Nuestro trabajo de transferencia del conocimiento en materia de Ciencias de la Antigüedad -paralelo, también, a nuestra promoción del Diploma en Arqueología que ofrecemos en la Universidad de Navarra, labor de la que ya hablábamos aquí hace algunos meses- y nuestra atención a centros escolares en visitas guiadas a las ciudades romanas de Los Bañales de Uncastillo y de Santa Criz de Eslava nos permitieron, en el último mes del pasado año, palpar la tremenda revitalización que, gracias al hallazgo de la mano de Irulegi, han tenido, al menos en Navarra, las Ciencias de la Antigüedad -y la Arqueología en particular- y, también, dentro de ellas, el asunto de los Vascones, que tantas entradas ha inspirado ya en este blog a lo largo de estos últimos quince años. Una clara prueba de esa revitalización ha sido el hecho de que más de 6.000 personas se dieran cita el pasado día 29 de diciembre, en el Planetario de Pamplona, para poder ver la pieza hallada en Irulegi -expuesta allí por unas horas- y las casi 300 que abarrotaran el salón de actos de dicha institución para una charla de presentación cuyo contenido, aunque no hubo grabación ni retransmisión en streaming, puede seguirse prácticamente por la que, gemela a ésta y previa, tuvo lugar en el Valle de Aranguren el día 16 de diciembre y en la que intervinieron los principales estudiosos de la pieza así como el equipo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi responsable de su hallazgo, charla ésta que sí está disponible en YouTube. Tal como sintetizaba Diario de Navarra, la mesa redonda en el Planetario -y también el acto en Aranguren siete días antes- puso de manifiesto, desde luego, el interés social que el patrimonio arqueológico puede llegar a generar en su versión más identitaria y compartida -como recordó con acierto, en sus palabras de presentación, Jesús Sesma, de la Sección de Arqueología del Gobierno de Navarra- pero, también hizo evidentes las numerosas dudas científicas que existen respecto de la lectura del texto -incluso, ya, sobre algunos detalles consonánticos de la palabra sorioneku, de la línea primera, viralizada en estos últimos dos meses- y las evidentes conexiones de éste con la lengua ibérica que hacen de lo en ella escrito un documento de difícil interpretación por, como se explicó por los expertos, su carencia de paralelos y lo poco que sabemos, todavía, de esa "lengua vascónica", como recordaba también en estos últimos días un singular artículo publicado al respecto en El País o el que, sensacional, se ha hecho eco de esas dificultades, en ABC.
Aprovechando esa mainstream evidentemente favorable al "asunto vascónico", uno de los dos periódicos diarios de Navarra, el Diario de Noticias, difundía el pasado domingo 18 de diciembre, en vísperas de la Navidad, un grueso libro -de 637 páginas- firmado por Javier Enériz Olaechea, que fuera defensor del pueblo en Navarra entre 2007 y 2022 y que lleva por título Cuando fuimos vascones. Orígenes de Navarra (Palmiela, Pamplona, 2022). En medio de la expectación mediática que la mano de Irulegi ha despertado -y que abordábamos de forma monográfica en una entrada sobre este documento publicada en este blog en noviembre del pasado año y que anda ya cerca del millar de lecturas- el volumen se agotó y muchos serán quienes, ahora, tendrán que adquirirlo a través de internet donde está ya disponible y donde le auguramos una sensacional distribución que, sin duda, motivará que se vuelva sobre algunos de los títulos que, en los últimos años, hemos coordinado sobre la cuestión y que, como espera demostrar esta primera entrada de 2023, siguen, en sus principales conclusiones, estando de actualidad, a saber Entre Vascones y Romanos. Sobre las tierras de Navarra en la Antigüedad (Pamplona, 2013) e Inter medium Vasconum pertransibunt aquae. Vascones y termalismo en la antigüedad hispana (Madrid, 2021) que, de hecho, presentaremos el próximo día 26 de enero, a media tarde, en el Palacio del Condestable de Pamplona.
