[La erupción del Vesubio en un fotograma del documental Pompeya, el último día (2003)]
En un contexto informativo, que dio inicio con la pandemia del Covid-19 y que se ha mantenido hasta hoy, en el que parece que una única noticia tiene la capacidad de eclipsar a las múltiples que, cada día, se generan, hace más de quince días que la vulcanología -y su particular relato- se ha puesto de moda, al menos en España monopolizando gran parte de los espacios informativos televisivos del país. La erupción del volcán de Cumbre Vieja, en la isla de La Palma, en Canarias y la reactivación de otros históricos volcanes europeos, como el Etna, en Sicilia, nos han hecho a muchos recordar lo que aprendimos en nuestros años escolares sobre el funcionamiento de estas montañas que demuestran la intensa vitalidad magmática que subyace a la corteza terrestre y que, a veces, resulta inimaginable. Como recordaba no hace mucho el arqueólogo -y antiguo becario del proyecto de Los Bañales de Uncastillo- Rubén Montoya en un sensacional artículo publicado en La Vanguardia, esos acontecimientos nos han evocado, a los amantes de la Antigüedad, la más célebre e impresionante de las erupciones volcánicas de todos los tiempos, la del monte Vesubio a finales de octubre -que no de agosto, como demostró hace pocos años un nuevo titulus esgrafiado en una de las pintadas de la ciudad- del año 79 d. C. y que sepultó, entre otras ciudades la de Pompeya que, de hecho, ha ido desfilando recientemente, por sus singulares hallazgos arqueológicos y epigráficos, por Oppida Imperii Romani. Sobre lo que supuso esa erupción para la conversación del legado urbanístico, seguramente, más impactante del mundo romano, ya nos detuvimos hace bastantes años en un viejo post de este blog post celebrativo de la muestra "Pompeya, catástrofe bajo el Vesubio" que obró en la primavera de 2013 en la Fundación Canal de Isabel II, en Madrid. Fue en ese contexto en que, por primera vez, se pudo ver en España el adiovisual "A Day in Pompeii" que, aunque manejando la fecha de agosto, reconstruye íntegramente los fenómenos que acompañaron la erupción y al que vale la pena dedicarle unos minutos.
Como es sabido, se trata de uno de esos acontecimientos extraordinarios del mundo antiguo para los que contamos con dos textos descriptivos escritos por un testigo del mismo y que, además, son contrastables con otros testimonios que, cuando sea oportuno, se traerán aquí a colación. Nos referimos a las dos cartas -las cartas 16 y 20- que Plinio el Joven compuso para narrar, en el libro sexto de sus Epistulae la muerte de su tío, Plinio el Viejo, y las peripecias vividas por él mismo y su madre en el día de la erupción. Respecto de estas cartas -que, de hecho, destilan ciertos ecos virgilianos que las convierten en épicas, como se ha puesto de relieve recientemente- pese a que fueron enviadas al historiador Tácito, el propio Plinio afirmó que, sus "detalles" (haec) "serían indignos de figurar en un relato histórico" (nequaquam historia digna uidebuntur) (20, 20) pues, como afirmaba en el cierre de la primera de las dos (16, 22) aliud est epistulam aliud historiam scribere, "una cosa es escribir una carta y otra un relato histórico" añadiendo que el relato histórico implica omnibus scribere, "escribir para todos" (la traducción de ambos textos empleada en este blog procede de González, J. (trad.), Plinio el Joven. Cartas, Gredos, Madrid, 2005, pp. 305-310 y 313-317 respectivamente).
Aunque las cartas fueron escritas, principalmente, para, como se ha dicho, explicar Plinio el Joven la muerte de su tío -aparentemente asfixiado por los gases de la erupción aunque más verosímilmente debió sufrir un infarto mientras se acercaba al fenómeno desde Misenum, a unos 20 kilómetros del Vesubio, donde mandaba la flota imperial (sobre esta cuestión véase DUNN, D., Bajo la sombra del Vesubio: vida de Plinio, Madrid, 2021 -con interesante reseña aquí- y SERBAT, G. (trad.), Plinio el Viejo. Historia Natural. Libros I-II, Gredos, Madrid, 1995, pp. 22-35, con síntesis del status quaestionis en MALLISARD, A., en Mélanges Pierre Lévêque, París, 1990, pp. 227-243 y en RETIEF, F. P., y CILLIERS, Acta Theologica, 26-2, 2010)- lo que nos interesa es que en ellas, se alude a la erupción del Vesubio como "una catástrofe que ha destruido las tierras más hermosas (pulcherrima clade terrarum), al mismo tiempo que pueblos y ciudades (ut populi ut urbes)" (16, 2) -no en vano se califica a la zona como amoena ora, "costa hermosísima" (16, 9) y lo cierto es que aun hoy lo sigue siendo- un acontecimiento del que, en el mismo pasaje se dice fue "un suceso tan tan memorable" (memorabili casu) y que, por tratarse de "un fenómeno importante" (magnum) pareció a Plinio el Viejo, tío del autor de estas cartas, "que merecía ser contemplado desde más cerca" (propiusque noscendum) (16, 7) al tiempo que a Plinio el Joven, citando un verso de la Eneida, le habría llevado a escribir sobre esos recuerdos pese a que ello le resultase horroroso (animus meminisse horret: 20, 1) (obviamente, la bibliografía sobre estos dos relatos del joven Plinio es amplísima y sigue multiplicándose, nos limitamos a enlazar los resultados de una búsqueda somera en Google Académico para quien desee saber más sobre la cuestión).
