RES RVSTICAE

 


[Mosaico del pisado de la aceituna, Casa del Anfiteatro, Augusta Emerita, Mérida, Badajoz]

Desde hace varios años, venimos impartiendo la conferencia pórtico de la Semana Romana de Cascante, una actividad de promoción del mundo clásico y de socialización de su legado que la Asociación VICUS de Amigos de Cascante lleva desarrollando desde hace casi veinte años no en vano la de 2024 es ya la decimonovena edición. Aunque las actividades culturales y de difusión se desarrollan durante, prácticamente, todo un mes, desde la tercera edición, y de la mano de la UNED de Tudela, coordinamos un ciclo de conferencias sobre temas diversos relacionados con el mundo romano y con el antiguo municipium Cascantum. Normalmente, suele ser la agenda de las excavaciones arqueológicas que, durante el invierno, el equipo de Arqueología de Cascante, desarrolla en el entorno de la antigua ciudad romana, la que marca el tema elegido para cada edición. Este año, el tema elegido para el citado encuentro es "De re rustica. El campo y la agricultura en época romana: poblamiento, producción, consumo" que, en cualquier caso, la organización ha sintetizado bajo el lema "Campesinado y campo" bastante apropiado para el contexto rural de esta ciudad de la Ribera de Navarra. La conferencia, que pronto estará disponible en el canal de YouTube de Ribera Visión y que, también, alojaremos en las listas de nuestro propio canal de vídeos en dicha red, la preparamos en una estancia de investigación de un mes en el Seminar für Alte Geschichte und Epigraphik de la Universität Heidelberg (Alemania) y guarda notable relación con el asunto central del proyecto de investigación que, financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades del Gobierno de España, lideramos en torno a los llamados parua (et) labentia oppida sobre cuya marcha existe una serie de entradas específica en este blog. La presente entrada pretende ser, solamente, una síntesis de algunas de las ideas de la conferencia que, aunque llevó por título "Élites municipales y propiedades rurales: algunos ejemplos en territorio vascón" pretendió abordar un relato detallado de las actitudes romanas frente al campo y a la vida campesina en general, realizar un recorrido sobre las indicaciones que la tratadística romana sobre la agricultura aportan a nuestro conocimiento de las actividades económicas agrícolas en los paisajes hispanorromanos y, por último, reflexionar sobre algunas novedades que, en los últimos años, se han producido respecto de la conexión citada en el título -elites municipales y gestión de las propiedades rurales- y, también, respecto a la agricultura romana como verdadero pulmón económico de las comunidades urbanas del Ebro Medio y, por tanto, también, del territorio de los Vascones.


