EXIIT EDICTVM



En la anterior entrada de Oppida Imperii Romani, a propósito de los obeliscos de Roma, ofrecíamos una reflexión sobre aquellas ocasiones en que las fuentes escritas complementan la información que aportan las epigráficas o, sencillamente, aluden a inscripciones que no han llegado completas hasta nosotros o que, sencillamente, se han perdido (sobre ellas hablábamos, también, en este vídeo de nuestro canal de YouTube). Como recordaba estos días atrás el Papa León en su excelente carta apostólica sobre la Arqueología, esas noticias constituyen un buen ejemplo de cómo debe darse siempre el diálogo entre evidencias materiales y textos -las inscripciones tienen algo de ambos géneros documentales- y de cómo aquéllas iluminan a éstas o a la inversa. 

Ahora que estamos ya inmersos en la Navidad y todo el mundo, un año más, mira al Belén de hace 2.000 años, dado nuestro natural interés por la Epigrafía -que se glosa, en buena medida, en la sección "Epigraphica" de este blog-, como pórtico a la tradicional felicitación navideña de este espacio, nos parece oportuno resaltar aquellas cautivadoras alusiones que hay en el Nuevo Testamento a lo que -precisamente- podríamos llamar "epigrafía inmaterial" o "epigrafía relatada", es decir, aquellos pasajes en que se habla de inscripciones, de tituli, que debieron existir y que, incluso, se describen pero que, salvo en un caso, no han llegado a nosotros. Todas ella, cuando menos, y al margen de otras consideraciones, ilustran el éxito de la palabra escrita en el mundo antiguo así como sus múltiples utilidades y su presencia, de hecho, en la vida cotidiana, lo que se ha llamado con acierto, en estos dos sensacionales volúmenes -1 y 2- el Roman everyday writing.

Esos pasajes, algunos referidos por varios evangelistas, son, en concreto, cuatro. El más conocido, pues se refieren a él Juan, Marcos y Lucas es el que describe el llamado titulus crucis, la "inscripción de la cruz" del Gólgota. De él, Juan (19, 19) nos dice que fue escrito por Pilato, que fue colocado sobre la cruz de Jesús (scripsit autem et titulum Pilatus et posuit super crucem) y que en él estaba escrito Iesus Nazarenus rex Iudaeorum. El propio Juan introduce (19, 20) una sugerente reflexión sobre el alcance, sobre la visibilidad del titulus, por estar el lugar de la crucifixión prope ciuitatem, "cerca de la ciudad" y por estar escrito su texto en hebreo, latín y griego. Es Marcos (15, 26) quien nos cuenta que la función del citado titulus era la de mostrar la causa del proceso judicial contra Jesús al afirmar: et erat titulus causae eius inscriptus combinando, de hecho, el sustantivo que designa al soporte, titulus, con el que describe la naturaleza del texto que éste ostentaba, inscriptus, si bien es más probable pensar en que sería lo que llamaríamos un texto depictus, "pintado" pero, en cualquier caso, inscrito si inscribere -de donde deriva inscriptus y, en castellano, "inscripción"- implica escribir sobre un soporte duradero que es lo que, por esencia, define la escritura epigráfica. Lucas, por su parte (23, 38) añade un término más técnico, si cabe, para referirse al titulus y a la inscripción que aquél contenía al hablar de superscriptio, término a veces traducido por "epígrafe", sustantivo que hibridaría el sentido de ambos y que incidía en la posición de clave, de coronamiento, del documento en el contexto de la cruz. Como es sabido, la tradición afirma que el titulus crucis recaló en Roma donde puede verse en la basílica de la Santa Croce in Gerusaleme (la historia y controversia sobre el documento puede verse aquí) aunque, respecto de su autenticidad, siempre ha sorprendido el silencio de Eusebio de Cesarea sobre el hallazgo, por Santa Elena, de la propia cruz y del titulus, cuando sí describe con pormenores la labor munificente de construcción de iglesias en el lugar del sepulcro y del monte de la Ascensión (Eusebio de Cesarea, Vida de Constantino, 3, 25-30 y 43).



El otro pasaje, algo anterior en el tiempo en el contexto de la vida pública de Jesús, y transmitido sólo por Lucas (20, 24), alude a la imago et inscriptio que Jesús lee a los judíos cuando les pide que le muestren un denario (ostendite mihi denarium) y, a renglón seguido, les pregunta de quién es "esta imagen y esta inscripción". Se trata de la única alusión que hay en el Nuevo Testamento a lo que podríamos llamar la epigrafía monetal con toda la fuerza, además, del cruce entre el mensaje escrito y la imagen pública que iba asociada a las acuñaciones antiguas y aun a las modernas.

