DE PVELLA TOGATA

Foto: © Jesús Acero

En el número 23 de la revista Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra, publicado en 2015, dos entonces jóvenes investigadores, Luis Romero, ahora en la Universidad Complutense de Madrid, y Rubén Montoya, hoy en el Royal Netherlands Institute in Rome, realizaron el primer estudio detallado de una estatua en bronce descubierta a finales de los años 80 del siglo XIX en la Calle Navarrería de Pamplona -solar de la antigua Pompelo- y que, pese a haber desfilado por la literatura erudita y científica desde entonces, se había dado por perdida desde comienzos del siglo XX. Manuel Olcina, director del Museo Arqueológico de Alicante, en un congreso especializado sobre bronces antiguos, habría tenido conocimiento en ese mismo año de que la pieza obraba en una colección particular en Manhattan, en Nueva York. Quien la custodiaba en dicho distrito neoyorquino tuvo acceso, en 2016, al artículo en cuestión y contactó con el primero de sus firmantes, Luis Romero. Éste, rápidamente, y dando muestras de una extraordinaria sensibilidad patrimonial e institucional, derivó los datos del propietario al Servicio de Museos del Gobierno de Navarra. Ese sensible y comprometido gesto de Luis Romero, que entonces ultimaba su tesis de doctorado sobre el foro de la ciudad romana de Los Bañales de Uncastillo en la Universidad de Navarra, fue el que permitió que en 2022, el Gobierno de Navarra consiguiera que esa pieza -una hermosa y completa estatua togada en bronce, que corona este post- llegase a Pamplona, primero para una exposición temporal, poco después para su definitiva incorporación a los fondos del Museo de Navarra al adquirirla el Gobierno foral por un precio algo superior a los 530.000 €.

La azarosa historia de la pieza, su extraordinaria calidad y el hecho de tratarse, junto al togado de Periate (Granada), de la única estatua togada en bronce procedente de la península ibérica convirtió la estatua en todo un fenómeno mediático. Sobre su azarosa historia y sus peculiaridades técnicas, se hicieron eco, entre otros, Néstor Marqués, de Antigua Roma al Día, uno de los canales de YouTube de mayor impacto de cuántos, en castellano, se dedican a la Antigüedad Clásica y, también, el programa que, en febrero de 2023, "Arqueomanía", de Televisión Española, dedicó a la Arqueología de Navarra, titulado "Crónicas de Arqueología navarra". También nosotros celebramos la recuperación de la pieza para todos los navarros con una tribuna publicada en Diario de Navarra en junio de 2023 apenas unas semanas después de que el togado fuese expuesto en el Museo de Navarra para disfrute de todos los navarros.



Como ya anticipamos en Oppida Imperii Romani hace un par de años, en octubre de 2024, a iniciativa del Departamento de Historia, Historia del Arte y Geografía de la Universidad de Navarra, se desarrolló entre Pamplona, Los Bañales de Uncastillo y Santa Criz de Eslava la XI Reunión de Escultura Romana en Hispania que, de hecho, se abrió con una sesión frente al togado, entonces ya expuesto, como se ha dicho, en la última de las salas de Romanización del Museo de Navarra. En la segunda parte de esa primera sesión, celebrada ya en el salón de actos del Museo, se procedió a la presentación del fascículo 9 de la prestigiosa serie Corpus Signorum Imperii Romani - España, dedicado a la estatuaria romana del territorio vascón y firmado por quien escribe este blog y por el ya citado Luis Romero cuya tesis doctoral, antes citada, tuvimos el privilegio de dirigir. Lógicamente, la estatua togada de Pompelo contaba con su propia ficha en el citado repertorio, compuesto por más de 300 piezas, y de cuya edición se hizo eco la prensa local. En la ficha, la número 110 del catálogo y que ocupa las páginas 150-153 del citado volumen, se concluía que se trataba de la representación de un togado varonil, seguramente joven, vistiendo, eso sí, tunica talaris, que monta, por tanto, sobre los calcei, las sandalias, y portando en su mano derecha un objeto que bien podría constituir un aspergilum, un "hisopo" ritual o sacerdotal. Se proponía, por detalles estilísticos, de ejecución y arqueológicos del lugar de hallazgo de la pieza en 1885, una datación de la primera mitad del siglo II d. C. Puede leerse a continuación la información y estudio que en dicho volumen, que muy pronto estará disponible en las librerías a través de Ediciones Universidad de Navarra, se recoge sobre la estatua. 

 