[1.] Una primera cuestión que se percibe en los textos clásicos es la de la actitud romana frente a la vida campesina, frente al campo y a sus componentes. Esa actitud, nos parece que, sin ánimo de exhaustividad, se mueve principalmente entre tres posiciones. Por un lado la de la nostalgia, por otro la de la emulación y, por otro, el de la veneración derivada, en realidad, de las otras dos. A Roma, efectivamente -y es un "lugar común" cuando se habla de las res rusticae en la Literatura Latina- no le duelen prendas en reconocerse como una civilización esencialmente campesina que se hizo grande a partir de las que consideraba las grandes uirtutes de la vida del campo, fundamentalmente la fortitudo ("reciedumbre") y la streunitas ("valentía") en cita de Plinio el Viejo que puede verse recogida in extenso, como todas las que se traerán a este lugar, en la presentación que figura sobre estas líneas. De hecho, el propio Plinio sentenciaba que habrían sido los triumphales aratores, es decir "los agricultores con triunfos", los verdaderos responsables de la expansión militar de Roma. Recuérdese a este respecto que, hasta las reformas militares de Mario, en la década de los 90 del siglo I a. C., Roma articuló su ejército, esencialmente, como un ejército de ciudadanos que eran, además, campesinos fueran grandes, medianos o pequeños propietarios. Conocida es, también, la preferencia romana, sobre todo manifestada en la elite intelectual -que es la que conforma, en general, nuestras fuentes de conocimiento-, por las actividades vinculadas al otium, a ese dolce far niente que permitía el cultivo del espíritu y la verdadera vida intelectual. El campo se ve de ese modo, por parte de estos escritores -que, en su mayoría, cuentan con propiedades rústicas a las que se retiran con asiduidad, como Cicerón en el entorno de la ciudad latina de Tusculum- como el verdadero refugio para una vida que, como escribió Horacio, quiere huir de la solicitudo, del "estrés", y refugiarse en la iucunditas, en el disfrute. Lo primero es propio de la vida in oppido, en la ciudad, lo segundo de la vida in rure, en el campo. Un disfrute ése que, para el propio Horacio, se da en el campo, entre libros, y, como añade Plinio el Joven, se desenvuelve también gracias a los paisajes plácidos, la caza, el ejercicio físico y esos placida omnia que configuraban el día a día de la vida en el campo, de eso que Horacio, de hecho, bautizó como otii rusticani, las "delicias del ocio campestre", podríamos traducir. Seguramente, es esta actitud, sin duda, la que motivaría a que, en el marco de esa lucha -que se percibe entre los autores latinos- entre vida ciudadana y vida campesina, se tratase de emular, en la ciudad, la vida campestre y escapar al campo siempre que fuera posible y, lógicamente, para quien fuera posible, haciéndolo de modo real o, como veremos, también de modo virtual, ilusionista. Acaso es Marco Valerio Marcial, el poeta de Bilbilis, el que mejor ha glosado esa sensación -y la primera de las dos evasiones- cuando, en sus Epigrammata, canta las excelencias de su nueva condición de rusticus, de la que hace responsable a su ciudad de origen, y que cifra, fundamentalmente, en una "pequeña hacienda" (res parua) y unos "pocos recursos" (tenues opes) que son los que le permiten vivir alejado de la toga y del calor de Roma, actividad que, junto con los balnea (los "baños") y los ludi (los "juegos") marcan el día a día de la vida cívica que, en cualquier caso, estaba perfectamente conectada con la del campo. Recuérdese que la riqueza de éste era la que permitía la dedicación forense y política municipal de los grandes possessores latifundistas romanos como no se cansa de insinuar la legislación municipal hispanorromana cuyas comunidades -y todas las colonias y municipios del Imperio- suspendían su calendario político durante los meses de la siega y de la vendimia demostrando así sus bases esencialmente primarias, agrarias, agrícolas. El éxito que, desde la casa de Livio en el Palatino de Roma, tuvo la figuración de paisajes en la decoración pictórica de tantas domus aristocráticas romanas en época alto-imperial es, sin lugar a dudas, respuesta al intento de perpetuar, incluso entre los muros de la ciudad, las comodidades de esa vida campestre generando una evasión ficticia que, en cualquier caso, también fue procurada. En cualquier caso, no se olvide que, aunque sus alusiones no sean objeto de atención en la charla que inspira esta entrada, la vida campestre y su ritmo y delicias serían ensalzadas en las Geórgicas de Virgilio monográficamente dedicadas a esa cuestión y con tanta trascendencia después en la tradición clásica desde, al menos, el Renacimiento.  
 
[2.] Otro aspecto fundamental y esencial, a nuestro juicio, en la mirada romana al campo y que, en cierto modo, explica lo visto en el apartado anterior es el de la tratadística técnica en torno de su explotación. No existe otra civilización en el mundo antiguo que dedicase un esfuerzo tan grande a articular su conocimiento sobre la actividad de explotación agropecuaria como Roma. Prácticamente desde que se consolida la expansión romana en el siglo II a. C., y, con ella, el proceso de colonización agrícola, que aquélla lleva unido, va proliferando una tratadística sobre agricultura que partía de un firme convencimiento, expresado por Columela entrado el siglo I d. C.: en gran parte el éxito de una explotación agrícola depende de las bondades del suelo pero, especialmente, está en manos de la uoluntas del campesino -que es la que motiva el trabajo-, de su prudentia impendendi -es decir, su "capacidad estratégica" para la inversión y el gasto- y, de manera muy especial, de la scientia, del "conocimiento" por él atesorado, conocimiento que, de no existir, podría arruinar una explotación y comprometer su rentabilidad.