Un tercer pasaje, que a veces pasa desapercibido -no en vano sólo lo recoge, de nuevo, Lucas- es aquél en el que, al presentar a Juan el Bautista en el templo de Jerusalén, su padre, Zacarías, pide una tabilla (et postulans pugillarem, dice el texto) y escribe un texto que afirmaba (scriptsit dicens) que el nombre del niño debía ser Juan: Ioannes est nomen eius. Se introduce aquí un término, pugillaris -casi un unicum en las fuentes, que aparece también en una inscripción siciliana de época tiberiana (CIL X, 6)- que designa a lo que, por el efecto del repertorio de Vindolanda, solemos llamar las writing tablets y que, verosímilmente, pudo ser una tabula cerata sobre la que, con un stylus, Zacarías habría escrito el nombre deseado, e inspirado, para el niño. No faltan de ellas representaciones iconográficas, como una conocidísima de Pompeya ni reproducciones de éstas en colecciones pedagógicas de museos de toda Europa como recordábamos aquí hace algunos años


Documentos de naturaleza pública los dos primeros y más privada el tercero, como tuvimos ocasión de abordar en la entrada "Plenitudo temporis" de hace un par de Navidades, ninguno de los documentos epigráficos citados en el Nuevo Testamento ha despertado tanto interés como aquél que menciona, de nuevo, Lucas, al comienzo de su Evangelio cuando escribe: in diebus illis exiit edictum a Caesare Augusto, ut describeretur uniuersus orbis (2, 1), pasaje que, como indica el propio Lucas (2, 2) alude al censo realizado praeside Syriae Quirino, "siendo Quirino gobernador de Siria", asunto del que también hablamos hace algunas Navidades en la entrada del mismo título de este blog y que sitúa el acontecimiento que celebramos en Navidad en su contexto histórico y temporal concreto. Si se trató de un edictum y más en la época de Tiberio, en que el hábito epigráfico, y especialmente el público, como sabemos bien en la península ibérica, estaba bien arraigado, éste debió también difundirse epigráficamente, como es lógico y, verosímilmente, en soporte de bronce, que era el soporte habitual de la información emanada de la cancillería imperial. Como anotábamos en la primera de las dos entradas citadas en este párrafo, un colega de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, en su belén doméstico, en un verosímil ejercicio de epigrafía ficticia, -que nos ha ocupado en una entrada anterior de Oppida Imperii Romani-, ha imaginado el contenido del citado texto que, con no poca legitimidad, ha pensado que debió ser difundido, como el titulus crucis, en tres lenguas, la hebrea, la griega y la latina. Lo ha imaginado colgado en la pared de una posada, ese deuersorium del que también hablábamos en la felicitación navideña de 2023 en este mismo espacio. Verosímilmente, hemos de pensar que más bien se expondría en algún locus celeberrimus, acaso el foro o la plaza mayor de la colonia romana más próxima, Caesarea Maritima y que, después, un cuerpo de praecones o pregoneros, con ayuda del ejército, difundiría por toda Judea los detalles de su contenido. Su texto, en cualquier caso, es verosímil imaginarlo como nuestro colega ha hecho en su belén retomando la estructura de tantos edicta como conservamos del aparato legislativo emanado de Roma (un elenco puede verse en este corpus digital de la The Roman Law Library, en la sección 3). Un incipit alusivo a la autoridad de la que emanaba el edicto, el verbo dicit, la justificación de la necesidad del censo y el mandatum expreso -censum agi iubeo- que lo ponía en funcionamiento, los detalles sobre su contenido y, finalmente, la datación consular (la versión trilingüe, que es la que figura en el citado belén, está recogida en el último enlace de este párrafo). La gramática, de hecho, es parecida a la que exhibe un singular documento broncíneo itálico, la tabula Heraclea en las secciones relativas a la gestión de los censos de las comunidades locales.



Se ha dicho y escrito que el Adviento es un tiempo histórico y, en cierta medida, es cierto: volvemos los ojos, como hemos repetido tantas veces en las felicitaciones navideñas de este blog, a la época de Augusto, a esa singular "plenitud de los tiempos" que, realmente, lo fue también para la civilización romana. Si el tiempo previo a la Navidad es histórico más lo es la propia Navidad en la que conmemoramos el acontecimiento de mayor trascendencia histórica de cuantos tuvieron lugar en el marco de la Antigüedad Clásica -eje temático de este blog- y aun de toda la Historia. Es por ello que, en ese contexto en el que, efectivamente, "nace el Amor" -como titulaba con acierto el emotivo vídeo con que ha felicitado la Navidad nuestra Universidad de Navarra-, cuesta poco desear a todos los lectores de Oppida Imperii Romani, a los que lleváis aquí desde el principio o a los muchos que os habéis suscrito en los últimos meses, una muy feliz Navidad y que, en 2026, este blog pueda recuperar el ritmo que tenía en los últimos años y que una intensa actividad académica e investigadora se lo ha robado en los últimos.

¡Feliz Navidad a tod@s!