El pasado día 17 de marzo, la opinión pública navarra y, seguidamente, la comunidad científica, se sobresaltaron con la presentación, en rueda de prensa por parte de la Consejera de Educación y Cultura del Gobierno de Navarra, de una nueva interpretación de la pieza que nos ocupa que la presentaba como la imagen, del siglo I d. C., seguramente de época tiberiana, de una joven adolescente vestida con toga praetexta. aduciendo como argumentos para ello fundamentalmente el tamaño de la figura y el hecho de que bajo la toga la prenda interna de la figura caiga sobre su calzado algo, según se aduce, impropio de las togae vestidas por varones. La interpretación, avalada por el experto en togados romanos Hans Ruprecth Goette, del Instituto Arqueológico Alemán de Berlín, que participó en la XI Reunión de Escultura Romana en Hispania, nacía de un nuevo trabajo, aun pendiente de publicación e, incluso, de entrega al Gobierno de Navarra, firmado por la profesora de la Humboldt Universität de Berlín Carmen Marcks-Jacobs que en la tarde de esa misma jornada impartía en el Museo de Navarra una documentada conferencia con las bases de su interpretación, conferencia que embebemos más abajo como más arriba ofrecíamos acceso a las referencias a la pieza en varios canales de YouTube y programas de televisión de ámbito nacional. La teóricamente nueva interpretación, por otra parte, no era en absoluto novedosa pues ya fue presentada en la V Reunión de Escultura Romana en Hispania celebrada en Murcia en 2005 y cuyas actas vieron la luz tres años más tarde, en 2008. Pese a que esa interpretación -que era recogida tanto en el artículo de Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra que citábamos al comienzo de esta entrada como en la ficha del Corpus Signorum- no había tenido ningún seguimiento en la investigación sobre escultura hispanorromana, la nota de prensa difundida esa misma mañana por el ejecutivo navarro tomaba claramente partido por la propuesta de esta investigadora hispano-alemana asegurando que la estatua en bronce "se trataría en realidad de la representación de una niña de entre 10 y 12 años de edad, vistiendo la toga praetexta que muestra su condición de ciudadana romana, y portando un haz de espigas en su mano derecha como símbolo de su futura fertilidad". Se añadía, además, en palabras de la propia Consejera, que "estos estudios la catalogan como la única representación de este género en bronce en el mundo, y con una antigüedad mayor que la fechada anteriormente, en concreto un siglo más antigua". Más moderado con la 'nueva' interpretación fue el Museo de Navarra que, en la exposición articulada para -en el marco de las obras de eficiencia energética de que el Museo está siendo objeto en este año- presentar de nuevo la pieza, dejaba abierta la interpretación al titular el panel explicativo "La estatua togada de Pompelo, ¿un hombre togado o una niña togada?" y ofrecer contrapuestas la interpretación tradicional de la pieza -y mayoritaria hasta la fecha en la academia- y la que Carmen Marcks-Jacob venía ofreciendo, ahora más desarrollada, desde 2008. Lamentablemente, en la cronología sobre la azarosa historia de la pieza, que se ofrece como panel complementario en la exposición -de recomendable visita- vuelve a omitirse que fue gracias al artículo de Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra y a la generosidad de Luis Romero que el bronce pudo ser recuperado y, felizmente, adquirido por las autoridades forales silenciando así uno de los más claros ejemplos de compromiso cívico con el patrimonio arqueológico que ha dado Navarra en los últimos años y orillando un claro ejemplo de las posibilidades de la colaboración público-privada o, en este caso, por orden, privada-pública. 

Tras más de una década trabajando en pro de la difusión del patrimonio arqueológico -en Navarra y en Aragón- y, especialmente, tras nuestras conferencias y tribunas sobre los Vascones y sobre la mano de Irulegi, que hemos ido recogiendo en la etiqueta "Sorioneku" de este blog, y, acaso, por ser el único Catedrático de Historia Antigua en la región, parece lógico que ya en la mañana del día 17, antes, incluso, de la rueda de prensa antes citada, nos contactaran de Radio Nacional de España en Navarra para conocer nuestra opinión sobre esta nueva interpretación, valoración que se emitió ese mismo día en el informativo de mediodía Crónica Navarra, a partir del minuto 17 del podcast que aquí se enlaza. A ese interés siguió, la siguiente mañana, el de COPE Navarra que, en el informativo, también de mediodía, del día 18 de marzo se hizo eco de cómo diversos expertos, no sólo nosotros, discrepábamos de la interpretación presentada en la jornada anterior por el Gobierno foral. De ese modo, aunque en un primer momento algunos medios, haciendo suyas las palabras de la Consejera del ejecutivo foral, se hicieron eco sin fisura alguna de la interpretación de la estatua como representación de una niña -así, por ejemplo, ABC, en un primer momento, El País y, de modo especialmente sorprendente, por llevar el asunto a portada el día 18 de marzo, dando por válida la interpretación de Carmen Marcks-Jacob, Diario de Noticias de Navarra- otros se mostraron prudentes o, cuando menos, se hicieron eco de la controversia y de los problemas de esa nueva propuesta, como hizo ABC o, de modo extraordinario, con detallado reportaje publicado el domingo 23 de marzo, y que ofrecemos más abajo, Diario de Navarra. Algunos medios, incluso cuando las opiniones discrepantes ya se habían difundido, insistían, unos días después, en la interpretación femenina y en su carácter de unicum, como hacía El Diario Vasco.