Partiendo de esa base, se entiende el grado de detalle que el De Agricultura de Catón o el Res Rusticae de Varrón -los primeros de dichos tratados, de época republicana- o el De Re Rustica de Columela -ya de la época imperial- dan respecto de todo lo que tiene que hacerse en el campo para hacerlo fructuosior, es decir, "más fructífero", en expresión tomada, precisamente, de Varrón. Un buen ejemplo lo constituyen, a este respecto, los pasajes detalladísimos que el libro decimoprimero de Columela da respecto de las faenas que deben hacerse en el campo prácticamente en los idus y kalendas de todos los meses del año demostrando, efectivamente, que entre los campesinos se precisaba de personas laboriosas y entregadas por más que, ocasionalmente -como también dicen las fuentes- los grandes propietarios arrendasen la vigilancia y gestión de las explotaciones a los uilici, generalmente libertos o esclavos que actuaban de capataces de las familiae de esclavos y de trabajadores responsables, en realidad, de la explotación. Con ese carácter, por tanto, de manuales técnicos, todos estos títulos determinan con notable pormenor cuáles deben ser los elementos que han de ser tenidos en cuenta para la elección de un terreno cultivable que haga de centro de una propiedad rústica (lo que los romanos llamaban un fundus) y, también, cuáles deben ser los elementos a tener en cuenta a la hora de edificar y poner en explotación la unidad mínima de articulación de dichos fundi que son las uillae. Columela enumera adecuadamente, en el primer libro de su tratado, cuáles son los elementos que más intervienen en la prosperidad de una explotación: el "clima" (salubritas caeli), el suelo (ubertas loci) y tres elementos clave en la situación sobre los que insiste toda la tratadística: uiae, aquae, uicini, es decir, el acceso a la red viaria, la disponibilidad de agua y la naturaleza del vecindario y, por supuesto, su propia existencia. No en vano, Varrón, considerado casi el fundador de toda esta tradición de análisis técnico de la agricultura romana, insistía en la posición prope ualidum oppidum, "junto a una ciudad floreciente" de este tipo de propiedades y, en particular, de las uillae, que es a propósito de la descripción de éstas y de sus componentes que aporta ese dato.

Podríamos extendernos en esta entrada en este lugar pues, como verá el lector si repasa la tipificación de suelos, de orientaciones, de estructuras productivas y residenciales que deben contemplarse en todo fundus y a la hora de elegir una uilla, y que se extractan en la presentación que, prácticamente, abría esta entrada, es mucho el material disponible en las fuentes escritas. Preferimos, por la vocación de divulgación de Oppida Imperii Romani remitir al lector al visionado del vídeo que, desde  hace ya varios años, da la bienvenida a quien visita el Centro de Interpretación De Agri Cultura/Paisaje Rural Romano, que el Ayuntamiento de Layana erigió en su municipio y que, a nuestro juicio, con elementos de recreación pero también con otros históricos, reproduce muy bien los retos de gestión económica y de explotación social -casi, incluso, también, logísticos- a los que tenía que hacer frente el territorio rural de cualquier ciudad romana y que, en el caso del entorno de la de Los Bañales de Uncastillo (Zaragoza), casi parece seguir al pie de la letra las indicaciones de los sabios tratadistas que protagonizan esta segunda parada de nuestra mirada al campo en época romana. Dejamos el vídeo aquí a continuación al tiempo que animamos al lector a desplazarse a Layana para visitar los materiales que el centro ofrece y aprender con sus contenidos (un aperitivo, en cualquier caso, aquí).


[3.] Quien es asiduo de Oppida Imperii Romani recordará que hace exactamente un año, en la entrada "Et sibi" dábamos cuenta del hallazgo, en trabajos de remoción de tierra en el núcleo urbano de Eslava, de un nuevo documento epigráfico que, en origen, debió formar parte de esa "epigrafia del villaggio" -como la ha llamado desde hace años, la historiografía italiana-, de ese paisaje epigráfico que caracterizó el mundo rural. La pieza, cuya editio princeps ha visto la luz hace apenas unos meses, certificaba, como comentábamos en el post y también, in extenso, en el artículo en que dábamos noticia de ella a la comunidad científica, que fueron los Valerii los propietarios de uno de los fundi y una de las uillae que salpicó el territorio rural administrado desde la, todavía sin nombre antiguo claro, ciuitas de Santa Criz de Eslava, la de La Venta. Con ser importante ese dato, que, en cierta medida, podíamos ya intuir con el notable, y también muy elocuente, repertorio epigráfico local, al hallazgo de la pieza con inscripción se sumaba, como también se daba cuenta en los dos espacios antes citados, el descubrimiento, en esas mismas labores, de un contrapeso de prensa de viga para fabricación de aceite o de vino que demostraba que, probablemente, la producción oleícola y vitivinícola resultó fundamental en el fundus de los Valerii en La Venta de Eslava, como todavía hoy, en sugerente topónimo, la llaman los vecinos del entorno.

