaz de analizarla sin perder de vista cada uno de los tres niveles en que -a su juicio- debe ser comprendida una inscripción romana y, si se nos permite, cualquier documento antiguo y que el propio investigador -a propósito de la difusión del hábito epigráfico a partir de Augusto- describe de manera clarísima en el libro (p. 15): el del comitente -de hecho, la segunda parte del volumen analiza, en detalle, cuál fue el uso que hicieron de las inscripciones quienes fueron sus principales protagonistas y promotores, el emperador (pp. 51-110), los
ordines senatorius y
equester (pp. 111-164), el
ordo decurionum local (pp. 165-226) y las clases que podríamos denominar dependientes (pp. 227-260), un tema éste último al que el autor había ya dedicado otros trabajos y en el que se desenvuelve con notable soltura-, el del monumento en sí y el del receptor y lector de la comunicación atendiendo al papel que la
ciuitas supuso como "escenario" habitual del hábito de grabar inscripciones y sin perder de vista de qué modo la extensión del modelo municipal pudo condicionar ese ritmo de desarrollo y evolución de la citada costumbre (pp. 28-36).
Concepto y uso del monumento epigráfico en la Hispania Romana durante el Principado es un volumen sencillo en estructura pero que, nos parece, absolutamente complejo en la organización del material presentado, complejidad que garantiza, además, la utilidad del mismo (ya adelantamos que se convertirá, por su planteamiento, en un libro de consulta constante para quien trabaje con fuentes epigráficas). Un generosísimo elenco de tablas (véase, por ejemplo, las que inventarían las inscripciones de obras públicas promovidas por la elite local -pp. 215-218- o las que recogen a los beneficiarios de
tituli honorarii -pp. 179-182-) ofrece abundante repertorio material sobre los distintos tipos de inscripciones -particularmente las cultuales, las monumentales y las honorarias-, tablas que pueden ser susceptibles de futuros estudios pues tienen la virtud de ofrecer, debidamente procesado, todo el material epigráfico disponible sobre la participación de los distintos estamentos sociales en la utilización de una u otra "concepción epigráfica", uno de los conceptos más atractivos de cuantos se presentan en las páginas que aquí valoramos. El trabajo se mueve en torno a varias ideas principales que, a nuestro juicio, resultan novedosas y están sobradamente cimentadas en el análisis de la documentación -cierto que, en ocasiones, algo caprichosa- que ha llegado hasta nosotros. Además -y ése es, a nuestro juicio, otro de los aciertos del trabajo- Ángel A. Jordán recapitula constantemente, al final de cada apartado, las conclusiones a las que llega contribuyendo, de ese modo, a resaltarlas y hacerlas más perceptibles evitando que el lector se pierda en una erudición documental ciertamente sobrecogedora y totalmente útil para el futuro. Así -en un capítulo segundo absolutamente soberbio (pp. 15-50) y que, nos parece, se convertirá en lectura obligatoria en las aulas y en los circuitos investigadores- el autor resume de qué modo, desde los tiempos de Augusto, las inscripciones se convirtieron en medio para exaltar los méritos y la memoria de quienes las promovieron o recibieron (
Plin. Ep. 2, 7, 3-6), cómo la ciudad fue convirtiéndose en el espacio privilegiado para acoger ese tipo de monumentos y, sobre todo, en qué medida a partir de Vespasiano se fue operando -seguramente por la propia ideología imperial respecto del uso de los
tituli, que el autor presenta de forma acertada (pp. 23-27) escudriñando, con acierto, también la evidencia de las fuentes literarias- un cambio en la concepción epigráfica que privilegiaría la dimensión cultual respecto de la honorífica del propio epígrafe. En este sentido, la caracterización que (pp. 38-39) se hace de los elementos que fueron atenuando el peso de la cultura epigráfica en la sociedad romana en general y en el medio urbano en particular en los siglos de la tan discutida Antigüedad Tardía (a partir del siglo III d. C.) nos parece otro de esos puntos en los que el libro de Á. A. Jordán -compañero de fatigas e ilusiones en
Los Bañales de Uncastillo- alcanza cotas de validez pedagógica ciertamente meritorias. Tras esa esclarecedora y fundamental primera parte -engrosada, como anotábamos, por el segundo capítulo del libro (puedes, desde
aquí, acceder al índice del volumen)- el autor se entretiene, de modo organizado, en caracterizar cuáles fueron las figuras sociales receptoras y promotoras de inscripciones conforme al orden que citamos más arriba. Así, respecto de la figura imperial, a partir del análisis de las más de 500 inscripciones que, en las
Hispaniae, tienen al emperador como protagonista, Á. A. Jordán refrenda su visión de cómo la eclosión augústea y julio-claudio que llevó a los
Principes a acaparar el espacio público (p. 67) experimentó a partir de época flavia -excepción hecha del paréntesis de Antonino Pío- una retracción bastante notable (pp. 80 y ss.) que, tal vez, resulte sorprendente al lector menos avezado en el uso y significado de la documentación epigráfica. En relación a los
tituli promovidos o protagonizados por
gentes pertenecientes a los
primi ordines -senadores y caballeros- tal vez la percepción (pp. 135-145) de que solían emplear el medio epigráfico sin aludir expresamente a su pertenencia a dicha clase social resulte una de las luces más claras que el trabajo aporta de igual modo que respecto de la caracterización que se hace del uso del medio epigráfico por la elite local se subraye su frecuente contribución a la monumentalidad cívica (p. 215), su afán por demostrar lealtad al
Princeps (pp. 195-201) y su gran afición a la recepción de honras públicas (pp. 205-2011).
En definitiva, a través de algo más de trescientas páginas aderezadas, además, con unos bien trabajados -y utilísimos- índices onomásticos y topográficos (pp. 291-398) y una bibliografía (pp. 269-290) que, desde luego, es útil para ponerse al día sobre Epigrafía Latina en general y Epigrafía Hispánica en particular, Ángel A. Jordán traza, en este libro, un adecuado panorama de cuál fue la evolución del hábito epigráfico en las provincias hispanas entre Augusto y los comienzos de la Antigüedad Tardía caracterizando de modo absolutamente brillante ese proceso y aportando, además, pruebas concluyentes de que, en adelante, en el estudio de conjuntos epigráficos cerrados, será necesario atender a la interrelación de los "elementos conceptuales, culturales y sociales" que intervinieron en el diseño de la cultura epigráfica romana, en su formación, su consolidación y su ulterior transformación en el ocaso del Principado. Sólo de ese modo -y este volumen arroja luces más que suficientes para hacer ese recorrido investigador posible- los historiadores seremos capaces de obtener una adecuada imagen de ese procedimiento y, sobre todo, de entender mejor, de obtener una "interpretación más veraz" (p. 267) de cada inscripción. La tarea por hacer resulta apasionante y este volumen nos da las pautas para entender mejor parte de nuestro legado documental más elocuente sobre la Antigüedad, las inscripciones, unos
monumenta que, como dice una conocida inscripción romana (
CIL VI, 1783), constituyen, para los historiadores, el único indicio para conocer las
uirtutes de muchos de los casi-anónimos protagonistas de la Historia de Roma. El modo cómo las emplearon para homenajer al emperador de turno, rendir culto a la divinidad o exaltar sus cualidades o las de sus familiares nos resulta ahora mejor conocido gracias al hercúleo esfuerzo que se percibe detrás de este número 41 de las monografías de Signifer. ¡Un libro, sin duda, de referencia, los estudios epigráficos están, nuevamente, de enhorabuena!