Es sabido que la Arqueología es una disciplina comparativa y que, en cualquier cuestión, la discusión es natural y forma parte del modo cómo avanza el conocimiento. Sin embargo, también es verdad que, todos los que nos dedicamos a la Antigüedad sabemos que, en ocasiones, la lectura más compleja -lo que en Epigrafía, pero la expresión es válida para cualquier ciencia de la Antigüedad, llamamos la lectio difficilior- es, normalmente, la menos probable y que las cosas suelen explicarse, mejor, con argumentos sencillos. Sabemos que la toga praetexta era una prenda reservada a los varones y que, de hecho, sólo podían portarla -sin distintivo de no ser todavía adultos, la bulla- aquéllos hombres que ya hubieran pasado de los dieciséis años (baste mirar la voz dedicada a ese término en la popular Wikipedia o la voz "toga" en el Dictionnaire des Antiquités grecques et romaines Daremberg-Saglio, pp. 348-353, disponible en línea). Existen, incluso, en los textos antiguos, noticias de procesos judiciales abiertos por Roma contra quienes hacían uso de la toga praetexta indebidamente. Sabemos, también, que existe -y está bien atestiguada en las fuentes- un formato de tunica, la tunica talaris, que sí monta sobre los calcei como sucede en la estatua togada de Pompelo. Por otro lado, no era habitual -pues son muy pocas las representaciones y la mayoría proceden, además, del ámbito funerario, más privado que público o civil- que una niña mostrase la ciudadanía romana vistiendo la toga cuando esa condición -si era necesaria exhibirla- se podría evidenciar a partir de una inscripción, directamente a partir de la onomástica. De hecho, una de las cosas que más llama la atención de la conferencia de Carmen Marcks-Jacob que más arriba enlazábamos es que, a la hora de explicar cómo funciona la toga, encuentra serios problemas para aportar ejemplares femeninos ofreciendo casos de varones y de Genii, propuesta interpretativa que, ofrecida por el profesor Pedro Rodríguez Oliva en la sesión de apertura de la XI Reunión de Escultura Romana en Hispania, sí tuvo cierto eco entre los asistentes generando el consenso que, sin embargo, en ningún momento generó la propuesta verbal del profesor Goette, ahora recuperada por Carmen Marcks-Jacob. Por otro lado, son muchas las imágenes de mujeres en la estatuaria romana -incluso de adolescentes- en que se marca esa condición femenina no sólo por el uso de palla o stola -la vestimenta femenina por excelencia- sino por la evidencia de sus atributos femeninos, totalmente ausente en el ejemplar de bronce Pompelonense. Además, sabemos que en este tipo de cuestiones iconográficas que implicaban distinciones de estatuto personal, Roma no hacía distinciones de carácter provincial o territorial sino que las representaciones obedecían a patrones globales no a un hábito local como, parece, se argumenta que sucede en el caso Pompelonense que, por su exclusividad, se justifica como un comportamiento singular de las féminas hispanorromanas no atestiguado en otras provincias y, según se argumentó ya en 2008, muestra de los ritmos de la Romanización del territorio. Aunque, obviamente, tenemos muy pocos datos sobre el contexto primario de hallazgo de la pieza, no parece que -como se ha demostrado recientemente en un trabajo de María García-Barberena (Anas, 37, 2024, pp. 123-157, esp. pp. 143-144)- en época tiberiana, la que se propone para la estatua, en la C/Navarrería hubiese edificaciones del foro que pudiesen albergar esta representación pues ese espacio sólo se urbaniza a partir de la gran transformación de la plaza del mismo de que aquélla es objeto con la promoción de Pompelo al estatuto de municipio de derecho Latino en época flavia. Sabemos, también, que para la época de Augusto, aunque, efectivamente, Pompelo no disfrutaba todavía de estatuto jurídico de privilegio, tras más de cien años de influjo romano en la zona desde la fundación de Gracchurris, no había necesidad alguna de que las jóvenes de la elite local forzasen el Derecho para presumir de su condición, recibida por vía paterna, de ciudadanas de Roma pues, como están demostrando los hallazgos arqueológicos de los últimos años, el periodo Augusto-Calígula fue un periodo para el que muchas de las ciudades romanas del ámbito vascón contaban con ciudadanos implicados en programas de construcción pública y con todas las commodidates propias de una urbe romana (ANDREU, J., y ROMERO, L.: "Santa Criz de Eslava y los parua oppida Vasconum: novedades sobre la vida urbana en territorio vascón", en Small towns, una realidad urbana en la Hispania Romana, Mérida, 2022, pp. 195-205) y ya no eran necesarios este tipo de alardes que se atribuyen a la nueva interpretación de la pieza Pompelonense no en vano, como se indica acertadamente en la conferencia de la profesora Carmen Marcks-Jacobs, hay evidencias de Pompelonenses adscritos a la Galeria tribus (CIL II, 5883 de Segobriga CIL II2/14, 1193 de Tarraco) y que indican que en esa comunidad vivían suficientes ciudadanos romanos como para que esa exhibición no resultase redundante. 




En el estupor con que esta propuesta de identificación ha generado entre los expertos que, en Europa, se dedican al estudio de la estatuaria romana, hemos tenido la ocasión de intercambiar opiniones -como ya la tuvimos en el evento científico antes citado- con un buen número de colegas de España, Portugal o Italia. Varios, de hecho, se han referido a la extraña forma -que llamó la atención siempre- y a la relativa desproporción que existe entre el cuerpo de la estatua de bronce de Pompelo y sus pies. El Catedrático emérito de Arqueología de la Universidad de Málaga, Pedro Rodríguez Oliva, por ejemplo, nos hacía notar -al hilo de la tribuna que Diario de Navarra le ha publicado- cómo hay otro conocido togado europeo, en este caso el de la colección Holkam Hall de Holkham, en Norfolk, Reino Unido, en el que se aprecian también esas mismas desproporciones en este caso fruto de recomposiciones y restauraciones de la pieza que están muy bien documentadas como se hace constar en la ficha de la pieza que ofrece el Instituto Arqueológico Alemán. Resulta curioso que en este caso -pero, y es importante anotarlo, también en la primera referencia que se hizo a la pieza Pompelonense en el volumen Studien zu römischen Togadarstellung (Mainz, 1990) de Goette (pp. 42-43, nota 197, m)- esa singular largura de la túnica, explicable por tratarse de una tunica talaris, como más arriba se dijo a propósito de nuestro togado, no se emplease en el caso de Holkham para atribuir a la pieza un carácter femenino o para anotar que esa parte inferior, en la historia de las recomposiciones de la pieza, procediera de una estatua femenina añadida a una pieza claramente varonil y que, tal como las contraponemos bajo estas líneas, no ofrecen, respecto del togado de Pompelo y entre sí, demasiadas diferencias anatómicas. En su día, por tanto, el propio Goette no tuvo problema en dar por varonil la estatua de Holkam Fall pero tampoco por dar como masculina la estatua de Pompelo que incluyó en su lista de togati. como puede verse más abajo en captura de su libro de referencia, antes citado. Dato singular, sin duda, que considerábamos conveniente compartir aquí.