Es evidente que, con un hallazgo como éste, se pone en valor desde una perspectiva prosopográfica, nuestra caracterización de las bases fundiarias de la riqueza de la elite local. También nuestra querida ciudad romana de Los Bañales de Uncastillo ofrece, a este respecto, algún dato una vez que de la uilla de Puyarraso -que, estudiada por nosotros entre 2010 y 2011 pero ya dada a conocer por A. Beltrán Martínez, parece seguir al pie de la letra las recomendaciones de la tratadística clásica romana sobre agricultura- procede una inscripción en que se rinde homenaje funerario -acaso en una cupa, tan habituales en la zona- a una mujer de la familia de los Sempronii por parte de sus hijos que se identifican con nombres que remiten a su carácter servil. Esa inscripción, de la que dejamos en la presentación de diapositivas imagen de la tradición manuscrita que nos la ha legado permite conectar a la célebre familia de los Sempronii de Los Bañales, de la que el primer integrante sería, acaso, Q. Sempronius Vitulus, con la explotación de esta finca rural, en activo durante todo el periodo altoimperial a juzgar por los materiales recuperados en las campañas de prospección a que antes aludimos. Tuvimos, además, la satisfacción de, con carácter pedagógico y con clara vocación de transferencia, recrear el aspecto que pudieron tener la pars rustica -productiva- o fructuaria y la pars urbana -residencial- de dicho complejo gracias al sensacional e inspirador trabajo del Estudio Mass de producción de maquetas y modelismo, de Zaragoza. Dejamos aquí algunas fotografías de esa maqueta que puede verse, también, en el centro de interpretación sobre el paisaje rural romano instalado en Layana y antes referido. Por cierto que, a propósito de recreaciones, existe una sensacional de una uilla romana en el Römisches Freilichtmuseum de Hechingen, en Baden-Württenberg, en Alemania, en los territorios de la antigua provincia de Raetia y a la que, pronto, dedicaremos un post en este espacio.



Un tercer trabajo se ha publicado recientemente en relación a la conexión entre elites locales y la  producción económica rural en el territorio de esos Vascones que tanta presencia tienen en este espacio. Se trata de la editio princeps de un fragmento de pared de dolium con sello completo que confirmaba la propuesta de lectura que hicimos hace algún tiempo cuando en el mismo yacimiento, la uilla Cascantina de Piecordero, apareció otro galbo de este tipo de usual recipiente de almacenaje romano pero portando el sello incompleto. La lectura, como podrá ver quien consulte el trabajo publicado en Epigraphica, 83, 2021 y, también, el nuestro, del sello fragmentado, en Saguntum, 50, 2018, es inequívoca: L(ucii) Grati(i) alusiva, por tanto, a que fue en la finca de este Lucius Gratius en que obró la figlina, el taller alfarero en que se produjo la cerámica que, al estar destinada a dar servicio a la producción que generaba el espacio productivo de la uilla, se fabricaba allí mismo, in situ por una simple razón de economía productiva. Aunque en el artículo de Epigraphica, y también en los medios de comunicación, que se han hecho eco de esa y de otras noticias arqueológicas que ha venido ofreciendo la finca de Piecordero, se ha hablado de que el titular de la explotación de la finca pudo ser una mujer no hay argumento alguno -por más que lo aconseje la mainstream de historia de género- para sostener eso. La marca L. GRATTI sólo puede desdoblarse en masculino, sencillamente porque la mujer no lleva, nunca o casi nunca, praenomen en la onomástica romana y cuando lo lleva es en un contexto muy temprano, republicano, inapropiado para las provincias hispanas y para la cronología, ya alto-imperial, de esta finca y de esta producción cerámica. Es cierto, lo recuerdan algunos textos de Apuleyo, de Ovidio o de Catón que aparecen recogidos en la presentación, que hubo uilicae, administradores de fincas de época romana -y también propietarias, claro está- y que, incluso, como demuestran los autores del citado artículo, en Italia, algunas marcas sobre dolia llevaron nombres femeninos. Éste, sencillamente, no puede serlo y es de justicia también recordarlo para no extraer de la documentación conclusiones que falten a la verdad histórica que, al final, debe ser ése, y no otro, el móvil de la labor de cualquier historiador.