Escépticos ante su contenido, nosotros, gracias a la colaboración de un estudiante de nuestro Diploma en Arqueología, pudimos hacernos con un ejemplar. El modo cómo el Diario de Noticias de Navarra había promocionado su publicación y venta en medio del revuelo organizado por el ya célebre sorioneku y en parte, también, el título del libro -que, seguramente como estrategia promocional, parecía volver sobre la identificación Vascones/navarros- nos hizo ser, ciertamente, poco optimistas respecto del rigor del volumen y nos llevó a pensar que -además de una obra centrada, especialmente, en los tiempos tardoantiguos y medievales- íbamos a encontrar, en formato libro, muchos de los tópicos que, socialmente, se han ido vertiendo durante décadas sobre los Vascones de las fuentes antiguas (y al paso de los cuales hemos salido aquí en los últimos años en entradas como "Dein Vascones" o "Navarrorum" por citar, además de la ya enlazada "Sorioneku" dos de las más leídas y visitadas) así como en varios trabajos de investigación que, en dichas entradas, oportunamente se citan. Tras trabajar con el libro en estas últimas semanas hemos de confesar que prejuzgamos y que -como suele suceder cuando esto se hace- nos equivocamos. El volumen, contra lo que pensábamos, vuelve a subrayar de qué manera nuestro conocimiento sobre la etnia histórica de los Vascones dista mucho de haber sido modificado ahora por una sugerente y hermosísima nueva pieza epigráfica -dotada del particular appeal que tienen los textos escritos sobre soporte duro para los historiadores de la Antigüedad- de la que nos consta que, en los próximos meses, verán la luz diversas editiones que la comunidad científica espera con muchas ganas.
Con una hermosa fotografía del criptopórtico meridional del foro de Santa Criz en portada y cuidadosamente editado por Pamiela, efectivamente, Cuando fuimos vascones -que se estaba imprimiendo cuando se produjo la presentación del hallazgo de Irulegi al que apenas se dedica un pequeño flyer añadido a modo de post scriptum acompañando al volumen- es un ambicioso tratado que, como acertadamente afirma su prologuista, Roldán Jimeno, de la Universidad Pública de Navarra, pretende ser "un ensayo histórico, un texto de síntesis surgido tras explorar, analizar e interpretar un tema significativo, en nuestro caso la historia de los vascones, y fundamentado en lecturas de la literatura especializada" (p. 19). Y ese ensayo -que, no sin ambición, busca cubrir desde la Prehistoria (en un bloque I que, como no puede ser de otro modo es, sencillamente, de contextualización general: pp. 35-80) hasta el siglo XIII (que, con la instauración del Reino de Navarra, se aborda en el bloque XII: pp. 505-532)- dedica cuatro de esos trece capítulos a los Vascones antiguos. A saber, el bloque II, "La Historia. Llegan los romanos" (pp. 81- 113), el III, "Los vascones que encontraron los romanos (siglo I a. C.-siglo I d. C.)" (pp. 113-186), y el IV y el V, ambos más clásicos, "La romanización de los vascones (siglos I a. C.-V d. C.)" (pp. 187-230) y "Ciudades romanas, ciudadanía y calzadas en el territorio de los vascones" (pp. 231-320) abordando en el resto de sus páginas los Vascones de la tardoantigüedad y los de los reinos de Pamplona y de Navarra (pp. 321-532) que, en realidad, como han puesto de manifiesto recientes trabajos de Elena Torregaray y de Jokin Lanz son, otros Vascones que, es cierto, edifican su identidad -en un momento de pérdida de la referencia global que suponía la Romanidad- a partir de la recuperación, y modificación, de una identidad que, sin duda, crearon las fuentes clásicas para definir a un pueblo del que -como el propio volumen se cuestiona en algunos pasajes (pp. 121-125), aunque también, no sin cierta contradicción, afirma en otros (p. 129)- poco sabemos respecto de su propio sentido étnico, de identidad y de pertenencia propias. El volumen realiza un meritorio seguimiento de la bibliografía que, en materia histórica, arqueológica, epigráfica y lingüística, se ha generado sobre Vascones -con atención especial a los trabajos de los últimos años- y aunque, como el propio autor afirma (p. 33), es un poco osado "en el embarrado campo de las interpretaciones de los nombres de lugar (topónimos), personas (andrónimos) y dioses (teónimos) o de algunas frases de distintas lenguas antiguas" y, como es lógico para quien no es un especialista -aunque los errores podrían haberse evitado- incurre en algunos errores en el manejo de las lenguas clásicas, es un texto que, como decíamos, ofrece un panorama que, como síntesis, resulta útil e, incluso, recomendable.