Como se desprende de la segunda de las dos cartas, un tremor terrae per multos dies, es decir "un temblor de tierra de varios días" (20, 3) debió ser el primer indicio de que se avecinaba actividad volcánica en torno al Vesubio si bien, como el propio Plinio relataba, este tipo de temblores eran frecuentes en Campania pese a que aquél fue extraordinariamente formidolosus, es decir "violento", algo que subraya también otro testimonio bien documentado de la erupción (Cass. Dio 66, 22, 1). La documentación epigráfica, de hecho, ha dejado constancia de la existencia casi endémica de ese tipo de temblores -recordados también por las fuentes literarias (Suet. Nero 20, 2 y Tac. Ann. 15, 22 donde se le califica de celeber terrae motus)- y, no en vano, en el reinado de Nerón y en el de Vespasiano se erigieron en Pompeya inscripciones (AE 1899, 177) alusivas al mismo o se restauraron edificios como la aedes Isidis, el templo de Isis, de la que se dice fue terrae motu conlapsam (CIL X, 846) (el asunto, con evidencias también en otras inscripciones de otras ciudades campanas como Neapolis o Nuceria fue estudiado en LIVADIE, C. A. (ed.), Tremblements de terre, éruptions volcaniques et vie des hommes dans la Campanie antique, Nápoles-Roma-Bonn, 1986 y nosotros volvemos sobre él en un libro de próxima aparición sobre la construcción pública en época flavia en las ciudades del Mediterráneo y del que ya dimos avance hace algunos meses en este mismo espacio).
El primer paso de la erupción, según cuenta con detalle la primera carta -y hemos de pensar que fue al comienzo del día pues eso permite intuir el modo cómo ésta comienza-, fue la aparición "de una nube extraña por su aspecto y tamaño" (nubem inusitata et magnitudine et specie) (16, 4) de la que se dice que surgía "mostrando un aspecto y una forma que recordaba más a un pino que a ningún otro árbol" (16, 5) lo que ya el propio Plinio interpretó como manifestación de "la primera erupción". Se trata de una nube que, además, se describía como de un color "manchado a causa de la tierra o cenizas (terram cineremue) que transportaba" (16, 6). Ya esa nube, según cuenta Plinio, aterrorizó a algunos vecinos como a Rectina, esposa de Tascio "aterrorizada por el peligro (inminente periculo exterrita) que la amenazaba pues su villa estaba al pie de la montaña y no tenía ninguna escapatoria, excepto por mar" (16, 8) pero, también a otros que, según se relata, "huyen despavoridos" en ese primer momento.
Avanzadas las horas, la carta de Plinio especifica que tras esa primera nube "ya las cenizas caían sobre los navíos, más compactas y ardientes (cinis calidior et densior) (...) incluso ya caían piedra pómez (pumices) y rocas ennegrecidas, quemadas y rotas por el fuego (nigrique et ambusti et fracti igne lapides)" (16, 11) tormenta ésta que, parece, generó el abandono de muchas viviendas (desertae uillae) que ardían solitarias (per solitudinem ardere) al haber sido alcanzadas por las "fuentes de fuego" (pyrós pegás) a las que alude otro fiable relato de la erupción, en este caso a cargo de Casio Dión (Cass. Dio 66, 22, 1) como paso previo a la caída de gran cantidad de cenizas (téphran) y piedras ardientes (Cass. Dio 66, 22. 4). Más de un millar de viviendas han sufrido de este modo en estos días por culpa del Cumbre Vieja. A tenor de lo que se explica en la carta sobre la experiencia de Plinio el Viejo, la propia finca de éste, en la noche, estaba ya "repleta de cenizas y piedra pómez de tal manera había subido el nivel que, si [Plinio] hubiese permanecido más tiempo en el dormitorio, ya no habría podido salir" (16, 13). Dión Casio, de hecho, alude a la cobertura de Pompeya y de Herculano por la constante caída de cenizas (Cass. Dio 66, 23, 3) que, según este último autor, parece llegaron incluso a África, Siria, Egipto o Roma (Cass. Dio 66, 23, 4). El fenómeno debió ser tan notable que, como precisa Plinio el Joven, prácticamente, la bahía quedó sumida en una "noche más densa y negra (nigrior densiorque) que todas las noches que haya habido nunca" (16, 17) (de idéntica forma se describe este fenómeno en Cass. Dio 66, 23, 1) algo extraordinariamente bien recreado en el time-lapse "A Day in Pompeii" que enlazábamos más arriba al comienzo de este post.