Bien sabe el lector asiduo que desde hace ahora un año estamos trabajando en un proyecto que, con acrónimo "Parua labentia", y financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación e Universidades del Gobierno de España quiere seguir profundizando en las bases económicas de estas pequeñas ciudades del ámbito vascónico a las que venimos dedicando atención desde los últimos años. Los datos que los primeros resultados del proyecto están ofreciendo -de algunos de ellos hacíamos balance no hace mucho aquí mismo- apuntan todos en la misma dirección: se trató, efectivamente, de ciudades agrícolas en las que los bienes raíces estaban en la base de la riqueza de las elites que, en ejercicio de su evergetismo y de su generosidad pública, las convirtieron en esos espacios monumentales que, todavía hoy, siguen deslumbrando. Ojalá que estas notas hayan servido al lector para hacerse cargo, en cierta medida, de esa realidad primaria y pre-industrial que marcó ese Imperio, el Romano, que, en tantas ocasiones, tendemos, acaso, a idealizar.

LARRAHE

 


Cada año aparecen en España alrededor de 700 inscripciones latinas de época romana. 915, por ejemplo, recogía el último número de la revista Hispania Epigraphica que inventariaba las aparecidas o que fueron objeto de revisión entre 2016 y 2017. Estadísticamente, podría decirse que aparecen casi 2 inscripciones al día en España. Y, cada uno de esos nuevos hallazgos, tal como afirma el encabezamiento de Oppida Imperii Romani, hace latir más deprisa el corazón de los historiadores de la Antigüedad. La palabra escrita, como hemos subrayado no hace mucho en el proyecto de transferencia "Valete uos uiatores: travelling through Latin inscriptions across the Roman Empire", tuvo muchísima fuerza como medio de comunicación durante la Antigüedad y hoy, cuando ésta se muestra a partir de un nuevo hallazgo, nos posiciona ante una historia que, como epigrafistas -y por tanto, también como historiadores- hemos de ser capaces de contar, siempre desde el rigor y desde la exactitud pero tratando de dar vida, en cierto modo, a los protagonistas de dichos textos. De este modo, y como explicábamos no hace mucho en este mismo blog, la Epigrafía, la ciencia de las inscripciones, se convierte en una suerte de storytelling y los historiadores tratamos de leer, tras las letras grabadas sobre el soporte en cuestión -generalmente la piedra- historias, acontecimientos, emociones, creencias, memorias...

En Oppida Imperii Romani, y en particular en su serie "Epigraphica", hemos celebrado en muchas ocasiones los nuevos hallazgos epigráficos y nos hemos permitido comentarlos y destacar lo que aportan para aspectos bien variados de la Historia de la Antigüedad. El lector más asiduo recordará, por ejemplo, la extensa serie de artículos -agrupados bajo la etiqueta "Sorioneku"- que motivó el hallazgo, presentación pública y estudio científico de la mano de Irulegi, sin duda el documento en lengua paleohispánica más mediático de la historia de la paleohispanística. Pero, también nuevas y sugerentes inscripciones pompeyanas -como los grafitos de la regio V o el sepulcro de Marcus Venerius Secundio-, nuevos documentos jurídicos que cruzan la historia de Roma con la de los territorios peninsulares -como la tabla de bronce Ursonense que se viralizó en los tiempos pandémicos- y nuevos tituli hispanos -como los descubiertos, no hace mucho, en Cartima o en Marchena- y el impacto en prensa, y social, de su hallazgo, han desfilado por este espacio con el objeto de presentar la Epigrafía Latina como una disciplina viva, siempre al albur de los nuevos hallazgos y generadora de una buena dosis del conocimiento que tenemos sobre aspectos esenciales de las sociedades clásicas y, en particular, de la romana. En dichas entradas, de hecho, hemos enlazado a trabajos ya clásicos en los que destacados epigrafistas, o nosotros mismos, reflexionamos sobre lo que las inscripciones aportan a nuestro conocimiento de la Antigüedad. A ellas remitimos, de nuevo, sin volver aquí a enlazarlas si bien el lector más apresurado podrá entender el interés de la documentación epigráfica para nuestro conocimiento de la antigua Roma a partir de una reciente contribución nuestra al libro de 2019 Siste uiator! La Epigrafía en la antigua Roma donde se ofrece más bibliografía al respecto.