Pero, además, algunas de las afirmaciones de Cuando fuimos Vascones, nos parece, convenía traer aquí a esta secuencia de intensos debates que la "controuersia Vasconica" ha generado en los últimos años en Oppida Imperii Romani y que, como decíamos, se han revitalizado en estos últimos días, afirmaciones que, acaso por obvias -o quizás por incómodas-, han estado ausentes en los actos de presentación de la mano de Irulegi que se han celebrado en estas últimas semanas del pasado año. La selección es sólo un pequeño muestrario de algunas de las opiniones que nos parece resumen bien parte de esa controversia. Todo ello, claro está, al margen de que a lo largo de las páginas que en el volumen se dedican a los Vascones de la Antigüedad clásica hay aprovechables estados de la cuestión sobre el modus uiuendi primario, agrícola y ganadero, de estas poblaciones (p. 115 y 129), sobre la organización de su poblamiento (pp. 115-121), sobre su plena integración en la órbita romana (p. 143), sobre su colaboración -aunque el autor va demasiado lejos al afirmar que, por un supuesto carácter estatal Roma les cediera una suerte de tutela del territorio (p. 189)- con Roma o sobre las que fueron sus principales ciudades un capítulo, el V, en el que se ve trasluce claramente la rentabilidad de practicar una Arqueología que ponga en el centro la transferencia pues Santa Criz de Eslava -que el autor identifica con la Nemanturissa de Ptolomeo por más que esa ecuación no puede aun cerrarse- y Los Bañales de Uncastillo -que vincula a la Tarraca de Plinio- protagonizan dos de los más completos y sugerentes capítulos en los que Javier Enériz demuestra haber seguido con rigor las últimas publicaciones realizadas al respecto (pp. 264-271 y 287-290) respectivamente y, también, haber visitado y recorrido ambos centros urbanos, los dos en proceso, más o menos extensivo, de excavación.
Muchos nos tememos que tras leer los extractos que siguen -que han sido escogidos sin ánimo de exhaustividad, sencillamente para invitar al lector a acercarse al volumen-, seguramente se obtendrá la conclusión de que, quizás, el título del volumen es algo pretencioso porque es evidente que no, que los navarros no fuimos -o al menos no lo fuimos de forma exclusiva ni homogénea, ni monolítica- Vascones. Algo que ya sabíamos y que, realmente, es bueno que un volumen llamado a tener un cierto impacto social, contribuya a recordar si bien, está claro, habrá quienes lo leerán desde apriorismos nada científicos. Carecen de sentido, por tanto, tantos artículos de opinión como se han deslizado estos días por la prensa de Navarra y del País Vasco en los que se habla del modo cómo el hallazgo de Irulegi ha clarificado la identidad vasca, sobre todo, como se ha dicho, después del fiasco de Iruña-Veleia. Tiempo habrá de reflexionar sobre esto en las próximas semanas, y no pocas veces, especialmente en la conferencia que, sobre el asunto, ha programado con acierto la Asociación Pompaelo y en la que tendremos la suerte de tomar parte: será el día 25 de enero, a las 19h, en el Civivox de Iturrama, en Pamplona.
Vamos, pues, a dejar hablar al libro que justifica esta nueva entrada, primera de 2023 en nuestro blog:
[I.] La cuestión del territorio y del mosaico paleohispánico en Navarra
"Los vascones que describen los historiadores romanos aparecen como un pueblo que ocupaba la mayor parte de la superficie de la actual Navarra. Estas gentes se extenderían por lo que hoy es Navarra, desde el Pirineo hasta el Ebro, y desde el río Gállego o un poco más al oeste del mismo hasta cerca del río Bidasoa. La franja oeste de Navarra, en cambio, estaría en poder de berones y várdulos; así, el occidente de Tierra Estella estaría dominado por indoeuropeos (valle de Lana, Aguilar de Codés, Viana, Marañón, Zúñiga, Gastiáin, Larraona, el alto Ega...) y a partir de Los Arcos hacia el noroeste, comenzaría el territorio vascón. Serían igualmente várdulas la sierra de Urbasa y una parte de la Sakana. También en el extremo noroeste de Navarra es más que posible que la parte baja del Bidasoa estuviera en manos várdulas. En la Navarra situada al sur del río Ebro estarían los celtíberos" (p. 113).