Por otro lado, como decíamos más arriba, la ciencia, y la comunicación científica, tienen sus propios ritmos. Los estudios científicos, actualmente, son sometidos a todo tipo de revisiones de calidad normalmente -como fue el caso del artículo de Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra y del fascículo 9 del Corpus Signorum Imperii Romani- realizadas por pares ciegos expertos en la materia. De ese modo, cuando una hipótesis se comparte con la comunidad científica ha pasado una serie de filtros que -aunque no siempre- garantizan que ésta se ajusta a la communis opinio de la disciplina y que está suficientemente refrendada en fuentes y, sobre todo, en paralelos. Que es solvente, en definitiva. El impacto de un trabajo, además, las citas que recibe a lo largo del tiempo y el refrendo que encuentra, con los años, en la literatura especializada constituyen también un claro índice de su validez, de su acierto y de la acogida que éste ha tenido entre los especialistas, acogida que, normalmente concreta esa validez y ese acierto. Sorprendentemente nada de eso ha sido empleado como filtro en esta supuestamente nueva interpretación del togado de Pompelo que, como se ha dicho, más bien al contrario, era ya conocida desde 2008 y había pasado totalmente desapercibida en la comunidad científica hasta que, ahora, una administración autonómica, ha decidido hacerla suya sin tener en cuenta, precisamente, los filtros lógicos de la ciencia y la investigación históricas y sin siquiera esperar a que esté publicada en un órgano científico que ofrezca garantías. Al margen de que el tiempo, y nuevos análisis y estudios, puedan dar o no razón a tan singular y enrevesada propuesta -y así la han calificado no sólo los expertos a los que Diario de Navarra, en fechas recientes, ha ido concediendo espacio, todos, además, presentes en la XI Reunión de Escultura Romana en Hispania sino otros muchos con los que hemos tenido ocasión de hablar en estos días-, está claro -y es lo importante- que flaco favor hace a la ciencia arqueológica que una institución pública que debería estar presidida por la objetividad, la prudencia, la mesura y el contraste científico de opiniones -que, en definitiva, son manifestaciones todas, o deberían serlo, del servicio público que de ella se espera- convierta esa lectio difficilior del togado de Pompelo no sólo en la facilior sino, también, al menos a partir de algunos de sus medios de comunicaciones afines, en la verdad histórica inamovible ("La estatua del togado de Pompelo es una niña", titulaba el día 18 de marzo Diario de Noticias, como veíamos más arriba) que, además, sin serlo en este caso, mucho nos tememos que será bastante difícil de matizar en el futuro. 

Lo triste es que no es la primera vez... Tiempo al tiempo.


ROMA AETERNA (y II)

 

[Mosaico romano con representación de la Musa Clío, Palazzo Massimo alle Terme, Museo Nazionale Romano, Roma]

Durante los días 13, 14 y 15 de marzo de 2025 tuvo lugar en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra el II Congreso de Jóvenes Investigadores en Antigüedad "Roma Aeterna" que, bajo el horizonte "Ciudades, identidades y desarrollo urbano en Hispania (siglos I a. C.-II d. C.)" ha reunido a algo menos de medio centenar de jóvenes investigadores en materia de Historia Antigua, Arqueología Clásica y Recepción de la Antigüedad. Celebrado en el campus de la Universidad de Navarra el encuentro se detuvo también en la ciudad romana de Santa Criz de Eslava, en Navarra


El encuentro, organizado por los doctorandos del Departamento de Historia, Historia del Arte  Geografía de la Universidad de Navarra Javier Larequi, Javier Martínez Sarasate, Luka García y Fátima Rodríguez y con un Comité Científico del que formaron parte los profesores Alicia Ruiz, de la Universidad de Cantabria, Antonio Duplá, de la Universidad del País Vasco y Darío Bernal, de la Universidad de Cádiz daba continuidad a una primera reunión celebrada en 2015 en la Universidad de Navarra. 

Nuestra participación en él, además de como anfitriones, se concretó en el dictado de la conferencia pórtico, inaugural, del encuentro, en la tarde del jueves 13 de marzo y que llevó por título "Sobre el oficio del historiador de la Antigüedad" y que precedió a los bloques sucesivos que acogieron las contribuciones presentadas por investigadores iunores en torno a las tres áreas temáticas del encuentro. Este post recoge, a continuación, el texto, debidamente corregido, adaptado y anotado para su presentación en Oppida Imperii Romani, de esa conferencia así como se ofrece, bajo estas líneas, el material gráfico de apoyo a la misma que nos exime de aportar citas concretas a determinados pasajes a que, en él, se aludieron.

 

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Querido Vicedecano de Investigación, profesor Cobreros; queridos colegas catedráticos miembros del Comité Científico profesor Duplá, profesor Bernal, profesora Ruiz; queridos doctorandos promotores de este congreso y, como enseguida explicaré, verdaderos artífices del encuentro, pese a lo que que se ha dicho en la presentación del mismo; y queridos jóvenes investigadores, congresistas. Muchas gracias a todos por secundar esta convocatoria y estar esta tarde y los próximos días con nosotros en la Universidad de Navarra.

En 2015 un grupo de jóvenes alumnos de máster -algunos entonces ya doctorandos- que trabajaban como becarios en el yacimiento arqueológico de Los Bañales de Uncastillo (Zaragoza) -que se ha convertido también en una suerte de cantera de jóvenes investigadores que luego desarrollan sus carreras de investigación, en ocasiones en la que ha sido su alma mater, en otras ocasiones recalando aquí en Pamplona-, propuso, en el verano de ese año, la celebración de un encuentro, el Encuentro de Jóvenes Investigadores en Arqueología Clásica, que llevó el título de Roma Aeterna [1]. Recuerdo que en la inauguración de ese encuentro el 22 de octubre de 2015 la entonces decana de la Facultad, ahora Vicerrectora de Estudiantes, la profesora Rosalía Baena comentó que delante del nombre del encuentro figuraba un “I” argumentando que, seguro, habíamos pensado en la continuidad de la iniciativa. Lo cierto es que la intención en principio no era esa, no pretendíamos que esa reunión, de la que se cumplen ahora diez años tuviera continuidad, pero diez años después aquí estamos en la segunda convocatoria del Congreso Roma Aeterna, con una perspectiva un poco mayor que la exclusivamente arqueológica que caracterizó el primero al incluir la presente edición también contribuciones sobre Recepción de la Antigüedad y sobre Historia Antigua.