Pues bien, la segunda semana del mes de junio ha estado marcada por dos hallazgos epigráficos -paleohispánico el uno, latino el otro- que han vuelto a poner de relieve el singular appeal de la palabra escrita, ya no sólo para los epigrafistas sino también para la sociedad que ha recibido esos hallazgos con una expectación inusitada. Del primero poco diremos pues se sale de los límites de nuestra especialización y de los intereses de este espacio pero sí nos parecía oportuno recuperar el ritmo de la etiqueta "Vascones" de este blog valorando el segundo. El primero es la constatación, sobre una pieza de pizarra de artesano descubierta en el yacimiento tartésico de El Turuñuelo de Guareña (Badajoz), de la presencia, en el contorno de la misma, de un signario completo en escritura tartésica cuya identificación, precisamente, se ha debido a la generosa observación de Joan Ferrer i Jané, de la Universitat de Barcelona uno de los epigrafistas expertos en escrituras paleohispánicas que se mostró más escéptico, o prudente al menos, respecto de la identificación como vascónica de la lengua de la mano de Irulegi. A ese particular bonus track de la investigación en este sensacional enclave del suroeste peninsular -como lo bautizó el diario ABC-, se ha unido, en la misma semana, la presentación, por parte de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, del hallazgo, en realidad en 2022, de un hermoso altar en piedra arenisca, en Larunbe, que ha protagonizado titulares hasta el momento, sobre todo, en la prensa navarra -tanto en Diario de Navarra como en >Diario de Noticias o en el digital Navarra.com- aunque, seguro, pronto saltará también a la nacional, de hecho ya ElDiario.es y Europapressle han prestado atención. Sólo el análisis de los titulares, y del tratamiento de la noticia que hacen el primer medio y el último y el que hace el Diario de Noticias, dan para una reflexión sociológica. Diario de Navarra y Navarra.com ponen el acento en el carácter latino, romano, del texto. El Diario de Noticias, sin embargo, obvia la latinidad en el titular y se centra más en lo vascónico e identitario y, en concreto en la nueva atestiguación de la divinidad Larrahe en el territorio de los antiguos Vascones. Nosotros mismos hemos opinado sobre lo que el hallazgo supone para la Historia Antigua de Navarra en una reciente tribuna en Diario de Navarra, que vio la luz el lunes 17 de junio y que dejamos aquí abajo si bien puede leerse, también en la versión digital de este medio de comunicación líder de la prensa navarra.

Con un texto clarísimo en cinco líneas y muestras de una preferencia arcaizante por escribir la E no en su forma estándar sino con dos trazos verticales -algo que también está atestiguado, por ejemplo, en un hermoso altar votivo, dedicado a otra divinidad indígena del área vascónica, ésta acaso netamente indoeuropea, Peremusta, recientemente dado a conocer en Santa Criz de Eslava- el texto, de finales del siglo I d. C. evidencia el voto (uotum) que, por haberlo merecido la divinidad (merito), una mujer de nombre Valeria Vitella, resolvió hacer de buen grado (lubens soluit) a Larrahe.

En las noticias que han difundido el hallazgo, y en los actos que para la presentación del mismo se han organizado en el concejo de Larunbe, en cuyo monasterio de medieval de Doneztebe, arrojada en un pozo se ha producido la invención de la pieza, el protagonismo se ha puesto en los tres elementos más estrictamente identitarios del epígrafe. Por un lado, en la propia divinidad, como se ha visto, "vieja conocida" de la religiosidad vascónica pero que, hasta ahora, sólo había comparecido en inscripciones recuperadas -y publicadas- en Muruzábal de Andión y en Irujo localidades todas que, por su posición geográfica, debieron pertenecer al territorium de la ciuitas vascona de Andelo, en Mendigorría. Por otro en la posición septentrional del documento que lo convierte en el más septentrional en lengua vascónica -que no vasca, como sobradamente hemos explicado en tantas entradas de la prolija serie "Sorioneku" de este blog-, algo que tampoco debe exagerarse una vez que Larunbe, por su posición, bien pudo pertenecer al territorium de Pompelo bien al de Aracilum, otra de las ciudades vasconas del listado de Plinio el Viejo. Y, por último, en la lengua a la que remite el teónimo que, como se ha dicho, sería esa lengua vascónica que ha experimentado, en su estudio y en su impacto social, una inusitada revitalización a partir del hallazgo de la mano de Irulegi. Se da la circunstancia, además, de que el mismo dativo en que está expresado el teónimo, Larrahi, es el mismo que comparecía en el sorioneke, mejor que sorioneku, del documento del valle de Aranguren. De esta divinidad, que aparece calificada como deus -en masculino- y no como dea -en femenino- en la inscripción de Irujo (HEp8, 378) sabemos que fue honrada por un tal Felix en dicho titulus y por un tal Manilius Martialis -ambos varones- en la pieza que, procedente de Mendigorría, primero documentó este singular teónimo (HEp3, 262) y que hoy puede verse en el Museo Arqueológico de Andelos, en Mendigorría (una entrada específica sobre la pieza puede verse en el inexcusable blog "Rutas arqueológicas en Navarra y más...", de Julio Asunción.