[II.] La imposible identificación de Navarra con los Vascones
"La idea de que los vascones ocupaban toda Navarra y solo ellos no es en absoluto cierta. Los vascones que nos describen los romanos en sus inicios no eran las únicas gentes que habitaban este territorio cuando llegaron las tropas romanas, aunque sí los que habrían ocupado más porción y, sobre todo, su núcleo central (...) Vecinos de los vascones eran, y así los mencionan los historiadores romanos: los várdulos, en la parte noroeste; los berones, al sudoeste, desde Logroño hasta cerca de Los Arcos; los celtíberos, al sur, que ocuparían parte de la ribera norte del Ebro; y los jacetanos y los iberos, al este. Hay que aclarar que no habría líneas fronterizas entre todos estos pueblos, delimitadas como las conocemos hoy, por lo que era perfectamente posible que, en determinados lugares, se dieran importantes entremezclas de grupos, es decir, un grupo de un pueblo ocupaba una colina o una vega, rodeado de grupos de otros pueblos" (p. 129).
[III.] El plurilingüismo, rasgo característico y la complejidad interpretativa, reto consustancial
"La visión plurilingüe ha sido defendida por Sayas, para quien 'en territorio vascónico ha habido luagres en los que grupo étnico y grupo lingüístico no han coincidido, y otros en los que la integración y la reabsorción ha podido ir en detrimento de unos u otros grupos, para abocar a lo largo de la etapa romana a un concepto funcional de vascón que enmascaraba los diversos grados de implicación étnica y cultural'" (p. 147)
"Para los romanos existieron los vascones. No nos cabe ninguna duda. Ellos no dijeron que fueran celtas o iberos, o una raza aparte, ni dijeron cuál era su lengua, ni se metieron en disquisiciones sobre aquellas gentes, sus ciudades o su territorio... De ellos afirmaron poco o nada, por lo que se puede sostener una teoría y la contraria con la misma alegría e insolidez" (p. 191)
En conclusión, y tras la lectura de estos extractos del libro de Javier Enériz -que, por el título, y por el medio que lo difundía, creíamos de corte más esencialista- es evidente que, al final, y como anotábamos en el post sobre la mano de Irulegi antes referido, con todo el revuelo mediático -carente del sosiego que debe conducir a la verdad científica e histórica- que el hallazgo que ha marcado el final de 2022 ha provocado, poco ha cambiado, y -mucho nos tememos- poco cambiará, nuestra visión sobre los Vascones antiguos. Sí, ahora ya no podrá argüirse que la lengua vascónica no se ha conservado porque los Vascones no sintieron necesidad de registrarla sobre soporte escrito pues parece que el sorioneku de Irulegi apunta justo a lo contrario pese a, insistimos, las dudas que siguen existiendo sobre su correcta lectura y la imposibilidad, esperemos que temporal, de descifrar las otras tres líneas de la inscripción. Esto -la falta de necesidad por parte de los Vascones de registrar su lengua por escrito- solían argumentarlo hasta ahora, de manera recurrente, los que no admitían, y siguen sin admitir, el carácter plural en lo étnico y en lo lingüístico de Navarra en la Antigüedad y que, para defender una supuesta vasconicidad unitaria de Navarra en la Antigüedad, tenían que hacer frente a los escasísimos, todavía, testimonios de esa, ahora llamada, lengua vascónica escrita para la época romana. Pero, lógicamente no por ello -y en estas últimas semanas ha dado la sensación de ello en algunos de los debates en medios de comunicación, redes sociales y blogs- podemos convertir a los Vascones en una población con un extraordinario hábito epigráfico -como el que sí consta que desarrollaron sus vecinos íberos y celtíberos- ni podemos afirmar que la lengua vascónica fuese la única hablada en un territorio que fue un microcosmos de la genuina diversidad que hizo de las tierras del Ebro Medio ese trifinium que, desde hace décadas, viene caracterizando la investigación en paleohispanística peninsular. De hecho, nos parece -y recientemente algún poco afortunado artículo en prensa de información general ha vuelto a subrayarlo citando nuestras impresiones- que la mano sólo confirma que, efectivamente, íbamos por el buen camino -y nos parece que, de momento, no hay otro- en la caracterización de esta tan elusiva como apasionante etnia histórica de la Antigüedad peninsular. La mano de Irulegi, por tanto, sólo es una tesela más de ese mosaico que urge, con nuevos bríos, seguir caracterizando esperando que, como afirmaba el post scriptum que Diario de Noticias, en formato de separata, incluyó en el libro, "nuevos elementos irán corrigiendo o afirmando lo que en esta obra se dice".
Más, los días 25 y 26 de enero en los eventos organizados en el Civivox de Iturrama y en el Palacio del Condestable, citados unas líneas más arriba... ¡Os espero!
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