¿Eso porque ha sido posible? Todos sabéis que estamos a punto de celebrar las idus martias, estamos en el mes de marzo que es el mes que los Romanos dedicaban al dios Marte, pero que en realidad por la muerte de César está muy vinculado a ese acontecimiento histórico que forma parte de esa perennidad de Roma que, en su amable presentación, ha señalado Luka García, doctoranda del comité organizador. Quiero subrayar esto porque estamos en marzo, no en los saturnalia. Y ustedes dirán ¿por qué el profesor Andreu habla de los saturnalia si nos había prometido, como han visto en el programa, que iba a hablar del oficio del historiador de la Antigüedad? Bueno ya saben que los saturnalia, que coincidían con nuestra Navidad, con la segunda parte o los últimos 10 días del mes de diciembre, además de ser una fiesta en la que los romanos se intercambiaron regalos como hacemos nosotros, también eran una fiesta, en cierta medida, de inversión social, en la que los siervos se convertían en amos y los amos se convertían en siervos. Yo creo que los doctorandos de esta Facultad y, en particular, los del área de Antigüedad viven en una permanente fiesta de los saturnalia porque nos hacen trabajar mucho a quienes, en nuestra condición de directores deberíamos, más bien, dedicarnos a gobernar, a “mandar”, si me lo permitís. Pero no hay nada más satisfactorio para un maestro que tener una escuela de discípulos que le ponga a trabajar incluso con resistencia, porque yo a estas alturas del curso en las que el semestre avanza inexorablemente era bastante reticente a tener un en mi complicada agenda un compromiso más. Pero he de reconocer que me lo han puesto muy fácil porque han conducido y organizado el coloquio ellos solos.

Yo inicialmente quería sencillamente presidir la inauguración y no decir nada más, acaso sólo unas palabras protocolarias, pero mis doctorandos no conformes con organizar este congreso, en el culmen de la citada inversión de roles, decidieron que su director tenía que hablar, que no podía ser que el profesor Andreu haya estado hace poco en París, vaya a estar dentro de 10 días en Nueva York, dentro de un mes y medio en esté Roma y que en su ‘casa’, la Universidad de Navarra, la gente que viniera a un coloquio científico se quedase sin escucharme. Entre conforme y resignado ante su insistencia, asumí el reto de decir algo en este acto de apertura del segundo encuentro Roma Aeterna y, para elegir el contenido de mi intervención, se plantearon varias alternativas.

La primera alternativa era hablar del proyecto parua labentia cuyo subtítulo inspira el horizonte temático de este encuentro de jóvenes investigadores en Antigüedad. Pero sobre el proyecto hemos publicado muchas cosas, porque viene también de un proyecto anterior, consagrado al estudio de los labentia y parua oppida. El proyecto en curso trata de estudiar las bases económicas de las pequeñas ciudades romanas, la mayoría solo municipios a partir de la época flavia y que luego, en muchos casos, se convirtieron en labentes civitates, en ciudades en dificultad. Me parecía que volver a contar lo que estamos haciendo dentro de ese proyecto del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidad que tendrá dentro de dos años un resultado editorial, no resultaba especialmente creativo ni me parecía un pórtico adecuado al encuentro académico que abren estas palabras.

Los que me conocen saben que otra opción era abordar la perennidad de la Historia Antigua y del legado de Roma, alguna reflexión en torno a la utilidad, esa ophélima que decía Tucídides era propia de la Historia [2] y sobre la que recientemente se han publicado algunas reflexiones mías en la prensa nacional: en el diario ABC y, justo ayer mismo, en el periódico La Razón. Pero me parecía que volver sobre eso, que también está escrito, quizá tampoco resultaba especialmente inspirador.


Por eso entre las alternativas y a modo de divertimento, escogí el tema del que voy a hablar en estos próximos minutos. He de reconocer, porque parte de lo que voy a decir tiene que ver con escuchar a los maestros, que descubrí que podía hablar de ello gracias a una conferencia que tuvo lugar en la Universidad de Navarra, hace dos o tres semanas, a cargo del profesor Jordi Canal que se dedica a la Historia Contemporánea, es profesor de l'École des hautes études en sciences sociales, en París, y que habló precisamente de la escritura y de la narrativa en la Historia. Tras escucharle me decidí  a que estas reflexiones de apertura dirigidas a historiadores de la Antigüedad, arqueólogos y gente que trabajáis en recepción de la Antigüedad debían girar en torno al sentido de la Historia, al oficio del historiador de la Antigüedad. Es decir, al sentido de la Historia en la Historia Antigua como marco cronológico de los autores que reflexionaron sobre la actividad histórica, pero también al sentido de la historia en los historiadores de todos los tiempos que se han dedicado a la Historia Antigua como disciplina científica. Esto es un poco peligroso porque todos sabemos que la reflexión sobre el sentido de la Historia muy romana no es y estamos inaugurando un encuentro llamado Roma Aeterna. Fueron más los griegos, incluso desde luego también los griegos que escribieron en época romana, los que se interrogaron por el sentido de la Historia. Así, por ejemplo, Heródoto que hablaba de que su verdadera función como historiador era conseguir que las acciones memorables de los hombres no cayeran en el olvido, también Tucídides que subrayaba que la Historia, que tenía que ser un saber causal, fuera de verdad una adquisición para siempre -como él decía con ese término tan preciso, ktéma- que oponía esta ciencia a la épica y a otros géneros literarios, o, en fin, Polibio que escribe ya en época romana y que afirma que la Historia es “el saber que mejor prepara para la vida política y para los cambios de fortuna” [3].