Los expertos que se han ocupado de esta deidad vascónica -que no vasca como ha subrayado algún medio de comunicación en estos días- han subrayado de qué modo el teónimo puede emparentarse con el vasco larre, que significa "pastizal" y han sugerido, así, para Larrahe un carácter de deidad protectora de los pastos (RAMÍREZ SÁDABA, J. L., y GORROCHATEGUI, J., "La religión de los Vascones, una mirada comparativa: concomitancias y diferencias con sus vecinos", Cuadernos de Arqueología de la Universidad de Navarra, 21, 2013, pp. 113-149, esp. p. 135) quizás, incluso, de un arraigo considerable en el territorio lo que habría llevado a que, en Irujo, el devoto que le rindió culto hiciera constar, expresamente, que se trataba de un deus (JIMENO, R., y TOBALINA, E., "Ara romana de Irujo (Guesálaz)", Príncipe de Viana, 215, 1998, pp. 617-624, esp. p. 621). También, se ha subrayado la alternancia fonética que exhibe el teónimo, que comparece bien como Larahe bien como Larrahi, en una diversidad que parece bastante habitual en la lengua aquitana con la que, sin duda, debe guardar relación la vascónica (ZALDÚA, L. M., "Los nombres de los dioses y diosas de Vasconia en la Antigüedad", Euskera ikerteta aldizkaria: Revista de investigación de la Real Academia de la Lengua Vasca, 68, 2023, pp. 185-211, esp. pp. 191-192).

Sin embargo, nos parece, como llamábamos la atención en la tribuna de Diario de Navarra, que, sin desmerecer del teónimo, la protagonista del voto merece algo más de atención. En primer lugar, como se ha dicho más arriba, por tratarse de una mujer y, en concreto, de la primera mujer que, en el repertorio epigráfico de alusiones a Larrahe, actúa como cultora de esta divinidad. En segundo lugar, por la singularidad de su cognomen que supone un hapax en la Epigrafía Latina de la Hispania Romana. Con el término hapax designamos a cualquier fenómeno que no está atestiguado desde una óptica onomástica en un territorio pero que, por el azar de la investigación, aparece por primera vez. Pues bien, Vitella, que, efectivamente, significa "ternera", es un hapax. Hasta hoy, no estaba presente en la epigrafía de la Tarraconense. Sí lo estaba, y en el corazón del territorio vascón, en su variante masculina, Vitulus, gracias al ya célebre Quintus Sempronius Vitulus de los pedestales del foro de la ciudad romana de Los Bañales, sobradamente estudiados. Pero, en su variante femenina, de hecho, sólo comparece en cinco ocasiones en todo el Occidente Romano, dos en la Gallia Narbonensis (CIL XII, 4781 y 5185, ambas de Narbo Martius, la colonia capital del sector más oriental y meridional de la Gallia) y tres en Roma (CIL VI, 18832, 35265 e ICUR 6, 16565). Es cierto que, como demostramos hace algunos años a propósito del repertorio epigráfico de Santa Criz de Eslava, entre los Vascones debió ser habitual que el cognomen -que no debe olvidarse era el nombre "de cuna" del individuo, el que sus padres le otorgaban al nacer- se tomase del campo semántico del mundo animal lo que haría, seguramente, más habitual de lo que la Epigrafía ha atestiguado hasta la fecha, ese cognomen Vitella que ahora se nos muestra por primera vez. No debe descartarse, sin embargo que, al estar el cognomen presente en un territorio próximo al vascónico, como es la Narbonensis, estemos ante una mujer procedente de un ámbito geográfico ajeno al de procedencia de la inscripción que, al llegar al territorio, por cumplir con los dioses del lugar y asumir lo que los Romanos llamaban la pax deorum, decidió ofrendar un voto a esta deidad que ahora ha vuelto a tener su particular epifanía después de las dos previas, en los años noventa del siglo pasado y que más arriba se han comentado. En este caso, el gentilicio de la dedicante, Valeria, podría ayudar a resolver si se trató de una mujer del ámbito local o de una inmigrante. Aunque Valerius es uno de los gentilicios más presentes en todo Occidente, también en las Hispanias, lo cierto es que no comparece ni en la epigrafía Pompelonense ni en la Andelonense. Sí está bien atestiguado en Santa Criz de Eslava y es abundantísimo en la Gallia Narbonensis. No podremos determinarlo con seguridad nunca pero podríamos estar no ante una mujer del ámbito netamente vascónico sino ante una inmigrante que, como se dijo, al llegar a la zona en que erigió el voto -que no tuvo por qué ser el lugar en que la pieza ha sido hallada, tirada en el fondo de un pozo de un monasterio medieval, lugar al que habría sido arrojada en época post-clásica indeterminada- quiso congraciarse con una deidad que, apreció, tenía un cierto arraigo en la zona. Como verá al lector, el estudio de cualquier inscripción romana es un ejercicio neto de storytelling.