Se explica, también, cómo, en las zonas más alejadas -como Stabia, "al otro lado de la bahía" (sinu medio)- el peligro se fue acercando de forma progresiva pese a que la zona quedase aislada de las primeras explosiones (16, 12) justo en un momento en que la epístola pliniana alude a "enormes incendios y altísimas columnas de fuego" (latissimae flammae altaque incendia e Vesuvio monte), "en las laderas del Vesubio" (16, 13) ya en la noche del primer día del evento. El primer efecto de la proximidad de ese fuego fue, como se describe con pormenor, el intenso olor a azufre y el cierre de la laringe de los personajes afectados -y en particular de Plinio el Viejo- debido a la "densa humareda" (innitens seruolis) (16, 19) en un fenómeno que se ha atestiguado, también, estos tristes días en la isla de La Palma, como ha recogido la prensa nacional que, casi, narra y retransmite, también por YouTube, la erupción en directo.
La segunda de las dos cartas sobre las que versa este post es la que detalla otros resultados, más postreros, de la erupción al narrar cómo la vivió el autor, Plinio el Joven, con su madre. Así, en Miseno, por tanto lejos del epicentro de la erupción, "el mar se retiraba sobre sí mismo (mare in se resorberi) y se replegaba como empujado por los temblores de la tierra" (20, 9) -algo que se ha discutido si sucederá también en La Palma, en fechas próximas en respuesta a la acumulación de lava en el entorno marino- y, en el mismo pasaje, se habla de "una nube negra y espantosa (nubes atra et horrenda), desgarrada por ardientes vapores que se retorcían centelleantes [y que] se abría en largas lenguas de fuego". La detallada descripción que se hace de la reacción de la población en ese contexto resulta absolutamente espeluznante. Así, se dice "podías oír los lamentos de las mujeres, los llantos de los niños, los gritos de los hombres; unos llamaban a gritos a sus padres, otros a sus hijos, otros a sus mujeres, intentando reconocerlos por sus voces; éstos se lamentaban de su destino, aquéllos del de sus parientes; hacía incluso algunos que por temor a la muerte pedían la muerte; muchos rogaban la ayuda de los dioses, otros más numerosos creían que ya no había dioses en ninguna parte y que esta noche sería eterna y la última del universo. Y no faltaban quienes, con sus temores irreales y falsos, exageraban los peligros reales" (20, 14 y 15).
También resulta sugerente, y esperado para quienes viven de cerca la tragedia del volcán de La Palma, el modo cómo Plinio el Joven, en la segunda de sus misivas, relata el final del fenómeno: "aquella oscuridad se desvaneció y se dispersó a la manera de humo o de una nube", "el sol también brilló, amarillento, sin embargo, como suele brillar en los eclipses" y todo en medio de "una profunda capa de ceniza como si se tratase de nieve" (20, 18). Ya que hasta ahora muchos de los fenómenos descritos por las cartas plinianas, se han repetido en la erupción estromboliana del volcán de Cumbre Vieja, por más que, efectivamente, ese tipo de erupción sea diferente del de la, precisamente, denominada pliniana o vesubiana que, aparentemente mucho más destructiva por la fuerza de sus explosiones y la extensión alcanzada por su flujo piroclástico, tan bien conocemos por estos dos documentos históricos de primer nivel confiemos en que pronto pueda procederse, como nos cuenta Suetonio que hizo, en el reinado de Tito, una comisión senatorial de curatores, -con él al frente según Casio Dión (Cass. Dio 66, 24, 1) a la restitutio afflictarum ciuitatum, a la "recuperación de las ciudades dañadas" (Suet. Tit. 8, 10) y, por tanto, al final de esta catástrofe que nos ha permitido evocar con horror -como al propio Plinio el Joven- uno de los más fascinantes episodios de la Historia de Roma.
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