He dicho que el tema de la Historia como disciplina y como conocimiento interesó al mundo antiguo pero especialmente al mundo antiguo que escribió o en el marco de la Grecia antigua o que, ya en época romana, lo hizo en lengua griega. Pero en época romana se escribió prácticamente el, hasta donde yo sé, único manual de que disponemos sobre el oficio del historiador. Se trata de un texto, que recomiendo leer, de Luciano de Samosata, que se escribe en el siglo II d. C. en un momento en el que la Historia estaba en un profundo desprestigio [4]. Había un cierto descrédito del servicio a la verdad histórica por parte de los historiadores y Luciano se propone escribir cómo debe escribirse la Historia. Y lo cierto es que el panorama que describe, si uno lo lee con atención, es bastante exigente. Así, entre las perlas que nos ofrece Luciano de Samosata, se incluye que un historiador tiene que tener inteligencia política, que tiene que tener además capacidad de expresión y que tiene que dedicar a su profesión un esfuerzo continuado, mucha capacidad de trabajo. Pero no se olvida de cuál es la fuente en la que esos elementos se pueden desarrollar y apunta claramente a que ese esfuerzo continuado debe descansar en una declarada imitación de los antiguos.

Ya en esa primera reflexión -y esto me parece bastante actual- Luciano de Samosata  insiste en que el historiador tiene que escribir con libertad. Ya existía por tanto el peligro -que el presentismo quizá ha venido a hacer de nuevo actual- de la manipulación de la Historia. El historiador, en medio de esa amenaza, tenía que escribir sirviendo a la verdad y tenía que escribir contando esa verdad y apoyándola con la mayor cantidad de evidencias posibles, algo a lo que me referiré en la segunda parte de esta intervención. A esos retos de evidencia, verdad y libertad Luciano de Samosata añade también la necesidad de un método, de ser capaz de “ordenar con belleza los acontecimientos y exponerlos con la mayor claridad”, en la medida de lo posible, con un evidente sentido de utilidad y de trascendencia: escribir pensando en las generaciones venideras, algo que me parece muy indicado para quienes, como la mayoría de los que estáis aquí, estáis iniciando vuestra aventura como historiadores. Subrayo que aunque estoy utilizando el término de “historiador”, éste tiene un sentido amplio donde incluyo a los arqueólogos como historiadores que son y también a los estudiosos de la recepción de la Antigüedad.

Como he dicho antes faltan reflexiones propiamente romanas, hay alguna alusión en Tácito, también en Tito Livio [5], pero son pequeñas pinceladas sobre el oficio de historiador. Como Luciano de Samosata decía que hay que imitar a los antiguos, me parecía que la segunda parte de mi intervención podría centrarse en ver cómo reflexionaron sobre el oficio de historiador dos romanistas colocados, en su atención investigadora a la Historia Roma, uno al principio y otro al final de la cronología de Roma como estado de la Antigüedad.

El primero es el italiano Arnaldo Momigliano. Él obtuvo la cátedra en la Universidad de Turín pero como tenía origen judío Mussolini le expulsó de Italia en 1936, recalando en la Universidad de Oxford donde prestó servicios hasta 1975. De hecho es muy citada la reseña que hizo en el Journal of Roman Studies de 1940 del The Roman revolution del también profesor oxoniense Ronald Syme. Después de 1975 ejerció en la Scuola Normale Superiore de Pisa, ya de vuelta en Italia. Sus intereses investigadores tuvieron mucho que ver con el final del mundo helenístico y con la Roma arcaica sobre la que publicó un libro en 1989 y en general sobre la historia inicial de Roma. Especialmente célebre es la Storia di Roma que compuso en los años ochenta en compañía de Aldo Schiavone y de la que luego diré algo.

El otro investigador es Henri Marrou, de la escuela francesa y que fue profesor de L´École normale supérieure que es donde se forman los funcionarios de la élite francesa, una institución, por tanto, de muchísimo prestigio, historiador que acabó ocupando la Cátedra de Historia del Cristianismo en la Universidad de la Sorbona, en París, siendo especialmente conocido por sus trabajos sobre la figura de Agustín de Hipona. Si de Momigliano las reflexiones sobre el sentido de la Historia Antigua y de la labor de la historiador proceden sobre todo del libro de 1984 Sui fondamenti della storia antica, las de Marrou, mucho más extensas, proceden de un volumen original de 1954 y traducido al menos en la edición más conocida al castellano en 1968, Sobre el conocimiento histórico [6]. He elegido a estos dos historiadores de la Antigüedad, Momigliano y Marrou, porque uno abre la historia de Roma o la historiografía sobre la Roma antigua -dado su interés en el arcaísmo romano- y otro -al estudiar la tardoantigüedad- la cierra, pero en realidad podía haber elegido -y recomiendo al respecto un excelente volumen que coordinó entre otros el profesor Duplá [7]-, a Edward Gibbon a Jacqueline de Romilly, a Géza Alföldy, al ya citado Ronald Syme,  en fin autores con los que todos los que nos dedicamos a la Antigüedad estamos en absoluta deuda, y a los que es muy bueno volver como elemento de inspiración constante, recurrente.