El hallazgo y su repercusión merecen, también, otras consideraciones de carácter político, tanto de política partidista como de política cultural. Las primeras las ha expuesto de forma muy audaz uno de nuestros estudiantes, doctorando del Departamento de Historia, Historia del Arte y Geografía de la Universidad de Navarra, Javier Larequien su blog, al que remitimos. Sorprende que una inscripción descubierta en 2022 y que no tiene especial complejidad en su lectura, tarde dos años en ser presentada y cuando se haga con un boato y una visibilidad que ha seguido muy de cerca la trazada hace un par de años, precisamente, por la Sociedad de Ciencias Aranzadi y el Valle de Aranguren cuando se dio a conocer, en el otoño de 2022, la mano de Irulegi. Con la salvedad, bien advertida por Javier Larequi, de que en esta ocasión, en Larunbe, no ha habido representación oficial de la Institución Príncipe de Viana ni tampoco nota de prensa del Gobierno de Navarra dejando todo el protagonismo a Aranzadi. En tiempos de utilización política -y, en el caso de Navarra, también lingüística e identitaria- de cualquier hallazgo arqueológico, esta actitud resulta, cuando menos, imprudente. En segundo término, Diario de Noticias, en la noticia en que se hacía eco del hallazgo -que, como se ve más abajo, llegó incluso a ocupar media portada de la edición del sábado 15 de junio- afirmaba que este descubrimiento "confirma el buen momento que vive la Arqueología en Navarra". Si hemos de juzgar por los hallazgos y por su significancia, desde luego que sí -recientemente, de hecho, hemos tenido la suerte de protagonizar uno en Santa Criz de Eslavadel que dábamos cuenta no hace mucho en este blog y sobre el que volveremos pronto en un Curso de Verano de la UNED de Pamplona, previsto para el próximo septiembre-, que la Arqueología en Navarra vive un momento feliz. Sin embargo, si lo que se ha de valorar es la estrategia con que los poderes públicos están gestionando la investigación -y no hablemos de la inversión- en materia de arqueología el momento no puede ser más desgraciado: no existen grandes proyectos apoyados institucionalmente, se vive en una especie de reparto de la miseria que convierte a los Ayuntamientos -muchas veces seducidos de forma obscena por empresas de arqueología y arqueólogos autónomos- en los únicos promotores de la investigación que, además, rara vez trasciende de las páginas de Trabajos de Arqueología Navarra, una revista que, desde luego, está a la cola de los criterios modernos de cualquier revista científica y donde publicar es, prácticamente, un demérito. No se excava en área sino que se autorizan, exclusivamente, sondeos que, al concluirse, deben cubrirse sólo para que los poderes públicos no tengan que invertir en labores de restauración y de consolidación. Lógicamente, los hallazgos van a seguirse produciendo pues hay equipos trabajando en yacimientos de, prácticamente, todos los periodos históricos, pero, desde un punto de vista de estrategia cultural y de ambición el momento no puede ser más triste y más esperanzador. Ojalá que hallazgos como éste provoquen una seria -y necesaria- reflexión sobre hacia dónde queremos que camine la Arqueología -al menos la de época histórica- en Navarra.