¿Qué nos dicen Marrou y Momigliano sobre la Historia? Marrou subraya, en primer lugar, que la Historia y en particular la Historia de la Antigüedad, nace del orden, de la capacidad de descubrir la longue durée, la “larga duración”; de la atención, por tanto, a los procesos y de un claro compromiso con la estructura histórica, con descubrir, como decía también Polibio, qué hay de permanente en los acontecimientos que van y vienen a lo largo del tiempo.

En esta situación, también actual, de cierto descrédito de la Historia, que alguien diga que hay que pensar en los procesos, quizá nos puede avocar a una especie de historiografía woke en la que traigamos al escenario académico lo que conviene, silenciemos lo que no conviene y hagamos, en definitiva, una Historia que cancele episodios y que se convierta en una historia superficial. Contra ello, la clave, el antídoto para eso, la regla del juego básica en el estudio de la Historia Antigua nos la recuerda Mommigliano cuando dice “se non ci sono documenti, non c`é storia”, “si no hay documentos no hay Historia”. El historiador de la antigüedad tiene que sentir veneración por los documentos antiguos sean de la naturaleza que sean. Por eso es muy satisfactorio que parte de las reflexiones que se van a presentar en el marco de este II Encuentro de Jóvenes Investigadores en Antigüedad nazcan del análisis de materiales, de textos y, por tanto, muy pegadas a la documentación.

Lógicamente cuando hablamos de Antigüedad a veces tenemos el prejuicio de que se puede decir poco nuevo sobre las fuentes propias del historiador que se ocupa de este periodo antiguo pero el propio Henri Marrou nos recuerda que el reto del historiador, si de verdad quiere ser un “gran historiador”, es el de no dar nunca ninguna fuente por agotada, mirar siempre con ojos nuevos y con miradas nuevas al mismo material, a ese mismo material que miraron nuestros maestros, que nos dan ese espejo metodológico esa vía de la imitación cómo recordaba, ya lo vimos, Luciano de Samosata. De hecho Momigliano y Schiavone en el volumen primero de la Storia di Roma que antes cité, argumentan que el éxito de Roma como tema de estudio, esa Roma Aeterna, descansa en que se ha revisitado prácticamente desde el Renacimiento. En cada generación, y siempre, ha habido una manera de ver la Historia romana, que lógicamente ha sido diferente porque se han analizado documentos desde prismas distintos y en épocas también distintas. Esa veneración del documento es tan decisiva que el propio Marrou afirma que en realidad los documentos, las fuentes, no son medios sino que se pueden y deben convertir en fines, no son sólo parte de ese pasado sino que, como él dice, son el mismo pasado. Un material arqueológico, una inscripción, una reflexión que articula una mirada diferente al pasado en el pasado, son parte también de ese pasado algo que también en cierta medida decía San Agustín -al que antes citábamos- cuando hablaba de que en realidad el pasado se escapa de las manos [8]. Porque al final acaba siendo superado en cada instante por el presente.

Si los objetos de estudio, los documentos, las fuentes tienen que ser un fin en sí mismo, debemos preguntarnos cómo hacemos posible, cómo damos vida a los documentos, cómo convertimos lo que cuentan los documentos en la realidad del pasado histórico. Hay, a este propósito, unas reflexiones muy útiles de Theodor Mommsen en el volumen relativo al Principado romano en su celebrada Historia de Roma en la que dice que la clave de la labor del historiador -y esto este año con mis alumnos de primero del Grado en Historia de esta Facultad resultó bastante sorprendente-, está en la fantasía, en el relato, en la capacidad que el historiador tiene de dar vida a los documentos, de dar vida al pasado y de contagiar esa pasión por el pasado y por esos documentos [9].

Llegados a este punto, lógicamente quizá los que aquí estáis y os dedicáis a la Historia Antigua os habréis sentido identificados con parte de lo que he dicho y así también los que os dedicáis a la Arqueología. Acaso los que trabajáis la Antikenzrepetion, estaréis echando en falta algún consejo, alguna inspiración, en estas palabras inaugurales. Fijaros, en este sentido, que Henri Marrou dice que al final la Historia, y en cierta medida lo ha recordado recientemente Mary Beard, nace del diálogo entre dos planos: “el pasado vivido por los hombres de antes y el presente en el que se desarrollan el esfuerzo por la recuperación de aquel pasado”, algo que, en definitiva, está en el core de quienes os dedicáis a los estudios sobre recepción de la Antigüedad.

Ya para terminar, también Henri Marrou, como hacía Luciano de Samosata, señala unas virtudes del historiador, sobre las que es bueno ver en qué punto nos encontramos los que nos dedicamos al estudio del pasado desde distintos prismas.

La primera de esas cualidades, de esas virtudes, es la libertad. Honestamente creo que los que sois jóvenes no debéis permitir nunca -y esto se ve muy bien cuando tenéis que elegir un tema de investigación doctoral, por ejemplo- que nadie os imponga qué tema elegir o sobre qué tema estudiar y que, cuando trabajéis, nadie, ni siquiera las agencias de evaluación, os digan cómo o cuándo tenéis que investigar. Obviamente ello no excluye que haya que ser práctico pues está claro que uno no puede caer en un romanticismo absoluto que enarbole la libertad y descuide la carrera académica, que nos guste o no es una carrera de hitos, como se indica en el propio término que la define. En segundo lugar, entre esas virtudes del historiador, Marrou habla también de la pasión, que ya ha salido aquí, habla del esfuerzo y de la curiosidad y, sobre todo, hay un término con el que quiero cerrar esta reflexión que es lo que él define como “la calidad de alma del historiador”, concepto que en definitiva tiene que ver con el historiador como apasionado del hombre, de lo que el hombre es, va a ser y ha sido en el pasado, es en el presente o será en el futuro.

A este respecto, quería cerrar esta intervención con tres citas, alguna tiene un cierto sesgo autobiográfico, que nos acercan quizá, al marco más institucional, más corporativo, de la Universidad en la que nos encontramos. La primera es del profesor José Luis Comellas que ejerció en esta Universidad y que luego recaló en la Universidad de Sevilla, donde terminó su carrera como historiador. Con ella cerraba un libro que editó Ediciones Universidad Navarra a finales de los 70 y que hablaba de los estudios universitarios y en concreto, el que él había firmado, sobre los estudios en Historia. En ese párrafo final del citado libro, Comellas hablaba de que la mejor recompensa para la labor del historiador era “el reto diario de conocer la verdad y el sentido de la aventura del hombre”. Yo he confesar que cuando era un estudiante de Bachillerato, en parte me animé a estudiar Historia por esta cita, porque cayó este libro en mis manos. A veces hay textos inspiradores y este desde luego, en mi caso, lo fue.

La segunda cita, que los que me conocen me han oído muchas veces, y que concreta en cierta medida esa humanidad de la que hablaba Marrou como parte del alma y calidad del historiador, procede de José María Albareda. José María Albareda fue rector de esta universidad entre 1960 y 1966 y fue también director del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Él lo plasmaba de una manera muy cotidiana: “un intelectual”, podríamos decir un historiador, un arqueólogo, un estudioso de la recepción, “no rehuirá nunca un café con otro intelectual”. Creo que en el conocimiento histórico parte de esa humanidad se hace conviviendo con los colegas y por eso un encuentro como éste pensado para gente que estáis dando vuestros primeros pasos en la carrera investigadora se encuentre y dialogue busca también fomentar ese escenario de humanidad.

Quiero terminar con un texto que procede del primer Gran Canciller y fundador de esta Universidad, San Josemaría Escrivá, que un par de pisos más abajo de donde nos encontramos, en este mismo edificio, en octubre de  1967, en el Aula Magna de la Universidad de Navarra dijo en una investidura de doctores honoris causa, que “la Universidad tiene como su más alta misión el servicio a los hombres, el ser fermento de la sociedad en que vive investigando la verdad en todos los campos del saber”.  Me parece que esa apuesta por la humanidad, por el diálogo y por el servicio pueden ser elementos que enriquezcan esa pasión, necesariamente humana de todo historiador [10].

Esto era lo que quería compartir con todos vosotros, muy especialmente con los doctorandos que han inspirado y ejecutado, que han puesto en marcha este congreso y a los que considero mis discípulos. Me conformaré con que el fruto humano de estos días sea satisfactorio para todos y que dentro de 10 años cuando, quién sabe, organicemos el tercer Roma Aeterna si alguno, ya como profesor universitario, a vuelve a Pamplona, a moderar alguna las sesiones porque ha culminado su carrera con éxitos y frutos, se acuerde de esas reflexiones y -en cualquier caso- tenga siempre el compromiso -que creo que contagia pasión e ilusión- de mirar a los que han hecho posible el crecimiento de la Historia Antigua ejerciéndola como profesión antes de nosotros e imitando sus actitudes ante el pasado llevar el estudio de la Historia y el conocimiento histórico a un lugar diferente y siempre nuevo.

NOTAS.- Sin ánimo de exhaustividad, pues las notas a los pasajes concretos de Luciano de Samosata, de Arnaldo Momigliano y de Henri Marrou aparecen en la presentación que se incluía sobre estas líneas, se ofrecen algunos aportes bibliográficos concretos además de las ediciones que se han manejado de los títulos de los que se han entrecomillado pasajes y, cuando procede, enlace a versiones digitales de los trabajos en cuestión. [1]. Parte de las contribuciones presentadas a la primera edición del Roma Aeterna vieron la luz en la revista Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra, 24, 2016, órgano que acogerá, al final del presente año, también las presentadas en la segunda edición [2]. Sobre la utilidad de la Historia, con el aparato crítico referente a esta expresión de Tucídides y a otras que se citan más abajo, de otros autores clásicos, puede verse ANDREU, J., La Historia, magistra uitae: una reivindicación de su utilidad desde la óptica de la Antigüedad Clásica, Tudela, 2006 [3]. Polibio, Historias, 1, 2 [4]. Luciano de Samosata, Obras. Volumen III, 59, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1990 [5]. Tito Livio, Los orígenes de Roma, 1, 1, 6 y 8 [6]. MARROU, H. I., El conocimiento histórico, Editorial Labor, Barcelona, 1968, reedición de la primera versión, publicada en París en 1954 y MOMIGLIANO, A., Sui fondamenti della storia antica, Eunadi, Turín, 1984, especialmente el capítulo "Le regole dell gioco nello studio della storia antica", pp. 477-486  [7]. DUPLÁ, A., NÚÑEZ, Ch., y GRÉGORY, R., Pasión por la Historia Antigua. De Gibbon a nuestros días, Urgoiti, Pamplona, 2021, con reseña en Veleia, 40, 2023, pp. 290-293 [8]. Agustín de Hipona, Confesiones, 11, 14, 17 [9]. MOMMSEN, TH., Historia de Roma. Volumen V. Las provincias, de César a Diocleciano, Fondo de Cultura Económica, Méjico, 2011, pp. 19-24, reedición de la edición original fechada en Berlín en 1885. [10]. Por orden, estas últimas referencias proceden de COMELLAS, J. L., Guía de los estudios universitarios. Historia, Pamplona, 1977, p. 347; ALBAREDA, J. M., Consideraciones sobre la investigación científica: una antología, Cátedra Timac Agro, Pamplona, 2018; y, finalmente, ESCRIVÁ DE BALAGUER, J. M., entrevista en Gaceta Universitaria, 5 de octubre de 1967 y, también en "Servidores nobilísimos de la ciencia", en Discursos sobre la Universidad, Roma, 1974, pp. 179-184.